De entre los numerosos récords guiness que pueden
ser calificados directamente como “estúpidos”, hay uno sobre el que leía hoy y
que me llamó poderosamente la atención.
Dicho récord, por cierto, hacía referencia a un hombre
que había pasado más de 67 horas continuas aplaudiendo.
El hombre -un surcoreano, según recuerdo-, había
debido, para esto, marcar un mínimo de decibeles establecido con cada aplauso y
desarrollarlos cada cierto espacio de tiempo (creo que eran dos segundos entre
cada uno) para que el récord fuese considerado válido.
Ahora bien,
más allá del récord mismo, lo que me llamaba la atención en la lectura, era una
entrevista donde el personaje en cuestión revelaba el secreto tras los
aplausos:
-Puede parecer absurdo –decía el surcoreano-, pero
si uno entiende esta acción en relación a hechos dignos de aplauso, no solo se
otorga sentido a la acción, sino que además se tiene el secreto para no
desmotivarse y poder llegar a la cifra que pasa a convertirlo a uno, en alguien
también digno de esos mismos aplausos.
Así, tras leer la reseña y las palabras del hombre,
me ha quedado dando vueltas aquello que decía sobre los “hechos dignos de
aplauso”, ya que no se hacía referencia alguna a cuáles podrían haber sido
estos hechos, al interior del texto.
Por otro lado, el que el hombre señalara que el
batir el récord lo hacía digno de esos “mismos aplausos”, me hacía dar vueltas
en torno a una idea que ya desde un inicio, me había parecido sospechosa.
Y es que no logro entender cómo puede aplaudirse,
motivándonos exclusivamente con la idea batir un récord que se desarrolla a partir de
esos mismos aplausos.
-Debe tener un nombre ese fenómeno –le digo
entonces a un amigo.
-¿El de alimentar la motivación con el mismo
alimento con que festejamos el alcanzar el logro para el que pretendíamos
motivarnos? –pregunta él.
-Eh… sí, eso… pero no es tan simple, ni se trata
solamente de un rizoma…
-¿Y tú dices que no sabes cómo se llama ese
fenómeno…? –vuelve a preguntar mi amigo.
-Claro… por eso te consulto.
-Pues ese fenómeno es la vida misma, Vian… -contestó
él-, o la forma en que se vive, al menos…
-Pero no entiendo bien –confesé entonces, finalmente-,
¿no ves diferencia entre la vida y la forma en que se vive?
-No –dijo él, con plena seguridad-. No hay ninguna
diferencia.
Luego cambiamos de tema.
La táctica de motivación del surcoreano me parece ingeniosísima. De veras muy astuta. Además se me ocurre que él bien merece los aplausos -propios y ajenos- por haber sido capaz de encontrar tantos hechos meritorios como para aplaudir todo ese tiempo!
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