viernes, 18 de mayo de 2012

El tiranosaurio que quería cambiar una ampolleta.



Sé que es absurdo, pero por eso es bello.

Dicho esto, imagine usted un tiranosaurio queriendo cambiar una ampolleta.

Un poquito a oscuras, un poquito asustado y otro poquito sin entender el porqué de sus bracitos cortos y sin alcance.

¿Quién no se pondría en duda ante tamaña incapacidad?

Porque, claro, puede parecer poca cosa, pero no hay que subestimar la oscuridad.

Y es que la ausencia de luz, nunca ha sido poca cosa.

Los que vivimos con ella la despreciamos, casi… pero si faltara: ¿qué escándalo no haríamos para invocar su regreso?

Pues bien, ese escándalo interno es lo que vive ese pequeño tiranosaurio que usted se imagina.

Aclaro lo de lo interior, por cierto, porque nuestra imaginación suele quedarse en la superficie, y tener también los bracitos cortos, para iluminar lo privado.

Pero claro, les hablaba yo del pequeño tiranosaurio que quería cambiar una ampolleta.

Pónganse en su lugar por un momento.

¿Lo hicieron…?

Entonces ahora préstenle su cerebro un momento que el de él es pequeñito, y a veces se aturde, cuando intenta entender.

Porque son hartas las cosas que ha intentado entender antes, claro está.

Es decir, no es solo cuestión de la ampolleta. Tampoco puedes abrocharte los zapatos, o echarte el pelo para atrás, por ejemplo…

Y claro, usted podría pensar que es absurdo y reducirlo a eso y hasta concluir con una de esas magníficas frases que hablan de la perfección de la naturaleza y todas esas verdades que en el fondo solo son consuelos disfrazados.

Y es que el problema del que aquí hablo –y la incomprensión asociada-, no se limita solo a un absurdo.

Eso lo hace bello, claro, o enternecedor si usted quiere, pero es un asunto que puede volverse serio ante la aparición inminente de otras necesidades.

Así, pase a imaginar usted otras necesidades más básicas. Piense un momento, por ejemplo, en la necesidad de ese pequeño tiranosaurio de dar un abrazo, o hasta el sencillo impulso de llevarse la mano al corazón para escuchar sus latidos y saberse vivo… ¿también se tranquilizará usted diciendo que se trata de un absurdo?

Porque claro, si bien fui yo mismo quien lo llamó absurdo en un inicio, debo confesar que eso fue solo para ganar su confianza, y lograr que viniera hasta acá, donde existe una verdad más evidente y más simple:

El corazón de todos tiene bracitos cortos.

Eso quería decirles, pero no explicarles.

Así, si está dispuesto a dudar de aquello que a veces nos sostiene, podrá comprenderlo incluso, casi sin problemas.

Por otro lado, si no gusta de esa opción, alguien podría recomendarle que piense que los tiranosaurios, pequeñitos o no, están hoy día extintos, y se acabará el problema.

Con todo, yo no le recomendaría a usted aquello… de hecho, si lo hace, debo ser sincero y decirle que me defraudaría usted enormemente.

Y es que la naturaleza -debiésemos tener en cuenta-, no siempre sabe lo que hace.

4 comentarios:

  1. no están extintos, solo cambiaron de apariencia y viven entre nosotros, hay muchos incapaces de "cambiar la ampolleta"!!!
    lamentablemente...
    Saludos, buena metáfora, me gustó!

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  2. Supongo que el corazón de los egoístas tienen brazos pequeños...buen tema.
    Saludos fraternos!

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  3. Interesante!!
    Gracias por pasar por mi mundo .
    Saludos

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