domingo, 31 de octubre de 2010

La bicicleta.

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Cuando cierro los ojos
veo una bicicleta.
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Es algo sin razón y sin embargo ocurre,
como el crecimiento de los niños
o la expansión del universo.
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Estando despierto, incluso,
me encuentro con aquella imagen
que quisiera borrar,
porque extrañamente me hace daño
y no lo sabe.
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Y es que pocas cosas saben las bicicletas.
Saben avanzar y frenar
y a veces tocan un timbre
que es además
la única voz que tienen
si es que tienen.
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Incluso estando en grupos,
las bicicletas no hablan entre ellas,
quedan encadenadas como esclavos cansados,
apoyados unos en otros,
pero nada dicen.
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Quizá es porque en verdad,
-pienso-,
nada tienen que decirse,
estando quietas.
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Lo triste de las bicicletas,
sin embargo,
es que están condenadas al movimiento
si quieren evitar caídas,
pues apenas quietas
se vienen abajo de golpe,
y deben quedar como los borrachos
apoyadas en algún árbol, o en un poste,
o como las mujeres infieles,
encadenadas a los barrotes de sus camas.
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Y es que son infieles las bicicletas,
pero infieles a sí mismas,
pues no saben detenerse en sí,
sin que la tristeza las haga venirse abajo.
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Deben andar entonces de un lugar a otro,
sin saber quiénes son,
o aprendiéndolo precariamente
en medio de ese extraño equilibrio,
que no les deja tiempo
para ser una sola cosa,
ni amar,
ni ver el movimiento natural de las cosas,
ni saber quiénes son
o qué es lo que quieren, realmente.
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Y es que ustedes,
¿han intentado
acostarse con una bicicleta?
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¿Vivir con una de ellas, incluso,
o sentirse amados por ellas?
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¡Ja!, ojalá no lo hayan hecho,
ojalá tengan la sabiduría que no tuve,
y sepan que sólo están de paso:
que su timbre risueño
y hasta su canasto frágil,
no son bellezas destinadas a quedarse
en un sólo sitio.
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Y sí,
quizá me enamoré de una bicicleta,
quizá fui tan egoísta
que no comprendí,
que ella quería en verdad no ser ella misma,
para ser fiel a lo que era.
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Hoy veo pasar a la gente por mi lado,
a los niños, a las mujeres
y hasta a alguien que de pronto te busca
y no te encuentra.
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Y siento entonces que parte de uno
se va con las bicicletas
si es que cometiste el error de amarlas,
y entonces te quedas fijo,
más detenido que nunca
e igual de caído que ellas,
porque quizá también, aunque de una forma distinta,
te olvidaste de quién eras,
qué sentías,
y qué significaba ser amado.
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No estés triste,
me dicen entonces,
deja de pensar en ella,
y mira a tu alrededor:
¿no ves que hermosa está la luna hoy?
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Entonces yo la miro con atención,
pero en verdad,
la veo igual que siempre.
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Y mientras miro su luz blanca,
-esa luz que ni siquiera es suya,
según dicen-,
intento guardar aquella imagen
como si fuese yo un pozo,
y espero que suceda
el milagro que me permita
poder recuperar de alguna forma
aquello que sentía,
y que era.
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Sí, ese es el milagro que espero.
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No otro.
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sábado, 30 de octubre de 2010

El mundo es un cráter.

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Mi hijo habla dormido.
Incluso contesta si uno le habla,
pero me da miedo preguntar.
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El asunto es serio, en todo caso,
pues hay algo en su actitud,
cuando habla entre sueños,
que dista mucho de la que tiene
habitualmente.
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A veces incluso dice números,
o frases que parecen dictadas por otros,
y yo hasta me pregunto,
si se encuentra realmente al interior de su sueño
o si hay algo extraño, y ajeno,
que lo desplaza.
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Por lo mismo,
-porque a veces las frases que dice
parecen sacadas de las peores amenazas de mis sueños-
yo prefiero acercarme a él,
cuando duerme,
y hacerme cargo de esa carga que no es suya,
y de la que no quiero hablar acá,
en todo caso.
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Además, al despertar,
sólo hay risas y alegría,
y no hay huella alguna de aquello,
que él olvida prontamente,
y que hasta reemplaza por sueños
o recuerdos agradables
cada mañana.
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Anoche, sin embargo,
el asunto no ocurrió
con las caracteristicas habituales:
yo escuché una frase de él cuando dormía,
pero su sueño seguía tranquilo.
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¿Estás bien?
le pregunté entonces.
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Sí, pero el mundo es un cráter,
contestó.
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Lo dijo tan claro
y de una forma tan tranquila,
que pensé que era una verdad incuestionable.
Y volví a mi cama,
y lo dejé descansar tranquilo.
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Mientras me dormía,
yo recordaba esas imágenes de la luna,
llena de cráteres,
y de huellas...
y pensaba también en el mundo
de cada uno,
en nuestros propios cráteres
producidos por impactos
a veces imperceptibles.
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El mundo es un cráter,
me dije,
la huella de un impacto:
algo que golpea y que desaparece
pero que deja una huella,
y sobre ella
nos edificamos
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Y entonces me dormí.
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En el sueño estaba a la orilla del mar,
había una vegetación densa
y el sol estaba emergiendo
desde el horizonte.
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Yo ponía mis manos en la arena,
y luego me daba cuenta
que recorría aquel lugar,
y mis manos pasaban por la tierra
como si recorriesen justamente un cráter,
una herida sanada,
suave y viva,
como la guatita de un niño
recién nacido,
que se infla y se desinfla,
mientras respira.
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Entonces en el sueño,
yo me recostaba de espaldas en la tierra,
y sentía el olor del agua, y de la vegetación,
y sentía de pronto
una manito pequeña
que se posaba en mi pecho,
como si éste hubiese sido también un cráter.
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Y una sensación como de vacío
pareció de pronto llenarse de agua,
o de aire
y desperté.
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Ahora ya termina el día.
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Con mi hijo jugamos,
leímos, y ahora ya va siendo hora
para que lo vaya a dejar,
con su abuela.
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Luego,
buscando una imagen para esta entrada,
puse puerto, puesta de sol,
y de tanto buscar
llegué a una imagen que sentí
casi exacta,
a la de mi sueño.
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Mientras la pincho para copiarla,
descubro que pertenece al puerto de Chicxulub,
donde se descubrió hace mucho,
según leo,
un cráter inmenso.
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Buscaría más información ahora,
pero en verdad,
creo que es algo que no necesito.
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Veo por la ventana a mi hijo jugar,
y mirar hacia acá, para invitarme.
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Y pienso entonces que si el mundo es un cráter,
o si mi pecho es un cráter,
existe una mano que es capaz de hacer
que ese cráter recuerde que está vivo.
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Y llenarlo de luz.
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Ahora voy por esa luz,
y aprovecho ese momento.
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viernes, 29 de octubre de 2010

No lamento nada: Leon Czolgosz.

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"No lamento nada,
dijo Leon Czolgosz al morir
¿Podrá Dios, de existir,
decir lo mismo?"
T.D.W.
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Hay cinco años perdidos en la vida de Leon Czolgosz. Desde que intentó unirse infructuosamente a grupos anarquistas, hasta que reapareció para dar muerte disparándole a quemarropa al presidente de Estados Unidos, William McKinley.
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Rumores hubo varios, por supuesto, sobre todo los que suponían que había estado viviendo al interior de un grupo anarquista durante aquellos años, pero en verdad, tras haber sido apuntado como espía -erróneamente, como el mismo demostraría a través de su asesinato-, Leon Czolgosz fue rechazado por la mayoría de los grupos de izquierda, y por los distintos núcleos anarquistas a los que intentó acceder.
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De las pequeñas referencias que se tienen sobre Leon, y su pensamiento anárquico, lo único cierto son las opiniones de algunos que lo describen como un ser demasiado sencillo, incapaz de entender realmente "la naturaleza de la lucha anarquista", y por lo tanto, incapaz de ser un aporte real para los objetivos que se perseguían.
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De hecho, fue ese el único punto al que pudo asirse su defensa en el juicio que lo condenó, -en apenas unas pocas horas- a la silla eléctrica.
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"Leon pensó que hacía un bien a través de ese asesinato. Y hacer el bien, buscar el bien de los otros, son los valores que le enseñó justamente la sociedad que hoy día lo juzga, y lo acusa sin detenerse en el origen y motivación de aquel acto".
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Y es que su acción, -apenas comentada al interior los grupos que supuestamente la habrían organizado-, fue al parecer una decisión sencilla para Czolgosz: algo que debía hacerse porque era lo correcto, y que defendió hasta el final, hasta el momento mismo en el que se sentó en la silla eléctrica.
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"No lamento nada. Yo maté al presidente porque era un enemigo de la gente buena, de los buenos y nobles trabajadores. (...) Lo maté porque no creía en él..."
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Y claro, sus argumentos parecen sencillos y sensatos, -siempre y cuando olvidemos por un momento que al otro extremo de ellos está el asesinato de un hombre-, y no parecen formar parte de un discurso muy lejano al sentido común que debiese guiar el actuar de la gente en comunidad.
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De hecho, muchos de nosotros hacemos exactamente lo mismo con aquello en lo que no creemos -siempre y cuando no se trate de darle la muerte a un hombre por supuesto-, y ese dejar de creer es también una muerte, sólo que requiere menos valentía, y aparentemente nos resguarda de futuras represalias.
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Da lo mismo si se trate de Dios, de un sentimiento en particular, del sentido de un trabajo, o de creer en la familia... lo cierto es que llega un momento en que ese no creer entra en nosotros y debemos decidir qué hacer con aquello que queda ahí como un cadáver, o como un muñeco desinflado.
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¿Pero qué hacemos si aquello en los que dejamos de creer incluye la democracia, la idea de familia, el sitema económico... o hasta aquello que parece ser la vida equilibrada de todos los otros?
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¿Puede ser la destrucción, el incendio, o el asesinato, un camino...?
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Eso me pregunto en mi momento sensato del día... y la respuesta viene a ser algo así como una negación rotunda.
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Pero no por la idea del asesinato o del incendio... sino por el concepto de camino.
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Y es que no creo en los caminos, ni en las metas, ni en las secuencias, ni en los procesos. Es decir, quizá ocurran, pero no creo en ellos. Yo dudo de las heridas de la realidad aunque me ofrezcan meter las manos en sus llagas, o aunque yo mismo pueda evidenciar aquellas heridas.
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Pero entonces, ¿tengo derecho a matar a alguien porque es una mala persona, porque le hace mal a los demás, o porque no creo en él, sencillamente?
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¿O a quemar el mundo entero porque dejo de creer en él y su significado no tiene ningún sentido ni valor para mí?
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Sinceramente creo que sí.
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Sí, si realmente ese no creer tiene la fuerza suficiente para soportar los actos que han de realizarse, y estamos dispuestos además a asumir las concecuencias de ellos, inclusive la de que nos quemen nuestro propio mundo, o lo que para nosotros sí tiene significado. O que nos quiten la vida, como le sucedió a Czolgosz.
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Es decir, sí, cuando la fuerza de ese no creer es más fuerte que la creencia de los otros en aquel mundo que no supieron defender.
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Y es que, en definitiva, creo en las acciones de los hombres justamente porque pueden destruir sus propias acciones... porque tienen la facultad de creer y dejar de creer, y porque en el interior de cada uno de nosotros está agazapada la voluntad necesaria que puede llevarnos a decir, junto con Czolgosz, "no lamento nada", al final de nuestra vida.
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Quizá entonces, el mirar de frente, y entregar nuestra vida si así se requiere, -porque no hay nada en nuestras acciones que hayamos hecho de lo cual debamos avergonzarnos-, pase entonces a ser el primer acto de una serie de nuevas creencias... una nueva fe. Una que sí puede, a diferencia de las otras, cambiar el mundo.
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jueves, 28 de octubre de 2010

Mi amigo anarquista.

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"Es inútil atacar al sistema
en términos de sus propios valores,
por lo que todo intento debe realizarse
en términos de valores
inasumibles por los del sistema."
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Ted Kazcynski.
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Veo a mi amigo anarquista
llegar en su auto a la hora exacta.
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Viste un traje a medida
y tiene una corbata que combina
con un chaleco a cuadros,
sin mangas.
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-¿Dónde estacionaste? -me pregunta
y me da un abrazo parecido a los de antaño.
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Yo estoy un poco molesto,
porque habían anunciado lluvia,
pero el día está seco y áspero
como si le hubiesen echado talco.
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-¿Y hay visto al Chuma?, -me pregunta-
Pa mí que ese hueón se enrieló y está trabajando
en un colegio opus dei,
me dice riendo.
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Yo le sonrío, pero no le digo nada,
y es que lo malo es que el Chuma murió ya hace varios años,
aunque en la de él, por supuesto,
con el vómito atorado en la garganta.
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-¿Te acorday cuando traía una metralleta de plástico,
y nos íbamos a entrenar atrás de la U?
¡Ja! Era muy loco ese hueón... -me dice-
Yo terminé medio peleado con él,
pero a vos no sé por qué te tenía buena...
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Yo pienso entonces en el asunto
y reconozco que no había razón alguna
para que yo le cayese bien,
aunque tampoco estoy tan seguro de eso,
después de todo.
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El anarquista entonces pide otro par de tragos,
y me dice que le encargaron un texto,
para la industria de químicos donde trabaja:
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-La idea es ingresar al mercado de los colegios,
y necesitamos crear así como un personaje
para hacerles la química más entretenida a los cabros chicos,
y venderles una especie de pack de trabajo.
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Entonces saca un maletín y me muestra un set
donde se ven distintos polvos de colores,
y me explica que algunos son reactantes
y que otros pueden incluso causar la muerte
si llegasen a ser consumidos en cantidad
por alguno de los alumnos.
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-Por lo mismo debemos hacer una campaña seria,
me dice,
y crear a este personaje para los cursos más chicos
y plantear un set distinto para los más grandes, por supuesto.
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Luego me habla de dinero,
y de porcentajes,
y de la necesidad de crear algo así como una historieta para niños
y hasta me dice que tienen un contacto para la licitación,
aunque los plazos están cercanos.
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-¿Qué me dices? -me pregunta entonces.
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-Que la educación no sirve para nada -le contesto.
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Y entonces mi amigo anarquista,
me dice que claro que sirve,
que es útil, por ejemplo, para estar ahí civilizadamente,
y no meternos a sacar comida de los platos de los otros,
o tomarnos sus tragos.
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Entonces la conversación se suspende
porque justo llegan a traernos los platos.
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Es un tipo de pasta con salsa de jaiba y de salmón,
con algo que me parece eneldo, pimienta
y crema de leche.
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Mientras terminan de servir
mi amigo anarquista decide ir al baño,
para lavarse las manos antes de comer,
y para intentar de paso hablarle a una tipa
que está en una mesa de atrás,
aparentemente junto a una amiga,
igual de atractiva.
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Yo mientras, hago algo,
para esperar a qué regrese,
y rabío de esa costumbre malaprendida,
de no comenzar a comer a solas,
y pienso que si fuera el Chuma,
ya me habría atrevido a sacarle la cresta,
a este amigo anarquista.
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Por el contrario,
hablamos luego largo rato,
y yo finjo interesarme en el asunto,
y en los porcentajes, y en las concesiones,
y en todo eso que me estaba valiendo un almuerzo gratis.
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Al final, no quise postre, pero sí otro trago.
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Mi amigo anarquista pidió un postre a base de trufas.
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-Puta, qué buena volver a verte hueón...
me dice entusiasmado,
allá en la pega todos son hueones cuadrados,
o vendidos al sistema...
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Yo asiento,
y hasta río,
pero pienso en el fondo
que no somos muy distintos, en general,
los unos de los otros.
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-Mira, -me dice entonces-,
pa celebrar voy a ir donde esas minas,
a ver si nos sale la celebración completa.
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Per antes de que él vaya hacia ellas,
yo le digo que debo ir a buscar el celular
y que voy a estacionar en otro lado el auto.
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Una vez afuera me voy pisando las flores,
y paso a llevar a un niño chico, que casi queda llorando.
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Y mientras voy a buscar el celular que no tengo
al auto que no tengo,
desestimo rayarle el auto a mi amigo anarquista,
pues pienso que ya fue suficiente con haberle echado
ese polvo supuestamente venenoso en su plato.
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El Chuma está muerto conchetumadre,
le escribo al final en un papel,
que le dejo junto al parabrisas...
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Por último,
me meto dos dedos en la garganta y vomito todo lo que tengo,
antes de volver a mi pieza.
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Mientras camino,
mi estómago suena vacío,
y esa sensación me agrada.
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miércoles, 27 de octubre de 2010

Palabras, al pasar.

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"Mientras la mayoría de la gente
lo desperdicia todo conversando
yo lo escribo"
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Charles Bukowski.
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I.
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Una mujer vende rosas en una esquina
para comprarse una motoneta blanca.
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A veces cuando alguien la detiene
ella le cuenta su historia,
y le muestra una foto del vehículo
como si fuese el retrato de un hijo.
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¿Y a dónde quiere ir con esa moto?
le preguntan.
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Pero la mujer no sabe,
o no responde.
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II.
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Una abuelita me habla de un reclamo que puso,
porque le regalaron dos canarios
y los pájaros no cantan.
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Yo les doy comida, les hablo
y hasta les pongo música,
me dice,
pero ellos se quedan callados
y pareciera que me desprecian.
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Lo peor, me cuenta, es que una vez
que se demoró en la puerta
antes de entrar a la casa
escuchó cantar a los canarios,
pero al entrar volvieron a guardar silencio,
y hasta a darle la espalda.
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Me pasó como con mis hijos,
agrega,
y la voz se le escucha áspera.
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III.
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Para no desperdiciar palabras,
una hombre escribió los precios,
en cada uno de sus productos,
no dice nada y se limita a dar el vuelto,
y hasta agacha la cabeza,
para no decir gracias.
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¿Cuánto valen las galletas?
le preguntan,
y el hombre indica el pequeño cartel con el precio,
y esquiva la mirada.
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Tiene su boca reseca
y las manos agrietadas,
pero entre tantas palabras dichas
y bocinas y palomas,
y parejas que se besan,
y basureros llenos hasta el tope,
yo miro a aquel hombre,
y hay algo en él que me agrada.
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A veces cuando el semáforo da rojo
yo me pongo cerca,
y espero oírlo decir algo.
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Hoy, descubrí que le habla a un perro,
que se sienta junto a sus piernas,
pero éste ni siquiera ladra.
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Como pecas pagas,
se llamaba un bar al que yo iba.
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Sí, como pecas pagas.
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IV.
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Hay un puesto de mariscos y pescados
que se llama Caleta Desventura.
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Yo fui a comprar esperando encontrarme a un poeta
pero terminé por ver a un molusco pegado en la muralla.
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Esta ahí desde el domingo, que tuvimos feria,
me dice el vendedor apuntando al molusco,
a veces se pegan como la tristeza.
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¿Desde cuándo que él está así?
pregunto.
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Ya le dije que desde el domingo,
me dice el vendedor.
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Pero en verdad yo
le preguntaba al molusco.
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V.
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Vuelvo a casa en la noche
con una rosa blanca.
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También con un kilo de almejas
y un paquete de galletas
que salieron rancias.
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Entonces pienso en el Dios que no contesta
y recuerdo también a los canarios que no cantan.
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No sé si la vida es justa,
me digo,
pero ya tengo material
para escribir esta entrada.
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Cocinaré las almejas,
regalaré las galletas,
y terminaré un guión
que es para mañana.
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Parece que alcanzará el tiempo,
después de todo.
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En dos o tres días más,
se marchitará la rosa blanca.
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martes, 26 de octubre de 2010

Mi casi conversación con Hildegard von Bingen.

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“Las visiones que contemplé no las vi ni estando dormida
ni soñando ni enloquecida ni con los ojos carnales
ni con los oídos de la carne ni en lugares ocultos;
sino despierta, alerta,
y con los ojos del espíritu y los oídos interiores,
las percibo abiertamente y de acuerdo
con la voluntad de Dios.”
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Hildegard von Bingen.
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Me gustaría decirle que sí, señorita Hildegard. Créame que me gustaría confirmar la interpretación que usted le da a sus experiencias, pero la verdad es que todo aquello tiene una explicación más lógica y tranquilizadora que la que usted señala.

Y no es que Dios carezca de lógica, no me vaya a entender mal, de hecho, la idea de Dios también podemos explicarla fácilmente, ya sea en un ámbito protocrático, lleno de categorías afectivas o llevada esta idea hasta un ámbito epicrítico, usando la terminología de Head, por supuesto… no, no el de las mochilas, señorita Hildegard… pero no, no importa, voy a tratar de evitar los conceptos específicos para que nos entendamos mejor.

No, si no es ninguna molestia… cómo cree.

Déjeme decirle en todo caso, que lo que me anima a entablar este diálogo con usted –porque a pesar de lo que pueda parecer, esto es sin duda un diálogo-, dice relación con sus… ¿está bien llamarlas experiencias místicas, señorita Hildegard…? Pues bien, le estaba diciendo que mi interés, apunta principalmente a desentrañar algo que me inquieta en todas esas visiones, o experiencias místicas que usted dice haber percibido a lo largo de su vida.

Pues verá usted, sé que mi imagen no es la mejor en este momento, -trasnochado, con una cerveza en la mano y vestido a medias en una pieza toda revuelta-, pero le pido que confíe en mí y en mi sapiencia, por supuesto… sí, sapiencia, señorita Hildegard, no se ría usted… sabiduría, conocimiento o como quiera usted llamarle. Yo elegí esa palabra por mejor…

¿Puedo seguir?

No, si no me enojo, ¿pero me permite avanzar…?

Gracias. Continúo entonces. Le decía que confiara en mi sabiduría y en la profundidad del análisis al que he sometido sus visiones, dibujos y hasta textos que he podido recopilar, y escuche mis conclusiones sin ningún tipo de reparo, puesto que cada una de las ideas que aquí esbozo, ha sido cuidadosamente trabajada de la misma forma como se ha escogido cada una de las uvas que han dado forma a este vino que me dispongo a abrir –y que no le ofrezco pues sé que en su calidad de abadesa usted no puede servirse este tipo de brebajes- para hacer de esta brillante exposición, una experiencia más placentera y distendida.

Permiso… y a su salud.

Prosigo entonces.

Mire usted, Hilde… ¿puedo decirle Hilde, cierto…? Pues bien, no me interesa aquí contradecir sus experiencias, es decir, el hecho físico de las visiones que usted dice haber tenido. Es decir, no soy de los que sospechan que dichas visiones fueron un artificio conducente a obtener cargos y garantías en la iglesia, aunque de hecho los haya obtenido… No, no se trata de eso.

Mi problema específico dice relación con la interpretación que usted le da a dichas visiones, o sea… a ver, deje tomarme otra copa para aclararme… ¿no quiere cierto…? Bueno, le decía, mi atención está puesta en la re-organización de sus visiones, en la interpretación que usted le otorga y específicamente en los dibujos que, motivados por las visiones usted dice reproducir.

Pero seamos francos Hilde… mire, usted misma señala que sus dibujos son interpretativos, que no son reflejo directo de aquello que se dio a sus sentidos, sino que… ¿cómo decirlo…? Ya han estado mediados por la significación que usted ha creído necesario brindarles…

No, si no dudo de usted, sólo digo que entre sus dibujos y sus visiones existe un espacio importante, un espacio en el que cabe todo un significado, no sé si me entiende…

Mire, vaciaré mejor lo que queda en esta botella para explicarle… a su salud, HIlde… ¿no le molesta que tome directamente de la botella no es cierto…? Pues bien, mire, ¿qué es lo que tengo acá?

Muy bien, usted lo ha dicho, una botella vacía. Pero dígame ahora ¿está realmente vacía esta botella? O si lo está, ese vacío ¿no es el mismo que existe fuera de dicho envase?

Espere, voy a buscar otra botella llena para explicarle la diferencia. Bueno, esta es de aguardiente, pero imaginemos que son iguales. Mire la destapo. Hasta este momento la botella está digamos llena, ¿concuerda en eso? Pues bien, ahora mire… ahhh, está fuerte… pero mire, que esto es lo importante, ahora esta botella tiene un espacio que según usted señaló antes, está vacío…

No, no se contradiga ahora, y escuche: lo que pretendo explicarle acá es que de la misma forma como esta botella pasa poco a poco a contener ese vacío que estaba fuera y digamos, a darle forma, pues de la misma forma sus interpretaciones y dibujos le han dado forma a fenómenos que nos rodean constantemente y que pueden ser nombrados de una forma mucho más directa…

¿Puedo decirle cuál es ese nombre, HIlde…?

Entonces se lo digo: Fosfenos, Hilde…. FOS - FE – NOS. Partículas de luz Hilde, todos las vemos, tú incluida, por supuesto… ¿te puedo tutear, cierto Hilde? Es por eso que ese brillo que tú interpretas como “estrellas” y que a veces identificas como ángeles o como el brillo de la voluntad divina, se repite prácticamente en todas tus experiencias.

No HIlde, no te enojes, espera, no estoy negando tu realidad, la estoy reafirmando si es que me entiendes bien… no me interesa acá poner en duda a tu Dios o algo que vaya en ese sentido, sino simplemente reordenar los significados… despejar el significante de tus visones para que en la naturaleza de ese Dios, de ese dios-fosfeno,-si podemos llamarlo de esa forma-, puedan tener cabida otras interpretaciones…

Mmm, pero veo que no respondes…

¿Sabes lo que es un escotoma negativo, HIlde?

Mmm, de nuevo no respondes…
Pues si de verdad te pones en ese plan, tendré que adoptar una actitud digamos, más desafiante, y reducir todo aquello que te sucede a fosfenos y escotomas, ¿pero sabes? Hay algo que me intriga y que no logro hacer coincidir y de eso quería preguntarte, y me gustaría tu participación por supuesto, porque si no esto se transforma en un monólogo y ya te dije que lo que me interesa acá es entablar un dialogo… Mes gustaría tu participación porque hay algo en las descripciones e interpretaciones que das que no logro entender totalmente… mira, hagamos algo, yo me sirvo otro poco de aguardiente –para que no se pierda- y tú lees en voz alta esto…

Mmm… todavía espero Hilde… tendré que tomarme otro sorbo para darte tiempo…

¿Aún no?, está bien, lo leeré yo, pero acuérdate que esto lo dijiste tú:

“…Yo llamo a esa luz, “nube de Dios viva”. Y lo mismo que el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, así los escritos, palabras, virtudes y obras de los hombres brillan en ella ante mí… A veces veo dentro de esta luz otra luz, a la que llamo, “la nube de la luz viva en sí”… y cuando la contemplo se borran de mi memoria todas las tristezas y pesares, de tal modo que vuelvo a ser una simple doncella y no una anciana…”

Qué lindo, Hilde… te lo digo sin ironía…de verdad escribes bien… ¿pero sabes? Me gustaría que me aclararas la diferencia que existe entre la “nube de Dios viva” y la “nube de Dios viva en sí”… o sea, entiendo que una está dentro de otra… de hecho hay un fenómeno similar relativo a los fosfenos con lo que pudiese dar por cerrado el asunto, pero… ¿puedes mirarme a los ojos Hilde…?

Gracias. Qué bonitos ojos a todo esto…, no, no te ofendas… mejor me tomo otro trago, espera…
Ya, ahora sí… pero mirándonos porque si no, no funciona…

Ahora sí, Hilde, pero contéstame sinceramente: ¿Qué hay de la sensación que dices experimentar? ¿Qué hay de esa desaparición de los pesares y tristezas al mirar la luz dentro de la otra luz?

Me refiero a si es también una interpretación como los dibujos o si es más bien una descripción directa de lo que te pasa…

¿Cómo…? ¿Qué qué cambiaría si fuese en verdad una descripción…? Pues cambiarían muchas cosas Hilde, muchas, sería algo tan importante como si de pronto… ¿me puedo tomar el concho de la botella…? Gracias… pues bien… uy, no quedaba tan poco… pero ahora sí… ¿qué decía…? Ah, ya recordé… que cambiarían muchas cosas Hilde…

Te lo explico con un ejemplo: ¿Te conté la historia del niño aquel que jugaba a hundir la cabeza bajo el agua y apretar bien los ojos? Pues bien, escucha… ese niño también veía fosfenos… Claro que no tenía la lucidez que tienes tú, ni dibujó nada en particular, pero se obsesionó de tal forma que cada vez que lo dejaban solo en su casa lo encontraban al volver con la bañera rebalsada, e incluso tuvo que ser internado un par de veces…

Bueno, el caso es que el chico aquel murió… no me apena porque la verdad si estaba vivo iba a permanecer recluido, y de hecho así es como lo conocí yo… y hasta les mostré tus dibujos y le gustaron… pero te contaba que el chico murió y hasta el final intentó ver eso de las luces y hasta su muerte fue producto de lo mismo, aunque no quiero recordar ahora aquel asunto… Lo importante aquí es que el cadáver de aquel chico tenía una sonrisa… Sí una sonrisa Hilde, pero no como la mía o como la tuya… la sonrisa de ese chico digamos que apareció ahí para no ser removida, como un reemplazo de algo que no estuvo ahí antes… o mejor dicho, estuvo, pero no para ser visto…

¿Me entiendes Hilde?

Pues bien, si esa luz dentro de aquella luz existiese… si fuese verdad aquello del Dios ese que habita al interior de los fosfenos… si tuviésemos ese acceso directo Hilde…

Créeme Hilde, si eso fuera así yo mismo iría de puerta en puerta contando aquel secreto, y hasta te convenzo pa´ que te salgay de las monjas y busquemos esa luz dentro de la luz que si no mal entiendo está en el mundo mismo, o es reflejo directo del mundo que es prácticamente lo mismo a fin de cuentas…

¿Qué? ¿Qué no te interesa?

No seay así po Hilde, mejor vamos a tomarnos algo… mira que la vida es corta y con trago los fosfenos brillan más, y la tristeza también se pasa, a veces…

Piénsalo Hilde, decídete… mira que esto también puede ser parte de la voluntad de Dios, ¿no te parece?
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lunes, 25 de octubre de 2010

Gente que hace mapas.

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Me gusta la gente que hace mapas,
los niños que salen por el patio y van contando sus pasos
y dibujan una X ahí donde se supone
ha de esconderse un tesoro, o una meta.

Me gusta sobre todo cuando el mapa
no hace referencia exacta a otros accidentes,
objetos en el terreno, o cambios en el relieve
Y uno se los encuentra entonces como recién creados:
con olor a pan caliente, a arroz recién hecho
Y el aroma a nuevo y a descubrimiento constante
te acompaña en cada paso,
como si hubiese una x pequeñita
escondida en cada uno.

El problema surge sin embargo,
cuando creces y los pasos no coinciden con las marcas,
y hasta el tesoro que escondiste
no te convence para nada
Y no sabes si en verdad llegaste a eso que buscabas
o hubo un error en el proceso.
O en la ejecución.
O en ambos.

Pasó entonces que una vez
conocí a una chica que hacía mapas
Tenía un cuaderno lleno de ellos
y lo escondía en una caja forrada de azul,
por dentro y por fuera.

Yo por ese entonces las visitaba en un hogar.
La chica se llamaba Malú y tenía una hermana,
dos años mayor, según recuerdo.
Malú era crespa y tenía el pelo negro
y me advirtieron que era maldadosa
Y yo pensaba que cómo era posible que lo fuera
una niña de apenas cuatro años
y con ese cuaderno de mapas que me enseñó un día.

-¿Qué son, Malú? –le pregunté esa vez.

-Son mapas secretos –me dijo la Malú,
Y se hacía la interesante.
Y me dijo también que escogiera uno.

Yo entonces fingí que marcaba un mapa al azar.
Pero en verdad busqué el que tenía más colores
y en el que las rayitas de los pasos daban vueltas
como en un plato de tallarines,
o como en los crespos de la Malú.

-Hay que partir de aquí –me dijo, apuntando el mapa.

-¿Y dónde está ese aquí? –le pregunté.

-Uno elige donde parte –me contestó.

Así que al final decidimos partir en el lugar donde solía dormir
un perro gigante y negro y bondadoso
y que además comía piedras, de vez en cuando.

Y es que como me explicó la Malú,
los mapas servían para cualquier lugar, o situación,
Uno simplemente tenía que seguirlos y contar los pasos,
y al final encontraría su tesoro,
Que era sorpresa por supuesto,
y que podía ser en verdad cualquier cosa.

Recuerdo que encontramos, por ejemplo,
un peine de plástico celeste,
un chanchito de tierra gigante,
una piedra roja y que la Malú decía que había sido flor,
Y hasta una foto en blanco y negro
que nunca supe cómo fue a parar en tan buenas condiciones,
justo debajo de un árbol, que apenas se sostenía.

-Y si no encontramos nada –decía la Malú-
Es porque el mapa estaba hecho para seguirlo otro día.
Y sonreía.

Sin embargo, el buscar tantos tesoros,
comenzó a traernos algunos problemas;
Y es que la Malú solía estar conmigo todo el tiempo,
y se enojaba a veces cuando uno jugaba con otras niñas,
o entre todos.

Y así fue como me contaron que un día la Malú,
había arañado el rostro de otra niña
y le había dicho que no se juntara conmigo,
en esas tardes.

Yo, por lo demás, no sabía cómo explicar la situación,
y es que la Malú tenía tantos mapas y eran tan bonitos,
debí haber dicho,
que hubiésemos perdido muchos tesoros,
de no habernos dedicado a aquello tanto tiempo.

La Malú, en tanto,
seguía llenando su cuaderno día a día,
y cada fin de semana, que era cuando nos veíamos,
me sorprendía con varios nuevos,
y hasta con técnicas nuevas:

-Aquí hay que dar un salto y retroceder dos pasos –me decía,
Indicando una marca amarilla y redonda,
Como un sol.

Y bueno, ahí estaba uno saltando y retrocediendo
Y avanzando,
Y viendo de reojo como los otros
iban a intervenir en cualquier momento
y a decirme que uno no debía hacer preferencias
y todo eso que era en verdad desconfianza disfrazada
y que yo no supe ver en ese entonces.

-Vas a tener que buscar unos tú sola –le dije entonces a Malú-
Y después me cuentas que encontraste y me das una sorpresa.

Pero la Malú ese día encontró un nido de pájaros,
y mientras yo jugaba con las otras niñas,
ella aplastó un huevo que encontró en su interior
y que ya tenía un pajarito dentro.

La Malú fue castigada esa tarde y el otro domingo
no quiso salir a saludar.
Nunca supe que pasó con el cuaderno,
aunque su hermana Stephanie me contó
que se lo habían quitado las otras niñas.

Yo notaba todo tan enrarecido y complicado
que al final dejé de ir a aquel lugar.

A veces me daba vueltas por fuera y trataba de ver a la Malú.
Pero luego pensé que podría verse extraño y hasta entendí
el origen de las desconfianzas
que habían escondido los otros.

Y es que sucede que a fin de cuentas,
pensé yo, al pasar el tiempo,
no sabemos hacer mapas para ver el corazón de los otros.
Y todas estas historias te enseñan a trazar caminos
quitando las equis, y los tesoros,
y todo lo que valió la pena,
en esos días.

Lo peor, sin embargo,
fue que nunca guardé un mapa para reencontrar
a esa pequeñita.
Y cuando años después me atreví a preguntar,
ella ya se había ido
Y no supieron decirme a dónde.

Hoy también lamento que la Malú
nunca me haya enseñado a hacer de aquellos mapas,
esos que marcaron la X tan adentro mío,
que no sé si en verdad alguien más haya llegado a descubrirla.

Quizá ya va siendo el momento,
de hacer un mapa a ciegas,
Y buscar aquella fe que le sobraba a la Malú,
y que nos llevaba siempre a encontrar aquellos tesoros.

Yo, en todo caso, me quedé con uno,
con un pinche en forma de X que le gustaba a la Malú,
y que es la única prueba que hoy me queda
sobre la existencia de esas búsquedas.

Quizá algún día me sirva para encontrarla,
y pedirle disculpas por no haber insistido,
y peleado por ayudarte a encontrar todos esos tesoros,
Esos que te pertenecían, Malú,
porque habían nacido de tu fe,
de tus dibujos a escondidas,
de tu pelito revuelto y enredado
como tus propios mapas.

Y uno se ha vuelto tan tonto, tan grande y tan bruto, Malú…

Discúlpame también por eso,
Si puedes.
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domingo, 24 de octubre de 2010

Los restos de Jacques Brel.

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A pocos metros de la tumba de Gauguin, en las Islas Marquesas, están enterrados los restos de Jacques Brel.

Eso leo mientras escucho una de sus canciones y siento que, por el contrario, yo he elegido vivir con mis restos... o que incluso soy mis restos, desde hace mucho, y que escarbo entre ellos como buscando carbones encendidos, para quemarme las manos y sentir que a pesar de todo, hay algo más que restos. Aquí.

Y no, no se trata de una confesión apresurada a partir de un estado de ánimo puntual. Se trata más bien de algo que uno aplaza día a día y que no me gusta reconocer porque suena un poco a sufrimiento egoísta y a darse importancia desmedida, en medio de otras cosas que sin duda, tienen mucha más importancia. Y utilidad.

Por otro lado, tras escuchar las canciones de Jacques Brel, supongo que lo menos que uno puede hacer es andarse sin dobleces y hablar un poco más directo que de costumbre, aunque eso signifique caer en confesiones que pueden tener ninguna importancia para aquél que ha escogido -o está escogiendo- leer esto.

El caso es que Jacques Brel decidió un día abandonar los escenarios. Después de haber llegado al éxito como compositor y cantante y que sus interpretaciones fuesen aclamadas por multitudes, decidió un día que debía poner fin a su carrera. Preparó un último recital y luego de unos años en que incursionó en cine y otros espectáculos se retiró a las Islas Marquesas, en la Polinesia, donde -como decíamos en un inicio- permanecen hoy sus restos.

Una vez ahí se cuenta que se dedicó al transporte de pasajeros, pilotando un pequeño avión en el que llevaba a pobladores entre una isla y otra, pidiendo siempre que le contaran sus historias, como si fuese aquel el combustible con el que pilotaba la nave.

Su muerte, sin embargo, no pudo ocurrir en aquellas islas. Un poco obligado por las circunstancias debió viajar a París donde murió exigiendo que quemasen frente a él un cuaderno de escritos que había realizado en sus últimos años, y donde habrían estado sus últimas canciones, de las que no quedaron registro alguno.

Y bueno... poco más sé de la vida de Jacques Brel. Apenas informaciones como restos que han sido repartidos por distintos lugares y que a fin de cuentas no hacen sino negar aquello que pensamos en un inicio respecto a los restos y a eso de que se encuentran en un lugar en particular.

Por otra parte, -pienso-, los restos siempre son resultado del desgaste de algo, los residuos de algo que se ha consumido o en lo cual se ha trabajado constantemente... pero entonces... ¿puede considerarse la obra de alguien como parte de sus restos? y en el caso particular de Jacques Brel, ¿cuáles son sus verdaderos restos?

Entonces me decido a escuchar nuevamente algunas de sus canciones, para ver si saco algo más en limpio, y, mientras lo hago, ocurre algo extraño...

Y es que siento de pronto como si aquellos restos -los de Brel, los míos, los de todos...-, pudiesen aún ser trabajados, es decir, como si no fueran un último residuo sino que fueran... ¿existe un antónimo para restos...? Bueno, como si fueran ese antónimo que indica que aún son algo esencial, primario, unido a un todo que está vivo y que permanece encendido a pesar de lo que pudimos creer en un primer momento...

Es decir, siento como si nosotros mismos -y quizá éste sea el verdadero antónimo para nuestros restos-, fuésemos aún un todo reunido, orgánico, por más que lo sintamos desperdigado en distintos momentos, o en personas que se han ido o en aquello en que hemos dejado de creer... Algo así como el cuerpo desperdigado de Osiris, que ha de ser reunido y vuelto a la vida, justamente desde sus restos, -desde lo que se había creído que era su muerte segura, su alejamiento, su imposibilidad de volver a reunirse-, para volver a estar presente entre nosotros.

Y bueno, mejor les dejo con este video de Jacques Brel, no vaya a ser que a uno se le olviden las (in)correcciones aprendidas y terminemos hablando nuevamente de aquello que no se dice, de las cosas sin nombre que hemos amado furiosamente y que es mejor dejarlas ahí, como verdaderos restos, ¿no es cierto?

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sábado, 23 de octubre de 2010

Carta de Papelucho.

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Señor Vian (iba a poner tío, pero no estaba seguro):
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Puede que se le haya olvidado porque los recuerdos de uno se resbalan a veces como los billetes de los bolsillos. Por ejemplo a la Domi se le cayó uno el otro día, cuando fue a comprar donde don Toño y tuvo que pedirme a mí de la alcancía y ahora resulta que es como si a mí se me hubiese resbalado porque la Domi no quiere acordarse de nada, ni siquiera de los intereses, y pone cara de loca cuando le digo o me dice que va a contar lo de la camisa manchada de papá y al final siempre termina pidiéndome otra semana y yo se la doy porque los intereses crecen y porque a lo mejor soy bueno.

A mí en cambio apenas se me resbalan otras cosas. Una vez una rana en el colegio y otra vez ratones en la iglesia, aunque la vez de la iglesia los ratones no se resbalaron sino que salieron solos y se fueron derechito donde el padre Sergio, como si él hubiese sido el flautista ese del cuento en que después de llevarse las ratas no le pagaron y después se llevó a los niños, o algo así.

Al final lo que pasó fue que el Rubilardo (el ratón blanco y que daba la vuelta mortal doble para atrás) se le metió por debajo de la sotana al cura y tuve que ir yo a rescatarlo. Pero cuando lo hice ya fue tarde y el Rubilardo estaba estirado y tieso como los calcetines de mi hermano debajo de su cama, y además el padre Sergio y mi familia y hasta el Joaquín, que es acólito y además acusete, me terminaron retando como si hubiese sido el demonio y tuvieran que sacarme de ahí, y nadie se preocupaba por el Rubilardo que seguía estirado como las caras de las señoras que se sientan en la primera fila y hacen como que cantan, pero no lo hacen.

Y bueno, entonces me dio hipo. Y entre hipo e hipo tomé al Rubilardo y lo llevé fuera de la iglesia porque ese no era lugar para nosotros. Y los dos salimos casi igual de aplastados sólo que él estaba muerto y yo quería estarlo, pero no lo estaba, y sólo Jesús desde la cruz nos miraba medio tierno y hasta debe haber maldecido al cura porque dicen que después se desmayó y tuvieron que terminar la misa a medias (o sea no terminarla) y todos se fueron enojados y con el demonio adentro porque no alcanzaron a tomar la pastilla que les da el curita para que el diablo se duerma por una semana y no se apodere de nosotros y andemos haciendo maldades o gritándole a los hijos o a los padres y todas esas cosas que hace hacer el demonio a las personas que se supone que somos buenos (pero con pastilla).

En cambio los niños hasta una edad que no sé cual es, dicen que son buenos siempre y no tienen necesidad de nada extraplús ni pastillas ni nada. Yo creo que es hasta la línea roja que ponen en Fantasilandia, sólo que ahí uno no puede hacer trampa como eso de agacharse o doblar la espalda, porque si lo haces para esconderte te llega un rayo y quedas jorobado como el tío del Casimiro al que yo una vez le pregunté si llevaba la mochila debajo de la chomba y mis papás me retaron y después se rieron, pero no se disculparon por el reto.

Pero al final el que me olvido soy yo. Y yo que le escribía para que no se olvidara usted. A lo mejor voy a ser político y por eso se me olvidan las cosas. Aunque en verdad yo quiero trabajar de perdido. Así como para entrenar a detectives o cosas así. Perderme como esa vez que me fui con la Jimena del Carmen a Osorno y mis papás se fueron al norte.

¿O también se olvidó?

Yo me acuerdo que esa vez después de irme de donde el diputado, nos fuimos con la Jimena hasta el volcán Osorno, y nos encontramos una vaca. Y es que al volcán ese uno podía pedirle cualquier cosa y la cumplía. La Ji en su idioma pidió una mamá, una amiga y una mamadera, y al final llegó todo en uno y nos encontramos a la Mena que era la vaca en cuestión.

Y por si fuera poco después encontramos una casa y hasta servimos utilidades al matrimonio que vivía ahí porque la Mena era una vaca perdida suya y como ellos también la querían, al final nos dejó felices a todos. Aunque ellos dijeron que era pura casualidad y no le dieron las gracias al volcán y eso que vivían abajito de él, y hasta tenían un campo.

Así que como lección final yo creo que es bueno vivir abajo de los volcanes (y de los cerros grandes ídem) así que todo Chile está como asegurado por eso y sólo falta tener fe, que debiera ser lo más fácil.

A todo esto la Ji, que está ahora al lado mío acaba de decir "Te te te te", que quiere decir que le manda saludos y también que se acuerde de lo que nos prometió.

Acá en este lugar, además, todos se han puesto pesados y ya ni siquiera nos regañan o nos van a buscar. Una señora incluso me gritó el otro día y me dijo que yo era impenitente, o algo así, y le habló a la Jimena como si ella fuese una viejita y no una niña, vaya a saber por qué. Debe haber sido porque tiene pocos dientes, pienso yo, pero a lo mejor es otra cosa.

Mi teoría es que la gente está poniéndose perpetua, o sea mal, pero siempre. Se les mueren los padres y quedan solos y creen que ahora pueden hacer lo que quieren y es entonces cuando se olvidan de las cosas y se les resbalan los recuerdos de los bolsillos en que guardan los recuerdos y que no se donde están, pero tampoco nadie sabe así que no importa porque quedamos empate, pero sin penales.

A mí en cambio aunque se me hubieran muerto y fuese verdad que soy viejo como dicen algunos, los recuerdos no se me caerían porque hay algo así como un retorcijo de guata, pero en el pecho, que te avisa que algo se te está resbalando y es mejor guardarlo, y entonces yo lo guardo y ando siempre atento.

Lo raro es que una vez que me encontró un doctor, él me dijo que eso era malo, que no hay que guardarlos tanto porque son como las comidas esas con fecha de vencimiento y que hay que comerlas antes. Pero la verdad es que a mí no me gusta botar la comida, y hasta me gustaría, si pudiera, recoger los recuerdos vencidos de todos los otros y hacer algo así como un volcán Osorno, pero al lado del volcan Osorno de verdad, para que también le podamos pedir cosas a ese y sepamos donde buscar eso que se nos resbaló, como el billete de la Domi que le contaba al principio y que al final, porque me acuerdo ahora que es algo así como un final, no me pagó nunca.

Así que mejor se lo digo no más y le cobro porque si no va a pasar como con la Domi:

¿Cuándo nos va a salir a buscar?

Nosotros estamos escondidos y esperando y a veces pensamos que se le pudo olvidar lo que nos dijo, pero después pensamos que no y después nos dormimos porque de tanto pensar nos da sueño y siempre nos dormimos, pero la Ji primero porque yo me quedo despierto para cuidarla, y porque siempre que se duerme se ríe y se le ven sus dos dientes y a mí se me va la pena del día y pienso que a lo mejor mañana y eso que se piensa cuando uno está feliz, pero sin dinero que es a veces estar más feliz, como alguien nos dijo (y después nos quitó el dinero, para que entendiéramos mejor).

¿Tiene cerros cerca de donde vive, tío (o señor) Vian?

Si no tiene la Jimena del Carmen puede dibujarle uno bien grande y yo lo pinto, porque ella se sale de los bordes y va a parecer que es un volcán eruptador y puede darle miedo y pensar que lo amenazo.

Y a propósito, si no viene a buscarnos vamos a ir nosotros, y en la noche los dos dientes de la Jimena parecen de vampiro y yo sé hacer unos ruidos espantosos, pero sin olor, que asustan a cualquiera que es lo mismo que decir a todos, y por si fuera poco, a usted.

O a lo mejor lo que tengo que hacer es pensar que no va a venir nadie y entonces usted va a aparecer... pero a lo mejor si pienso eso los dos dientes de la Ji no van a alcanzar para quitarme la tristeza y me va a costar dormir, y voy a crecer de golpe y me voy a poner viejo y arrugado, como dicen que ya estoy.

¿Sabe? Justo ahora la Jimena se durmió y a mí me está viniendo la risa. Mejor voy a dejar hasta aquí la carta y la envío mañana temprano, cuando salga el sol.

Así que si está despierto cuando salga el sol piense que le estamos enviando la carta... aunque a lo mejor no va a poder ser, yo me confundo con lo del tiempo y todo eso que es de cálculos y números y matemática ingeniérica. Así que mejor me lo imagino como yo quiero.

¿Está viendo el sol? ¿Lo está viendo asomarse desde detrás de los cerros?

¿Va a venir no es cierto?
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Esperadamente, Papelucho.

P.D.: Acuérdese de traer una historieta y un chocolate para la Jimena del Carmen (que es la Ji). Y si le sobra espacio otro chocolate, para no quedar de envidioso, porque dicen que eso envenena el alma y yo quiero mantenerla limpia y sin veneno, que es lo mismo que esté sana. Y además enérgica.

viernes, 22 de octubre de 2010

Una esquirla en la cabeza de Shostakovich.


Shostakovich tenía una esquirla en la cabeza.
Una metálica: un fragmento de una bomba móvil.
Según los estudios, la esquirla estaba en su cerebro,
justo en el cuerno temporal del ventrículo izquierdo.
O sea, por ahí.

Sin embargo aquella esquirla,
no presentaba problema alguno para Shostakovich.
Es más,
el músico señalaba que desde que tenía aquella esquirla
cada vez que ponía la cabeza en cierta posición,
podía escuchar música:
melodías siempre distintas que luego
según sus palabras
podía recomponer y utilizar de base en sus propias creaciones.

Pero el caso es que no soy Shostakovich.
Y alguien podrá discutir conmigo
acerca de que yo no tengo esquirlas.
Pero en verdad,
yo sólo acepto que no tengo esquirlas metálicas,
y porfío en silencio sobre lo demás
y no hago concesiones.

Shostakovich, por lo demás,
vivía agradecido de aquella esquirla.
Y sus amigos cuentan que cuando se emborrachaba,
hablaba de su esquirla como si fuese una amiga,
una a la que además el músico había puesto un nombre
Tan íntimo que no logro encontrarlo
cuando indago sobre él.

Respecto a mi propia esquirla,
debo confesar que también tiene un nombre
Íntimo por supuesto y que tampoco encontrarán
si pierden el tiempo indagando sobre mí.

Mi esquirla además no motiva creaciones,
y no produce nueva música ni silencios.
Mi esquirla es más bien similar
a esos puñales que se entierran en el pecho
y que no pueden ser quitados por miedo a que la herida
se reabra y no haya como contener hemorragias
y devenga entonces la muerte,
o la agonía.

En cambio,
y para mi envidia,
las agonías de Shostakovich suenan de maravilla,
Sus conciertos para violín,
o para Cello,
son algo que no se acerca ni un milímetro
a lo que yo puedo lograr
cuando busco asimilar mi esquirla
y encontrar la posición exacta
para escuchar su música.

Y es que cuando lo hago,
mi esquirla reproduce la voz de Chet Baker,
o hasta una de esas canciones tristes de Leonard Cohen,
Esas mismas que mi esquirla me invita a escuchar
y luego no me deja,
pues se clava íntegramente en el pecho,
y me hace llorar como si además
me quemara y me acariciara al hacerlo.

Con todo,
he aprendido a querer a mi esquirla,
a sentirla casi como una semilla que echó raíces acá adentro
y que no quiero arrancar
No a la fuerza, por lo menos.

Quizá algún día salga por sí sola,
o se transforme en pájaro o en risa,
O hasta en música como le sucedía a Shostakovich.

Si un día ocurre eso,
y alguien así lo quiere, o lo necesita,
prometo estar atento para recomponer aquello que me entregue
Y volverlo hacia ustedes de la mejor manera
que me sea posible.


jueves, 21 de octubre de 2010

Flaubert, el imperfecto.

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No he leído muchas obras de Gustave Flaubert. Madame Bovary, por supuesto, Bouvard y Pécuchet y los Tres cuentos, son a la larga las únicas obras narrativas de este autor que he leído de forma completa.

De lo demás, -Salambó, Las tentaciones de San Antonio y La educación sentimental-, debo confesar que las he empezado varias veces y nunca las he podido terminar, por motivos que en un momento creí varios y que hoy me doy cuenta que son sólo uno: eran obras demasiado perfectas.

Sí, puede sonar extraño, pero esa es la razón. Una perfección que no tiene que ver, sin embargo, con que una obra fuese mejor que otra, sino sólo con la cantidad de trabajo a la que había sido sometida.

Y es que de tanto trabajo y aparente corrección, estas obras -las que no acabé de leer- terminaron por parecerme piezas demasiado gastadas. Objetos pulidos una y otra vez hasta que perdieron sensibilidad y ya no había forma de ver en ellos aquella esencia personal que toda buena obra de arte debe mantener para permanecer viva.

Con esto, no obstante, no planteo que las obras de Flaubert que sí leí completas sean superiores o tengan una notable vida propia. Ni tampoco que no sean perfectas, dicho sea de paso.

Aclaro al respecto que Bouvard y Pécuchet, por ejemplo, me pareció un intento demasiado racional y sin sangre, de articular una idea a través del artificio literario, reduciendo de pasada a la literatura a un mero instrumento dado en función de nuestro cerebro y de todo aquello que dicho órgano representa y que no me interesa aquí ni siquiera nombrar.

Reconozco por tanto que fue un gran esfuerzo leerla, -mucho más que el esfuerzo que me llevó a dejar de leer Salambó y las otras que no terminé-, pero que terminé acabándola a partir justamente de lo que las otras obras carecían: imperfecciones.

¿Muy enredado?

No tanto, en verdad.

Es sólo que las imperfecciones me agradan sobremanera. Las siento vivas. Son como el ronquido que no puede fingir aquel que duerme verdaderamente, o la belleza desconocida de la mujer sin maquillaje...

Y en Flaubert, más que en otros autores, estas imperfecciones son algo así como pequeños trozos de carbón escondidos en medio de un gran número de diamantes, pulidos rigurosamente y ordenados en estantes, hoja por hoja, y hasta libro por libro.

Y sí, son lindos los diamantes. Y uno hasta debiese aprender a trabajarlos de esa forma, ¿pero saben? me gustan más los carbones. Me gusta tomarlos y que mis manos queden tiznadas y hasta me gusta prenderles fuego y calentarme con ellos. Y es que los carbones están más vivos que los diamantes, sin duda, y hasta científicamente puede comprobarse la prevalencia de su juventud oscura, ante la muerte cercana de esos vejestorios brillantes.

Por eso cuando te encuentras con un pequeño tizne al leer la magnífica Madame Bovary, uno hasta termina alegrándose, de la misma forma como se alegran los niños cuando se dibujaban bigotes con el carbón, -antaño-, y hasta sientes a Flaubert más humano y un poco más cerca y te agrada incluso que haya descrito los ojos de Emma de colores distintos en diversos pasajes de la obra, y dices "sí, esta obra tiene una fisura, y respira por ahí", y celebras como si en medio del asfalto hubiese crecido de pronto una pequeña flor amarilla.

Quizá por eso, -por todo aquello que refería recién respecto a las obras narrativas de Flaubert-, es que me maravillo cuando leo sus cartas, o los distintos escritos de Flaubert que no habían sido destinados para ser publicados.

Sí, las prefiero por mucho sobre su obra narrativa. Más allá de lo que me maravilló Madame Bovary, o de la tierna belleza que alcanza Un corazón sencillo, las cartas de Flaubert palpitan constantemente, y parecen no quedarse quietas, cuando nos hablan.

Ahora bien, es cierto, no nos hablan a nosotros, le hablan a George Sand o a Louise Colet, pero también es cierto es que están tan vivas que se escabullen de sus manos y las palabras salen disparadas en todas direcciones como una plaga de ratones que inundan rápidamente un salón construído de forma tan perfecta, cuidada y brillante, que ya no parecían albergar vida adentro, mientras se convertía poco a poco en mausoleo.

Y es que las cartas de Flaubert, en definitiva, permiten llenar de vida toda la obra narrativa de este autor, y hasta les sobra energía y belleza para observar la imagen de Gustave y sentir que está un poco menos muerto... sentir que también es imperfecto y que es por tanto un poco más similar a nosotros, y que hasta le asustan un poco las mismas cosas...

Ese es Flaubert, el imperfecto. El vivo. El que no le gusta pensar. El que se atreve a evitar la frialdad del diamante.

Ese es el Flaubert que prefiero y el único que me interesa leer de hoy en adelante... y qué mejor para empezar estas lecturas -y terminar esta entrada- que una frase que el autor le dice a Louise Colet en una de sus primeras cartas...

"...Es igual. No pensemos ni en el porvenir, ni en nosotros, ni en nada.
Pensar es la manera que elegimos de sufrir.
Y no es tiempo ahora, para aquello..."

miércoles, 20 de octubre de 2010

Vian, filósofo inexpresionista, o sobre el carácter de lo imposible.


“Si lo posible es, como hemos dicho, lo que pasa al acto,
evidentemente no es exacto decir:
tal cosa es posible, pero no se verificará.
De otra manera el carácter de lo imposible se nos escapa”.

Aristóteles.
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Que no se nos escape el carácter de lo imposible. No nos conviene. Ya nos advirtió Aristóteles en el libro noveno de la Metafísica, y al parecer hemos hecho caso omiso de sus advertencias.

Y es que, en primer término, no hemos sabido distinguir bien la diferencia que existe entre lo falso y lo imposible, por lo que, desde ahí, todo intento por comprender la diferencia fundamental entre lo falso y la verdadero, resulta ser también un ejercicio equivocado.

Ahora bien, como hablar sobre lo verdadero supone visualizar lo verdadero y como dicha visualización debe ser significada digamos lingüísticamente para ser expresada, hablar de lo verdadero será siempre una acción incompleta, por cuanto lo verdadero como totalidad, al no poder ser visualizado –el infinito verdadero pensemos, por ejemplo- tampoco puede ser expresado sintagmáticamente, pues estaríamos utilizando signos que no formarían parte de un sistema sino que sólo nos servirían para desmontar –nombrándolo- un aspecto o apenas un nivel de estructuras del total de lo verdadero que seguiría siendo desconocido.

¿Por qué? Preguntará el descreído.

Sencillo, porque no podemos conocer el funcionamiento de aquello que desconocemos en su totalidad, y más aún cuando esa totalidad responde a un funcionamiento natural que no logra coincidir con aquello que proyectamos a partir de conductas locales que se nos presentan borrosas en ambos extremos.

Es decir, conocemos –podemos conocer- apenas un segmento dado en uno de los niveles de lo verdadero, pues todo lo demás, -todo lo que demás que no existe en un solo plano, por supuesto-, nos es inaccesible –imposible-, incluidos incluso los extremos de nuestro propio segmento: no podemos descomponerlo hasta su mínimo, ni mucho menos somos capaces de abarcarlo en un nivel macro.

Y sí, quizá alguien quiera creer que no –principalmente el descreído que es en el fondo el que lucha y porfía por no cuestionar lo que entiende por verdadero-, y hasta me vengan con eso del tiempo de Planck, e insistan en decirme que con eso se ha llegado al mínimo indivisible de tiempo y que quizá sí, quizá podamos llegar a uno de esos extremos y nuestro segmento pase a tener entonces un origen y…

¿Pero saben?

Hasta en eso hay errores. Pues no puede encontrarse un extremo si no se encuentra a la vez el otro. Y no es que se trate de un círculo o que ambos extremos están unidos y no se distinguen entre sí de la misma forma como si buscásemos el inicio de un anillo… No. No se trata de eso –aunque es tentador pensar esa salida fácil-. No se trata de eso porque lo verdadero o lo inicial dista mucho de ser aquello, pues vivimos “en proyección de”. Y no hay nada más allá de ese “de”.
Ni hay nada antes, además.

Por otra parte, -aunque este es un blog sencillo y no debiese dar aquí argumentos serios de nada- de existir el tiempo Planck, y haber llegado con él a la distinción mínima e indivisible del tiempo –al menos en su aspecto medible-, sería posible distinguir, a esta misma escala, la distorsión provocada por la estructura discontinua del universo, en las imágenes de campo profundo que se han tomado del universo a partir de diferentes sondas y telescopios espaciales, cosa que no ha ocurrido, por cierto, pues la distorsión y el “desenfoque” esperado, ha terminado por no dejar huella en las imágenes captadas y hacen suponer que muy pronto se proponga una nueva unidad de medida temporal.

Pero bueno, en verdad eso da lo mismo. Pueden seguir dividiendo el tiempo o ampliándolo y pueden hacer lo mismo con las longitudes y el espacio… poco importa porque el impulso para el movimiento del tiempo es algo que no es medible en estos niveles en que pretenden operar las ciencias a partir del estudio y la demostración de lo verdadero. No hay medidas para la voluntad, ni para el soplo, ni para el deseo de ser… no hay nada creado para cuantificar la magnitud de existencia de ese impulso.

¿Y por qué hablar de todo aquello cuando lo que interesa acá es referirnos a la necesidad de lo imposible, o del carácter de lo imposible?

Mmm, déjenme pensarlo… ¡ah! ya recuerdo… lo anterior se dijo para señalar que cualquier intento de hablar de lo verdadero no tiene sentido, e ir descartando así posibilidades hasta llegar a lo imposible como –paradójicamente- lo único válido sobre lo que se puede hablar –justamente porque no puede ser dicho en la realidad, sino sólo en el lenguaje-.

Respecto a lo falso, sin embargo, quizá valga la pena señalar que es otro error sintagmático, pues su significado estaría dado en oposición a lo verdadero (falso resulta ser lo que no es verdadero ni tiene existencia) y no llegaría a ser, por tanto, un signo convencional, pues no tendría a qué designar concretamente.

Pero intentemos esta vez aterrizar un poco todo esto. Pensemos mejor en algún ejemplo un poco más sencillo, y desde el cual nos sea posible distinguir la diferencia básica que existe entre la falsedad de un hecho –demostrable en nuestro nivel de realidad- y la noción de imposibilidad que nos en común y reconocible en nuestro lenguaje.

Cedámosle entonces, para esto, la palabra al propio Aristóteles:

“Decir por ejemplo: la relación de la diagonal con el lado del cuadrado puede ser medida, pero no lo será, es no tener en cuenta lo que es la imposibilidad. Se dirá que nada obsta a que respecto a una cosa que no existe o no existirá haya posibilidad de existir o de haber existido. Pero admitir esta proposición, y suponer que lo que no existe, pero que es posible, existe realmente o ha existido, es admitir que no hay nada imposible. Pero hay cosas imposibles: es imposible medir la relación de la diagonal con el lado del cuadrado. No hay identidad entre lo falso y lo imposible. Es falso que estés tú de pie ahora, pero no es imposible”.

¿Se entiende entonces a lo que quiero llegar?

¿No?

Pues esencialmente es a re-entender las formas de existencia más allá de aquellas tenidas como verdaderas o posibles, -ya sean estas existencias en acto o potenciales, si seguimos pensando en Aristóteles- y plantear en cambio la imposibilidad como la única forma de existencia posible.

¿Suena absurdo?

Yo creo que no. Pues la imposibilidad a la que me refiero es a la imposibilidad de no existir, y es por tanto, la única forma de acceder a lo verdadero que nos es posible.

Este acceso, sin embargo, no involucra con sigo el sentido de comprensión del nivel en el que nuestra existencia se da y es (auto)percibida –pues esto supondría caer nuevamente en la falacia de la significación de lo verdadero-, sino que se trata simplemente de un umbral: de la imposibilidad como la irrenunciabilidad… como el borde mismo en que no podemos dejar de ser nosotros y debemos ocuparnos de nuestra existencia, sin tener opción alguna.

Por eso, en definitiva, es que es importante la no disolución del carácter de lo imposible. Porque es el impulso no medible que tiene nuestra existencia… porque es voluntad y soplo que ha sido arrojado hacia nosotros, desde nosotros.

Y porque, en última instancia, lo imposible es lo único verdadero. Y en su interior está incluso el inicio de Dios -la necesidad de Dios- y el inicio del deseo que nos lleva hacia la muerte –justamente por no admitir nuestro imposible, y buscar infructuosamente y a tropiezos, la verificación de nuestra propia existencia-.

martes, 19 de octubre de 2010

Los pequeños mundos privados, de Werner Herzog.

"Entre las bestias grandes
el hombre obra con soberbia
porque está más solo."
Humberto Díaz-Casanueva.
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No sé qué pretende Werner Herzog. O quizá sí, pero no sé que siente, cuando filma.

Y es que más allá de las obsesiones personales que se perciben en casi todas sus películas, hay algo en la manera de entender al hombre, y el mundo que habita aquel hombre, que me parece persisitir durante toda su obra fílmica, y que es, al menos para mí, su aspecto más interesante.

Estos días descubro, por ejemplo, un documental del año 71 del que no tenía más que algunas vagas referencias: En la Tierra del silencio y la oscuridad, y me encuentro de pronto enfrentado a un grupo de personas sordas y ciegas, que intentan, de alguna forma, la comunicación con los otros.

Sin embargo, más allá de esos intentos o balbuceos comunicativos, lo que me termina cautivando es siempre el mundo personal de cada uno de esos seres: mundos poblados de silencio, o de ruidos, o de visiones gastadas o cegueras negras en contraposición a cegueras blancas... y hasta aquel mundo de un ser aislado, ciego y sordo desde el nacimiento, que vive en un espacio completamente distinto al de los otros, o en un nivel de realidad distinto e intersectado apenas por pequeños planos... vórtices incluso, justo donde Herzog instala la cámara.

Quizá por esto mismo, no logro ver que el centro de aquel documental sea la comunicación o la incomunicación de los personajes, de la misma forma como tampoco siento que sea el lenguaje el interés principal de su película El enigma de Kaspar Hauser, centrado en aquel ser que apareció abandonado en un pueblo -sí, otro niño de Hamelín-, sin que se supiera de dónde venía y sin ningún tipo de lenguaje que le facilitara su contacto con los otros.

Y es que el centro en estos films, así como en la gran mayoría de sus otras obras, creo que está dado en el pequeño mundo privado que construye cada personaje... Mundos que se sostienen de un único pilar, que es justamente el personaje que lo crea, quien lo hace girar en torno a él, dándole un significado completamente propio y ajeno al que podría tener por sí mismo, sin la presencia de ese personaje.

Poco importa si el personaje es tomado de la vida real como en el caso de Grizzly Man, o si su temperamento es fruto de la fantasía, como el Aguirre de aquella otra magnífica película. Poco importa porque ambos están representando prácticamente lo mismo: la articulación de un mundo a partir de la voluntad expresa de un sujeto, y del sentido (significado) que dicha voluntad entrega a los elementos de la realidad que rodean a los personajes.

Más allá de esto, sin embargo, la maestría de Herzog -y aquello que en gran parte lo hace distinto a los otros cineastas-, es el foco, la posición desde la cual nos muestra estos mundos.

Esta posición, digamos, no sustenta al mundo que presenta, no lo valida... Muy por el contrario, el punto desde el cual filma Herzog está siempre al borde de la disolución de ese mundo. Justo al borde del espacio significado por aquel, y justo fuera, también, del mundo "normal" que puede entenderse como el perteneciente a los espectadores de aquellos films.

Es decir, la posición de Herzog es siempre la de un escéptico. Tanto hacia el mundo de los personajes que muestra, como hacia el mundo de los espectadores hacia los cuales entrega su trabajo. No hay fe ni creencia alguna en la posición de la cámara... pero a pesar de esto, no es tampoco una cámara neutra, sino que poco a poco su posición, su falta de fe, provoca un constante cuestionamiento, y nos obliga a (re)significar tanto lo que vemos en aquellos films, como lo que tenemos hacia nuestro mundo, fuera de aquellos.

Ahora bien, ¿será consciente de aquello el señor Herzog? ¿Querrá necesariamente mostrarnos o llevarnos a cuestionar aquellas cosas, o a resignificar, como planteábamos anteriormente, los mundos que nos revela -el de sus personajes y el nuestro-, en aquellas películas?

Sinceramente, creo que no. Es decir, creo que lo hace, pero tal como decía en un inicio, no sé que siente Werner Herzog. Ni cuando filma, ni cuando vive... aunque intuyo que no existe diferencia para él entre estos verbos...

Y es que las películas de este hombre nacido en un pequeño pueblito aislado en las montañas... éste que nunca vio una película y que ni siquiera conoció el teléfono hasta bien entrada su adolescencia, dan cuenta de hombres solos, y del mundo que cargan estos hombres, curvados por un peso que es su significación, y que a su vez los imposibilita el compartir un mismo espacio -significativo- con los otros.

Pienso acá, por ejemplo, en la película Woyzeck, donde si bien Herzog toma una obra concreta, acentúa la idea de este soldado que es incapaz de comprender que su propia mujer lo engañe... que pueda mentir y no notársele y que es incapaz por tanto de entender el mundo en el que viven los otros...

Lo mismo ocurre con las personas tratadas en el documental Encuentros en el fin del mundo, donde se escoge retratar a personas que fueron a vivir al Polo, pero que, lejos de formar una comunidad, construyen cada uno un mundo particular, no vinculado, con motivaciones distintas y con significaciones profundas diametralmente distintas entre unos y otros.

Pienso entonces en la canción que cierra aquel documental, en el canto litúrgico en que se nombran aisladamente una serie de nombre de santos sin que exista vínculo o nexo alguno entre ellos, salvo su porpia santidad.

Y entonces me pregunto ¿cuál es esa santidad en las películas de Herzog?

Pues bien: creo que la fuerza, o la sabiduría, o la locura -nuevamente creo que Herzog no ve diferencia alguna entre estos conceptos- que permite que aquellos personajes construyan, y hasta soporten, el mundo que han creado... Sí esa es la santidad que, creo, entiende Herzog.

Es decir, los santos de Herzog son esos hombres que han establecido contacto con la divinidad que les permite fabricar y sostener un mundo, pero que a la vez los aleja del mundo de los otros y los termina por aislar y negarles la entrada (al ser de los otros) rotundamente.

Pienso en la construcción del imperio/mundo en Cobra Verde, o la ópera/mundo en Fitzcarraldo, o hasta en los intentos frustrados por ingresar a un mundo en Stroszeck... y la verdad es que pareciese que siempre estoy viendo lo mismo... la imposibilidad de compartir el ser con otro, pues cada ser posee un mundo distinto, y la significación propia es algo que no puede ser comprendido plenamente fuera de él.

Los fuegos artificales que lanza como mero significante aquel personaje en Signos de vida, o el mundo que se disuelve y amenaza con acabarse en Fata Morgana... todos son signos que hacen indivisible la idea de construcción con la derrumbe, y que nos muestran la visión de un hombre que es constantemente ser y lodo, germinación y descomposición, y que está condenado a la incomprensión, que no es lo mismo que la soledad, por supuesto, pero que constituye algo mucho más trágico y que forma parte de un sino que parece ser eterno.

Y no. No logro comprender qué pretende Werner Herzog. Ni logro tampoco entender qué siente. Pero me acuerdo por un momento de una frase de la Lispector que decía que no era sumando las comprensiones como se llega a amar realmente, sino sumando las incomprensiones...

Y sí, quizá sea eso ahora que lo pienso... quizá esta suma de incomprensiones, de mundos erigidos y derrumbados en torno a estos personajes obsesivos y aislados, dé como resultado el amor, la entrega que realiza y propone Herzog en sus films.

¿Que no es una pretensión? ¿Que no es una sensación?

Quizá no, pero creo, sinceramente, que deberían serlo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los niños de Hamelín.

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No es tan sencillo el cuento del flautista. No es algo que pueda leerse así sin más y pasar luego a otra cosa. O sea, se puede, pero hay algo que no queda bien, que no encaja después de eso.

Por ejemplo hay una fecha concreta: el 26 de junio de 1284, y hay referencias históricas y hasta existió un vitral anterior al siglo XIV que hacía referencia al acontecimiento.

Con esto, sin embargo, no quiero decir que debamos fijarnos más en la narración debido a la supuesta veracidad de los hechos narrados, o que debamos arriesgar interpretaciones para entender el argumento.

Lo que propongo aquí es algo distinto, algo que tiene que ver con el significado de una ausencia, de una pérdida… un significado que pasa a existir entonces de una forma relativa, y no absoluta –como intentaré explicar más adelante, si todo va bien-.

La historia del flautista, por lo demás, tiene sólo un centro fundamental: un hombre que nadie sabe de dónde vino, luego de que el pueblo no le pagase por un favor realizado, se lleva a los niños, encantándolos con el sonido de su flauta, hasta hacerlos desaparecer, entre unas montañas cercanas al pueblo.

Con el tiempo, se le agregarán a la historia otros factores, como señalar que el favor realizado fue librar al pueblo de una epidemia de ratas, o hasta la creación de un final feliz, con los niños reaparecidos tras la cancelación tardía de la deuda.

Más allá de estas diferencias, sin embargo, el hecho central de la seducción y pérdida de los niños en las colinas cercanas al pueblo, permanece inalterable. Podrá añadirse una cueva o el abrir y cerrar de dos colinas, pero lo cierto es que existe un momento en que de aquellos niños no se sabe nada salvo que desaparecieron, que dejaron de estar, mientras sus padres permanecían al interior de una iglesia, donde no se oía esta música.

¿De qué está hablando entonces esta historia? ¿Quién es ese extraño personaje de la flauta? ¿Qué sucede con los niños tras ese desaparecer?

Recuerdo que esas fueron preguntas que me repetí bastante y que me hacían volver una y otra vez sobre esta historia y hasta intentar una pequeña novela –llamada El Extravío-, y cuyo capítulo final era –debió haber sido, pues no lo terminé- justamente Los niños de Hamelín.

Pero reitero, no se trataba de un interés interpretativo de aquellos hechos, sino la indagación en la ausencia, en aquello que se abría para permitir que esos niños no fueran ni estuvieran más en aquel lugar.

No me refiero, sin embargo, con esto, a un espacio otro; el asunto no era tan simple como crearles un espacio alterno o un nivel distinto donde sus existencias pasaran a ser, sino que se trataba de algo similar a tomar el sistema absoluto en el que se daban aquellas acciones, y transformarlo en un sistema relativo.

Sí, como en las matemáticas, esas mismas cuyas reglas deben romperse para llegar a entender la cuadratura del círculo y armonizar así las distintas contradicciones que subyacen a toda teoría que se sustenta en las reglas rígidas de una realidad hipotética, y que por lo demás se desconoce.

Quería demostrar, si era posible –y creo que es en torno a esto mismo que me interesa hacer girar el cuento del flautista- que la división por cero era imposible por razones distintas a la que dan las matemáticas.

Demostrar que el cero es y no es número, pero no por la ausencia de cantidad, ni por la operatividad o inoperatividad que permite al interior de algunos sistemas, sino porque tanto su ausencia como su presencia terminan por existir en un mismo ámbito: en el de la necesidad demostrativa, es decir, en tanto es capaz de mostrar/sugerir realidad y hasta demostrar su propia inexistencia.

Y sí, se hacía enredado, y es que quería llegar a partir de las paradojas de Gödel a lo que era el momento lineal, y hasta responder si era posible –desde el cero como signo y el cero como símbolo- aquello planteado con la hipotética existencia del cero absoluto, aquel que –teóricamente al menos- volvía nula la entropía de un cristal puro.

¿Suena enredado? ¿Era demasiado ambicioso?

Sí, lo era. Pero no por un afán de demostración matemática o algo conducente a enredar las cosas. La historia podía quedar tan simple como aquella antigua narración del flautista y los niños. Encerrada en un vitral, si había suerte, y hasta olvidada con el tiempo.

Por otro lado, el interés profundo, la carencia desde la cual se organizaba mi discurso –por llamarlo de alguna forma-, decía relación con algo más sencillo, con carencias y sensaciones más básicas, con vacíos cotidianos… y hasta con presencias cotidianas que nos resultan inexistentes por el básico hecho de ser indemostrables.

¿Fantasmas? ¿Niños perdidos cuya existencia no ha dejado de ser sólo por ser indemostrable?

Mmm, puede ser, pero la verdad no es eso precisamente. Tenía que ver con eso justamente, y con los niños que se mueren en el sueño y con el silencio que a veces ahoga a un niño… es decir, con todo aquello que debilita la existencia demostrable de un ser…

¿Y por qué niños?

Porque son lo único humano que no ha sido totalmente contaminado ni tranformado por la lógica y lo que aprendemos que es la realidad… Porque están más cerca de la existencia indemostrable que nosotros ¿se entiende?

Mmm, parece que no. Y parece que además es culpa mía. Quizá por eso no he vuelto a intentar escribir esa novela luego de que se extravió parte de lo que llevaba… porque desapareció, ahora que lo pienso, estaba en un computador que se echó a perder y no apareció en los respaldos… es decir está el archivo, pero no pesa nada y no se puede abrir…

¿Y saben?

Yo creo que eso –más allá de la forma que intentemos darle- puede ser enunciado de la forma más sencilla. Hasta como una canción de cuna, si fuese el caso.

Ya lo intuyó Berkeley, el primer Schopenhauer, Wittgenstein, Gödel y hasta Perelman… y todo aquel que ha sabido buscar al interior de un mundo precario, la existencia de un algo indemostrable que es sin embargo un sustento para todo lo sólido a lo que confiamos nuestro peso día a día.

Y sí, también lo intuyó Parménides, y Spinoza y podríamos ampliar la lista y hasta incluirlo a ud., querido lector, pero el punto aquí no es ese.

El punto aquí es algo más sencillo. Más claro. Y más directo:

Nada se va. La ausencia no existe, ni es posible –y me aventuro a decir que es hasta indemostrable-. De hecho, la existencia misma es irrenunciable, y no existen varias formas de existir, sino sólo de evitar existir.

Y estamos llamados, por tanto, a buscar aquellas existencias indemostrables, ir hacia las colinas donde dejaron de verse esos niños y traerlos con nosotros.

Y no son metáforas, ni símbolos. Ni siquiera signos. El lenguaje entero es una ilusión y una farsa: tenazas hechas para agarrarse a sí mismas…

¿Y saben? No suelo hablar en serio, pero hoy voy a hacer una excepción, y poco importa que no me crean… pero yo sé dónde están esos niños. Llévenme hasta Hamlen y les traeré esos 130, y si todo va bien, hasta les dejaré escuchar esa música, ese sonido de flauta que fue también el de trompetas que podían derribar ciudades y que es incluso el silencio en que sumergen los niños cuando se ponen a llorar, y hasta cuando mueren…

Pero no se asusten, es una música para que dejen de ser, pero también para que comiencen a ser, de una vez por todas.

domingo, 17 de octubre de 2010

La cámara viajera: Cine rumano (x3)

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No sé mucho de cine rumano. Desconozco sus orígenes y en cuanto a sus producciones antiguas, -de tenerlas-, no recuerdo haber visto alguna... o al menos, no recuerdo la vinculación de alguna producción específica, con aquel país.
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Sin embargo, el otro día soñé con una película rumana. De una manera tan nítida que pensé que era una película que había visto y la busqué entre mis discos y hasta en internet sin encontrar rastros.
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Encontré otras por supuesto, y hasta recordé que La última noche del sr. Lazarescu, una película que ganó Cannes hace unos años y que me atrajo bastante, en aquel momento, era también de ese país.
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El punto ahora es que descargué unas cuántas y me ha sorprendido lo que me he encontrado -no es mérito ni descubrimiento mío, por supuesto, de hecho hay otra que ganó Cannes hace poco-, pero me sorprende cierta desolación común en todos los films, la muy buena fotografía y un algo más que aún no logro desentrañar, pero que pretendo entender a través de estos breves comentarios. Ah, y si aguantan la lectura, -y se interesan- hasta les prometo los links.

I. 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Mungiu (2007)



Como la mayoría de las películas rumanas que vi por estos días, ésta está ambientada en 1989, año que finaliza con el derrocamiento del gobierno comunista, en Rumania, y punto de inflexión importante en su historia y en la reinvención, o recuperación, de su identidad.

Sin embargo, también como las otras películas, esta situación política no es enfocada directamente en el film, sino que éste prefiere desarrollarse en un espacio íntimo, el de dos jóvenes rumanas que comparten habitación y que deben enfrentarse a una situación concreta que es el aborto que quiere realizarse una de ellas.

Desde este núcleo, desde este mínimo argumento, la película recorre de excelente forma y con una muy buena fotografía el mundo que rodea a estas chicas, logra captar su atmósfera y testifica además, la vinculación que tienen los espacios externos e internos desarrollados en el film, donde la opresión, cierto ambiente gris y hasta la forma de relacionarse que tienen las personas, van dando forma a un todo desolador, pero a la vez tan cercano y humano, que no incomoda y que no establece grandes distancias con el espectador.

Así, a través de extraños personajes, de tomas realizadas cámara en mano, de espacios mostrados a medias o en penumbras, manejando muy bien la tensión... la película no deja de sorprenderme... pues nos hace partícipe de su atmósfera, nos incluye incluso de cierta forma en aquello que narra, por lo que toda emotividad queda paralizada, fuera... nosostros compartimos ese espacio, y debemos ser fuertes, y no ver aquello que ocurre como algo externo, o como algo que ocurrió...

Por último, señalar que esta película me recordó mucho a otra, -ambas con una desolación hermosa y distinta, pero totalmente diferentes la una de la otra-, me refiero a La vida soñada de losÁngeles, donde también dos chicas buscan algo... pero bueno... eso ya es irme hacia otro lado, y sería también alejarme de la cuestión de fondo en todo esto.

¿Que cuál es esa cuestión de fondo?

Que hay algo cercano en esos dramas grises y oscuros y opresivos... que existe algo bello y humano hasta en las acciones más duras y hacia las que marcamos una gran distancia... y que, a pesar de todo aquello oscuro y cercano, hay algo humano que prevalece, que se derrumba y se rearma y que busca siempre brillar de alguna forma.

En resumen, una película hermosa y cruda, pero sobre todo honesta. Una película que te mira a los ojos a través de una historia sencilla y una actuación magistral y que no necesita más de medio millón de euros para realizarse y demostrar que el arte aún a veces es posible, cuando sabe mirar directamente a quien se dirige y lo invita a convertir un espacio.

Aquí se encuentran los links de descarga, se se interesan:
http://blogdecineyseries.blogspot.com/2010/10/4-luni-3-saptamani-si-2-zile.html


II. Cómo celebré el fin del mundo, de Catalin Mitulescu (2006)

Nuevamente Bucarest. Nuevamente ambientada en 1989. Y nuevamente una buena película.

Díganme que soy gris o que mi gusto por estas películas es simplemente que muestran una desolación que logra suavizar la mía, pero lo cierto es que encuentro algo cercano en este cine de final de dictadura, en estos films opresivos y que, no sé por qué, hasta me alegran de cierta forma.

Es cierto, me atrae sobremanera la cercanía de ese momento preciso, de ese fin de un sistema que ha de permitir nuevas posibilidades a pesar de que, -y para eso no hay mejor ejemplo que nuestra propia sociedad- aquello a lo que se llega, no es ni cercanamente, lo que se esperaba.

En la película, una muchacha y su hermano viven en ese espacio. Ella sueña con irse de aquel lugar mientras que su hermano, más pequeño, sueña a su vez con derrocar él mismo a ese dictador, para evitar que su hermana se vaya.

Y es justamente desde estos dos sueños, -así como del ánimo de sobrevivencia de los demás personajes del film-, que la película de Mitulescu se organiza como un excelente retrato de época, menos gris que el film anterior, justamente a partir de la figura de estos dos hermanos y de la voluntad que los anima y que los diferencia de los personajes mayores.

Bellos protagonistas, buenas historias y bien construidas metáforas, aunque a ratos parecen seguir demasiadas líneas y direcciones, con lo que pueden debilitarse también algunas de ellas.

En definitiva, una película que evidencia el anhelo por un cambio, y la llegada de un fin de mundo, así sin más.

Un mundo que se acaba, pero que se celebra porque es a la vez el nacimiento de uno nuevo, uno en el que, por sobre todo, se tenían esperanzas -aunque no vamos a entrar aquí a ver si esas esperanzas se cumplieron, ni mucho menos-.

Una película rumana no tan gris, en resumen, y con un azul adentro así como una sonrisa, como para hacerla un poco más alegre y luminosa.

Aquí se encuentran los links:
http://blogdecineyseries.blogspot.com/2010/10/como-celebre-el-fin-del-mundo.html


III. La última noche del sr. Lazarescu, de Cristi Puiu (2005)


Esta película ya la vi hace un par de años. De vez en cuando la recomendé, pero siempre la encontraron lenta y hasta muy oscura, por lo que dejé de hacerlo.

Y sí, tienen razón. A pesar de tener rasgos de comedia es una película lentísima y oscura, y justamente en eso está su atractivo.

Y es que no muchos se sienten a gusto al lado del sr. Lazarescu. Un hombre bastante mayor, viudo hace bastantes años y que sólo vive con unos gatos, pues su hija está en otro país y tiene ya poco contacto con ella.

Pues bien, sucede que este sr. se enferma, y como no tiene a nadie ahí en la fría Bucarest, decide llamar una ambulancia. Es llevado entonces de un lugar a otro mientras no se sabe a ciencia cierta su enfermedad y bueno, parece acercarse un desenlace.

El atractivo de esta película, sin embargo, -más allá del argumento que no es mucho más que lo que conté recién-, consiste en hacernos cómplices de este sr., y de la muerte que se le acerca... y es que apenas vemos a este personaje, comprendemos que no se trata del Lázaro que ha de volver a la vida... él ya es el Lázaro que volvió a una vida que se la habían terminado de quitar cuando lo dejaron solo. El sr. Lazarescu es algo así como el muerto andante en busca de que le reafirmen su propia muerte, de que le echen tierra encima.
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Sin embargo, hay algo más en esta película, algo que nos acerca al sr. Lazarescu y nos puede llevar a cuestionarnos hacia el porqué de aferrarse a la vida, y es entonces cuando el personaje de este señor me sobrecoge y comienza uno hasta a tenerle afecto... y es que Lazarescu parece sostener algo que está derrumbándose -y que lo aplasta poco a poco, por cierto-, justo el tiempo suficiente para que miremos debajo, y lo veamos a tiempo.
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Una película extraña que muchos han catalogado como comedia, y otros como el más terrible de los dramas... ¿qué pienso yo? Que no hay diferencia alguna entre estos dos términos.
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Así de simple.
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IV. Sueño de una película rumana, Vian (2010)
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Estoy en una estación de metro en Bucarest. Puedo leer el nombre, pero no creo que tenga sentido escribirlo acá, y podrían pensar que me lo invento. Tengo un mapa en mi mano y ese mapa de pronto se convierte en una sinopsis que me habla de una película rumana.
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Luego estoy en un cine, no importa dónde. En la pantalla se ve la misma estación. En el lugar está pasando un metro y yo siento que hay una presencia al otro lado... y que la veré en cuanto pasen los carros. Quedaré entonces frente a frente con esa presencia en la pantalla y eso no puede ser... no puede ser porque. Y debo salir del lugar.
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-¿Cómo que no puede ser porque? -me dicen- no se terminan así las oraciones.
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-¿Qué oraciones? -digo yo.
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Entonces llegan dos policías rumanos, previos al 89 por supuesto.
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-¿No oracionesku completariu? -me preguntan.
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-Mmm... noski -les digo.
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-¿No finali Vianescu? -insisten.
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-Sí finali -les digo. Y les demuestro entonces que puedo terminar esto cuando quie
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