Yo, que soy un desastre para toda cosa tecnológica y habilidad manual y
bueno… un desastre en general, ya que estamos… yo, decía, construí un robot.
Quedó feo y medio inútil, es cierto, pero es simpático y sabe decir “Vian”,
lo que ya es mucho.
Como materiales, usé varias cosas que fui encontrando en la habitación,
pero creo que no hablaría distinto de él, aunque lo hubiese construido
con elementos sofisticados, o de lujo.
Y es que lo importante, como en
todo, pasa a ser desde un inicio aquello que lo mueve… y que de una forma un
tanto irracional, debo reconocer, lo impulsa al movimiento.
Así, debo reconocer que pasé bastante tiempo esta tarde viéndolo
recorrer la biblioteca. Es decir, tras llegar del trabajo, di los últimos
ajustes y me tendí en la cama y observé cómo el robot comenzaba a recorrer los
espacios sin libros de mi cuarto, estableciendo una ruta que comenzó a repetir
igual que los animales enjaulados en el zoo.
-Te sacaría a dar una vuelta, pero está lloviendo –le dije entonces, pero
él siguió moviéndose sin comentar ni reprochar nada.
Yo, en cambio, tras mirarlo por un tiempo indeterminado, me decidí a salir
para aprovechar la lluvia.
Con todo, mientras caminaba, me invadió una sensación de culpa al
pensar en el robot, dando vueltas por la biblioteca.
-Al menos las plantas se quedan quietas –me dije. Y regresé al cuarto.
Y claro, apenas regresé pude verlo: el robot seguía dando vueltas, como
en un principio.
Me sequé un poco el pelo, ordené unas cosas y fue entonces que me puse
a pensar en aquello que impulsaba el movimiento al robot. Es decir, me puse más
bien a pensar que yo no había puesto nada que pudiese considerarse como el
motor de aquel impulso.
-Sí que es a mi imagen y semejanza –me dije entonces, dejándome llevar
por mis propios impulsos.
Ahora bien, ¿se han dado cuenta que a veces topamos con una frase que
no puede ser pensada más allá, pero que se enquista en nosotros como una
semilla que, si bien echa raíces, no crece hacia la superficie?
Pues bien: eso ocurrió con aquello de la imagen y semejanza que
mencionaba más arriba.
Era una frase básica… un lugar común, incluso, si queremos… pero lo
cierto es que la frase me impidió avanzar y la mente se me fue a blanco, por un
momento.
En tanto, el robot seguía dando pequeños pasos y repitiendo su ruta una
y otra vez, como si el tiempo se hubiese detenido.
Y claro, fue entonces cuando el robot se me acercó y me dijo con un
tono que me pareció simpático:
-Vian.
Luego siguió caminando.
Me di cuenta, entonces, que él también había fabricado algo, sin
saberlo.
Así, mientras la lluvia seguía cayendo, llegué a la conclusión que
cuando se trata de semejanzas, las historias debían dar un vuelco y pasar a
mirar aquello que existe fuera de ellas, ya que de cierta forma, es eso lo
único que permite explicar el misterio de esa primera relación.
-La lluvia es el vínculo –me dije así, finalmente.
Luego, simplemente, desarmé el robot.
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