jueves, 9 de marzo de 2017

Una aspiradora que no aspira.


I.

Leo un aviso donde ofrecen en venta una aspiradora.

La venden barata porque no aspira.

El anuncio no lo dice, pero supongo que tiene arreglo.


II.

La dirección queda cerca de mi casa.

Entonces, camino hacia la aspiradora sin pensar qué hago.

Llevo un poco de dinero, un libro y una botella con agua.

De vez en cuando hojeo el libro.

También tomo agua mientras avanzo, pero no me quita la sed.


III.

En otra época habría jugado a hacer de esto un acto poético.

Ir por la aspiradora, digamos, y apoyarla en mi pecho.

Y poner en duda entonces si de verdad no aspira u ocurre que no tiene qué aspirar.

Cosas absurdas, pero ciertas, digamos.

Cosas que nada significan, en definitiva.


IV.

Llego hasta el lugar y sale una mujer mayor.

Una mujer mayor, baja de estatura y con ojos claros.

Yo le digo que vengo por la aspiradora.

La aspiradora que no aspira.

Ella me dice que pase, mientras la va a buscar.


V.

La situación es chistosa.

Me refiero a que debemos enchufar la aspiradora, para probar que no funciona.

Yo no quería, pero la mujer la saca de la caja, une unas piezas y enchufa el cable.

Luego apretó el botón de encendido.

Extrañamente, entonces, la aspiradora funciona.


VI.

La mujer me mira y se sonríe.

Yo también me alegro, aunque no sé bien por qué.

Uno a cada lado de la aspiradora, como las figuras centrales de un pesebre.

La probé muchas veces y nunca encendió, me dijo ella.

Ya ve que existen los milagros.


VII.

Al final no compré la aspiradora, pero me quedé a tomar once.

La mujer cuidaba a un nieto que jugaba en un rincón.

Yo compré unas galletas y unos trozos de pie de limón.

Cuando nos despedimos ella dijo que si se echaba a perder me contactaba de nuevo.

Yo lo consideré un buen trato.

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