“-Calla, calla, criatura –dijo la
duquesa-,
todo tiene una moraleja,
solo falta saber encontrarla”
Lewis Carroll.
Imprudente y todo lo estimo, señor pie derecho. Disculpe
que le hable así, como desconociéndolo, pero a veces las distancias son necesarias
para plantear la estima.
¡Y cuánta estima debiese haber entre nosotros…!
Es decir: ¡Cuánta distancia…!
Porque claro, nos conocemos, no hay duda… ¡si hemos
ido juntos a tantas partes!
¿Se acuerda cuando cargando casi nuestro peso,
atravesamos 40 kilómetros en una noche? ¿O cuando usted se torció y siguió sin
quejarse hasta que el tobillo terminó de salirse casi por completo…?
Con todo, lo triste es que uno estuvo tan
acostumbrado a llevarlo puesto que ni nos saludamos. Y los años fueron pasando
sin que nos diésemos cuenta de la existencia del otro, o más bien, sin que
tradujésemos a algo que pudiera comprenderse, y valorarse, la existencia de ese
otro.
¿Porque yo tampoco existí para usted, o me equivoco…?
Eso pensaba hoy día mientras lo veía a usted
indiferente allá abajo… ¿se sentirá molesto?, me dije… ¿Sabrá quién soy
realmente? ¿Comprenderá por qué y para qué vamos a donde vamos?
Y claro, entonces comprendí el abandono en que lo
tengo.
No hablo, sin embargo, de abandono físico -pues bien
sabe usted que de eso al menos me he preocupado-, sino de ese abandono
silencioso que provoca el desconocer al otro, esa ausencia afectiva que nos
permite andar sin detenernos a valorar el lazo que nos une… y que es sumamente
profundo, si lo pensamos.
Y es que hay un lazo, sin duda, entre nosotros… y a
veces es necesario detenernos a fortalecer ese vínculo, antes que sea tarde.
Porque claro… ya ve a usted lo que le pasó a
Cervantes con su brazo… o a Wingarden con su pierna izquierda… Es decir, uno
nunca sabe cómo se terminan los vínculos… Y luego ya es tarde, para
fortalecerlos, como le decía.
Por esto, respetuosamente le quería preguntar si
todavía es tiempo. Consultarle si puede perdonar este abandono y regalarme una
oportunidad para compartir conscientemente otras experiencias… le aseguro que
aprendí del error y que he comenzado a verlo a usted, realmente…
Perdóneme usted porque soy torpe, porque igual como
usted se tuerce a veces yo también dejo de ver quién soy, quiénes son los
otros, y qué es lo que llevo puesto…
Así, finalmente, ruego a usted comprenderme, estimado
pie derecho… sé que está dolido, pero la vida también ha sido difícil para mí,
y hasta a veces no la quiero… Sin embargo, ¡ya verá usted como la más pequeña
comprensión puede de pronto cambiar todo…!
Créame esta vez.
Confíe.
Una a veces también se olvida de los miembros, de los extremos lejanos. Subí hace unos meses una entrada en homenaje a los pies, no hay que olvidarles.
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