viernes, 11 de mayo de 2012

Esos mismos aplausos.



De entre los numerosos récords guiness que pueden ser calificados directamente como “estúpidos”, hay uno sobre el que leía hoy y que me llamó poderosamente la atención.

Dicho récord, por cierto, hacía referencia a un hombre que había pasado más de 67 horas continuas aplaudiendo.

El hombre -un surcoreano, según recuerdo-, había debido, para esto, marcar un mínimo de decibeles establecido con cada aplauso y desarrollarlos cada cierto espacio de tiempo (creo que eran dos segundos entre cada uno) para que el récord fuese considerado válido.

 Ahora bien, más allá del récord mismo, lo que me llamaba la atención en la lectura, era una entrevista donde el personaje en cuestión revelaba el secreto tras los aplausos:

-Puede parecer absurdo –decía el surcoreano-, pero si uno entiende esta acción en relación a hechos dignos de aplauso, no solo se otorga sentido a la acción, sino que además se tiene el secreto para no desmotivarse y poder llegar a la cifra que pasa a convertirlo a uno, en alguien también digno de esos mismos aplausos.

Así, tras leer la reseña y las palabras del hombre, me ha quedado dando vueltas aquello que decía sobre los “hechos dignos de aplauso”, ya que no se hacía referencia alguna a cuáles podrían haber sido estos hechos, al interior del texto.

Por otro lado, el que el hombre señalara que el batir el récord lo hacía digno de esos “mismos aplausos”, me hacía dar vueltas en torno a una idea que ya desde un inicio, me había parecido sospechosa.

Y es que no logro entender cómo puede aplaudirse, motivándonos exclusivamente con la idea batir un récord que se desarrolla a partir de esos mismos aplausos.

-Debe tener un nombre ese fenómeno –le digo entonces a un amigo.

-¿El de alimentar la motivación con el mismo alimento con que festejamos el alcanzar el logro para el que pretendíamos motivarnos? –pregunta él.

-Eh… sí, eso… pero no es tan simple, ni se trata solamente de un rizoma…

-¿Y tú dices que no sabes cómo se llama ese fenómeno…? –vuelve a preguntar mi amigo.

-Claro… por eso te consulto.

-Pues ese fenómeno es la vida misma, Vian… -contestó él-, o la forma en que se vive, al menos…

-Pero no entiendo bien –confesé entonces, finalmente-, ¿no ves diferencia entre la vida y la forma en que se vive?

-No –dijo él, con plena seguridad-. No hay ninguna diferencia.

Luego cambiamos de tema.

1 comentario:

  1. La táctica de motivación del surcoreano me parece ingeniosísima. De veras muy astuta. Además se me ocurre que él bien merece los aplausos -propios y ajenos- por haber sido capaz de encontrar tantos hechos meritorios como para aplaudir todo ese tiempo!

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