viernes, 30 de septiembre de 2016

A priori (Apuntes para una genealogía de la ficción).


1. Si el sentido de la realidad existe, debe existir también el sentido de la posibilidad.

2. Esta posibilidad, por cierto, no es sino posibilidad de otras realidades (he ahí su sentido).

3. Cada una de estas otras realidades genera también otras posibilidades, cada una de las cuales basa su sentido en quien la antecede.

4. La existencia de una realidad que no genere posibilidades, carece de sentido.

5. El sentido de la posibilidad no es razón suficiente para el desarrollo del sentido del texto literario.

6. El término sentido resulta, la mayoría de las veces, congruente al sentido del término significado.

7. La visualización discursiva de una realidad, solo es posible si el sujeto que enuncia dicho discurso lo realiza a partir de una situación de distanciamiento.

8. El distanciamiento producido por el sujeto que enuncia el discurso literario funciona en dos direcciones: hacia la realidad posible del texto literario, y hacia la primera realidad donde se establecía el sujeto, hasta antes del distanciamiento.

9. El distanciamiento con las realidades mencionadas deja al sujeto que emite el discurso literario carente de realidad a la cuál aferrarse. Por consiguiente, el resultado de dicho proceso es una voz que no genera fuerza (ya que carece de punto de apoyo) y el discurso resultante es débil y carente de un sentido trascendente (todo sentido, de serlo, es trascendente).

10. A partir de lo anterior: como el sentido de la realidad no existe, no debe existir tampoco el sentido de la posibilidad.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Lo que ocurre cuando quiero quemar mi dinero.

“Ningún hombre dirá: es moral que la piedra caiga.
Pues bien, el hombre sabe, y esto tampoco es moral”
F. N.

Siempre que quiero quemar mi dinero para ser libre, descubro que no tengo nada para quemar.

Es más, a veces ni siquiera tengo fuego.

Entonces, mientras desciende el deseo de libertad, comienzo a sentirme culpable.

Culpable por querer quemar el dinero que no tengo.

Así, la culpa me hace ver el acto liberador como el acto egoísta supremo.

Sacrificar para mi propia libertad el premio al esfuerzo y el trabajo de cada uno de los seres humanos.

¡Pobres seres humanos…!

Eso pienso y hasta sufro un poco y entonces quisiera sacrificar algo por los hombres.

Y como no tengo qué sacrificar, escribo.

Ese es mi método creativo, digamos.

Entonces, mientras escribo, percibo que las palabras se sostienen en un equilibrio precario.

Por un lado el abismo de la vanidad, al escuchar mis propias palabras.

Por otro, el abismo del absurdo, por arrojar semillas en el desierto.

¡Por suerte no hay más lados…!

¡Por suerte no hay fuego…!

Tras eso, simplemente, la sensación de espera.

Sin esperanza, casi con indiferencia.

Una sensación que podría expresarse en una imagen:

Una piedra debe caer y no importa donde caiga.

Saber más resultaría inmoral.

Cualquier otra imagen, incluso, resultaría inmoral.

Ya no tengo certezas que quemar.

Miento.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Lo que ella pensó (I).


"Él me dijo que era linda, pero no soy linda. Por lo tanto él miente. Y si por casualidad no mintiera y fuera linda el mundo entero habría mentido y yo misma y hasta el tiempo todo. Entonces, mi vida habría sido una equivocación rotunda. Años de una equivocación rotunda. Por lo mismo, sinceramente prefiero no ser linda y vivir en la verdad que ser linda y haber vivido engañada. Dicho esto, me enojo con él y le digo que no quiero verlo más. Ni verlo, ni escucharlo ni nada. Le digo que me desagrada y en parte es cierto. Además soy una persona ocupada. Por ejemplo, mañana trabajo y no tengo tiempo para jugar a estas cosas. Y sí, puede que la situación me entristezca un poco. Y es que tal vez nunca nadie vuelva a decirme que soy linda, pero en realidad no importa. De verdad no importa, Después de todo, es mejor no engañarse y vivir tranquila. O sea, yo al menos lo entiendo así: la tranquilidad es algo bueno. Algunos no comparten eso, pero yo tengo que estar de acuerdo conmigo. Eso es siempre primero. Aceptar la tristeza chiquita y la verdad grande y hacerse una vida con eso. Después vivirla. Mientras y después vivirla. Él no importa. Esas tristezas pasan. Debiera escribirlo cien veces para que sea cierto. De eso creo que se trata todo esto."

martes, 27 de septiembre de 2016

Porque sí.


Habíamos ido hasta la casa de campo.

La abuela de F. nos guió en el recorrido.

El lugar estaba lleno de fotos viejas y de máquinas en desuso.

Todo parecía tener una historia.

Al final de la casa había una pared muy alta, en la cual estaban colgadas unas cadenas talladas en madera.

Entonces le preguntamos a la abuela para qué servían.

-Miras –nos dijo-, yo tenía un abuelo que se llamaba Pete, se supone que lo conocí, pero no tengo recuerdos de él y además no hablaba bien el español. Ese abuelo se casó dos veces y tuvo 22 hijos. Uno de ellos nació con labio leporino. Otro de ellos fue mi papá, quien tuvo un perro que se llamaba Gastón. Finalmente, cuando mi papá se casó, le regaló el perro a un vecino que coleccionaba bicicletas y era dueño de un pequeño bosque de eucaliptus.

-Ya… -dije yo, intentando no ser molesto-, pero parece que no me respondió la pregunta.

-¿Qué pregunta? –me dijo.

-¿Por qué están ahí esas cadenas?

-Ah… -dijo ella-. Las cadenas…

-Sí. Las cadenas, ¿por qué están ahí? –pregunté.

-Porque sí –dijo ella, tras unos segundos-. Las cadenas están colgadas ahí porque sí.

Entonces me quedé en silencio un momento, eligiendo cómo insistir en la pregunta.

-No hay que temerles a los porque sí –dijo la abuela, adivinando mi pensamiento-. Por lo general es una respuesta honesta, al menos. Honesta y muy sencilla.

Yo escuchaba y asentía.

-Porque sí. Porque yo. Porque estoy vivo. –decía ahora la abuela-. Esas son siempre las mejores respuestas.

Yo tomé nota, pues sentí aquello importante.

Lo hice en una agenda chica, que ando trayendo siempre en la billetera.

-Porque sí. Porque no, Porque estoy vivo. –dije, mientras anotaba.

Luego salí a caminar por el lugar.

lunes, 26 de septiembre de 2016

La peligrosa técnica de comprensión de Honoré Subrac.


A diferencia de lo que muchos creen, Honoré Subrac no es un personaje ficticio creado por Guillaume Apollinaire en uno de sus relatos, sino que, muy por el contrario, fue una de las personalidades belgas más extravagantes y tácitamente influyentes de finales del siglo XIX.

Médico de profesión, bailarín flamenco por vocación y humanista por naturaleza, este personaje belga sorprende entre otras cosas por la llamada “Teoría de la comprensión total”, redactada a lo largo de sus últimos doce años de vida, mientras vivió en la localidad portuguesa de Sintra, donde se retiró a vivir por autorecomendación médica.

En dicha teoría, el doctor Subrac propone un extraño proceso de mímesis, a través del cual el individuo que la realiza puede formar parte de aquel o aquello, que está determinado a comprender.

Así, para el desarrollo y dominio de esta técnica, el sujeto debe tener, en principio, la voluntad plena de expandir su manifestación física realizando un “estiramiento voluntario” –concepto no descrito por el autor-, que lo lleve a compartir la manifestación del sujeto u objeto de estudio.

Lo inconcebible de este hecho, sin embargo, parece contradecirse por apuntes del propio Subrac en los que describe el éxito parcial obtenido en varios de sus procedimientos, entre los que menciona la comprensión total de los siguientes sujetos:
a) un guardia del castillo de Pena,
b) una mesa de hierro del siglo XVI, y
c) una pequeña lechuza blanca encontrada en las cercanías del Duero.

En los casos anteriores, por cierto, el médico belga reconoce importantes fallas en el proceso de retorno o “retraimiento voluntario”, realizado para regresar a su manifestación física original. Así, en el caso del guardia, por ejemplo, Subrac describe el no retorno de un dedo meñique, mientras que en el caso de la lechuza blanca, la movilidad de uno de sus pies (de los pies del doctor) se habría visto perjudicada irreversiblemente, adoptando desde entonces una postura curva que lo acompañaría hasta el momento de su muerte.

Afortunadamente, según señala en uno de sus últimos apuntes, las fallas anteriormente descritas le permitieron desarrollar una nueva técnica de baile, que pasaría a ser la base de una importante escuela portuguesa de flamenco, que perdura hasta el día de hoy.

Dicha escuela, por cierto, realizará una presentación justamente el próximo fin de semana, en la ilustre municipalidad de Peumo.

Si bien la presentación es gratuita, si menciona que lee ordenarlabiblioteca, obtendrá un veinte por ciento de descuento.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Catorce naufragios y uno casi.


En el año 1846 naufragaron en las costas de Magallanes catorce buques.

Todos ellos, por cierto, naufragaron en la misma zona.

Y es que dicha zona tenía, sin duda, varias condiciones desfavorables.

Así, dejando de lado el clima y las corrientes habituales, es importante señalar que el sector tenía bastantes rocas y escasa profundidad.

Según la información de la época los naufragios habrían ocurrido en el siguiente orden:

Los tres primeros buques que se hundieron fueron españoles.

Luego naufragó uno inglés, dos portugueses y uno de país no identificado.

Posteriormente, el orden se repite una vez más, hasta completar los catorce naufragios.

Esa era la situación previa hasta diciembre de ese año, hasta que un nuevo buque casi naufragó en la misma zona.

Dicho buque –español, por supuesto-, habría comenzado a hundirse y a intentar ser evacuado cuando sus tripulantes se dieron cuenta de un extraordinario prodigio.

Y es que el buque, que había comenzado a inundarse, detuvo de pronto su hundimiento, quedando detenido en medio de las aguas, para sorpresa de todos.

Lo que ocurrió, sin embargo, lejos de ser un milagro o el resultado de una maniobra prodigiosa, fue que este decimoquinto buque se había hundido sobre el buque decimocuarto, que a su vez se había detenido sobre el busque decimotercero, que a su vez se asentó sobre el decimosegundo y así sucesivamente hasta llegar al primero de ellos, también español.

De esta forma, resultó que salvaron ilesos de dicho evento ciento setenta y dos de los ciento ochenta tripulantes (los ocho restantes habían muerto durante el trayecto, por una infección al comer mariscos infectados por marea roja).

De entre los sobrevivientes, por último, me gustaría señalar que se encontraba el sacerdote Malaquías Estrada, quien tras salvarse fundaría en tierras magallánicas una nueva orden religiosa: hijos del decimoquinto escalón, de la cual fue fundador, presidente y único miembro.

Al día de hoy, sus restos y una breve reseña de su historia se encuentran en la Capilla del vino amargo, cerca de la Bahía de Extremaunción.

Por último, me gustaría destacar que justo al lado de su tumba funciona en enero y febrero de cada año, una feria gastronómica, en cuyo stand número dos vende un muy buen chupe de centolla.

Si algún día viajan a esa zona, -en esas fechas, por supuesto-, no dude en consumirlo.

Dicen que su sabor, por cierto, alegra un poquito el corazón.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Serpientes.


¿Alcanzas a verlas?

Son serpientes.

Están en el pozo.

Al fondo del pozo.

No pueden salir y tienen hambre.

Pero claro, lo peor es que son ciegas.

No reaccionan a la luz y a veces pasan horas sin moverse.

Son cientos.

Muerden lo que sea.

A veces desgarran carne.

A veces chillan, como si pidieran ayuda.

Yo ni sabía que podían.

Los primeros días arrojé ratones.

Dos diarios al principio.

Después uno.

Luego probé a no echar nada.

No vi algo distinto, tras los cambios.

Pero claro, ahora se muerden entre ellas.

O se muerden a sí mismas.

¿Puedes verlas?

Ni la temperatura parece afectarles.

Sus movimientos son iguales día y noche.

Están llenas de heridas.

La sangre incluso ha transformado el color de su piel.

Desde arriba, incluso, parecen un solo ser, que se retuerce.

Esa es la impresión que dejan.

Un ser que no se altera.

Un ser que aprende, de paso, a ser uno con el pozo.

Las observo entonces, desde el brocal.

De cierta forma es como si las leyese.

Como si fueran significados puros retorciéndose allá abajo.

Condenadas a desaparecer.

Condenadas al hambre.

Condenadas a devorarse a sí mismas.

Pasa el tiempo, sin embargo.

Aun no veo que muera alguna.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Como los tres mosqueteros.


Somos como los tres mosqueteros, me dijo la morena. O sea, somos tres hermanas, pero en realidad somos cuatro. Yo estaba borracho y apenas recuerdo que estábamos conversando en la terraza de un edificio, en Concepción. También había ido un amigo que había intentado hacer un experimento pisando los carbones del asado pues decía que así podía adquirir dotes proféticos o algo por el estilo. Al final al hueón tuvieron que llevarlo a urgencias y yo ni pude acompañarlo de lo borracho que estaba. Fue así que me quedé con las hermanas en la terraza y ellas empezaron a hablar y salió la frase esa de los mosqueteros que fue lo que empezó todo. ¿Estás de acuerdo en que somos cuatro?, preguntó entonces la pelirroja. Yo las miré y conté: la morena, la pelirroja y la de pelo castaño. Son tres, les dije, luego de asegurarme y contar dos veces. Somos cuatro, dijo entonces la de pelo castaño mientras se subía a los bordes de la terraza, que estaba en un octavo piso. No alcancé a decir nada cuando de pronto la chica saltó, hacia la calle. Intenté entonces ponerme de pie, de golpe, pero no podía hacerlo. La morena y la pelirroja se rieron ante mi sobresalto. Cuando las miré vi a las tres dobladas en el suelo riendo. La pelirroja entonces consiguió hablar: Ya ves que somos cuatro, me dijo. Siempre hay una que se lanza y quedamos tres. Yo no contesté porque había comenzado a dudar sobre lo que había visto. La morena me dijo entonces algo todavía más extraño. Si quieres puedes saltar también. Siempre quedará uno de ti acá arriba. Recuerdo claras sus palabras pues se las hice repetir un par de veces. La de pelo castaño se reía todavía a un costado. Yo apenas podía moverme. No recuerdo mucho más de aquello salvo que me despertaron al otro día, tendido en la terraza. Ya en casa me di una ducha helada y fui a ver a mi amigo, al hospital. Tendría para un mes sin caminar. Al menos vi lo que quería ver, me dijo, desde una cama metálica. Junto a la cama estaba su hermano menor, jugando con una espada. Aparentemente no había nadie más. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Quiero dormir, pero el mundo no me deja.


-Quiero dormir, doctor, -le dije-, pero el mundo no me deja. No dormitar, no esperar la hora para levantarme. Quiero dormir, doctor. Reponer fuerzas. No sé si me explico…

-Se explica –dijo él.

-¿Y qué me dice?

-¿De qué?

-De lo que le digo, doctor… ¿Qué me dice respecto a poder dormir?

-¿Quiere una recomendación?

-Sí. Eso quiero.

-Duerma –dijo él.

-Pero es que no se puede, doctor…

-¿El mundo no lo deja?

-Exacto… el mundo es el que no deja.

-¿Y cómo no deja?

-Ruidos, doctor. Principalmente ruidos.

-¿Música, conversaciones…?

-No solo esos ruidos… ¡todo es ruido!

-Ya… De acuerdo… Todo es ruido…

-¿Para qué lo escribe, doctor?

-¿Qué…?

-Le pregunto para qué lo escribe.

-Para dejar registrado qué es para usted el ruido.

-Pero si no se lo he dicho.

-Dijo usted que todo era ruido.

-Sí… bueno… casi todo…

-Ya… Espere… casi todo es un ruido… ¿podría ser más específico?

-Casi todo, doctor… el trabajo, los relojes, las cosas…

-Entiendo… no es necesario que siga…

-Gracias, doctor.

-¿Y me dijo que quería dormir…?

-Sí, quiero dormir, doctor... Pero quiero dormir con el mundo apagado.

-Entonces el problema es otro: usted quiere apagar el mundo.

-Claro, doctor… Es decir, un momento aunque sea… para descansar en serio…

-¿Y por qué no lo apaga, entonces?

-¿El mundo?

-Claro, para que duerma…

-Eh… pues no sé, doctor, para eso vine… ¿Tal vez unas pastillas…?

-Las pastillas no apagan el mundo.

-¿Y entonces?

-Usted lo apaga. Mire: ese es el switch.

-¿Me está hueveando, doctor?

-No tanto. Pero es cierto que es el switch. Con ese apaga el mundo.

-¿Y solo tengo que moverlo?

-Claro, usted lo mueve y se apaga el mundo.

-¿Usted también se apaga?

-Pues sí… momentáneamente sí… todo el mundo se apaga, menos usted por supuesto, que descansa.

-Y suponiendo que sea así… ¿quién me despierta? ¿Qué pasa si se me pasa la hora y no apretó el switch y…?

-¿Qué hora se le va a pasar?

-La hora… no sé… de despertar… de hacer cosas, de…

-Apriete el switch si quiere, esa es la única solución que puedo darle…

-Pero doctor…

-No lo escucho, señor Vian. Se termino la atención. Ahí ve usted lo que hace…

-Pero…

-¡Que pase el siguiente…!

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Querían ser trabalenguas.


*
Vi a la esfinge.
Fingió que no me vio.
No la descifré.
No me descifró.
Fingí ser la esfinge.
¿Y ella?
Ella fingió ser yo.

*
Casi todo no es verdad.
No es verdad casi todo.
Pienso y no me impresiona
que sea eso verdad.
Dicho de otro modo:
casi nada me impresiona.
La moda de la verdad
que a mentir te presiona
llega a toda persona
o a casi toda, en realidad.

*
Me hospedo en el hospital
en una habitación blanca,
espían hombres con espadas
por espacios de blanca cal.
Me hospedo aquí por esporas
que se alojan en mi espalda,
las espanto y no se espantan
aunque esponjas vienen y van.
Me hospedo en el hospital.
en el hospital me hospedo.
Y no me gusta esperar.

*
Silvia silba y se salva,
y es que en la selva se extravió,
raciones extra comió
con razón y sin ganas.
Ahora silba y con buena cara
porque tal vez se salvó.
La selva se encendió
aunque no quiso ser salvada.
¡Pobre Silvia extraviada!
Lamentamos que se salvó.
Su silbido nos despertó,
luego el ruido del alba.
Silba Silvia y se salva,
Pero no sé silbar yo.
No me salvo mejor,
Silvia y la selva bastan.

martes, 20 de septiembre de 2016

Descartes (Ya ni sé cómo decirlo)


Imagina a Descartes.

Descartes el racional.

Descartes el mecanicista.

¡Descartes el padre de la filosofía moderna…!

Ahora bien: imagina a ese mismo Descartes con Francine.

Construyendo a Francine, más bien.

Diseñando esa pequeña autómata que llevaba escondida en un baúl por varios años.

Imagínalo hablando con Francine.

Leyéndole sus escritos.

Esperando respuestas y acciones que el mismo había programado.

Imagina el rostro de Francine.

Imagínalo pintado a mano, reproduciendo el rostro de una muerta.

Imagina a Descartes obsesionado.

No lo pienses, en todo caso.

Imagínalo.

Obsérvalo ahí, embarcándose con Francine para ir a una conferencia.

Escondiéndola de los demás.

Aceitando sus engranajes apenas hubo zarpado el barco.

Imagínalo pidiendo bloquear sus ventanas y sentando frente a sí a esta máquina.

Una máquina frente a otra, digamos.

¿Lo tienes?

Pues ese también es Descartes.

El del plano cartesiano.

El del discurso del método.

¡El padre de la filosofía analítica…!

Ahora bien: imagina a Descartes desesperado porque se entrometieron en su camarote y descubrieron este extraño robot parlante.

Y claro, observa ahora a Descartes intentando impedir que arrojaran a Francine al mar, para apaciguar la tormenta.

Por último, imagínalo viendo cómo Francine se hunde sin posibilidad de ser rescatada.

¿Ya lo tienes…?

¡Pues ese sí que es Descartes…!

El interior de Descartes, me refiero.

El Descartes sin método.

El no racional.

¡Qué mierda…!

Ya ni sé cómo decirlo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

En segunda base.


I.

Soñé que jugaba béisbol y que era el hueón que estaba en segunda base.

De hecho, el recuerdo viene así, sin historia previa, simplemente estaba en medio de un partido y aparecía en segunda base, mientras un compañero de mi equipo se alistaba a batear.

Jugábamos en un estadio inmenso, lleno de gente y nuestra camiseta era roja con blanco.

No había nadie en primera ni en tercera base.

Ese era el inicio de mi sueño.


II.

El sueño continuó, pero yo seguía donde mismo.

Esto es lo que ocurría:

El lanzador tiraba y el bateador fallaba o era foul o se consideraba un mal lanzamiento.

Yo me quedaba fijo en la segunda base.

Entonces, de a poco, comencé a fijarme en unos gestos que me hacían unos jugadores.

Creo que querían que robara la tercera base.

Y claro, yo era un poco cobarde y no me atrevía a hacerlo.

La situación siguió así hasta el segundo out.

Luego intenté avanzar un poco.

Entonces corrí lo más fuerte que pude, justo después del segundo strike.


III.

La distancia entre las bases era más larga de lo que había creído.

De todas formas, había sorprendido al equipo contrario, así que estaba a punto de conseguir el robo.

Entonces me lancé arrastrándome para tocar la base, igual como había visto alguna vez en tv.

Poco después llegó la pelota, pero ya lo había conseguido.

Me levanté para sacudirme la tierra y entonces me percaté.

Había llegado nuevamente a segunda base.


IV.

No sé cuántas veces me pasó lo mismo.

Lo de correr desde la segunda base, esforzarme al máximo y llegar nuevamente al mismo sitio.

Por un momento pensé que el bateador y los otros, a modo de broma, se cambiaban junto conmigo, pero luego desistí de esa opción.

La situación, entonces, se volvió tan extraña como desesperante.

Tal vez habría podido dejar de correr o buscar caminar lento, para provocar un out, pero comencé a obsesionarme con llegar a tercera base.

Y claro, seguí así hasta que desperté de golpe, muy sudado y con algo de fiebre.

Al menos salí de segunda base, pensaba.

No era una mala sensación.


V.

Quedé pensando entonces en lo que me ocurrió en el sueño.

No solo al correr, sino al hecho de estar en segunda base.

Me refiero a que no perjudicaba a un corredor anterior ni ganaba de inmediato un punto si avanzaba a la base siguiente.

Una posición no muy trascendente, digamos.

Pero claro… ya les decía que no era una mala sensación.

Entonces me dije que tal vez había despertado, justamente, en tercera base.

Y esa era razón suficiente para alegrarme.


VI.

No tengo final para esta historia.

Supongo que en cuanto a sensaciones se parece a muchas, aunque lo cierto es que no suelo moverme más que por primera, segunda y tercera base.

Tal vez sin darme cuenta un día de estos llegue a anotar, pero también puede ocurrir que aquello no llegue nunca.

Estoy alegre, sin embargo, pese a mis conclusiones.

Alegre y con fiebre.

Entonces me digo que tal vez en el correr y en el cansancio esté de cierta forma esa alegría.

Y tal vez esté en la fiebre, finalmente, mi verdadera temperatura.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Un cuento de uno mismo.

“Este cuento es muy simple,
aunque hubiera podido ser muy complicado”
R. B.


Contar un cuento de uno mismo.

Desde uno mismo, digamos.

Debiese ser algo simple.

Nada distinto a respirar.

Nada distinto a mirar a los ojos de otro.

Nada distinto a dormir, o a despertar.


No se trata del día ni de acciones.

No se trata de recuerdos.

No se trata de hilar dos o tres frases ingeniosas.

Eso nada tiene que ver, con todo esto.


Y es que esto tiene que ver más bien con estar vivo.

Esto tiene que ver con respirar hondo.

Esto tiene que ver con no estar solo.


¿Te has preguntado acaso por qué estás acá leyendo esto?

¿Te has preguntado por qué yo escribo todo esto?

Pues bien, mi teoría es tan perfecta que da miedo.

Tan hermosa que es mejor no decirla.

Tan tuya y mía que no necesitamos expresarla.


¿Un cuento de uno mismo?

¿Eso había prometido?

Pues bien: este es un cuento de uno mismo.

Desde uno mismo.

Y va hasta ti para que desde ti vaya a otro.

Y de ese otro vaya a otro y de pronto las estrellas y el viento y hasta la alegría.

Esto se trata de no estar solo.

Esto se trata de extender los brazos.

Esto se trata de darle sentido al corazón.

Ese es el cuento de uno mismo.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Los esclavos.


¿Los ves?

Ahí están los esclavos.

Todos juntos, si te fijas.

Duermen desnudos en la noche porque les gusta el frío.

Nunca se les ve el rostro.

Nunca se sabe qué quieren.

Esos son los esclavos.

¿Los ves?

Dicen que cada noche son más.

No tienen nombres.

No tienen deseo alguno.

Por lo mismo, su odio es finalmente inofensivo.

Y es que tienen odio, a fin de cuentas.

De hecho, dicen que eso los reúne.

Que el odio les da forma.

Pero nada más.

¿Los ves?

Están ahí.

Esos son los esclavos.

Agazapados.

Ya no se sabe a quién sirven.

No se conocen siquiera sus labores.

Son reconocibles apenas, pero ahí están.

Algunos les temen.

Otros dicen que ellos nos temen.

Incluso, hay quienes nos acusan de no saberlos gobernar.

¿Los ves?

Sal a cerrar las puertas y fíjate dónde están.

No es que se muevan mucho, pero nunca se sabe.

Y es que algún día, tal vez, algo tendrá que pasar.

No es que haya indicios, en todo caso.

Pero son esclavos.

No se distinguen sus rostros.

Duermen todos juntos, pero no se les oye roncar.

Ahí están.

Esta noche parecen más.

¿Ahora sí los ves?

Esos son los esclavos.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Una especie de fe en las causas simples.


Todo se complica a partir de una necesidad. 

En este caso, la necesidad de contemplar un mundo que opera en función de leyes de causa y efecto.

Ella lo planteaba así, al menos, y decía además que ese era mi problema.

La simplificación del sistema principal de funcionamiento del mundo, digamos.

Ahora bien, como todo problema debía resolverse –esto era inherente al significado esencial del problema, según ella-, yo debía encontrar una solución.

Entonces, de entre las soluciones posibles, uno optó por elegir el cambio.

Ni siquiera se explicó cuál, o de qué tipo, pero fue un acuerdo establecido así desde un inicio.

Expresaba al menos buenas intenciones, decía ella.

Y parecía bueno, decía yo.

No consideramos, sin embargo, en todo esto, una ley fundamental.

Dicha ley señala que todo cambio involucra deterioro.

Desgaste en definitiva, ya que aquello que se cambia sigue, materialmente al menos, siendo el mismo.

Y claro, con esto, lamentablemente constatamos la aparición de nuevas necesidades.

Además, llegado este punto, ella recalcaba que esas nuevas necesidades originaban también nuevas complicaciones y anunciaban, con esto, futuros problemas.

Ese era el panorama, recuerdo, que se nos presentaba por entonces y respecto al cual había que tomar una decisión.

Siendo sincero, hoy puedo decir que entendía, en el fondo, poco menos de media mierda de todo aquello.

Aunque al mismo tiempo, digamos que tenía una especie de fe en las causas simples.

Esto último fue lo que, en definitiva, permitió dilatar la situación.

Así, ocurrió finalmente que dejamos de vernos, de un momento a otro, y la causa y el efecto fueron entonces pilares que se derrumbaron.

Casi todo, comprendo hoy, se reduce a eso.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Mirar y dejar de mirar.


La mirábamos a escondidas desde una ventana.

Estábamos a la espera y ella siempre entraba al baño antes de acostarse, a la misma hora.

Lo hacía cuando creía que ya todos estábamos durmiendo, pero no era así.

Entonces ella entraba y se sentaba en una esquina y comenzaba a hacerlo.

Al principio no entendimos, pues éramos pequeños, simplemente veíamos cómo se tocaba y temblaba un poco, antes de vestirse.

Luego supimos de qué se trataba y comenzamos también a tocarnos, cuando la veíamos.

Tal vez por eso, nos turnábamos para mirar, un día cada uno.

Aunque claro, no siempre teníamos la suerte que ella se tocara.

De hecho, en una de esas ocasiones la vi hacer algo muy distinto.

Esa vez, tomó una tijera y se hizo unas heridas en los brazos.

Casi no sangró, pero recuerdo que se limpió con papel y se enjuagó los brazos.

Esa semana le comenté a mi primo y él me dijo que también la había visto hacerlo, alguna vez.

No le dimos importancia y seguimos mirando, todavía, por unas semanas.

Debe haber sido por ese entonces que ella se apareció en mi cuarto.

Ese día la había estado mirando y creo que ella se dio cuenta.

El punto es que entró en mi cuarto y se metió a la cama e intentó que lo hiciéramos.

Yo estaba nervioso, en todo caso, y pude apenas.

Además pensaba todo el tiempo en las heridas de sus brazos.

Nunca hablamos de eso, sin embargo, hasta que ella se fue de casa.

A los meses, mamá nos contó que estaba muerta y hasta fue al funeral.

Nosotros no fuimos.

Erróneamente, redujimos su presencia a decir que se trataba de una puta.

Con los años, obviamente, aprendimos que no, pero supongo que no corregimos nada.

La ventana la bloquearon, luego que se fuera, y dejamos de mirar.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Solo los fuertes sobreviven.


I.

Hay que aceptarlo.

El dicho es cierto.

Solo los fuertes sobreviven.

Por lo mismo, escojo entre los muertos, a quienes amar.

Los vivos no me necesitan.

Y es que mi amor no es esencial, para ellos.

Ellos son fuertes y resisten.

Pueden valérselas solos, digamos.

Yo les sirvo muy poquito.


II.

Los muertos en cambio… ¡qué belleza!

Me acerco a la Nemirovski.

A la O´Connor, a Mc Cullers, a Lispector.

Lo poco que tengo va hacia ellos.

Me acerco a Sarduy, a Foster Wallace.

Si hasta el corazón se agita cuando pienso en Kazantzakis.

Intento comprender, digamos.

Intento estar cerca si necesitan a alguien.

Puedo escuchar, incluso.

Puedo intentar creer, si quieren.

Endo, Kawabata, Mishima.

Eluard, Pessoa, la Dickinson.

Steinbeck, Faulkner, Dos Pasos.

No saben cómo salta el corazón solo con nombrarlos.

No puedo dejar de ir hacia ellos si queda algo para dar.

Ni siquiera quedo tranquilo si los dejo de nombrar.

Pero la intranquilidad es buena para saber que estamos vivos, sin necesidad de usar la fuerza.


III.

Los fuertes no me necesitan.

Ni los alumnos que aprenden solos.

Ni los colegios perfectos.

Ni las mujeres bien amadas.

Tampoco me necesitan los perros con hogar.

No me necesitan los satisfechos.

Ni los que se niegan a reconocer que tienen hambre.

Yo extiendo los brazos para quien crea que va a caer.

Para quien crea que no se puede.

Para quien sienta que no existe bondad.

No son brazos tan fuertes, pero están.

Si van a caer de verdad pueden sujetarse, con confianza.


IV.

Son lindos los muertos.

Derechitos en sus cajas, casi todos.

Con sus hijos dando vueltas por el mundo.

Son lindos porque ya no es culpa de ellos.

Porque pueden descansar.

Porque tomamos el relevo o vamos a tomarlo.

Y porque nos preparamos para ello.


V.

Hay que aceptarlo, decía.

El dicho es cierto.

Solo los fuertes sobreviven.

¿Pero saben…?

¡Sobrevivir es tan pobre si es en uno mismo…!

¡Tan pobre si es para nosotros mismos!

Y es que también debiesen existir de esos dichos, de vez en cuando.

Supongo que ese es el sentido, de todo esto.

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