viernes, 31 de marzo de 2017

Ampolletas que no encienden.


Como habían dejado de encender, (y ya habían comprobado que las ampolletas estaban buenas), K. y L. revisan las conexiones en los enchufes y terminales de su casa.

Están un poco a oscuras, como decía, pero todo aquello que revisan parece estar bien, por lo que no se explican qué es lo que ocurre.

En este sentido, se preocupan de probar si las ampolletas encienden si las llevo a otra casa, y, desde entonces (tras comprobarlo), K. y L. piensan que hay algo malo en su casa.

Esa vez, sin embargo, no se preocupan de derivar aquello a algún especialista eléctrico, sino que más bien asumen que lo malo tiene que ver con otro tipo de conexiones.

K. y L. siempre han sido muy concretos al pensar, por lo que su actitud ante las ampolletas se transforma en una situación que los incomoda, y que no logran superar, tras una serie de conversaciones.

Tras molestarse por ello, y tener sus primeras discusiones, K. y L. deciden dejar de hablar de aquel tema, y comienzan a usar una iluminación especial en la casa, que funciona a partir de baterías que alimentan a una serie de lámparas independientes que ubican en distintos lugares de la casa.

Estas lámparas, por cierto, no funcionan con ampolletas, por lo que K. y L., deben guardarlas y no usarlas por un largo tiempo.

Las guardan, por esto, en una caja que dejan en el clóset, que cada uno mira de reojo, mientras se acuestan.

Debe haber una de estas cajas en cada casa, se dicen ellos mismos, para minimizar el tema.

Tal vez sea cierto.

jueves, 30 de marzo de 2017

Los últimos serán los penúltimos.


Gabriel apuesta a los caballos todas las semanas.

Su récord son 18 carreras seguidas acertando al que llega último.

Suele sentarse junto a un grupo que hace siempre apuestas extrañas.

Que un jinete se va a caer.

Que un caballo no va a salir.

Y hasta creo que una vez un tipo acertó diciendo que un caballo se cagaba en medio de la pista.

Por supuesto, sus apuestas son ilegales, pero por lo general las llevan a cabo con montos tan bajos que nadie se preocupa demasiado del asunto.

De hecho, de vez en cuando se ve a esos hombres apostando pequeños productos entre sí, o hasta poniendo el sombrero, el cinturón, o hasta unos cuántos cigarros, como prendas en la apuesta.

Y claro, como los he visto varias veces, y hasta de vez en cuando cruzo con ellos algunas palabras, en esta oportunidad me dejan apostarle a uno de los caballos, respecto a que finalizará último.

Así, resultó que elegí mi caballo y casi acerté, ya que por una decisión arbitral el caballo que llegó penúltimo fue penalizado y terminó reemplazando al mío, en la última posición.

-No serán los primeros –dijo entonces Gabriel, el tipo del récord que mencionaba en un inicio.

Yo no entendía  a qué se refería.

-No serán los primeros, pero al menos serán los penúltimos –dijo entonces Gabriel,  totalmente serio.

Yo, algo lento tras la derrota, no fue sino hasta llegar a casa que me di cuenta del sentido de la frase.

Me consuelo pensando, de todas formas, que es probable que haya alguien que entienda todavía después que yo.

Algo es algo.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Robar el mamut de Moldavia.


I.

Encuentran congelado un espécimen de mamut que ha sido llamado desde entonces el mamut de Moldavia.

No me pregunten si lo encontraron en Moldavia.

Tampoco me pregunten características específicas.

Por su conservación –de esto sí pueden preguntar-, es el único de estos animales cuya apariencia real actual no difiere demasiado de la del animal cuando estaba vivo.

Es decir, no encontraron los restos, sino el mamut mismo de Moldavia.

No se sabe bien cómo, pero llegó a una colección privada de un jeque árabe que facilitó muestras para extraer material genético.

Luego, lo mandó cubrir de joyas y lo llenó con estampillas antiguas, de gran valor, que no pueden ser recuperadas sin romper al animal.

Su precio actual, por lo mismo, se ha incrementado de tal manera que apenas puede ser comparado con el de doce mil autos Ferrari, (modelo del año y con estanque lleno), aunque el jeque señala que no lo vendería por cifra alguna.


II.

Se han organizado hasta el momento 84 exposiciones del Mamut de Moldavia.

En 14 de ellas han intentado robarlo.

Nunca lo han logrado.

Corre el rumor, sin embargo, que las joyas más valiosas están resguardadas en otro sitio.

En otro mamut, ¿por qué no?


III.

Una sola vez han logrado robar, durante un tiempo determinado, el mamut de Moldavia.

Ocurrió en Rumania, en el 2011.

Extrañamente fue encontrado intacto, en un galpón que arrendaban por semanas.

No hubo detenidos, ni culpables, aunque sí se encontró un computador – en el mismo galpón-, desde el cuál se recuperaron escritos que hablaban de robar el mamut de Moldavia.

La investigación avanzó poco más y finalmente –tras meses de investigación-, se devolvió el mamut al jeque quién dejó ya de facilitarlo para exposiciones.

Ojalá que alguien, alguna vez, encuentre y resuelva el acertijo.

martes, 28 de marzo de 2017

En lo absoluto (un año).


Ella dijo que fue la voluntad de Dios. Yo entendí que ella necesitaba decir eso. No discutí. Me senté al lado y esperé. Ahora venían las contradicciones. Que esa no podía ser su voluntad. Que el dolor no puede ser el fruto de la voluntad de Dios. Que debe haber un error en todo eso. Y claro… luego de nuevo el silencio. Un poco de desesperación. Un poquito de llanto. Ahora viene contra mí. Dice que yo estoy de acuerdo y ni siquiera sé con qué. Dice también que yo soy frío. Que yo no extraño. Que la muerte de X no me afecta en lo más mínimo. Entonces yo la dejo hablar. No tiene sentido contestar así que no contesto. Ella vuelve a llorar y luego se calma un poco. Yo me acerco, pero no hago nada. Ella respira hondo, pero tiene una mano empuñada. Me explica entonces que no es contra mí. Que está enojada… Hasta consigo una disculpa. Pero claro, luego de nuevo la vuelta  a Dios y se tiene que regresar al primer punto. La voluntad esa que le permite (a ella) mantenerse en pie. Después de todo: ¿qué se hace con la voluntad de Dios? Creer o no creer, tal vez, pero viene siendo casi la misma cosa. Además ahora se va a cansar y se va a dormir. En un año, estimo, no se acordará en lo absoluto. 

lunes, 27 de marzo de 2017

Dos moscas de la mano.


I.

En mi ventana.

A la que le llega el sol.

Hay dos moscas de la mano.

O sea, no sé si “de la mano”.

Pero digamos que juntan una de sus patas, al menos.

Llevan rato así y como no se alejan.

He querido retratarlas.

Digo entonces:

En mi ventana, hay dos moscas de la mano.

Luego agrego:

Todavía en la ventana, llega el sol.


II.

Antes que llegue la noche.

El sol se deja ver por mi otra ventana.

También se ve un limón.

Y a lo lejos se ve pasar el metro.

Hacia los dos lados, pasa el metro.

Estoy seguro que debe existir una forma.

Para poder viajar, al mismo tiempo, en ambas direcciones.


III.

Desde cierta distancia, de una casa a mi derecha, llega el sonido de un piano.

Notas sueltas, solamente, aunque a veces se dejan oír algunas secuencias.

Por otro lado, desde otro sector (tal vez desde mi derecha), se escucha una trompeta.

No suena muy fuerte, eso sí, y repite invariablemente las mismas notas.

Por lo general los oigo el fin de semana,
aunque hoy debo reconocer que escuché a los dos.

De hecho, para ser preciso,
lo cierto es que hoy sonaban ambos instrumentos
mientras las moscas se tomaban de la mano.

Mientras sonaban, incluso,
si soy más exacto,
ellas parecían del todo tranquilas,
 en la ventana.

Aunque claro…

No sé realmente,

si podían escucharlos.

domingo, 26 de marzo de 2017

Niños en el parque.


Niños que lloran.

Y niños que se dejan arrastrar.

Los otros no son niños.

Esos son los que caminan por acá.

Por el borde de un pozo.

Caminan.

Caminan y no llueve.

Hablo así porque no llueve.

Y en el parque.

No hay columpios buenos.

Por el suelo.

Se arrastra torpe.

Una mosca sin alas.

Tal vez fue un niño.

Quién lo hizo.

Sus pies.

No avanzan sus pies.

Se hunden, sin más, en la espalda.

Mi espalda.

Mi pecho incluso, si volteo.

No lo llamaré dolor.

Ni siquiera tendrá nombre.

Porque pasa.

Y sí… estoy seguro.

Eso pasa.

Por otro lado.

De haber agua.

Todos esos cuerpos.

Estarían flotando.

¡Pobres niños!

Sufriendo por alguien que no es.

Y es que eso.

Eso no es, ciertamente, un niño.

Y no hay agua.

Por eso, de hecho, hablo así.

Y en el parque.

Las piedras.

Ladrarían.

Morderían manos.

Cortarían rostros.

¿Ves al fondo del parque?

¿Ves al fondo aquella iglesia?

Los lunes vuelan sobre ella.

Los buitres.

Bajan incluso, hasta el lugar.

Y se aferran a sus rejas.

Los niños que lloran.

Y se alejan del lugar.

Los que se dejan arrastrar.

Eso pasa, digamos, en el parque.

Y la falta de agua.

Y los buitres que regresan.

Y se paran sobre el pozo.

Alguien dice que hacen ruido.

Yo no sé.

Y es que en tanto.

Uno duerme.

Sobre las piedras del parque.

Uno duerme.

Simplemente.

Como muerto.

sábado, 25 de marzo de 2017

El ojo que se cansa de ver.

“Tan solo el hombre afligido
conoce su miseria”
J.

El ojo que se cansa de ver,
no llora.

Conoce su miseria
y su grandeza desconoce.

No se voltea ante sí mismo.

No mira a la luz, pues nada ve.

No busca a Dios por los rincones.

Si ha de tener suerte,
cuenta él,
dormita un poco por las noches.

No pide mucho más.

No exige al mundo más belleza.

Tampoco busca encontrar la humanidad,
en el interior de cada hombre.

Solo ocurre que está cansado.

Todos podemos estarlo.

El ojo que se cansa de ver
es sensato como un muerto.

Jamás lo oirán gritar.

Jamás pedirá algo nuevo para ver.

Su silencio es digno
como el verdadero silencio.

No pestañea.

No se inmuta.

Su forma de vivir desconoce por completo
que hay otra forma de existencia.

Un día como hoy.

Un día como ayer.

Un día que vendrá.

Eso parece leer
en una sola frase
el ojo cansado de mirar.

Todo lo demás es ornamento.

La boca, sin embargo, le pide que vea.

Le pide una imagen
para transformar en letra.

El hombre en cambio nada pide
pues no reconoce su cansancio.

Un día como hoy.

Un día como ayer.

Un día que vendrá.

Ni siquiera hay llanto.

El pájaro más sabio se arrancó las alas.

viernes, 24 de marzo de 2017

Ella pide un vaso con leche.


I.

Ella pide un vaso con leche.

Se la traen de inmediato, pero al parecer algo la molesta.

Helada, dice entonces, y ellos se la cambian.

Yo no pido nada y bebo de mi vaso mientras ella me cuenta.

Yo escucho.

La historia que narra es algo absurda.

Extravío, pérdida, caminar solo…

Conceptos de esa índole.

Nadie más contempla esto.

Nadie más escucha.

Ella volverá a Chile, dice entonces, si encuentra una razón.


II,

Y análisis.

Así hasta el final y un poco más.

Horas, más horas, semanas.

Yo espero por si surge algo nuevo y debiese decirse.

Algo sencillo, ya sabes.

Algo que entendamos mientras vivimos y esas cosas.

¿Qué…?

¿No es suficiente?

Entonces que queda registro de esto:

¿No ves lo importante?

Anótalo así, entonces, tal cual:

Mientras vivimos y esas cosas.


III.

Ella termina su vaso con leche.

Ya no debe estar fría, en su vaso.

De vez en cuando no habla de nada y me pide pequeñas frases.

No digas nada complicado, me dice.

Di que la nieve es blanca, o di tal vez que el fuego quema.

Y claro, si insisten, confiésales que la vida es triste y hermosa.

Ya sabes…

Palabras sencillas, simplemente.

Mientras vivimos y esas cosas.

jueves, 23 de marzo de 2017

Esos hombres cansados.


Esos hombres cansados.

Los que están allá, entre los otros.

Cuídate de esos hombres.

¿Los ves…?

Parecen inofensivos.

No asustan.

Pero cuídate.

No son débiles.

Resisten más de lo que crees.

Los secaron.

Les arrebataron todo.

Les dieron un nombre que no era el suyo.

Por eso cuídate.

No tienen nada que perder.

Observa y aprende de los hombres cansados.

Mira sus ojos.

No hay en ellos neones ni soles plásticos.

Su cansancio es tan gris como verdadero.

Su cansancio es humano.

Y no hay debilidad en lo humano.

De hecho, miles de años ha resistido los embates.

Miles de años se ha escondido, lo humano, en los hombres cansados.

Ellos tienen la última reserva.

Ellos la esconden de quienes quieren arrebatarla.

Y es que nada tienen que perder los hombres cansados.

O al menos, nada tienen que perder aquellos cuyo cansancio es verdadero.

Aquellos que cargaron el peso que debía ser cargado, me refiero.

O que cargaron pesos equivocados, pero por caminos verdaderos.

Por lo mismo, si lo piensas, es normal que estén cansados.

Míralos desde acá.

Témeles.

Aprende de ellos.

Guarda silencio y aprende.

Dales el lugar, incluso, para pasar.

Y es que ellos guardan semillas de aquello que te arrebataron.

Déjalos ahí, entre los otros.

Prontamente reconocerás la señal.

Un grito, tal vez.

Se está gestando un grito.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Chinos que caminan hacia atrás.


I.

La imagen es linda.

Hoy no quiero buscar otro adjetivo.

Está tomada desde lo alto por lo que se observa toda la llanura y un pequeño poblado.

Una típica aldea china, aclaro, por si no se fijó en el título.

Apenas amanece.

De un par de casas sale humo.

En la llanura, mientras tanto, al menos cien viejitos caminan hacia atrás.


II.

La imagen es linda.

Por lo mismo, indagué sobre aquella belleza.

Me refiero a la belleza de los viejitos esos que caminan hacia atrás.

Descubrí entonces que en algunos poblados los viejitos caminan todas las mañanas de esa forma.

Algunos señalan que es el secreto para no morir.

O para aplazar la muerte, más bien, de forma lúcida.

Lo extraño es que una serie de estudios los respaldan.

Y hasta parece verdad  además de lindo.


III.

Cien chinos caminando hacia atrás.

Cien viejitos, en realidad, caminando hacia atrás.

Todos tras un aplazamiento o tal vez disfrutando el día.

El sol los ilumina plena y sus sombras se alargan desde ellos.

Los árboles, atrás, parecen un poco secos.

No debe ser un mal día, pienso entonces, si caminas hacia atrás.

Me refiero a que es más que simplemente, reír por las mañanas.

Eso es lo que encuentro, si observo.

Cien chinos que caminan hacia atrás.

La imagen es linda, sin duda.

martes, 21 de marzo de 2017

El momento del estornudo.


No es el estornudo en sí. Es más bien el momento del estornudo. Segundos antes, incluso. La pulsión previa, me refiero. Una especie de fuerza que llega desde fuera. Algo así como una posesión. Repentina e inconclusa si se quiere, pero posesión al fin y al cabo. Y claro, el estornudo bien puede entonces ser una especie de exorcismo. Funcionar de esa forma, quiero decir. Un intento de expulsión que no me queda claro si lo hacemos por decisión propia o porque estamos actuando ahora por voluntad de un tercero. Es así como de pronto la cuestión parece transformarse en una pregunta que a priori habríamos desechado por absurda: ¿Quién estornuda cuando estornudamos? Quién está en el impulso, me refiero. Y es que no se trata aquí de aplicar una lógica básica ni de abrir una de esas discusiones sobre asumir o no la responsabilidad de nuestras acciones… Yo me refiero aquí a las sensaciones que nos acompañan. A ese algo que queda siempre un poco innombrado. O al deseo aquel de decir perdone yo no fui… ¿lo han pensado, acaso…? ¿De dónde viene ese deseo de excusarse ante el estornudo? Porque claro… lo intenté evitar, pero algo en mí no pudo dejar de culpar a ese impulso que de seguro venía desde otro sitio. Por lo mismo, aclaraba en un inicio que no se trataba del estornudo en sí. Aunque casi. Es más bien el momento del estornudo. Yo digo.

lunes, 20 de marzo de 2017

La chica que va en la página 28.


Viví esto antes.

Lo sé.

El hombre inmóvil en el asiento del fondo.

La mujer que come desde un frasco semillas de maravilla.

El metro que va con problemas técnicos.

Y claro: la chica que va en la página 28.

Me detengo en ella porque está más cerca y porque estoy seguro que la he visto.

A mí no me engañan.

Esa chica va siempre en la página 28.

Lo sé porque he intentado ver el libro.

Es un libro gordo.

Una novela, al parecer.

Tal vez hable de un tipo que va en el metro y que ve a una chica que va en la página 28.

A mí no me engañan.

Intento ver el libro y no hay rasgo que lo identifique.

Apenas unos diálogos y el número abajo, como si fuera a caerse.

La página 28.

Todo esto ya se ha visto, me digo.

Escucho la grabación que habla de los problemas técnicos.

Abro un chicle, pero ya no tiene sabor.

A otra mujer al fondo comienza a notársele una falla en el rostro.

A veces parece una niña y otra una mujer adulta.

Una especie de bucle digamos.

O un rostro mal sintonizado.

Y es que estoy seguro.

Ya viví esto antes.

La mujer que come semillas.

El hombre al fondo.

La chica que sigue en la página 28.

Y el metro que lleva problemas técnicos.

Pasan entonces los minutos.

Pasan y ella sigue en la misma página.

Estoy seguro que hasta la he visto voltearla, pero el número ese siempre sigue al pie.

No sé si pensar en ella como una pobre chica o si deba lamentarme por mí.

Pobre mundo, mejor.

Ella es linda, y sigue en la página 28.

domingo, 19 de marzo de 2017

Miguel se corchetea un dedo y va al doctor.


I.

Miguel se corchetea un dedo y va al doctor.

Estaba ordenando unos documentos y de pronto se escuchó un pequeño grito.

En principio no parecía algo serio, pero al intentar arrancarlo rasgó la piel.

Un trozo de su huella digital está ahora sobre su escritorio.

También una uña que se arrancó hurgando en la herida.

La sangre la limpió Marcela, que trabaja en el escritorio del fondo.


II.

Ya en la consulta, Miguel se acerca a recepción y cuenta lo ocurrido.

Lamentablemente, no lo toman muy en serio.

Su herida ha parado de sangrar y además tiene toda esa mano envuelta en una tela.

Por lo mismo, decide de pronto agrandar un poquito el daño.

Hunde un lápiz y revuelve un poco.

Entonces, es llamado casi de inmediato.


III.

El doctor se muestra complicado.

No entiende como un simple corchete puede hacer tanto daño.

Al principio, intenta desinfectar, pero finalmente decide arrancar un trozo más de piel.

Llega hasta un nudillo y parece que ahora hay que quemar unos nervios.

El doctor llama a un colega del cubículo del lado para que vea la herida.

Tras pedirle permiso a Miguel sacan fotos de su dedo.

Luego vuelve a quedarse con el doctor que lo atiende.


IV.

Hizo bien en venir, dijo entonces el doctor, podría haber perdido el dedo.

Miguel asiente.

Entonces le dan hora para curaciones en dos días más y le recetan un antibiótico y un calmante, para cuando pase el efecto de la anestesia.


V.

Ya en casa, Miguel se encierra en su cuarto con un cuchillo.

Y claro, es raro que se encierre en su cuarto pues vive solo.

Cinco minutos después arroja el dedo al techo, hace un torniquete en el brazo y llama a una ambulancia.

Miguel no grita.

Yo creo que lo hizo simplemente para cagarme el final de esta historia, que no iba tan mal.


sábado, 18 de marzo de 2017

Ella está regando y está molesta.


Ella está regando y está molesta. Yo la observo desde una ventana. No sé por qué está molesta. De todas formas se le nota en la cara y en sus movimientos. Me refiero a que riega de forma brusca y tironea la manguera. Y claro… eso es lo que hace hasta que la manguera se suelta y se separa de la llave de agua. Manguera culiá. Manguera conchetumadre. Eso dice ella. Apenas la escucho, pero su expresión es clara y llego a percibir, desde la ventana, el rumor de sus palabras. Intento no analizar. Me refiero a que Freud estaría excitado analizando el caso, pero yo no tengo –aquí-, emoción alguna. Entonces la observo agacharse. Intenta reubicar la manguera sin cerrar el agua y se salpica de agua. Solo entonces cierra la llave. Tras hacerlo se queda un momento quieta y luego comienza a poner la manguera, lentamente. Algo parece haber cambiado en ella tras haberse mojado un poco. De hecho hasta pareciera que está llorando. Tensa y todo, pero pareciera estar llorando. Entonces, vuelve a ponerse de pie y comienza a regar de nuevo. No es un jardín bonito, aunque tiene muchos maceteros. De esos grandes, con plantas muy crecidas. Algunos de esos son los que riega ahora con una expresión extraña. Ya no sé si decir rabia, como en un inicio. Los riega con tensión, tal vez sería más exacto. Quieta y tensa, aunque acompañada por una lentitud que podría darle un falso aire de calma. Transcurren un par de minutos. Mientras cambia de posición para regar en otro sitio, siento que me mira de reojo. Creo que me ha visto, incluso. Tal vez por eso disimula un poco. No sé su nombre ni ella el mío. Ella está regando y ni siquiera sé ahora si está molesta. Yo sigo siempre en la ventana. 

viernes, 17 de marzo de 2017

Usted está aquí.


De pequeño me asustaron esas infografías… ya sabes… esas especies de mapas que ponían en algunos lugares de concurrencia masiva con la flecha de color y una figura supuestamente humana que indicaba: Usted está aquí.

Puede ser algo tonto, pero me inquietaba pensar que uno estaba realmente allí… me refiero a que si era cierto aquello –lo de estar ahí-, uno estaba menos en el sitio que creía estar hasta antes de ver aquello… y eso, por supuesto, asustaba.

Algo así como verse grabado en vivo por una cámara, solo que en esta oportunidad estás reducido a una figura informe, sin detalles, en un plano de realidad al que no tienes acceso… Una verdad absoluta, en definitiva, con la que ni siquiera puedes discutir: Usted está aquí, y punto.

Y es que no se trataba de algo que “se agregara a ti mismo”, como imaginarte en un mapa en el que pusieras un dedo y lo vieras de pronto aparecer sobre ti, desmesuradamente grande… aquí se trataba más bien de una realidad distinta. Me refiero a que uno está, según se indica, en otro sitio, y es complejo verse entonces –o saberse al menos-, fuera de uno mismo.

¿La peor eternidad posible, entonces…?

Pues eso, justamente. Quedarse fijamente mirando una de esas infografías y saberse fuera. Emocionarse mirando un dibujo aparentemente humano que indica dónde estamos realmente. Reconocer durante la eternidad entera que no estamos acá… que existimos en otro sitio…. Que el yo que creí ser, en definitiva, está fuera de uno mismo.

jueves, 16 de marzo de 2017

Un niño disfrazado de robot.


Un niño disfrazado de robot aborda el metro.

Va solo, al parecer.

Lleva también una pequeña bolsa en una de sus manos, pero no percibo con qué.

Su disfraz es de cartón y está pintado de verde.

También tiene dibujos de botones y circuitos con pintura ploma.

Por otro lado, su disfraz es demasiado grande para no causar molestias, en el metro.

Además ya estamos cerca del horario punta.

Tal vez por esto, el niño disfrazado de robot intenta moverse hasta una esquina.

Arrastra los pies y sus movimientos son torpes.

Yo estimo que debe tener diez u once años.

Para no molestar al resto, supongo, se deja la caja-casco puesta.

Y es que no creo que alcanzara a sujetarla con sus manos.

Un niño disfrazado de robot está en un rincón del metro.

Entonces llegamos a otra estación y el vagón comienza a llenarse.

Algunos de los que suben intentan no chocarlo, pero lo hacen de igual modo.

Aplastan una esquina de su cuerpo.

Luego rompen algo de un costado.

Una señora, incluso, lo reta largamente por no sacarse el casco.

El niño disfrazado de robot no hace movimiento alguno.

Tal vez murió de pie, ahí dentro, me digo.

Finalmente, me bajo antes que él, y no sé qué le sucede.

No mentiré, acá dentro, para inventarle otro final.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Lo que vos necesitás es un perseguidor.


Lo que vos necesitás no es vida. Lo que vos necesitás es un perseguidor. Lo necesitás vos y lo necesitamos todos. No necesitás amor. No necesitás sueños. Lo que vos necesitás es un perseguidor. No importa que su causa sea justa o no la sea. Lo que vos necesitás es que sea implacable. Que te siga con fuerza. Que te haga desarrollar músculo. Que te lleve a conocer el hambre.Vos necesitás que el miedo alimente tu corazón. Confiá en mí. Yo sé lo que vos necesitás. Vos necesitás un perseguidor. Todos lo necesitan. No necesitás tiempo. No necesitás abstracciones. Vos necesitás el miedo real de la persecución. El miedo real que ha de darle un valor real a lo que vos sos. Ni siquiera a tu vida. La vida no es la que tiene el valor. Entendelo: sos vos. Y es que no protegés tu vida, del perseguidor. Él no va tras tu vida. Él va tras vos. Y yendo, te explica persiguiéndote qué es lo que debés proteger. Te da forma. Te hace latir el corazón más aprisa de lo que ninguna mujer u hombre hizo antes. Así, huyendo, no buscás dirección. No buscás eso pero tenés sentido. Adquirís sentido, me refiero. Agradecé eso. Te equivocás si querés matarlo. Si querés de pronto dar media vuelta y hacerle frente. Eso es convertirse en sal. Eso es perderte vos. Ganar la vida, tal vez, pero perderte vos. Y una vida sin vos mismo es lo que todos tienen. La vida segura. La vida triste. La vida en minúsculas. Ya sabés esa historia, además. Lo que vos necesitás no es vida, acuérdate. Lo que vos necesitás es un perseguidor.

martes, 14 de marzo de 2017

Una bomba en la estación del tren.


Un grupo de hombres en un pueblo pequeño.

Una vida pequeña.

Un laboratorio casero.

Una tienda donde comprar algunos químicos.

Fotos de niños que no ríen.

Fotos de niños que no lloran.

Una maleta gastada.

Una madre que desgrana porotos y una radio encendida.

Un tren que pasa una vez a la semana.

Una estación casi vacía.

Un día nublado.

Un perro que orina sobre un diario viejo.

Un grupo de hombres a escondidas en la estación del pueblo.

Un reloj de bolsillo que se atrasa en dos minutos.

Un plan que no provoca muertos.

El sueño del fuego y del derrumbe.

Una espera que se hace cada vez más extensa.

Un hombre que observa a la distancia.

Parte de la carrocería de un auto, ya oxidada.

Un gato, a lo lejos, ha cazado un pájaro.

Una lluvia apenas, que no moja.

Un sol que se pone y un tren que no llega.

Una sensación extraña.

Un para qué que viene de pronto exclusivamente a hacer daño.

Una estación que se cierra sin previo aviso.

Una parada que se suprime por falta de viajeros.

El ángel destructor que llega sin fuerzas a un mundo ya devastado.

Una bomba no estalla, en la estación del tren.

lunes, 13 de marzo de 2017

La lista negra (canción rara)


Hace diez mil años que Dios escribe la lista negra.

Yo no pensé que lo haría, pero parece que va a terminar.

Ha cambiado docenas de veces la letra, en estos diez mil años.

Y puede que ninguna célula de Dios sobreviva desde el comienzo de la lista.


Los muertos cuando pasan, miran de reojo la lista negra.

Los vivos, no la podemos imaginar.

Por kilómetros se extiende y Dios se ha esmerado en el orden.

Aunque el nombre con que Dios nos llama difiere del que creímos nuestro hasta el final.


En la lista, por ejemplo, Dios, nos trata con apodos.

Algunos con afecto y otros simplemente con tono coloquial.

Por ejemplo, hay cerca de ciento doce millones de “guatón culiao”.

Y unos trece que decían “hijo natural”.


Por momentos –cien años, digamos-, la letra de Dios se pone oscura.

Y hasta rasga las hojas, cuando escribe.

Y claro... Él cree que nada le afecta, pero no es cierto.

Lo que pasa es que Dios, pierde de vez en cuando la paciencia.


Ya entre nos, me atrevo a contarles que me borré de la lista negra.

Logré encontrarme y distraje a Dios, para borrar.

Lo malo es que no sé qué me depara el futuro.

Tengo trescientos doce años y mi vida puede comenzar.


Hace diez mil años que Dios escribe la lista negra.

Apenas diez mil años, y parece que va a terminar.

¿Estás tú en la lista negra? ¿Está tu perro y tú mamá?

No te asustes buscando el nombre mira que el corazón avisa.

Apenas diez mil años y parece que va a terminar.

domingo, 12 de marzo de 2017

Sísifo: tres funciones diarias.


Sísifo no subiría la piedra si no hubiese alguien que lo viera.

De eso estoy seguro.

No digo que lo haga para otros, pero sin duda él sabe que de cierta forma su acción –y su vida, entonces-, es espectáculo.

Limpia la piedra, por ejemplo.

Hunde la guata mientras la empuja.

Incluso arranca vegetación y maleza de la montaña, para poder ser visto a la distancia.

Así, si no ve a nadie observándolo, hasta inventa que hay alguien que lo ve todo.

Y entonces actúa para él.

De hecho, hablando con Sísifo, me contó que ha establecido horarios.

Tres funciones diarias, digamos, incluso los domingos.

No cobra entradas, pero secretamente espera un premio.

Una estatuilla, digamos.

Mejor actor, mejor guion original… o al menos alguna de esos premios técnicos.

Si hasta tiene un discurso escrito en el bolsillo derecho y una lista, algo escasa en todo caso, para los infaltables agradecimientos.

De hecho, pensando en el asunto, puede que incluso yo me encuentre en esa lista.

Y es que ayudé por meses a Sísifo a una serie de labores que no podía realizar cómodamente.

Así, por ejemplo, lo ayudé con la iluminación del lugar.

También con el diseño del vestuario.

Y claro, también está lo que me tomó más tiempo: buscar un doble de riesgo.

Y es que si bien Sísifo no se niega a empujar la piedra esa, lo cierto es que está viejo.

Por esto, cualquier accidente que involucre daño en sus articulaciones y/o huesos, podría causar el retiro final.

De eso se trata, simplemente.

No es cuestión de fuerza, sino de años.

Y de que alguien lo vea, aunque sea a lo lejos.

De eso se trata, entonces.

Estoy seguro.

sábado, 11 de marzo de 2017

Un cactus en el refrigerador.


-Oye hueón… ¿por qué hay un cactus en el refrigerador?

-¿Cuál refrigerador?

-El único que tenemos po, hueón… en la cocina.

-Ah ese…

-Sí po, ese.

-¿No estaba malo?

-No, acuérdate que lo arreglaron el mes pasado.

-¿El mes pasado?

-Sí po, acuérdate que vino el señor ese que recomendaron los de la botillería…

-¿Pero estás seguro que fue el mes pasado?

-Sí po, seguro.

-Entonces no tendría cómo saber.

-¿Cómo saber qué…? No te entiendo…

-Es que yo no estaba aquí el mes pasado.

-¿No estabas?

-No po, hueón… no estaba… ¿no te acordai…?

-No mucho.

-Sí po, hueón, acuérdate que fui al sur a ver a mi tía.

-¿Cuál tía?

-La tía Gloria po, hueon… la del lunar en el ojo.

-¿Un lunar en el ojo…?

-O sea, en el párpado, un lunar grande…

-No te acordai que cuando la vimos tú pensabai que te estaba cerrando un ojo…

-Ah… esa tía… la que nos hizo un kuchen…

-¿Un kuchen?

-Sí po, uno de manzana… ¿no te acordai?

-¿Estai seguro?

-Sí po… yo me lo comí casi todo porque parece que tú le sentiste olor a canela.

-Puede ser, soy alérgico a la canela.

-Viste… si yo me acordaba algo… la tía Gladis, ¿no?

-Sí po, ese era el nombre… a esa tía fui a ver.

-¿Pero no había muerto esa tía?

-Sí po, hueón… fui a verla al funeral y al final me quedé todo el mes pasado.

-¿Fue todo el mes?

-Sí… casi exacto… cuatro semanas, fueron…

-Harto igual.

-Harto po, hueón.

-¿Y no me trajiste nada?

-¿De dónde?

-De dónde está tu tía, po hueón.

-¿Del cementerio?

-No po… de la ciudad, digo yo…

-Ah… de dónde fui…

-Sí po… de ahí.

-¿No te pasé nada cuando volví?

-No po… nada.

-Chucha… yo juraba que te traía algo.

-Juraste mal entonces.

-Sí po, juré mal.

-…

-…

-¿Sabes…? Dicen que es grave esa hueá.

-¿Jurar mal?

-Sí po… jurar mal.

-…

-O sea, no tan grave, pero igual es grave.

-¿O sea que la cagué?

-Sí po, la cagaste…

-…

-…

-¿Y si traigo unas cervezas mejor, pa relajarnos?

-Ya po… tráete dos.

-…

-…

-¡Oye hueón…! ¡Adivina…!

-¿Qué cosa?

-¿Por qué mierda hay un cactus en el refrigerador?

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