viernes, 25 de mayo de 2012

Construí un robot.


Yo, que soy un desastre para toda cosa tecnológica y habilidad manual y bueno… un desastre en general, ya que estamos… yo, decía, construí un robot.

Quedó feo y medio inútil, es cierto, pero es simpático y sabe decir “Vian”, lo que ya es mucho.

Como materiales, usé varias cosas que fui encontrando en la habitación, pero creo que no hablaría distinto de él, aunque lo hubiese construido con elementos sofisticados, o de lujo.

 Y es que lo importante, como en todo, pasa a ser desde un inicio aquello que lo mueve… y que de una forma un tanto irracional, debo reconocer, lo impulsa al movimiento.

Así, debo reconocer que pasé bastante tiempo esta tarde viéndolo recorrer la biblioteca. Es decir, tras llegar del trabajo, di los últimos ajustes y me tendí en la cama y observé cómo el robot comenzaba a recorrer los espacios sin libros de mi cuarto, estableciendo una ruta que comenzó a repetir igual que los animales enjaulados en el zoo.

-Te sacaría a dar una vuelta, pero está lloviendo –le dije entonces, pero él siguió moviéndose sin comentar ni reprochar nada.

Yo, en cambio, tras mirarlo por un tiempo indeterminado, me decidí a salir para aprovechar la lluvia.

Con todo, mientras caminaba, me invadió una sensación de culpa al pensar en el robot, dando vueltas por la biblioteca.

-Al menos las plantas se quedan quietas –me dije. Y regresé al cuarto.

Y claro, apenas regresé pude verlo: el robot seguía dando vueltas, como en un principio.

Me sequé un poco el pelo, ordené unas cosas y fue entonces que me puse a pensar en aquello que impulsaba el movimiento al robot. Es decir, me puse más bien a pensar que yo no había puesto nada que pudiese considerarse como el motor de aquel impulso.

-Sí que es a mi imagen y semejanza –me dije entonces, dejándome llevar por mis propios impulsos.

Ahora bien, ¿se han dado cuenta que a veces topamos con una frase que no puede ser pensada más allá, pero que se enquista en nosotros como una semilla que, si bien echa raíces, no crece hacia la superficie?

Pues bien: eso ocurrió con aquello de la imagen y semejanza que mencionaba más arriba.

Era una frase básica… un lugar común, incluso, si queremos… pero lo cierto es que la frase me impidió avanzar y la mente se me fue a blanco, por un momento.

En tanto, el robot seguía dando pequeños pasos y repitiendo su ruta una y otra vez, como si el tiempo se hubiese detenido.

Y claro, fue entonces cuando el robot se me acercó y me dijo con un tono que me pareció simpático:

-Vian.

Luego siguió caminando.

Me di cuenta, entonces, que él también había fabricado algo, sin saberlo.

Así, mientras la lluvia seguía cayendo, llegué a la conclusión que cuando se trata de semejanzas, las historias debían dar un vuelco y pasar a mirar aquello que existe fuera de ellas, ya que de cierta forma, es eso lo único que permite explicar el misterio de esa primera relación.

-La lluvia es el vínculo –me dije así, finalmente.

Luego, simplemente, desarmé el robot.

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