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"Los cuerpos se distinguen unos de otros
en relación con el movimiento y el reposo,
la velocidad y la lentitud
y no en relación con la sustancia"
Spinoza
I.
Debe ser triste ser un cordel, escucho decir a una mujer en medio de un supermercado, mientras avanza con su carro y un celular pegado a la oreja.
Y como la frase me intriga, comienzo a seguirla de cerca para intentar escuchar algo más de aquello que va hablando mientras avanza rápidamente por los pasillos y murmura frases que no alcanzo a distinguir.
"Cenicero", "Aspirinas" y "Tintura", son otras de las palabras que le oigo nombrar hasta que ella se da vuelta y me observa directamente y me obliga a mirar hacia otro lado y cambiar el rumbo.
Entonces me quedo tan triste e intrigado como el cordel, y pienso incluso en su tristeza, y en la forma que ésta adopta y hasta en las diferencias que tiene aquella tristeza con la mía.
Así, de tanto pensar, voy a parar al lado de los pescados y mariscos donde aún hay algunos crustáceos vivos puestos sobre un mesón lleno de hielo y promociones varias.
-¿Quiere algo? -me pregunta entonces un vendedor.
-No, sólo me preguntaba sobre la tristeza de un cordel -le digo.
Ah, y es que se me olvidó un detalle. Ando borracho. He tomado unas cuantas botellas de cerveza y además no he dormido mucho...
-¿Puede esperar acá? -me dice el vendedor.
Yo no contesto, pero espero, que es lo mismo.
Entonces pasa un rato y llega el vendedor acompañado de un guardia.
-¿Qué te tomaste? -me pregunta el guardia.
-Mmm... unos litros de cerveza negra, -le contesto- y unos cuántos tragos no muy fuertes hechos con leche y vodka y otros ingredientes...
-Pues va a tener que pagar por todo eso... -me dice el guardia.
-¿Cómo?
-Que va a tener que acompañarme y pagar todo lo que se tomó...
-Pero si ya lo pagué...
-¿Puede mostrarme la boleta?
-Es que no la tengo acá...
-Entonces tendrá que acompañarme -me dice, mientras llega otro guardia, y me toman del brazo, y debo ir a una sala que se encuentra a un costado de un lugar que no sé para que sirve y que se llama "Servicio al cliente", e intentar explicar la situación.
II.
-¿Entonces usted me está diciendo que el trago se lo tomó en otro lugar? -me dice un guardia que al parecer es el jefe del grupo.
-Exactamente -le digo.
-¿Y yo debo creerle?
-Debe... -le digo-.
-¿Tiene pruebas? Yo tengo testigos y puedo demostrar lo contrario, ¿puede usted hacer lo mismo?
-Mmm, puedo exigir, cuando vengan los carabineros, que vean videos... yo sólo caminé por unos pasillos y me acerqué a lo de mariscos y pescados... no hice nada más.
Entonces el guardia jefe mira a los otros y me mira a mí y justo cuando pienso que se disculparán otro guardia que ha venido corriendo desde fuera entrega una bolsa al guardia jefe.
-Tiene razón, -dice- usted no se emborrachó acá... pero hizo otra cosa...
-¿Qué cosa?
-Usted se robó esto -me dice, y vacía la bolsa en la que se encuentran aún moviéndose tres jaibas de un tamaño tan grande que era ridículo que hubiese pretendido robármelas.
-¿Y se supone que yo me robé eso?
-No se supone, usted lo hizo... usted llevaba esta bolsa al interior de su chaqueta...
-Eso no es verdad, yo llevaba la chaqueta en la mano... -me defiendo.
-Sí, pero dentro escondía la bolsa... las cámaras están lejos, como para ver en detalle, pero tengo testigos que lo vieron...
-¿Las jaibas?
-¿Qué?
-Que si las jaibas son sus testigos...
Entonces el guardia jefe se enoja y se pone de pie y me empuja hacia atrás, y junto a otro tipo me llevan hasta un cuarto pequeño donde me dejan sentado frente a una mesa donde depositan también a las tres jaibas, alineadas, justo frente a mí, mirándome.
III.
-¿Qué miran? -les digo-. Ustedes saben que yo no las saqué, yo venía de otro lado y escuché a una mujer que hablaba sobre la tristeza de un cordel y eso fue todo... yo sé que a ustedes no les importa, porque tienen coraza, pero yo no... y además tengo que hacer, tengo que llegar a revisar puebas y escribir una entrada para un blog y no sé hasta qué hora voy a estar acá... y me prometí que el día que no suba algo el blog se acaba, y no quiero que eso pase aún... ¡la vida no es justa!
-Shhh -dijeron entre ellas, como si me mirasen en menos- y eso que a este hueón no se lo van a comer.
Y me dieron la espalda. Aparentemente ofendidas.
IV.
Pasaron los minutos. El lugar estaba vacío y por la puerta entreabierta podía ver que el supermercado comenzaba a cerrar. Las cajeras se movían de un lado a otro fuera de las cajas -a partir de lo cual me pregunté si seguían siendo cajeras- y de vez en cuando comentaban algo con un guardia que estaba junto a la puerta.
Entonces observo que por la puerta, entra otro guardia trayendo consigo a alguien... ¿adivinan? ¿No? ¿No contestan...? Pues traía a la mujer que había hablado del cordel, de la tristeza del cordel...
Al parecer, según lo que escuché, la mujer venía siempre a robar al supermercado, era parte de una banda y fingía siempre estar llamando por el celular, que según entendí, era de juguete...
-Te creís pilla -le decía un guardia- pero te teníamos vista de hace rato...
Y la mujer guardaba silencio.
Luego de anotarle los datos la pasaron a la sala donde estaba yo y las tres jaibas. Y quedamos frente a frente.
-Usted dijo algo sobre la tristeza de un cordel -le dije, sin previo aviso.
-¿De qué mierda me estay hablando, ahueonao? -me contestó.
-De la tristeza del cordel -le insistí- yo la escuché hablar por celular sobre la tristeza de un cordel.
-Estay loco hueón... el celular es de juguete y yo hablo cualquier hueá, pa que los hueones crean...
-Pero lo de la tristeza de un cordel no es cualquier hueá -agregué-. Mis amigas y yo creemos...
-¿Qué amigas?
-Ellas -le dije, apuntando a las jaibas- ellas, o cualquiera como ellas, sabrían que la tristeza de un cordel no es algo desdeñable...
Entonces la mujer, dejando de escucharme -o intentándolo al menos- se paró bruscamente de la silla y comenzó a gritarle a los guardias...
-¡Oigan, saquen a este hueón loco de acá! ¡Yo no me voy a quedar con este hueón cagao ´e la cabeza y esas hueás que están sobre la mesa!
-Son jaibas -le dije- y son sólo distintas porque son lentas...
-¡Saquen a este hueón de acá!
-Serían iguales, en esencia incluso, si se movieran igual que usted o yo, por los pasillos... -le intentaba explicar.
Pero entonces la mujer salió de la sala y me apuntaba con el dedo y seguía gritando cosas referentes a mi estado mental, sin entender nada de lo que le estaba hablando.
-Yo pensé que era usted más sensible -le dije al salir del lugar, 15 minutos después- como vio la tristeza del cordel...
Pero la mujer miraba hacia otro lado y fingía indiferencia.
V.
El resumen de la historia es que me dejaron salir.
Y es que poco después que la mujer me tratase de loco me ofrecieron anular los cargos si pagaba el costo de las tres jaibas.
Y como al final me había encariñado un poco con ellas lo hice sin chistar, aunque debí pagar con tarjeta porque no me alcanzaba el efectivo.
Ahora, ya llegué a casa, son la una y media de la mañana -horario nuevo- y me dispongo a darme una ducha.
Las jaibas las dejé en la tina, pero me da pudor bañarme con ellas mirando -y no es que tenga de qué avergonzarme-, así que supongo que las dejaré con agua, en el lavamanos, mientras me desmugro.
Aún no averiguo qué comen y se han negado a hablarme de ello, pero investigaré apenas tenga un tiempo.
Juro que no he pensado hacerlas con crema de leche y eneldo y agregarlas a unos fideos de espinaca... esas son ideas suyas.
Según mis cálculos la borrachera debiese pasarse después de la ducha.
Una jaiba se llama Rita y otra Flaca y otra Pituca, pero ellas aún no lo saben.
A veces pienso que Spinoza era tan hueón como yo cuando me emborracho.
Aunque yo soy más simpático.
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P.D.: Si quieren adoptar una jaiba pueden dejarme sus datos en los comentarios. Aunque idealmente no me gustaría tener que separarlas.
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