lunes, 26 de noviembre de 2012

Raro.


Como los juegos de lucha libre de hoy permiten diseñar personajes, un amigo ocioso pasó tres meses creando toda una liga de escritores, filósofos y otros personajes afines, para realizar un encuentro memorable.

Así, ocurrió que hoy se realizó un torneo en la facultad de filosofía de una universidad privada, donde me fue posible participar ocupando a algunos de mis preferidos: Berkeley, Spinoza, Schopenhauer, Wittgenstein… y hasta obtener un segundo lugar en el torneo central (que pudo haber sido el primero si me hubiese abstenido de elegir a Woody Allen para la última batalla).

Con todo, el premio no estuvo tan mal, pues me tocó el libro La caza del carnero salvaje, que es para mí la novela más alta y constante de Murakami, con cuyas lecturas me obsesioné hace algún tiempo.

Así, el día fue sucediéndose de forma extraña, sumándose al torneo y al libro mencionado una serie de pequeñas anécdotas -cuyos significados desconozco-, y que colaboraron con extinguir, el poco tiempo de ocio del que dispuse hoy día.

Ahora bien, debo reconocer que tras llegar a casa y poner el libro de Murakami junto al otro ejemplar de esta novela -que ya tenía-, me sobrevino una sensación de falta de sentido… y hasta de culpabilidad… como si aquellas acciones –que ocuparon apenas un par de horas luego de la salida de mi trabajo-, fueran las que me obligaran ahora a renunciar a una serie de otras posibilidades, quizá mucho más fructíferas:

-Ver una película de Kiarostami.

-Salir a caminar.

-O simplemente realizar una de las labores atrasadas que terminar por hacerme colapsar, un día de estos.

Con todo, créanme que he tratado de buscar algo honesto qué decir, antes que eso ocurra.

Pero no hay caso.

Es decir, lo intenté narrando unas batallas entre filósofos.

Quise hablar de Murakami.

Y hasta pensé en algo lindo que decir, o recoger para ustedes el día de hoy…

Pero lo crean o no, lo único cierto es que los ojos se me cierran.

Igual como viene pasando hace días cuando intento escribir algo, y no me sale.

¿Insisto un poco más…?, pienso entonces.

¿Voy a mojarme la cara nuevamente y despertar un poco…?

Mejor nada de eso.

Simplemente dejo la honestidad cruda vencer aquí en el texto.

Pésimo texto, por cierto.

O al menos raro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales