jueves, 31 de mayo de 2012

Ese Dios que nadie adora.


Sería penoso si existe. Penoso por él, me refiero. Ustedes saben a qué me refiero, no se hagan los locos. Además, acá nadie me ve y yo tampoco distingo los ojos de nadie, así que no es necesario. Basta apretar una x, o desviar los ojos, o llegar hasta acá, simplemente. Aunque claro, también puede usted criticarme, porque quizá vive de mejor forma que yo y está más segura de ese Dios que seguramente está dolido, si es que existe.

Con todo, no es ese estar dolido, la sensación de la cual nos dolemos nosotros. Es decir -y esto no es una explicación, aunque es útil si queremos comprender-, atrevámonos por un momento a ser empáticos con ese Dios olvidado y luego, claro, bajemos la vista.

Y es que no conozco a nadie que no debiese bajar la vista.

No espere de mí, sin embargo, que le detalle las razones para avergonzarnos. Eso lo sabe bien cada uno, aunque no lo diga. Porque incluso la felicidad es algo de qué avergonzarse si él nos está mirando, dolido.

Así, no solo sería penoso si existe. Sería desgarrador, si existiera. Reconocerse él mismo incluso, en nosotros, ya que somos, supuestamente, sus semejantes.

No es solo el abandono. No es la duda, ni el desprecio, ni el egoísmo de sentirnos importantes.

Es algo que usted puede nombrar si se esfuerza y que existe sin duda al interior de cada uno de nosotros.

La tibieza. La falsa fuerza. La quietud disfrazada de equilibrio. El amor egoísta. La vida a medias.

Sería desgarrador si existiera. Desgarrador para él, me refiero. De hecho, su grito se escucharía y no nos dejaría vivir en paz. Tendríamos sueños extraños y una angustia adentro.

Aunque claro, también dejamos de escuchar los ruidos constantes. El de la tierra girando, por ejemplo. O hasta el latido de nuestro corazón, o la voz de los nudos.

Ustedes saben de qué hablo.

Y comprenden también, que en el fondo, sería desgarrador escuchar aquel grito.

Y es que ese es, finalmente, el Dios que nadie adora.

Y usted, en mayor o en menor medida, es tan hipócrita, como yo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Hechos que hablan por sí solos.


“No, no… las aventuras primero,
las explicaciones llevan demasiado tiempo”
L. C.


Los hechos, eso es lo importante. Es decir, podría dar vueltas en las razones, pero lo cierto es que no hay tiempo. Y claro, además hay cansancio y hasta ojos que se cierran y ven borroso, pero al menos los hechos ya están hechos... no sé si me explico.

Y es que mire usted, no soy bueno en el orden, pero algo ocurrió en un momento anterior a dicho orden y ese algo me perturba. Por eso quizá los hechos no son los habituales… ¿me explico?

Es decir, no es que tenga hechos muy habituales o rutinas demasiado rígidas, pero de un momento a otro estos parecen cuestionar toda cadena de mando, y alegar entonces protagonismo y el derecho a levantar la voz.

Porque claro… no es solo una metáfora eso de que los hechos hablan por sí solos. Yo mismo lo comprobé tras quedar largo rato contemplando mis hechos para ver qué hacían.

Y claro, entonces comenzaron a parlotear.

Ahora bien, reproduciría de forma exacta lo que decían, pero lo cierto es que utilizaban expresiones largas y básicas que no harían si no aburrirlo en exceso, y mi intención es siempre aburrirlo, claro, pero de forma moderada, para que usted se dé cuenta lo menos posible y me deje entrar dentro de eso que algunos llaman su “espacio de seguridad”, o hasta su intimidad, cuando no se tiene a mano ninguna otra cosa y el vocabulario es pobre.

Y sí, resultó que los hechos discutían sobre cuál de ellos significaba –en sí mismo-, más que el otro.

-Puedo ser pequeño, pero soy un hecho clave… –decía uno.

-Clave o no tu significado no deriva en otro hecho… -alegaba otro-, es decir, eres estéril, e incapaz de producir un nuevo significado….

-¡Eres como un padre de goma! –gritó un hecho que alegaba aún porque no hubiese nada distintivo que sirviese para establecer cercanías y jerarquías entre los participantes.

Y claro, yo, en tanto, observaba.

Así, ocurrió que poco a poco los ánimos de la disputa comenzaron a exceder todo límite prudente y los hechos, molestos entre ellos, decidieron guardar reposo y alejarse de su significado.

Y caro, como los hechos son lo importante, como decíamos en un inicio, una quietud falsa vino a estacionarse en mí a partir de sus comportamientos, y hasta olvidé entonces cuáles de esos hechos habían sido realizados esta mañana, y se me deshilvanó el texto.

Con todo, estas palabras vienen aquí a demostrar los hechos y no son explicaciones…

Espero me comprendan.

Un abrazo.

Vian.

martes, 29 de mayo de 2012

Al señor pie derecho de Vian.

“-Calla, calla, criatura –dijo la duquesa-,
todo tiene una moraleja,
solo falta saber encontrarla”
Lewis Carroll.


Imprudente y todo lo estimo, señor pie derecho. Disculpe que le hable así, como desconociéndolo, pero a veces las distancias son necesarias para plantear la estima.

¡Y cuánta estima debiese haber entre nosotros…!

Es decir: ¡Cuánta distancia…!

Porque claro, nos conocemos, no hay duda… ¡si hemos ido juntos a tantas partes!

¿Se acuerda cuando cargando casi nuestro peso, atravesamos 40 kilómetros en una noche? ¿O cuando usted se torció y siguió sin quejarse hasta que el tobillo terminó de salirse casi por completo…?

Con todo, lo triste es que uno estuvo tan acostumbrado a llevarlo puesto que ni nos saludamos. Y los años fueron pasando sin que nos diésemos cuenta de la existencia del otro, o más bien, sin que tradujésemos a algo que pudiera comprenderse, y valorarse, la existencia de ese otro.

¿Porque yo tampoco existí para usted, o me equivoco…?

Eso pensaba hoy día mientras lo veía a usted indiferente allá abajo… ¿se sentirá molesto?, me dije… ¿Sabrá quién soy realmente? ¿Comprenderá por qué y para qué vamos a donde vamos?

Y claro, entonces comprendí el abandono en que lo tengo.

No hablo, sin embargo, de abandono físico -pues bien sabe usted que de eso al menos me he preocupado-, sino de ese abandono silencioso que provoca el desconocer al otro, esa ausencia afectiva que nos permite andar sin detenernos a valorar el lazo que nos une… y que es sumamente profundo, si lo pensamos.

Y es que hay un lazo, sin duda, entre nosotros… y a veces es necesario detenernos a fortalecer ese vínculo, antes que sea tarde.

Porque claro… ya ve a usted lo que le pasó a Cervantes con su brazo… o a Wingarden con su pierna izquierda… Es decir, uno nunca sabe cómo se terminan los vínculos… Y luego ya es tarde, para fortalecerlos, como le decía.

Por esto, respetuosamente le quería preguntar si todavía es tiempo. Consultarle si puede perdonar este abandono y regalarme una oportunidad para compartir conscientemente otras experiencias… le aseguro que aprendí del error y que he comenzado a verlo a usted, realmente…

Perdóneme usted porque soy torpe, porque igual como usted se tuerce a veces yo también dejo de ver quién soy, quiénes son los otros, y qué es lo que llevo puesto…

Así, finalmente, ruego a usted comprenderme, estimado pie derecho… sé que está dolido, pero la vida también ha sido difícil para mí, y hasta a veces no la quiero… Sin embargo, ¡ya verá usted como la más pequeña comprensión puede de pronto cambiar todo…!

Créame esta vez.

Confíe.

lunes, 28 de mayo de 2012

Sí lo entendí, pero era fome.


Los que se ríen de los chistes no me entienden. De hecho, puede incluso que me rechacen o que piensen que soy lento o simplemente un amargado. Es decir, cuentan su historia, cambian el tono y luego comienzan a reír, hasta que después se enojan, ante mi falta de expresión.

-¿No lo entendiste? –me preguntan entonces, algo molestos.

Y claro, es ahí cuando les digo que sí lo entendí, pero que el chiste era fome.

Con todo, no sé si se trata exactamente de fomedad; más bien, se trata de ver venir el posible final, antes de tiempo.

Y no es que lo busque o lo analice, no crean… Yo intento poner el cerebro en off y escuchar el chiste como si nunca antes… pero lo cierto es que no me sorprende el final… o sea, era posible, me digo, y eso es todo.

Sin embargo, no contentos con la derrota, ellos insisten con una serie de videos aparentemente jocosos: niños que caen de columpios, animales graciosos, morisquetas… pero el resultado es siempre el mismo: “todo aquello era posible”, me digo, y debo admitir entonces que la risa termina viniendo a mí, exclusivamente, desde otras direcciones.

Porque claro, tampoco es que no ría, pero el asunto aquí es con los chistes, o con aquello destinado a hacer reír y que conmigo fracasa.

-Lo que ocurre es que te adelantas a las cosas –me dijo una vez alguien-, vives antes de vivir, sufres antes que te dañen… y claro, encuentras el final, antes de tiempo.

Y claro, con el tiempo, vine a sopesar esas palabras.

Con todo, no se trata de hacer un drama terrible de todo esto. Es decir, tampoco veo destinados a la muerte a los niños pequeños, ni veo el desamor como algo que invalide toda oportunidad afectiva… aunque claro, no puedo negar que algo hay de cierto en aquella observación… y que sin duda me adelanto a algunas cosas, antes de vivirlas…

Así -para ahorrar más vueltas-, supongo que no me queda más que crear mis propios chistes, y reírme de vez en cuando con aquello que no fue hecho con aquel fin…

Crear mi verano con mi propio carbón, creo que escribió Melville, a este respecto...

Y yo debiese comenzar a entender bien, para variar, aquellos mensajes.

domingo, 27 de mayo de 2012

Enorgullecerse por razones equivocadas.


 “Nos enorgullecemos porque pensamos
y no sabemos por qué pensamos.
Es como si diéramos vuelta un vaso con agua
y el agua se enorgulleciera de caer”.
Álvaro Yáñez Bianchi.


I.

Hoy entré al departamento un perro llamado Rulfo. Generalmente no lo hago, pero el animal estaba mojado por la lluvia y tenía un collar que decía  “Yo soy Rulfo”, y un número de celular.

Así, lo pasé a escondidas porque está prohibido y le di un poco de comida, que había cocinado recién, y que había quedado mal.

Pensaba llamar por teléfono de inmediato y solucionar el problema, pero como no tengo celular ni teléfono fijo, el asunto se tornó bastante más difícil de lo que esperaba y no fue sino horas más tarde cuando logré encontrar un teléfono público en una bomba de bencina, y marqué el número.

-Tengo a Rulfo –dije, cuando me contestaron.

-¿Con quién hablo? –preguntó una voz, algo nerviosa.

-Con Vian… encontré a Rulfo –insistí.

-¿Y quiere la recompensa?

-No –le dije-. Pero quiero que vengan a buscarlo.

Luego, le di la dirección y les dije que subieran directamente al departamento, sin dar explicaciones, porque no me gusta mentir.


II.

Una hora más tarde una pareja como de mi edad tocaba la puerta del departamento, y yo los hacía pasar para que pudiesen camuflar a Rulfo, y no tuviesen inconvenientes al salir.

-¡Uyy…! -dijo la mujer, apenas entró-. Usted tiene muchos libros.

Yo asentí.

Entonces vino Rulfo y se subió en brazos del hombre, mientras la mujer caminaba mirando la biblioteca.

-Usted debe estar orgulloso… -continuó-, ¡cuántos libros…! Y yo que pensé que tenía hartos.

-¿Cuántos tiene? –preguntó entonces el hombre.

-Hartos –dije yo, todavía preguntándome por qué debía enorgullecerme de aquello.

-Pues nosotros tenemos como 500 y no son nada comparados con los que tienes acá –siguió ella, alegre-. Aunque claro, nosotros también tenemos animales, al menos en eso te ganamos…

-¿Cuántos tiene? –pregunté, por decir algo.

-Hartos -contestó el hombre, y pareció enorgullecerse de su respuesta.

Ella entonces dejó su chaqueta sobre una silla y me pidió permiso para seguir viendo.

Él, en tanto, bajó a Rulfo, y agregó una correa a su collar, que tenía una especie de gancho, para sujetarla.

-¿Es cierto que no va a querer la recompensa? –preguntó entonces el hombre.

-Cierto –contesté yo.

-Por supuesto que no, tú no eres así… –agregó la mujer-. ¿Sabes…? Deberías sentirse orgulloso… No son muchos los que rechazan una recompensa, o que protegen un perro de la lluvia…

-Es cierto… -dijo él.

-Y claro… -siguió ella-, además debes sentirse orgulloso por sus libros y por tener esas plantas y bueno… por todo, supongo…

-¿Por todo? –pregunté.

-Claro, por todo –dijo ella-. Uno debe enorgullecerse por todo. Nosotros por ejemplo estamos orgullosos de estar juntos y de tener animales y de siempre estar de acuerdo y hasta de ser felices…

-¿Están orgullosos de eso? –les pregunté, con un tono que pareció incomodarlos.

-Claro –dijo él. Y ella le sonrió.

Entonces, ella acarició a Rulfo y volvió a tomar la chaqueta y comenzó con el ritual de los agradecimientos y hasta empezó de nuevo con lo del orgullo y ahí fue que no aguanté…

-¡Orgullo y una mierda! –les dije-. ¡Todo debiese a uno avergonzarlo…! ¡Los libros, el jugar a estar de acuerdo o hasta la felicidad ya que ustedes la nombraron…! ¡Las horas de trabajo, el usar paraguas en la lluvia y hasta tener un perro lindo…!

-Pero… -intentó decir nada.

-¡Pero y otra mierda…! –seguí, algo descompuesto-. ¡Eso no tiene mérito alguno…! ¡Es justamente por enorgullecerse de esas mierdas… del jardín bien cuidado, del corte de pelo del perro, de los libros en los estantes… que todo está como está…!

-Pero si no le cortamos el pelo a Rulfo… -dijo ella, como excusándose.

-Era un ejemplo… -expliqué, pero junto con eso mi enojo desapareció abruptamente, como si esa estúpida inocencia hubiese bastado para acabarla.

La escena, por lo demás, se me reveló entonces bastante estúpida… Ellos junto a la puerta, Rulfo sacando la lengua, y yo con un enojo que había desaparecido por completo, sin saber por qué…

-Creo que es mejor que nos vayamos –dijo el hombre, algo incómodo.

Yo asentí.

La mujer hizo una despedida con un gesto, y hasta me dio las gracias.

Y yo, claro, me sentí tan mal que hasta pedí disculpas, mientras se alejaban.


III.

A pesar de que la reacción puede no haber sido la correcta, no dejo de pensar que nos enorgullecemos de las cosas equivocadas.

Y es que no soy mejor porque recojo un perro o porque tengo libros o porque escribo un texto al día, aquí, hace más de dos años.

Es decir, no sería peor si no hago aquellas cosas.

Y sí, puede parecer amargo, o hasta agresivo, pero la felicidad conseguida por cualquier método que la haya tenido como fin, me parece despreciable.

Asimismo, toda manera tibia de vivir y de almacenar cosas –incluso libros, debo admitir-, me avergüenza profundamente.

Lo malo, sin embargo, es que no sé bien qué hacer, si les soy sincero, y lo que siento que la vida me exige también me parece a ratos, algo sin sentido.

Así, solo me queda señalar que si me ve usted por ahí, haciendo algo equivocado, tiene todo el derecho a reprochármelo…

Mi collar dice Vian y aprieta un poco, pero no tiene dirección ni dueño.

Esa fue la primera parte de mi día.

sábado, 26 de mayo de 2012

Vian vs Godzilla.





Dormido, Godzilla es uno más de nosotros.

Es decir, duerme acurrucado, tirita un poco y hasta aprieta los dientes.

De hecho, yo pensaba destruirlo, pero al final terminé poniéndole una manta encima de los pies.

Así, cercano, me cuido de sus garras, de sus movimientos bruscos y de su aliento radioactivo.

Y es que nada hay peor que su aliento radioactivo.

Mi plan, por cierto, consistía en acercarme y buscar el punto débil. Ese que encontró bajo el brazo Space Godzilla en el 94, o el segundo cerebro que le descubrió Mechagodzilla en el 75.

De todas formas, si fallaba, llevaba también la clásica bacteria antinuclear y hasta había ensayado con rigurosidad los 1500 metros planos, para huir, si se despertaba.

De esta forma, buscando, sucedió que di de pronto con el corazón del monstruo. Es decir, percibí, en su costado, los latidos de un órgano que me sorprendió por lo agitado que se encontraba, como si no guardase relación con el estado de su cuerpo... Estaba desconcertado.

Y es que siempre he confiado en la existencia de cierta armonía entre el bombeo de la sangre y la actitud y acciones desarrolladas por el cuerpo que alberga dichos latidos.

Pero claro, resultó que mi confianza estaba puesta en la creencia equivocada, al menos en este caso.

Y es que la velocidad e intensidad de los latidos de Godzilla era tal, que mi mano, apoyada sobre su piel, subía y bajaba como si fuese un madero, flotando sobre un mar embravecido.

Y sí… fue entonces que, sorpresivamente, Godzilla dejó escapar un bramido inexplicable, seguido de unos fuertes espasmos que cesaron de golpe tras unos segundos, dejando al monstruo extendido e inerte, sin señales de vida.

Con todo, quise asegurarme de su estado buscando nuevamente los latidos, pero solo logré percibir la piel escamosa que comenzaba a enfriarse demasiado a prisa.

¿Será eso lo que ocurre cuando te tocan el corazón?, pensé entonces, junto al monstruo… ¿o será simplemente que aspiró su propio aliento radioactivo…?, pienso ahora...

¡Qué dilema…!

Así, buscando una explicación, o un consuelo, voy quedándome dormido esta noche, abrazado al monstruo.

viernes, 25 de mayo de 2012

Construí un robot.


Yo, que soy un desastre para toda cosa tecnológica y habilidad manual y bueno… un desastre en general, ya que estamos… yo, decía, construí un robot.

Quedó feo y medio inútil, es cierto, pero es simpático y sabe decir “Vian”, lo que ya es mucho.

Como materiales, usé varias cosas que fui encontrando en la habitación, pero creo que no hablaría distinto de él, aunque lo hubiese construido con elementos sofisticados, o de lujo.

 Y es que lo importante, como en todo, pasa a ser desde un inicio aquello que lo mueve… y que de una forma un tanto irracional, debo reconocer, lo impulsa al movimiento.

Así, debo reconocer que pasé bastante tiempo esta tarde viéndolo recorrer la biblioteca. Es decir, tras llegar del trabajo, di los últimos ajustes y me tendí en la cama y observé cómo el robot comenzaba a recorrer los espacios sin libros de mi cuarto, estableciendo una ruta que comenzó a repetir igual que los animales enjaulados en el zoo.

-Te sacaría a dar una vuelta, pero está lloviendo –le dije entonces, pero él siguió moviéndose sin comentar ni reprochar nada.

Yo, en cambio, tras mirarlo por un tiempo indeterminado, me decidí a salir para aprovechar la lluvia.

Con todo, mientras caminaba, me invadió una sensación de culpa al pensar en el robot, dando vueltas por la biblioteca.

-Al menos las plantas se quedan quietas –me dije. Y regresé al cuarto.

Y claro, apenas regresé pude verlo: el robot seguía dando vueltas, como en un principio.

Me sequé un poco el pelo, ordené unas cosas y fue entonces que me puse a pensar en aquello que impulsaba el movimiento al robot. Es decir, me puse más bien a pensar que yo no había puesto nada que pudiese considerarse como el motor de aquel impulso.

-Sí que es a mi imagen y semejanza –me dije entonces, dejándome llevar por mis propios impulsos.

Ahora bien, ¿se han dado cuenta que a veces topamos con una frase que no puede ser pensada más allá, pero que se enquista en nosotros como una semilla que, si bien echa raíces, no crece hacia la superficie?

Pues bien: eso ocurrió con aquello de la imagen y semejanza que mencionaba más arriba.

Era una frase básica… un lugar común, incluso, si queremos… pero lo cierto es que la frase me impidió avanzar y la mente se me fue a blanco, por un momento.

En tanto, el robot seguía dando pequeños pasos y repitiendo su ruta una y otra vez, como si el tiempo se hubiese detenido.

Y claro, fue entonces cuando el robot se me acercó y me dijo con un tono que me pareció simpático:

-Vian.

Luego siguió caminando.

Me di cuenta, entonces, que él también había fabricado algo, sin saberlo.

Así, mientras la lluvia seguía cayendo, llegué a la conclusión que cuando se trata de semejanzas, las historias debían dar un vuelco y pasar a mirar aquello que existe fuera de ellas, ya que de cierta forma, es eso lo único que permite explicar el misterio de esa primera relación.

-La lluvia es el vínculo –me dije así, finalmente.

Luego, simplemente, desarmé el robot.

jueves, 24 de mayo de 2012

Error de Isaac.

“Una estructuración del mundo de una manera tan absoluta
que cada acontecimiento calce ordenadamente
en un sistema imaginario, es sin duda un síntoma de enfermedad,
especialmente cuando otros se niegan a unirse al gran designio”.
O. W.


Nadie detuvo al pequeño Isaac.

Es decir, dejaron que jugara a develar el truco.

Lo que no se aclara, sin embargo, es que apenas se acercó a la mecánica de aquello que cubría el verdadero misterio, nada más.

¡Cuánto daño…!

Lo extraño es que hoy se diga que la pertenencia a un mundo regido por una ley aparentemente universal, fue un acontecimiento que entregó tranquilidad y seguridad al ser humano.

¡Seguridad una mierda…!

Eso pensé hoy mientras leía un libro de ciencias que hay de referencia en la biblioteca del colegio en que trabajo.

Cuando la ciencia devela el misterio, el hombre sale de su ignorancia y puede empezar su verdadero avance hacia la comprensión de su naturaleza y entender así el funcionamiento del mundo, decía aquel libro.

¡Pero si hasta el mismo Isaac comprendió ese error…!

Qué ganas de encontrar en ese mismo libro las cartas de Newton renegando de la utilidad de sus propios descubrimientos… Advirtiendo incluso que todo ser que existe en un mundo que está regido por leyes ya expuestas, está condenado a la inercia y a desconocer el verdadero secreto que explica su sentido.

¡Qué ganas de que pudiese conocerse al verdadero Isaac y asombrarnos entonces al descubrir que la angustia de un hombre pudo conducirnos hacia donde estamos…!

Aunque claro, la dificultad en conocer a este verdadero Isaac radica en que luego de entender aquello estamos obligados al movimiento, a la búsqueda, y al contacto directo con el misterio de los otros y del mundo.

Así, quizá la molestia debiese transformarse en una pregunta básica: ¿puede enseñarse a ese verdadero Isaac?

O mejor dicho, ¿puede enseñarse cuando los contenidos y el sistema educativo entrega a fin de cuentas un modelo de vida prácticamente uniforme a cada uno de los estudiantes?

Y en concreto: ¿puedo conducirlos a romper, por las razones que creo correctas, esa especie de condena a muerte establecida en el fundamento mismo de esos libros de ciencias…? ¿Puedo decirles que enseñarles a pensar –científicamente al menos-, es de cierta forma enseñarles a morir, antes de tiempo?

Porque claro, incluso el lenguaje pretende ser ese sistema que permite dar cuenta del mismo truco, solo que de otra forma… menos sucia, si se quiere, aunque solo si el corazón del hablante es menos sucio, pero… ¿cómo se les dice eso…?

Y sobre todo ¿qué pueden hacer ellos luego de eso?


¡Cuánto daño nos hiciste, Isaac… sin querer hacerlo!

¡Cuánto daño te hiciste a ti mismo, pequeñito…!

miércoles, 23 de mayo de 2012

Edipo en el corazón (adivinanza)



No me repito,
dijo Edipo.

Pero pasa que tengo hipo.

Una vez estornudé
y tuve un hijo.

Hola, me dijo.

Soy Edipo.

Y claro,
es desde entonces
que tengo hipo.

Al no curarme
fui al doctor…
¡qué mal tipo!

Cobró por dos
(padre e hijo)
hizo una cruz incompleta
y aún así me bendijo:

No tienes cura
pero te haré una lipo,
sé que no la deseas
pero ansías pan
y no quieres trigo.

Tras escucharlo,
sin embargo,
una pregunta vino:

¿De verdad cree usted
que es importante saber qué digo?

¡Qué lío…!

Todo por andar sin ojos
antes de haberse visto.

Yo creo que de eso
habla en verdad el hipo.

Es decir,
del espíritu que se ahoga
en un cauce vacío.

¿Dónde quedó ese río?

¿Es ese el enigma
que no tiene principio?

(Un amor acabado
y una flor sin inicio)

¡Oh Dios…!
¡Cuánto vicio…!

Y es que el hipo empezó cuando Dios
encontró sin querer su ombligo.

Esto es una emergencia, escribió,
y envió un teletipo.

¡Pobre Dios…!

¡Pobre Vian…!

¡Pobre Edipo…!

Y es que al menos dos
no merecen lo malo,
porque son buenos tipos.

Los ángeles lo leyeron
y también don Mefisto.

¿Habrán comprendido el texto
o se acercarán igual
que los alumnos míos?

¿No habrá sido mucho
soportar el castigo?

¿Entiende usted lo que le digo…?

¡Pobre Dios…!

¡Pobre Vian…!

¡Pobre Edipo…!

Ese es mi enigma y no soy esfinge…

Arriésguese a adivinarlo
y descubra que no hay castigo…

¡Cuánto enredo por nada…!

¡Cuánto lío vacío…!

Quédese así con lo importante,

Y yo lo estaré agradecido.


martes, 22 de mayo de 2012

Deshilvano, enredo y no.


Hoy quiero contar algo sencillo que me ocurre tras algunos sueños.

No porque sea gran cosa sino porque sinceramente siento, tras soñarlos, que algo ha cambiado, o que he abierto los ojos en un lugar equivocado.

Podría contar un sinnúmero de historias, pero me remitiré posiblemente a tres –aún no elijo cuáles, por cierto-, que espero ayuden a explicar la sensación sin complicarme ni aburrirlos demasiado.

Lo primero me ocurría de pequeño, en un periodo en que vivía solo con mi madre –mi padre estaba en Venezuela, en ese entonces-, y en que no debo haber tenido más de 3 o 4 años.

Pues bien, ocurrió entonces que entre muchas cosas realmente raras que ocurrían –sueños terribles en una casa extraña, chorros de agua que aparecían en la pieza y una serie de cosas terribles de las que no quiero hablar-, comencé a tener unos sueños donde estaba seguro, había más realidad de la debida. Es decir, comencé a sentir que parte de aquellas experiencias podían tener un efecto luego de despertar y comencé a jugar con eso.

Por ejemplo, una vez durante un sueño cambié los colores de un dibujo que estaba en la pieza de mi madre, justamente para asegurarme de los “poderes” que tenía en el sueño. Así, cuando ella despertó y yo se lo indiqué, ella me miró perpleja, aunque sin creerme demasiado. Luego, sin embargo, para comprobarlo, le mostré como ninguno de los lápices de colores con los que había dibujado correspondía a los del dibujo… aunque claro, siguió dudando.

Con todo, hice lo mismo varias veces, pero siempre mi madre parecía olvidar la vez anterior, o fingir que lo hacía… Yo, en tanto, que escribía desde muy pequeño, lo escribí con letras torpes en un cuaderno de croquis que tenía, y hasta vi el escrito por última vez, hace algunos años, mientras revisaba cosas viejas.

Ella sabe que hago cambios, decía en ese papel, aunque no sé realmente si en esa frase, me estaba refiriendo a mi madre.

¡Qué lata hablar de esto, claro… pero ya empecé y no hay vuelta!

Salvo unas cuantas fintas y jugar a esquivar un poco, porque es peligroso hablar de lo que no debe decirse.

El pecho se quiebra como si fuese una nuez y empieza uno a temblar y a recordar cosas.

Una vez, por ejemplo, mientras se me revelaban cosas en otro sueño, quise poner una pista evidente en la realidad, para recordar que podía transformarla… así, elegí algo lo suficientemente absurdo como poner al actor de Terminator como gobernador de Los Ángeles… pero es imposible que alguien me crea, claro está… y cada vez que intentado contarlo termina pareciendo un chiste…

Otra cosa que hice, por ejemplo, fue hacer reales los caballitos de mar, o que los unicornios pasaran a ser seres míticos… pero cada vez que despierto los otros parecen haberse adelantado a mis decisiones, y todo así resulta absurdo, en mis palabras.

Una vez, incluso, decidí despertar junto a una ex pareja, justo en el momento de una despedida que terminaría siendo la última... Es decir, nosotros “en realidad” ya habíamos terminado, pero a través del sueño transformé algunas cosas y ahí estábamos nuevamente. Ella no lo sabía, pero yo sí y todo fue terriblemente triste. La miré sabiendo que aquello que podíamos querer no se iba a cumplir, y que todos esos sentimientos, ya desgastados, iban a terminar de deshilvanarse por completo…

Con todo, esa es la única vez que me he atrevido a involucrar mis sentimientos en aquellos sueños. De hecho, eso que ocurre en ellos es algo que se me olvida y que incluso me perturba, cuando lo hablo.

Por otro lado, intentar otras soluciones más drásticas y aparentemente necesarias –como acabar con el hambre en el mundo, por ejemplo, o con las guerras, y todo a esa escala-, es una cuestión que de solucionarse, estoy seguro no debe hacerse de esta forma.

No por milagro, no por desaparecerlas sin más, me refiero.

De hecho, nuestros errores –aunque aquí hablo sobre todo por mí-, vuelven a aparecer una y otra vez y en muy pocas oportunidades esos cambios me han llevado sentirme mejor en algún aspecto.

¡Uff…! ¡Cuántos desvíos…!

Mejor intento un cierre y así todos descansamos un poco.

Pues bien: una vez memoricé de un manual de catecismo, la respuesta a una pregunta básica: “¿Por qué Dios permite el mal?”.

Y claro, la respuesta era “Dios permite el mal, para obtener un bien, del mal mismo”.

Así, finalmente, me gustaría decir que esta “posibilidad de transformación” es en el fondo algo sencillo y hasta hermoso… pero no sería cierto.

Y disculpen este enredo, pero no me es permitido decir más, de lo que he dicho.

lunes, 21 de mayo de 2012

Aquiles y Vian y la tortuga.


“La vida es poco a poco.
Hoy doy medio paso
y pasado mañana
medio paso más”.
C. L.


Aquiles está gordo y está quieto.

No llegarás a ningún sitio, me dice.

Y es que siempre que lo intento él viene y me hace bullyng.

Por eso, yo trato de no verlo y avanzo como puedo.

No sé bien a dónde, es cierto, pero avanzo.

Lo sé porque hago marcas.

Así, todo lo que amé me indica que no estoy donde estuve.

Y hasta aprendí que no hay que llevar peso.

En mi caso no hay opción, pero en el tuyo es vergonzoso, me dijo un día, la tortuga.

No supe si creerle, pero al final de todas formas perdí lo que llevaba.

Y claro, suena absurdo, pero duele ir tan liviano.

Es decir, duele el orgullo de saber que prácticamente no pesamos.

Y duele, por cierto, comprobar el peso de nuestro propio significado.

Luego de eso, sin embargo, todo es más fácil.

Aquiles, no obstante, no lo acepta y está engordando a un costado del camino.

La tortuga, en tanto, no deja el caparazón por un instante.

Así, mirándoles, uno pudiese pensar que es por eso que no llegan.

Con todo, sé perfectamente que puedo volverme fácilmente uno de ellos.

Y hasta sé, que puede que otro vea mis errores, observando desde fuera.

De hecho, yo mismo dije que desde cierto momento todo es más fácil… y mentí.

Y es que debí decir que todo se vuelve, en realidad, un poco más triste.

Y claro, quizá eso es lo que nos impide llegar a lo que queremos, finalmente.

Es decir, la mitad de la mitad termina siendo nuestra propia contradicción.

Intentar o no intentar, creer o no creer o llorar o no llorar, cuando el pecho nos duele.

Ser honestos o no serlo, en definitiva.

Aunque Aquiles siga con el bullyng.

domingo, 20 de mayo de 2012

¡Qué incompleto era vivir...!



Daba lo mismo cómo. El resultado era siempre algo incompleto, aproximado.

No importaba la edad alcanzada, ni el número de hijos, ni la cantidad de alegrías que hubiésemos tenido. Vivir era algo incompleto de la misma forma como resultaba incompleto Dios, o cualquier sentimiento que nos excedía. Es decir, era incompleto porque no podía establecerse conclusión alguna de aquello que podría llamarse “nuestra existencia”. Y todo derivaba siempre en los mismos espacios vacíos.

Por cierto, yo soy un espacio vacío.

Lo aclaro para que no se me juzgue de pretencioso o soberbio antes de tiempo. Y además para que esos juicios no me hieran.

Y es que puede parecer que no duele exponer ciertas cosas, pero hasta los espacios vacíos sentimos a veces pequeños dolores, imperceptibles casi, para los otros, como los aromas que solo pueden percibir los perros, por ejemplo.

Así, al igual que la vida o la idea de Dios, toda historia resulta siempre una experiencia incompleta. Cortada en algún momento porque nuestro lenguaje no supo darle cabida, o nuestra comprensión no se hizo cargo, o simplemente porque fue conveniente no decirla, para seguir en esto.

Ahora bien, ¿por qué digo todo esto…?

Sencillo:

Porque al igual que muchos, me he pasado la vida intentando completar espacios vacíos, tapando grietas por donde se escapan los afectos y hasta sufriendo porque aquello que creíamos ser, se aleja de nosotros, en vano desperdicio.

Y claro, para evitar el desperdicio a veces lanzo alguna historia, e intento dirigir los afectos que caen hacia algún sector donde otros puedan recogerlos, y reciclarlos.

Pero claro, hoy me doy cuenta que incluso aquello, es una simple forma de egoísmo.

Y todo sigue, finalmente, tan incompleto como antes.

El cansancio.

La necesidad de otros.

La incomprensión de todas esas formas afectivas que dan vueltas, por el mundo.

Y claro, mi dolor tan pequeñito e imperceptible que hasta da ternura…

¡Qué incompleto era vivir…!

¡Qué belleza más extraña…!

sábado, 19 de mayo de 2012

Vamos, Míster Bond; o ¿Hasta cuándo se puede comer un hueso?


“Vamos míster Bond,
usted encuentra tanto placer en matar
como yo”


-Ese perro es tuyo –dijo ella.

-Es nuestro –dijo él.

-¡Guau! –dijo el perro.

Y yo, que escuchaba a unos pocos pasos, le di en primera instancia la razón al perro.

-No vengas ahora a decirme que es nuestro –seguía ella-. Fuiste tú el que le puso el nombre, tú lo sacas a pasear, y hasta tú mismo le inyectaste las vacunas…

-Pero vive con nosotros –dijo él.

-Pero es un asesino… y hasta un violador… ¿no viste lo que le hizo al peluche que tú mismo me regalaste…?

-Esos son instintos… -alegó él-, no puedes esperar que el perro esté tranquilo todo el tiempo cuando vive en un departamento pequeño y apenas sale un rato en todo el día…

-Pues yo también vivo así, si lo recuerdas… y no ando destrozando animales y moviendo la cola como nada hubiese ocurrido…

-No exageres… además un peluche no es animal, es un objeto… Bond no es un asesino…

-¡Claro que lo es…! –gritó ella-. Mató y violó a Florencia…

-¿Quién es Florencia?

-El peluche… ¿no te acuerdas que le pusimos así porque se parecía un poco a mi prima…?

-Es cierto… qué absurdo lo de ponerle el nombre… dijo él en un tono más bajo.

-¡¿Qué dijiste…?! ¡¿Acaso no es igual que ponerle James Bond a un perro…?!

-Claro que no. Un animal necesita ser nombrado… -intentó explicar-. ¿No entiendes que es casi como tener un hijo…?

-¡Ese animal violador y pervertido nuestro hijo…! ¡Estás demente…! –gritó ella, comenzando a sollozar.

Él entonces suavizó un poco su postura y se acercó a ella. Ambos estaban nerviosos y el perro se había alejado unos cuantos pasos, estirando al máximo la correa.

-Yo quiero una solución –dijo entonces ella, mirándolo a los ojos.

-¿Una solución que nos permita seguir con Bond? –preguntó él.

-¿Tan importante es para ti? –señaló ella, con voz suave.

-No es que sea tan importante… pero Bond aún es un cachorro… ya verás que se calmará… Podríamos comprarle uno de esos huesos de goma para que muerda y no destroce nada…

-¿Huesos de goma?

-Sí… ¿no los has visto? Están hechos para que los perros los muerdan y gasten en ellos los dientes –explicó él-. Yo creo que podría ayudar a solucionar las cosas.

-¿No crees que eso lo volverá más agresivo?

-No, mi amor, para nada… Bond no es un asesino…

-¿Pero en las películas…?

-En las películas es el bueno… acuérdate…

-Pero igual es un asesino… ¿no es ese el que tiene “licencia para matar”?

-Bueno sí –dijo él, abrazándola-, pero nosotros somos los buenos… recuerda eso…

Entonces ellos se abrazaron brevemente y hasta se dieron un pequeño beso.

-Oye… -dijo luego la mujer, como si recordara algo- ¿Hasta cuándo se puede morder un hueso?

-¿Cómo…?

-Un hueso –dijo ella-. No de goma, sino de los otros, ¿cuánto le durará a un perro?

-Eh… no sé, realmente…

-¿Porque deben desgastarse, cierto…? O sea, parecen firmes y resistentes, pero deben terminar rompiéndose en algún momento, ¿no crees…?

-¿Los huesos?

-¡Claro…!

Él miró a su perro, hizo como si lo pensara, pero al final no respondió.

Yo, en tanto, estaba a unos pasos, fingiendo que leía, por lo que pude escuchar perfectamente aquello que dijeron, cuando comenzaron a alejarse.

-Vamos, míster Bond –dijo él, con voz serena.

-Gracias por comprenderme –fueron las palabras de ella.

-¡Guau…! –volvió a decir el perro, mientras enseñaba brevemente los colmillos.

viernes, 18 de mayo de 2012

El tiranosaurio que quería cambiar una ampolleta.



Sé que es absurdo, pero por eso es bello.

Dicho esto, imagine usted un tiranosaurio queriendo cambiar una ampolleta.

Un poquito a oscuras, un poquito asustado y otro poquito sin entender el porqué de sus bracitos cortos y sin alcance.

¿Quién no se pondría en duda ante tamaña incapacidad?

Porque, claro, puede parecer poca cosa, pero no hay que subestimar la oscuridad.

Y es que la ausencia de luz, nunca ha sido poca cosa.

Los que vivimos con ella la despreciamos, casi… pero si faltara: ¿qué escándalo no haríamos para invocar su regreso?

Pues bien, ese escándalo interno es lo que vive ese pequeño tiranosaurio que usted se imagina.

Aclaro lo de lo interior, por cierto, porque nuestra imaginación suele quedarse en la superficie, y tener también los bracitos cortos, para iluminar lo privado.

Pero claro, les hablaba yo del pequeño tiranosaurio que quería cambiar una ampolleta.

Pónganse en su lugar por un momento.

¿Lo hicieron…?

Entonces ahora préstenle su cerebro un momento que el de él es pequeñito, y a veces se aturde, cuando intenta entender.

Porque son hartas las cosas que ha intentado entender antes, claro está.

Es decir, no es solo cuestión de la ampolleta. Tampoco puedes abrocharte los zapatos, o echarte el pelo para atrás, por ejemplo…

Y claro, usted podría pensar que es absurdo y reducirlo a eso y hasta concluir con una de esas magníficas frases que hablan de la perfección de la naturaleza y todas esas verdades que en el fondo solo son consuelos disfrazados.

Y es que el problema del que aquí hablo –y la incomprensión asociada-, no se limita solo a un absurdo.

Eso lo hace bello, claro, o enternecedor si usted quiere, pero es un asunto que puede volverse serio ante la aparición inminente de otras necesidades.

Así, pase a imaginar usted otras necesidades más básicas. Piense un momento, por ejemplo, en la necesidad de ese pequeño tiranosaurio de dar un abrazo, o hasta el sencillo impulso de llevarse la mano al corazón para escuchar sus latidos y saberse vivo… ¿también se tranquilizará usted diciendo que se trata de un absurdo?

Porque claro, si bien fui yo mismo quien lo llamó absurdo en un inicio, debo confesar que eso fue solo para ganar su confianza, y lograr que viniera hasta acá, donde existe una verdad más evidente y más simple:

El corazón de todos tiene bracitos cortos.

Eso quería decirles, pero no explicarles.

Así, si está dispuesto a dudar de aquello que a veces nos sostiene, podrá comprenderlo incluso, casi sin problemas.

Por otro lado, si no gusta de esa opción, alguien podría recomendarle que piense que los tiranosaurios, pequeñitos o no, están hoy día extintos, y se acabará el problema.

Con todo, yo no le recomendaría a usted aquello… de hecho, si lo hace, debo ser sincero y decirle que me defraudaría usted enormemente.

Y es que la naturaleza -debiésemos tener en cuenta-, no siempre sabe lo que hace.

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