“Entre las flores, un tazón de vino.
Ningún amigo está cerca”
Li Po
No hubiese sido amigo de Mário de Sá-Carneiro, pero
sin duda lo hubiese querido de la única manera en que se puede querer a alguien
que camina ineludiblemente hacia su completa desaparición, distanciándose
además de sí mismo, y de los otros.
Es decir, no hubiese sido amigo de este escritor
portugués porque la piedad se habría interpuesto entre mi conmiseración y ese
deseo egoísta que tenemos todos de hacer perdurar la vida del otro, aún por
sobre sus propios deseos y egoísmos.
Y es que Mário de Sá-Carneiro nos privó pronto de
esa sensación inexplicable de ternura, de esa sensación que era siempre
despedida, de esa renuncia a transformarse en un otro más sucio, más sólido, y
hasta más resistente a la vida, si se quiere.
Así, Mário de Sá-Carneiro se fue –cayó hacia su partida-, igual como cae
un puente que es cortado en sus dos extremos. Y su partida fue suave justamente
porque unía esos dos extremos trágicamente irreconciliables: esos que viven a
ambos lados del abismo que existe entre un yo y un otro al que preferimos no
comprender, por temor quizá a alejarnos de nuestras propias certezas y abandonar
ese yo que de pronto se revela más
sólido, de lo que éramos originariamente, nosotros mismos.
Por eso se fue Mário de Sá-Carneiro.
Estatua
de nada erguida hacia el aire.
Estrella
ebria que perdió los cielos.
Y es que hasta los hombres, cuando lloramos,
supuestamente por nosotros mismos, no sabemos en realidad por qué lloramos.
Así, llorando justamente por lo que no comprendo, te
conozco y te despido, Mário de Sá-Carneiro.
Tu futuro no es polvo, como puedes ver.
Y no nos enfadamos, recuerda, con tu partida.
Conmovedora despedida...
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