martes, 29 de mayo de 2012

Al señor pie derecho de Vian.

“-Calla, calla, criatura –dijo la duquesa-,
todo tiene una moraleja,
solo falta saber encontrarla”
Lewis Carroll.


Imprudente y todo lo estimo, señor pie derecho. Disculpe que le hable así, como desconociéndolo, pero a veces las distancias son necesarias para plantear la estima.

¡Y cuánta estima debiese haber entre nosotros…!

Es decir: ¡Cuánta distancia…!

Porque claro, nos conocemos, no hay duda… ¡si hemos ido juntos a tantas partes!

¿Se acuerda cuando cargando casi nuestro peso, atravesamos 40 kilómetros en una noche? ¿O cuando usted se torció y siguió sin quejarse hasta que el tobillo terminó de salirse casi por completo…?

Con todo, lo triste es que uno estuvo tan acostumbrado a llevarlo puesto que ni nos saludamos. Y los años fueron pasando sin que nos diésemos cuenta de la existencia del otro, o más bien, sin que tradujésemos a algo que pudiera comprenderse, y valorarse, la existencia de ese otro.

¿Porque yo tampoco existí para usted, o me equivoco…?

Eso pensaba hoy día mientras lo veía a usted indiferente allá abajo… ¿se sentirá molesto?, me dije… ¿Sabrá quién soy realmente? ¿Comprenderá por qué y para qué vamos a donde vamos?

Y claro, entonces comprendí el abandono en que lo tengo.

No hablo, sin embargo, de abandono físico -pues bien sabe usted que de eso al menos me he preocupado-, sino de ese abandono silencioso que provoca el desconocer al otro, esa ausencia afectiva que nos permite andar sin detenernos a valorar el lazo que nos une… y que es sumamente profundo, si lo pensamos.

Y es que hay un lazo, sin duda, entre nosotros… y a veces es necesario detenernos a fortalecer ese vínculo, antes que sea tarde.

Porque claro… ya ve a usted lo que le pasó a Cervantes con su brazo… o a Wingarden con su pierna izquierda… Es decir, uno nunca sabe cómo se terminan los vínculos… Y luego ya es tarde, para fortalecerlos, como le decía.

Por esto, respetuosamente le quería preguntar si todavía es tiempo. Consultarle si puede perdonar este abandono y regalarme una oportunidad para compartir conscientemente otras experiencias… le aseguro que aprendí del error y que he comenzado a verlo a usted, realmente…

Perdóneme usted porque soy torpe, porque igual como usted se tuerce a veces yo también dejo de ver quién soy, quiénes son los otros, y qué es lo que llevo puesto…

Así, finalmente, ruego a usted comprenderme, estimado pie derecho… sé que está dolido, pero la vida también ha sido difícil para mí, y hasta a veces no la quiero… Sin embargo, ¡ya verá usted como la más pequeña comprensión puede de pronto cambiar todo…!

Créame esta vez.

Confíe.

1 comentario:

  1. Una a veces también se olvida de los miembros, de los extremos lejanos. Subí hace unos meses una entrada en homenaje a los pies, no hay que olvidarles.

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