“Cuando comprendí qué era lo que convertía a
América
en una nación de personas tan desgraciadas y
peligrosas
que no guardaban ninguna relación con la vida real,
decidí abstenerme de escribir narraciones totalmente
inventadas.
Decidí escribir sobre la vida.
Todas las personas tenían que tener la misma
importancia.
Todos los hechos tenían que tener el mismo
peso.
No había que dejar nada de lado.
Que otros se ocupen de ordenar el caos.
Yo, en cambio, me ocuparía de introducir el
caos en el orden,
cosa que creo haber logrado”.
Kurt Vonnegutt.
Un día un hombre llamado Guz hizo el retrato de un
gato.
Se trataba de un gato que había sido de su familia
y que había llevado a vivir con él porque todos pensaron que Guz sentía un gran
afecto por el animal y consideraron que sería una buena compañía para él, ahora
que se iría a vivir solo.
Cuando digo todos, anteriormente, me refiero a los
padres de Guz y a su hermana, que se llamaba Tazz.
Pero vuelvo al hecho de que Guz hizo el retrato de
ese gato.
Y es que se hace necesario aclarar que el retrato –si
es que puede llamarse así la reproducción de la imagen de un animal-, había
sido hecha en función de un gato muerto, por lo que Guz sentía en parte que lo
que había hecho no era realmente el retrato de un gato, sino el retrato de una
cosa.
Era algo extraño, pensaba Guz, pues nunca antes
había hecho el retrato de algo. Además, el gato se había paseado años frente a
él sin que se le ocurriese pintarlo ni fotografiarlo, ni nada cercano a aquella
idea.
Quizá es la muerte lo que vuelve atractiva las
cosas, se dijo Guz, tiempo después, analizando su pintura.
Y claro, sucedió entonces que Guz envió aquel
retrato a un concurso organizado por la empresa en que trabajaba, recibiendo
así, dos meses después, un telegrama donde se le informaba que había ganado el
primer premio.
“Felicitaciones.
Su creatividad y gran talento han tenido reconocimiento y ha sido usted elegido
como ganador del concurso nacional de pintura de Coca Cola Company. Su cuadro será expuesto en el hall de entrada de
las oficinas centrales y recibirá usted un cheque adjunto a su próxima
liquidación, correspondiente al premio estipulado en las bases, menos
impuestos.”
The Coca Cola
Company era la firma de una empresa de bebidas gaseosas de fantasía, donde
trabajaba Guz.
Un mes después de recibir aquel premio, durante un
almuerzo, Guz conoció a una chica que trabajaba como secretaria en las oficinas
de la empresa donde estaba colgado el retrato del gato.
-¿Tú pintaste ese cuadro? –había preguntado Mousse.
Y Guz contestó que sí.
Mousse era el nombre de la secretaria que trabajaba
en las oficinas centrales de The Coca
Cola Company.
Por cierto, vale la pena mencionar que Mousse no
tenía gato, ni le interesaban estos animales, ni tampoco la pintura… por lo que
el nacimiento del vínculo afectivo que surgió entre ambos puede considerarse
sin duda como una formación afectiva pura.
Amor, lo
nombraban ambos, aunque desconozco si llenaban del mismo significado, aquella
palabra.
Y claro, fue una noche en que Guz y Mousse dormían
juntos, un par de años después, cuando ella despertó sobresaltada.
-El gato estaba muerto –le dijo de improviso a Guz,
despertándolo.
-¿Qué gato? –murmuró él.
-El gato del cuadro –aclaró Mousse.
Guz se quedó un momento en silencio y luego aceptó.
-Sí, estaba muerto –señaló.
Una semana después de aquel diálogo, y sin
argumentos de por medio, ella comenzó a insistir en que él la pintara.
Es decir, no que la pintara a ella, directamente,
sino que hiciera una imagen de ella en un lienzo, de la misma forma como había hecho con el
gato.
Entonces, Guz hizo algo que nunca pensó que podía
haber hecho: pintar algo vivo.
Lo hizo por las noches, mientras ella dormía. Y
solo por fragmentos.
Pero lo hizo.
Pintó así un pie, una oreja, la nuca y uno de los
pechos de Mousse.
Extrañamente, ocurrió que él sentía –al mirar estos
cuadros-, que nunca había dejado realmente de pintar al gato.
-He pintado un pie-gato, una oreja-gato, una
nuca-gato y hasta un pecho-gato… -le confesó Guz al siquiatra, semanas después.
-¿Tiene la impresión de que todo es siempre una
copia? –le preguntó el siquiatra.
-Sí –contestó Guz-. La copia de algo muerto.
Al día siguiente, a pocos metros de ahí, un interno que
tenía una cicatriz en la barbilla, encendía a escondidas un cigarrillo que
alguien había lanzado desde el otro lado del muro.
Así, finalmente, el interno de la cicatriz aspiró
el humo como si eso hubiese sido realmente una forma válida, de la felicidad.
Creo que entendí lo que quisiste decir acá. Pero luego lo leo de nuevo y entiendo otra cosa. Las dos cosas me gustan, eso sí.
ResponderEliminarVal.
Gracias. Comprenda más y entienda menos. :)
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