Haciendo orden encuentro unas fotos de pequeño.
Está mi madre, estoy yo, está la casa.
Y los detalles de la casa.
Sobre una cómoda que había en la pieza de mi madre
aparece el jarabe.
Una botellita verdosa que contenía un remedio que
tomé innumerables veces, igual que esos brebajes a los que acudían los
caballeros medievales tras salir heridos en batalla.
El bálsamo de Fierabrás, lo nombraba don Quijote.
En mi caso –mucho menos heroico, por cierto-,
recuerdo haberlo tomado cuando tenía amigdalitis, aunque mi memoria insiste en
relacionarlo con cualquier tipo de dolencia.
De hecho, recuerdo que una vez tomé a escondidas lo
que quedaba de aquel frasco.
No estaba enfermo, sin embargo, aquel día.
Lo que sucedía, según explica mi madre, es que yo había
querido saber qué pasaba si uno se mejoraba estando sano…
O al menos eso afirma ella que fue mi explicación, en
aquella oportunidad…
¡Quién lo diría…!
El bálsamo de Fierabrás.
¡Cuánto lo necesité algún día!
Se hacía con romero, aceite, sal y mucho vino,
según recuerdo.
Sobre todo mucho vino.
Si un caballero resultaba partido en dos, explicaba
el Quijote, bastaba con untar las dos partes del cuerpo y volver a unirlas.
Quita todos
los males de la humanidad, decía el de la triste figura.
Todos los males.
Pero… ¿qué pasa si lo tomas o te untas estando
sano? ¿O qué pasa si te lo tomas, pero no eres tan noble como un caballero
andante…?
¡Pésimas contraindicaciones…!
De hecho, yo creo que me partí por dentro.
...
...
Se hacía con romero, aceite, sal y mucho vino.
Sobre todo mucho vino.
Es así de simple.
Es así de simple.
Si conocen a alguien noble díganle que lo use.
Puede curar los males de la humanidad.
¡Todos los males!
Jajaja... al parecer sólo funciona con caballeros o gente muy fina. Me recuerda a esos jarabes de pésimo gusto que tantas veces me vi obligada a beber.
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