Sería penoso si existe. Penoso por él, me refiero. Ustedes saben a qué
me refiero, no se hagan los locos. Además, acá nadie me ve y yo tampoco distingo
los ojos de nadie, así que no es necesario. Basta apretar una x, o desviar los
ojos, o llegar hasta acá, simplemente. Aunque claro, también puede usted criticarme,
porque quizá vive de mejor forma que yo y está más segura de ese Dios que
seguramente está dolido, si es que existe.
Con todo, no es ese estar dolido, la sensación de la cual nos dolemos nosotros. Es
decir -y esto no es una explicación, aunque es útil si queremos comprender-, atrevámonos por un momento a ser empáticos con ese Dios olvidado y luego, claro, bajemos la
vista.
Y es que no conozco a nadie que no debiese bajar la vista.
No espere de mí, sin embargo, que le detalle las razones para avergonzarnos.
Eso lo sabe bien cada uno, aunque no lo diga. Porque incluso la felicidad es
algo de qué avergonzarse si él nos está mirando, dolido.
Así, no solo sería penoso si existe. Sería desgarrador, si existiera.
Reconocerse él mismo incluso, en nosotros, ya que somos, supuestamente, sus
semejantes.
No es solo el abandono. No es la duda, ni el desprecio, ni el egoísmo de
sentirnos importantes.
Es algo que usted puede nombrar si se esfuerza y que existe sin duda al
interior de cada uno de nosotros.
La tibieza. La falsa fuerza. La quietud disfrazada de equilibrio. El
amor egoísta. La vida a medias.
Sería desgarrador si existiera. Desgarrador para él, me refiero. De
hecho, su grito se escucharía y no nos dejaría vivir en paz. Tendríamos sueños
extraños y una angustia adentro.
Aunque claro, también dejamos de escuchar los ruidos constantes. El de
la tierra girando, por ejemplo. O hasta el latido de nuestro corazón, o la voz
de los nudos.
Ustedes saben de qué hablo.
Y comprenden también, que en el fondo, sería desgarrador escuchar aquel
grito.
Y es que ese es, finalmente, el Dios que nadie adora.
Y usted, en mayor o en menor medida, es tan hipócrita, como yo.
Sería desgarrador, pero ni se entera, pasa como sombra en lo alto, inexistente a pesar de que dicen que nos creó a su imagen y semejanza, o al revés. No puedo ni quiero ponerme en su lugar, vacío.
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