domingo, 26 de marzo de 2017

Niños en el parque.


Niños que lloran.

Y niños que se dejan arrastrar.

Los otros no son niños.

Esos son los que caminan por acá.

Por el borde de un pozo.

Caminan.

Caminan y no llueve.

Hablo así porque no llueve.

Y en el parque.

No hay columpios buenos.

Por el suelo.

Se arrastra torpe.

Una mosca sin alas.

Tal vez fue un niño.

Quién lo hizo.

Sus pies.

No avanzan sus pies.

Se hunden, sin más, en la espalda.

Mi espalda.

Mi pecho incluso, si volteo.

No lo llamaré dolor.

Ni siquiera tendrá nombre.

Porque pasa.

Y sí… estoy seguro.

Eso pasa.

Por otro lado.

De haber agua.

Todos esos cuerpos.

Estarían flotando.

¡Pobres niños!

Sufriendo por alguien que no es.

Y es que eso.

Eso no es, ciertamente, un niño.

Y no hay agua.

Por eso, de hecho, hablo así.

Y en el parque.

Las piedras.

Ladrarían.

Morderían manos.

Cortarían rostros.

¿Ves al fondo del parque?

¿Ves al fondo aquella iglesia?

Los lunes vuelan sobre ella.

Los buitres.

Bajan incluso, hasta el lugar.

Y se aferran a sus rejas.

Los niños que lloran.

Y se alejan del lugar.

Los que se dejan arrastrar.

Eso pasa, digamos, en el parque.

Y la falta de agua.

Y los buitres que regresan.

Y se paran sobre el pozo.

Alguien dice que hacen ruido.

Yo no sé.

Y es que en tanto.

Uno duerme.

Sobre las piedras del parque.

Uno duerme.

Simplemente.

Como muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales