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Hoy que muchos hablan de Vargas Llosa como el gran escritor del Perú, y se llenan la boca de estupideces y hacen comentarios de su obra habiendo leído apenas dos o tres de sus libros, y se olvidan de su discurso político, o de su "entender el Perú, entender el Hombre" del que habla en uno de sus escritos, y hasta poco falta para que quieran postularlo ahora al nobel de la paz... hoy que ocurre todo eso, el nombre de César Vallejo parece hundirse bajo un palmo más de tierra, junto al de otros grandes escritores peruanos, que, lamentablemente, parecen pasar a segundo plano, a pesar que ellos sí hicieron del hombre -de ese que lucha constantemente por ser quien es más allá de dolor que esto le cause- el centro real de su obra.
Y claro, es difícil leer hoy a Vallejo o a Ciro Alegría por razones tan profundas que pueden parecernos absurdas apenas nombradas, pero que deben decirse a riesgo de seguir con la complacencia fácil en que caemos todos de vez en cuando.
Y es que, tal como lo señala Georgette de Vallejo en una de las pocas entrevistas que logro conseguir de ella, todo el que sufre por ver sufrir está dispuesto a comprender, y, por supuesto, esa comprensión es hoy en día algo cada vez más difícil de encontrar, y es preferible hablar del Vallejo vanguardista, de la música contenida en Trilce, o hasta de las rutas que el poeta recorría en París, que enfrentarse cara a cara con eso que Vallejo se atrevió a mirar sin reparos: el sufrimiento del hombre.
Sí, suena grande la frase, suena como camisa grande y desteñida que ya nadie usa, o como frase marxista que estuvo años escrita en un muro que ya se derrumbó... pero lo cierto es que aquel dolor existe aún, mudo quizá, pero existe. Porque justamente los premios concedidos a escritores como el que es hoy en día Vargas Llosa, terminan por arrebatarle el derecho al grito a esas otras corrientes que apenas sobreviven, y cuyo cauce se hace imposible redescubrir, si es que no picamos y rompemos el asfalto y el plástico que se ha puesto sobre ellos, y hurgamos en la tierra hasta forjar nuevamente esos cauces donde corría justamente el agua de Vallejo... esos ríos profundos de agua amarga que venían a calmar esa sed, también amarga, y que pareciera ser, que hoy en día, hubiese dejado de sentirse.
Sin embargo, algo tiembla en nosotros si leemos a Vallejo en la soledad, una pequeña sed comienza a brotar en nosotros como si fuese agua cuando nos damos cuenta que aquel dolor del que nos habla Vallejos, está intacto en el fondo de nosotros... y entendemos que no importa cuánto nos anestesiemos, o cuánto subamos el volumen del televisor o se hagan sonar las bubuzelas, no importa cuántos gritos eufóricos demos cada vez que sale un minero en una cápsula o las veces que gritemos gol en un partido de la selección... no importa porque hay algo que existe abajo, una sed al fondo de todo aquello que nunca hemos satisfecho, y que brotará apenas nos atrevamos a leer nuevamente a tipos como Vallejo, y compartamos con él ese dolor de sentirse vivos y que es además la verdadera certeza... la prueba más concreta de que en realidad lo estamos.
¡Qué belleza amarga la de Los heraldos negros! ¡Cuántos gritos ahogados existen allá dentro! ¡Cuántos dioses no bajarían la vista hacia nosotros si nos atreviésemos a leer juntos esos versos!
Y es que en cierta forma Vallejo habló para todos, no lo hizo para sus miserias personales ni como medio para alcanzar una felicidad cortada a medida para su propia satisfacción... Vallejo miraba al pozo universal en que permanece el espíritu de todos los hombres, y su poesía era un canto que invitaba hacia el ascenso, hacia el grito, hacia la vida misma.
Vallejó le reclamó a Dios por todos nosotros. Buscó ver su rostro y le gritó todo aquello que callamos, cobardes y silenciosos y complacientes...
Vallejo buscó la revolución, gritó fuerte y sostenido y sacó el amor por el hombre que se esconde en el centro de ese dolor al que ya nadie desea tener acceso...
Por eso es una equivocación decir que Vargas Llosa es el mejor escritor del Perú, incluso decir que es el mejor escritor vivo... ¡Sólo los muertos deben morir, amigo Vallejo!
Venga y grite con fuerza nuevamente para que ese grito se escuche y quién sabe si hasta despertemos.
Y el Perú, y Latinoamerica toda y el mundo -porque usted le hablaba a todos ¿no es cierto?- se atrevan a leer a aquellos que de verdad querían despertarnos... que querían más que la entretención... esos que apostaron realmente por saciar esa sed que ya olvidamos...
¿Qué tal si volvemos a leerte, Vallejo, y nos acordamos de verdad qué significa ser un hombre, y planteamos las verdaderas exigencias?
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