jueves, 15 de septiembre de 2016

Mirar y dejar de mirar.


La mirábamos a escondidas desde una ventana.

Estábamos a la espera y ella siempre entraba al baño antes de acostarse, a la misma hora.

Lo hacía cuando creía que ya todos estábamos durmiendo, pero no era así.

Entonces ella entraba y se sentaba en una esquina y comenzaba a hacerlo.

Al principio no entendimos, pues éramos pequeños, simplemente veíamos cómo se tocaba y temblaba un poco, antes de vestirse.

Luego supimos de qué se trataba y comenzamos también a tocarnos, cuando la veíamos.

Tal vez por eso, nos turnábamos para mirar, un día cada uno.

Aunque claro, no siempre teníamos la suerte que ella se tocara.

De hecho, en una de esas ocasiones la vi hacer algo muy distinto.

Esa vez, tomó una tijera y se hizo unas heridas en los brazos.

Casi no sangró, pero recuerdo que se limpió con papel y se enjuagó los brazos.

Esa semana le comenté a mi primo y él me dijo que también la había visto hacerlo, alguna vez.

No le dimos importancia y seguimos mirando, todavía, por unas semanas.

Debe haber sido por ese entonces que ella se apareció en mi cuarto.

Ese día la había estado mirando y creo que ella se dio cuenta.

El punto es que entró en mi cuarto y se metió a la cama e intentó que lo hiciéramos.

Yo estaba nervioso, en todo caso, y pude apenas.

Además pensaba todo el tiempo en las heridas de sus brazos.

Nunca hablamos de eso, sin embargo, hasta que ella se fue de casa.

A los meses, mamá nos contó que estaba muerta y hasta fue al funeral.

Nosotros no fuimos.

Erróneamente, redujimos su presencia a decir que se trataba de una puta.

Con los años, obviamente, aprendimos que no, pero supongo que no corregimos nada.

La ventana la bloquearon, luego que se fuera, y dejamos de mirar.

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