jueves, 15 de noviembre de 2012

Un día un hombre llamado Guz hizo el retrato de un gato.


“Cuando comprendí qué era lo que convertía a América
en una nación de personas tan desgraciadas y peligrosas
que no guardaban ninguna relación con la vida real,
decidí abstenerme de escribir narraciones totalmente inventadas.
Decidí escribir sobre la vida.
Todas las personas tenían que tener la misma importancia.
Todos los hechos tenían que tener el mismo peso.
No había que dejar nada de lado.
Que otros se ocupen de ordenar el caos.
Yo, en cambio, me ocuparía de introducir el caos en el orden,
cosa que creo haber logrado”.
Kurt Vonnegutt.


Un día un hombre llamado Guz hizo el retrato de un gato.

Se trataba de un gato que había sido de su familia y que había llevado a vivir con él porque todos pensaron que Guz sentía un gran afecto por el animal y consideraron que sería una buena compañía para él, ahora que se iría a vivir solo.

Cuando digo todos, anteriormente, me refiero a los padres de Guz y a su hermana, que se llamaba Tazz.

Pero vuelvo al hecho de que Guz hizo el retrato de ese gato.

Y es que se hace necesario aclarar que el retrato –si es que puede llamarse así la reproducción de la imagen de un animal-, había sido hecha en función de un gato muerto, por lo que Guz sentía en parte que lo que había hecho no era realmente el retrato de un gato, sino el retrato de una cosa.

Era algo extraño, pensaba Guz, pues nunca antes había hecho el retrato de algo. Además, el gato se había paseado años frente a él sin que se le ocurriese pintarlo ni fotografiarlo, ni nada cercano a aquella idea.

Quizá es la muerte lo que vuelve atractiva las cosas, se dijo Guz, tiempo después, analizando su pintura.

Y claro, sucedió entonces que Guz envió aquel retrato a un concurso organizado por la empresa en que trabajaba, recibiendo así, dos meses después, un telegrama donde se le informaba que había ganado el primer premio.

“Felicitaciones. Su creatividad y gran talento han tenido reconocimiento y ha sido usted elegido como ganador del concurso nacional de pintura de Coca Cola Company. Su cuadro será expuesto en el hall de entrada de las oficinas centrales y recibirá usted un cheque adjunto a su próxima liquidación, correspondiente al premio estipulado en las bases, menos impuestos.”

The Coca Cola Company era la firma de una empresa de bebidas gaseosas de fantasía, donde trabajaba Guz.

Un mes después de recibir aquel premio, durante un almuerzo, Guz conoció a una chica que trabajaba como secretaria en las oficinas de la empresa donde estaba colgado el retrato del gato.

-¿Tú pintaste ese cuadro? –había preguntado Mousse.

Y Guz contestó que sí.

Mousse era el nombre de la secretaria que trabajaba en las oficinas centrales de The Coca Cola Company.

Por cierto, vale la pena mencionar que Mousse no tenía gato, ni le interesaban estos animales, ni tampoco la pintura… por lo que el nacimiento del vínculo afectivo que surgió entre ambos puede considerarse sin duda como una formación afectiva pura.

Amor, lo nombraban ambos, aunque desconozco si llenaban del mismo significado, aquella palabra.

Y claro, fue una noche en que Guz y Mousse dormían juntos, un par de años después, cuando ella despertó sobresaltada.

-El gato estaba muerto –le dijo de improviso a Guz, despertándolo.

-¿Qué gato? –murmuró él.

-El gato del cuadro –aclaró Mousse.

Guz se quedó un momento en silencio y luego aceptó.

-Sí, estaba muerto –señaló.

Una semana después de aquel diálogo, y sin argumentos de por medio, ella comenzó a insistir en que él la pintara.

Es decir, no que la pintara a ella, directamente, sino que hiciera una imagen de ella en un lienzo, de la misma forma como había hecho con el gato.

Entonces, Guz hizo algo que nunca pensó que podía haber hecho: pintar algo vivo.

Lo hizo por las noches, mientras ella dormía. Y solo por fragmentos.

Pero lo hizo.

Pintó así un pie, una oreja, la nuca y uno de los pechos de Mousse.

Extrañamente, ocurrió que él sentía –al mirar estos cuadros-, que nunca había dejado realmente de pintar al gato.

-He pintado un pie-gato, una oreja-gato, una nuca-gato y hasta un pecho-gato… -le confesó Guz al siquiatra, semanas después.

-¿Tiene la impresión de que todo es siempre una copia? –le preguntó el siquiatra.

-Sí –contestó Guz-. La copia de algo muerto.

Al día siguiente, a pocos metros de ahí, un interno que tenía una cicatriz en la barbilla, encendía a escondidas un cigarrillo que alguien había lanzado desde el otro lado del muro.

Así, finalmente, el interno de la cicatriz aspiró el humo como si eso hubiese sido realmente una forma válida, de la felicidad.

2 comentarios:

  1. Creo que entendí lo que quisiste decir acá. Pero luego lo leo de nuevo y entiendo otra cosa. Las dos cosas me gustan, eso sí.
    Val.

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  2. Gracias. Comprenda más y entienda menos. :)

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