“Hay grandes ideales sin descubrir,
adelantos disponibles que pueden remover
una de las capas protectora de la verdad”.
Neil Armstrong.
Yo lo miraba desde la ventana cuando él pasaba.
Lo hacía siempre dos veces por día, invariablemente,
al ir hacia un almacén.
Era entonces cuando él avanzaba como si no
existiese gravedad, y daba esos pequeños saltos en cámara lenta como si hubiese
sido el mismísimo Neil Armstrong.
-Deja de mirarlo –decía entonces mi mamá-, no es
bueno que te fijes así en esa clase de personas…
-Pero si él no me ve desde el otro lado –alegaba yo.
Pero mi madre siempre volvía a argumentar con un
tono de voz tan alto que resultaba imposible contradecirla.
Con todo, debo reconocer que de una u otra forma me
las arreglaba siempre para verlo pasar, siguiéndolo con la mirada hasta que él volvía
a meterse a su casa, una de las más descuidadas que había en aquella calle.
-¡Pobre hombre…! –escuché una vez comentar a una
señora-. Ya ni siquiera se ve venir a sus hijos y esa casa debe estar
inhabitable…
-Yo creo que debiésemos buscar una solución al
respecto –decía otra.
Pero claro, lo cierto es que nunca se hizo nada.
Yo en tanto -que apenas salía a la calle-, me
imaginaba la casa del hombre arreglada de tal forma que todo pareciese ser parte
de una nave: algunas mangueras y cables colgando, distintos objetos de color
plateado, y hasta comida en cápsulas…
Es decir, no es que yo pensase que su casa fuese realmente como una nave, sino que
entendía que el hombre estaba mal, pero daba por hecho que estaba obsesionado
con ser un astronauta, traspasándole, quizá, mis propias expectativas.
Fue así que, entusiasmado con el tema, debo haber
sido el primero en percatarme que el hombre no apareció un día a comprar… y luego
otro.
-Mamá –dije entonces en mi casa-, el hombre que
camina como Armstrong no ha pasado en estos días…
-¿El hombre que camina como quién…? –me preguntó.
-El hombre que camina como Armstrong –intenté explicar-,
como el astronauta que llegó a la luna…
Y claro, fue entonces que mi madre me dio una
cachetada y me castigó por burlarme, según ella, de las personas que eran diferentes…
Sin embargo –más allá de ese malentendido-, lo
cierto es que esa misma tarde escuché a mi madre hablar con una vecina sobre la
ausencia de aquel hombre, decidiendo incluso llamar a la policía para que
resolvieran el misterio.
Así –si bien no me lo dijeron directamente-, me
enteré que igual como en la tele los bomberos bajan a los gatos de los árboles,
los policías habían descolgado al hombre de una viga… todavía con vida.
-Es increíble que se haya salvado –decían unos.
-Imagínate, dos días colgando y seguía vivo…
-comentaban otros.
Y todos parecían maravillados con aquel milagro.
No obstante, y a pesar del interés, nunca supe qué
le ocurrió finalmente a aquel hombre.
Es decir, ni mi madre ni otros vecinos parecían
saber nada.
Así, la casa en que él vivía fue derribada a los
pocos años, y luego una familia que llegó de Ecuador –según recuerdo-, comenzó
a construir una nueva vivienda.
-¿Te acuerdas cómo se llamaba el hombre que vivía
cerca de casa, y que encontraron colgado de una viga…? –le pregunté hoy a mi
madre, mientras almorzábamos.
-¿Cuál hombre…? ¿El que caminaba como Neil
Armstrong…? –pregunta ella.
Y yo le digo que sí, al mismo tiempo que me doy
cuenta que no necesito un nombre para contar aquella historia.
Final alternativo:
ResponderEliminar"-¿Sabías que el hombre nunca llegó realmente a la luna? –le pregunto a mi madre, finalmente.
Pero ella desvía el tema.
Y yo no insisto".
Hay verdades que se sospechan, aunque se quieran negar!
ResponderEliminarUn abrazo.