jueves, 17 de mayo de 2012

Vian: Casa tomada.



Nos gustaba la casa, pero no era ciertamente a causa de su espacio o los recuerdos que evocaba.

Nuestro gusto más bien se originaba en la idea de llenar vacíos, y en que cada rincón de la casa estaba lleno de recuerdos que de alguna forma nos eran significativos. Así, esa falta de vacíos parecía demostrarnos que de cierta forma nuestra vida estaba colmada, y que cualquier otra cosa que pudiésemos desear ya pasaba a ser la muestra de un exceso, o una manifestación de aspiraciones innecesarias.

Ningún espacio en la biblioteca, muebles y repisas llenas de objetos pequeños, plantas y figuras colmando los últimos espacios en blanco… todo en aquella casa parecía estar hecho para acogernos y hasta de cierta forma inmovilizarnos, como si alguien hubiese preparado una especie de nido o refugio lleno de cojines donde uno pudiese descansar tranquilo, con la única condición de abandonar la idea del movimiento constante y hasta de las inquietudes internas.

Y claro, uno deja de escribir en esos años. O de hacer aquello que en el fondo era fruto de esos movimientos internos ya abandonados. Con todo, lo que llamamos felicidad y hasta amor, sabe adaptarse a esa idea de quietud, y crece como esos pequeños y hermosos hongos que surgen en los espacios húmedos, y a los que nos acercamos a contemplar, a veces, sinceramente maravillados.

Pero bueno, no es de eso precisamente de lo que quiero hablar, sino de lo que ocurrió con la casa, pues aquello que éramos nosotros perdió ya todo atractivo y hablar de uno mismo, a solas, resulta ser algo todavía menos motivante.

Pasó entonces, decía, que un día en la casa, comenzaron a aparecer pequeños espacios en blanco. Es decir, encontrábamos en un mueble un vacío que estábamos seguros no había existido antes, pero no lográbamos llenarlo con ningún tipo de recuerdo.

Por si fuera poco, lo mismo comenzó a ocurrir con los libros. Así, de vez en cuando sorprendía un espacio nuevo entre ellos, como si hubiesen sacado alguno, pero por más que forzaba la memoria no lograba acordarme de qué libro se trataba, y eso se transformaba entonces en una sensación realmente angustiante.

Y es que no se trataba de la pérdida concreta, sino del por qué uno ya no recordaba aquello que había perdido.

¿Tan poco importante se habían vuelto aquellas cosas que podíamos perderlas sin siquiera recordar qué es lo que eran? ¿Por qué no las extrañábamos y solo nos sorprendían las huellas que aquellas ausencias iban dejando?

Así, sucedió que todo comenzó a cambiar entre nosotros. No es que sospecháramos del otro a partir de aquellas pérdidas, ni tampoco de los amigos que por entonces nos visitaban… pero algo incómodo comenzó a surgir entre la relación que teníamos nosotros con aquello que estaba ocurriendo al interior de nuestra casa.

-Esta casa se está comiendo nuestras cosas –concluimos un día, ante la evidencia.

Pero lo cierto, descubrimos con el tiempo, es que el asunto era todavía más complejo.
  
Y es que lo que realmente estaba devorando aquella casa, resultó ser a fin de cuentas el interior de nosotros mismos. Nuestros recuerdos, nuestros afectos, y hasta nuestras verdaderas necesidades.

Sé que puede parecer que estas cosas las perdemos por nuestra propia culpa, o descuido, pero estoy seguro que esa casa tuvo algo que ver con todo eso.

Es decir, la aparición de vacíos era algo indudablemente más angustiante que el constatar la desaparición concreta de algún objeto.

-¿Te acuerdas qué desapareció de este sitio? –solía preguntarme ella, cada mañana, apuntando siempre un nuevo espacio en blanco.

Entonces, para responder, yo buscaba en mí y descubría que nada sabía, y terminábamos luego esquivando el tema y sometiéndonos a aquello como si hubiese sido una regla inevitable de la vida.

Fue así que un día, en medio de la noche y todavía abrazados, comprendimos que hasta aquello que sentíamos el uno por el otro podía perderse, y luego olvidarnos incluso de que hubiese existido, y dejar de necesitarlo.

Y claro, tras el presagio, ocurrió que terminamos de perderlo todo, llenándonos de vacíos donde siempre antes hubo un sinnúmero de cosas que, por mucho tiempo, incluso nos parecieron vivas.

-Así es realmente como se toma una casa –dijo entonces uno de nosotros-, llenándonos de vacíos hasta expulsarnos de aquello que creemos ser, junto a un otro.

Hoy, con todo, lamento decir que no extraño aquella casa.

Sé que amé y que por un tiempo al menos, no hubo vacíos, y hasta sé que a veces me sentí amado.

Lamentablemente, el final de todo es olvidar hasta los nombres.

Así, quién sabe si hasta parte de aquello que llamamos nuestro corazón, fue consumido finalmente al interior de aquella casa.

Si así fuera, por último, solo me quedaría reconocer unas cuantas cosas:

Nada traje conmigo.

No recuerdo qué dejé en ella.

Pero este, sin duda, soy yo.

8 comentarios:

  1. Me hubiera gustado un comentario menos ambiguo, pero me doy por pagada por lo que he leído aquí. Salu2

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  2. Gracias... es que ya me había gastado las palabras.

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  3. Sencillamente estupendo. Me ha conmovido. Y con tu permiso, lo voy a enlazar desde mi blog.

    Un abrazo y muchas gracias por esta lectura.

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  4. Vengo a este espacio recomendado y tengo que decirte que agradecido tras leer este magnifico post.
    Un saludo.

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  5. Vengo de Neo hasta aquí, y lleva razón al señalarme este lugar, se lo agradezco.
    Las sensaciones que describes con tal sencilla intimidad, me han llegado muy cerca. Es el vacio o lo lleno en la vida, en la memoria que es lo mismo, compartida.
    Los objetos, todos, cada uno, significan y tienen sentido hasta que no lo tienen sin que nos demos cuenta. Ahí está el asunto, no darnos cuenta de que en cada vacio nos vaciamos, tal vez para purificarnos de lartres prescindibles, duro, pero en ese vacio se incluyen personas y vivencias.
    Como la sierpe, cambiar de piel con un inmenso dolor necesario.
    Caminar ligero el equipaje, sin culpas ni miradas atrás, mirando a otra habitación que llenaremos, quizás, con otros objetos, poco a poco, hasta que nos dure la vida.

    Aquí me quedo con tu permiso, enamorada de tus palabras, !salve!

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  6. Saludos y gracias.
    A veces me avergüenzan un poco algunos comentarios o visitas porque escribo luego de una jornada intensa de trabajo y por lo general no alcanzo a releer o corregir fallas formales evidentes. (En este sentido me justifico con que las entradas son diarias, desde que se inició esto...).
    Aún así, aseguro que lo de acá es sincero y sin ningún otro fin, como señaló alguien en un comentario que preferí omitir y al que le señalo con cariño, lo crea o no, que escribo acá con esfuerzo, y con afecto
    Y es que siempre que se pueda ""y hasta que nos dure la vida", como decía el comentario anterior, creo que es lo que estamos llamados a hacer.
    Saludos y gracias, de nuevo.

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  7. este entrada tuya es tan hermosa que me hizo recordar aquella película de jim carrey que me hizo hasta llorar "el eterno resplandor de una mente sin recuerdos" donde la magia recae justamente en no cargar con los recuerdos para poder vivir libremente buscando nuevos horizontes, nuevas experiencias, nuevos amores, porque al final los recuerdos viene cargados de resentimientos, de odios injustificados, de miedos justificados, de paranoia hacia lo que hemos vivido y que deseamos no volverlo a repetir, olvidando ese dicho que mañana será otro día y hay que vivirlo como si fuera el último... mil gracias por tus letras, me ha encantado leerte y meterme en tu blog...

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