miércoles, 30 de junio de 2021

Una rueda y un cuchillo.


S. tenía un cuchillo con una forma especial.

Pequeño y un poco curvo, digamos.

Muy firme y filoso, por cierto, con el que acostumbraba pinchar la rueda de algún auto.

En un principio rompía ruedas de autos lujosos, solamente.

Luego, siguió haciéndolo sin fijarse en el tipo de vehículo.

Mandaba la ocasión, digamos.

La oportunidad.

Un auto estacionado en un lugar solitario, por ejemplo.

Otro en un sitio con poca luz.

Si era posible dañarlo y no ser descubierto, simplemente lo hacía, sin pensar nada más.

No obtenía beneficio de estos actos, por cierto.

No un beneficio económico, al menos.

Un día lo hablamos mientras tomábamos unas cervezas.

Minutos antes el había enterrado el cuchillo en una rueda de un auto cualquiera, estacionado a pocas cuadras.

Hablamos del asunto, esa vez.

Hasta ese entonces yo pensaba que era un ataque a la idea de patrimonio, o algo así.

S. estudiaba filosofía, por cierto, en mi misma facultad.

No comprendí muy bien sus razones, pero sí sus reglas.

Debía enterrar y sacar rápidamente el cuchillo para que no se atascara.

Solo una rueda por auto.

No debía conocer, previamente, al dueño del vehículo.

Esas eran, al menos, las reglas que recuerdo.

Respecto a sus razones, no las recuerdo muy bien, pero sé que hablamos sobre el concepto de daño.

Él señalaba que su acción no producía realmente ningún daño.

Que los autos llevaban una rueda de repuesto.

Que un cambio en la rutina no venía mal.

Y otras cosas más profundas referidas a la necesidad de reflexión por parte de las personas, que no me siento capaz de reproducir, sin caer en mis propias interpretaciones.

Esa vez -esto sí lo recuerdo-, luego de beber volvimos por la misma calle en que había reventado la rueda del auto, y observamos al conductor, que justo comenzaba a cambiar la rueda.

S. se ofreció a ayudarle, pero el hombre le dijo que no, que no era necesario.

-No aprendió nada -comentó S., aquella vez, mientras nos alejábamos del lugar.

martes, 29 de junio de 2021

Tanta sangre.


Comenzó a sangrarle la nariz.

Mientras discutía con un compañero de oficina, comenzó a sangrarle.

No se percató hasta que se manchó la camisa y sintió, además, el sabor de la sangre en los labios.

Hacía varios días que le pasaba esto, pero no había querido ir al doctor ni hacerse ver.

Además, le molestaba que lo vieran de esa forma.

Sangrando, me refiero.

Aparentemente débil.

Sin poder controlar aquello, por voluntad propia.

Esa vez, sin embargo, debido a la mancha en su ropa no pudo ocultarlo y luego vino su jefe a exigirle que fuera al doctor, para evitar así un problema más grave.

Mientras esperaba en la consulta pensaba en lo absurdo e incómodo de la situación.

Simplemente le sangraba la nariz.

Más de lo debido, tal vez y sin una causa clara, pero no dejaba de ser algo simple.

Algo que les sucede a los niños, incluso, sin provocar más que un pequeño susto.

Además, si paraba de sangrar luego de un rato, ¿cuánta sangre botará máximo cada nuevo sangrado?

Cien o hasta ciento cincuenta centímetros cúbicos a lo sumo, si el sangrado era abundante, calculó.

Si seguía así, podía sangrar dos veces por semana sin ninguna consecuencia grave, pensó.

Tenía sangre suficiente al menos, para eso.

-Disculpe, señor… -le dijo entonces una mujer que estaba sentada a su lado.

-Sí, ya sé… me sangra la nariz -la interrumpió el hombre, llevándose un pañuelo al rostro.

-No… no es eso -continuó la mujer-, solo quería decirle que no tenemos tanta sangre.

lunes, 28 de junio de 2021

¿No vas a preguntar nada?


-¿De verdad no vas a preguntar nada?

-No, está bien así…

-¿No te interesa saber dónde he estado?

-No.

-¿Ni con quién?

-Tampoco.

-Pues te lo digo de igual forma: he estado solo.

-Ya.

-Y bueno… supongo que he sido algo así como un ronin.

-…

-Dije que he sido algo así como un ronin.

-Ok. Has sido algo así.

-¿Sabes lo que es un ronin?

-No.

-¿Y por qué no me lo preguntas? Para que nos entendamos mejor, al menos.

-No lo considero importante.

-¿No?

-No. Además dijiste que habías sido “algo así como un ronin”, no un ronin, derechamente…

-¿Y…?

-Pues que eso es una especie de comparación. No me gustan las comparaciones.

-¿Y qué te gusta?

-No sé… supongo que prefiero el camino directo hacia las cosas.

-¿El camino directo hacia las cosas?

-Sí. Eso.

-¿No me lo vas explicar?

-No.

-¿Por qué no?

-Prefiero no hacerlo.

-¿Tampoco te gustan las explicaciones?

-Cuando son desvíos para no enfrentar las cosas, no. No me gustan.

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-¿De qué quieres hablar?

-Pues no sé… de cualquier cosa, elije tú… pero trata de hablar de las cosas mismas.

-¿De las cosas mismas?

-Sí… de esa forma, me refiero.

-Pues no sé si entiendo, en realidad… pero voy a intentarlo.

domingo, 27 de junio de 2021

Escribimos en el agua.


I.

Escribimos en el agua para no dejar huellas.

Una y otra vez hasta estar seguros de qué decir.

Luego seguimos en el agua hasta saber a quién decirlo.

Recién entonces alguien, si hay suerte, dirige nuestros pasos.


II.

No es así.

Salimos del agua y volvemos a ella.

Confusos, regresamos; a buscar nombres y palabras olvidadas.

A recordar el qué, el quién y el para qué.

Nos sumergimos, por cierto, buscando el para qué.

Pero nada encontramos bajo el agua.


III.

Confíen en mí.

Supongan por un momento que no exagero.

Que avanzamos por el agua empujando cuerpos, que flotan en la superficie.

Y que tenemos la sabiduría necesaria para, al menos, buscar en el lugar correcto.

Confíen en mí.

No son nuestros muertos los que flotan en el agua.


IV.

Aprendan a esperar.

Tarde o temprano será cierto.

El nombre encontrará a su dueño.

La mentira llegará a la costa, pasando en un instante a ser verdad.

Esperen con fe.

Lo que se escribió en el agua devendrá en tormenta.


V.

Recuérdenlo bien.

Para no dejar huellas, es que escribimos en el agua.

Para no errar y desandar entonces el camino.

Allá ustedes si prefieren avanzar a ciegas.

O si juegan a nombrar el mundo con signos equivocados.

Ya vendrá el tiempo en que deberán cargar sus muertos.

El agua está calma únicamente, porque sus corazones están tibios.

viernes, 25 de junio de 2021

No me malentiendas.


No me malentiendas, le dije.

No digo que esté bien ni que esté mal.

No juzgo lo que haces.

Solo digo que tus acciones y tus palabras difieren de vez en cuando.

Que te muerdes la lengua cuando no sabes qué decir.

Y que la sangre deja un sabor metálico en las palabras.

No es una crítica, es un hecho simple, entre tantos otros.

No es necesario justificarse ni agregar nada más.

No me malentiendas, le dije.


Estaré igualmente junto a ti y seré leal a mi manera.

Sin embargo, me gustaría establecer algunos puntos:

No invocaré dioses ni haré rogativas.

No sostendré tu mano.

Tendrás miedo simplemente porque hay que tener miedo.

Porque llegó la vejez y las respuestas que esperabas no aparecieron.

No iré a buscarlas por ti ni podrás ir tú ni enviarás a otros.

Te resignarás, aunque no quieras.

Y yo seré leal, a esa resignación.


No me malentiendas, le dije.

O se lo repetí, más bien, luego de un tiempo que me pareció prudente.

No digo que esté bien ni que esté mal.

No juzgo lo que haces.

Solo digo que tus acciones y tus palabras difieren de vez en cuando.

Después de todo, vas a morir de igual forma.

Y no habrás entendido una mierda.

Dicen que me repito.


Algunos amigos dicen que me repito. Que me he acostumbrado a hablar sobre cosas que no entiendo. Me lo dicen, sin mala intención, por supuesto, “observando algo, simplemente” según sus palabras.

La observación es cierta, por supuesto. Pero no porque elija estos temas o fenómenos particulares de difícil comprensión, sino por algo mucho más sencillo: he dejado de entender lo poco que antes entendía.

No se los digo tan brusco, por supuesto. O intento al menos, no hacerlo. Lo evito pues dicho así parece una confesión que me mostraría débil ante los otros o en un estado que erróneamente podría preocuparlos.

¿Qué es lo que ocurre, entonces? ¿Entiendo las causas, al menos? Pues lo cierto es que sí. La verdad es que comprendo -o creo comprender, en el peor de los casos-, aquello que ocurre, y hasta podría decir que es decisión propia.

¿Cuál es esa decisión? Sencillo: Elijo no entender. No me hago preguntas que apunten a aclarar el funcionamiento de aquello que me rodea. Ni siquiera de aquello que yo soy.

No es que no me haga preguntas, sin embargo, solo que mis cuestionamientos apuntan más bien a desmontar partes. A desarmar circuitos. A desarmar un motor cuyas piezas observo, simplemente, sin intención de rearmar.

¿Es bueno o malo todo esto? ¿Es un momento de un proceso en el que todo cobra un nuevo sentido o es un desarme, sin más? Admito que no lo sé. Y aclaro, de paso, que no me interesa saberlo.

Algunos amigos dicen que me repito.

jueves, 24 de junio de 2021

Planeta muerto.


Más allá de un número y una localización específica (hasta cierto punto), los astrónomos que lo estudian poco saben de él, y lo llaman habitualmente el planeta muerto.

Con esto, hacen alusión a la no movilidad de aquel planeta, que forma parte de un sistema aledaño, relativamente similar al nuestro, en el que dicho cuerpo se encuentra. Dicho sistema, por cierto, también de una estrella, es orbitado por varios planetas que tienen un comportamiento normal, y este “planeta muerto”, que se mantiene fijo en aquel sistema, como una mancha sobre una pantalla. O una anomalía, digamos, ya que esa es la palabra más utilizada cuando hablan de él.

Como no entiendo bien el fenómeno me pongo a buscar más información y encuentro algunos breves textos en inglés que hablan sobre el asunto, aunque ninguno de ellos me aclara de buena forma lo que ocurriría realmente con este planeta.

De hecho, según entiendo, el fenómeno es aún más complejo puesto que dicho cuerpo no registra tampoco variación con el desplazamiento macro que se registra en el espacio. Es decir, no solo no sigue una órbita respecto a la estrella central del sistema, sino que tampoco registra variación respecto al desplazamiento del plano general de astros… o algo así.

Por supuesto, ya se habrán dado cuenta, soy inútil para adentrarme en este campo, pero no dejo de asombrarme, al menos, con este tipo de fenómenos anómalos que aparecen de vez en cuando.

Ahora bien, ¿tengo una teoría propia? ¿planteo, por ejemplo, que ese planeta muerto es el único que tiene movimiento y que lo observamos como fijo justamente por este motivo? Pues no, lo pienso un poco, es cierto, pero no llego a tanto.

Mis objetivos, ciertamente, son otros.

miércoles, 23 de junio de 2021

Qué es lo que anuncian esas nubes.


Escucho a unos tipos en tv. Están hablando sobre lo que anuncian las nubes. Así lo dicen una y otra vez: qué es lo que anuncian esas nubes. Uno de ellos es meteorólogo, pero se ha permitido algunas libertades bromeando al respecto. Por ejemplo, plantea abiertamente la escasa explicación que tienen del fenómeno y deja abiertas las puertas para explicaciones menos racionales, como las que comienzan a desarrollar los otros invitados.

Es de noche, por cierto, y todavía no entiendo bien de qué están hablando. O sea, entiendo que conversan sobre lo que anuncian las nubes, pero al parecer se centran en algunos fenómenos ocurridos recientemente, de los que no tengo información. Nubes que han aparecido en diversos lugares y que tienen, en general características poco comunes, que comienzan a detallar, mientras muestran algunas imágenes.

Un científico plantea la posibilidad de ciertas corrientes electromagnéticas, aunque su explicación no se sostiene mucho tiempo y reconoce la necesidad de nuevos estudios. Otro tipo habla sobre ovnis y avistamientos extraños que han ocurrido en los últimos años. Una mujer habla de la proyección de estados emocionales en el firmamento, si es que entiendo su propuesta.

Es de noche y probablemente no descubra nada en el cielo, pero decido salir un rato a tomar aire y aprovechar de mirar por mí mismo. Hace frío. No descubro nada especial salvo estrellas y nubarrones como cualquier otra noche. De todas formas, mientras observo, pienso que algo deben anunciar también estas nubes. Algo que yo, al menos, no comprendo, y no ansío comprender. Vuelvo a entrar a casa, entonces y pienso prepararme un café. Mientras comienza a hervir el agua y comienza a salir vapor del hervidor, siento que tampoco aquel fenómeno, sé bien qué significa.

martes, 22 de junio de 2021

Después del quinto piso.


Me derrumbo después del quinto piso. O del tercero, no sé. Tal vez no fui hecho para alcanzar más altura. Podría verlo así, simplemente, pero me enseñaron que unas bases sólidas y amplias daban pie a algo más. Y claro… uno se empeña en darle sentido a aquello que te enseñaron, aunque no entendamos necesariamente el significado que en cada uno de nosotros adquiere ese aprendizaje. El punto, sin embargo, no es aquí la naturaleza del aprendizaje, sino que me derrumbo después del quinto piso. O del tercero, como ya decía. A pesar de esto, no debe entenderse que vuelvo a cero, cada vez. Digamos más bien que sobreviven al derrumbe no solo mis cimientos, sino una primera parte de mi estructura. Dos pisos, digamos. Uno al menos. Pocas veces tres. Todo depende, por supuesto, de la fuerza del derrumbe. Del lugar del golpe. Y de lo preparado o alerta que se esté antes de recibir el impacto. Luego de cada derrumbe, por cierto, pasa tiempo antes de volver a edificar. No es que dude de hacerlo, pero es necesario limpiar los restos antes de comenzar a edificar nuevamente, y eso sí que lleva tiempo. Desechar algunos. Recuperar otros que pueden ser reutilizables. Y revisar, por supuesto, si aquello que quedó en pie no tiene fisuras de importancia o debe también ser removido. Tal vez en este último aspecto, debo reconocer, puedo no haber sido, en ocasiones, lo suficientemente prolijo. Y es que, al revisar, acostumbro centrarme mayormente en los cimientos. Sobre estos, al menos, puedo dar fe que, hasta el momento, nunca se han resquebrajado.

lunes, 21 de junio de 2021

Sueño absurdo (opus 188)


Soñé que era Claudio Arrau y estaba frente a un piano.

Ante mí, estaba una partitura, con alguna obra de Liszt.

Creo que eran unas piezas breves, de los estudios trascendentales.

Pensé, por supuesto, que se trataba de un buen sueño.

Ya me disponía a comenzar a tocar cuando me di cuenta que no era del todo Claudio Arrau, en el sueño.

Me refiero a que, si bien era Claudio Arrau, y sus manos eran mis manos, no tenía en modo alguno el talento de Arrau, y dentro del cuerpo del pianista, yo seguía siendo el mismo.

Me di cuenta después de varios intentos en los que intenté dejarme llevar, simplemente, pero todo resultó en un profundo fracaso.

Y el fracaso se aposaba en mí, luego de cada intento.

Con esa sensación me desperté, por cierto, poco después.

Mientras me levantaba observaba mis manos y comprobaba que eran efectivamente las mías.

No eran tan distintas, sin embargo, a las de Arrau.

Y al menos, estas no parecían frustradas por el desperdicio de un talento.

Puede resultar mediocre confesarlo, pero eso me alegró.

No tengo mayor deuda con mis manos, me dije.

Después, seguí con mi vida habitual, sin mayores sobresaltos.

domingo, 20 de junio de 2021

Aquello que ha sucedido dos veces.


Todo aquello que ha sucedido dos veces
no ha sucedido, en realidad.

Es el eco de un sonido muerto.

Un paso no dado.

Un puente que te lleva siempre al mismo sitio.


No es que me guste decirlo así.

Me molesta, de hecho, plantearlo de esa forma.

De hecho, preferiría más bien algo concreto.

Una historia sencilla, digamos.

Pero luego algunos dicen que me limito a señalar situaciones.

Y yo escucho, aunque no lo parezca.


Por lo mismo, vuelvo a decirlo de la misma forma:

Todo aquello que ha sucedido dos veces
no ha sucedido, en realidad.

Y aclaro:

Un hecho puro, real, resulta inimitable.

Ni el lenguaje lo sujeta, pues eso es ya repetirlo.

Lo único que sucede no puede ser nombrado.


Nada real permanece en la memoria.

Nada verdadero se repite en el tiempo.

La planta que se niega a brotar dos veces sabe de qué hablo.

Todo lo demás está corrupto.

Una segunda revolución huele a cadáver desde un inicio.


Todo aquello que ha sucedido dos veces
no ha sucedido, en realidad.

Todo aquello que ha sucedido dos veces
no ha sucedido, en realidad.

Solo les pido que imaginen por un momento,
que esto es cierto.

Y este es el momento.

sábado, 19 de junio de 2021

Se había roto una matriz.


Fue hace algunos años.

No lo recuerdo muy bien.

Como explicación, desde la empresa informaron que se había roto una matriz.

Las proyecciones para el arreglo, fueron cambiando a lo largo de las horas, llegando a completar los tres o cuatro días, en que estuvimos sin agua.

A mí, sin embargo, más allá del tiempo sin agua, comenzó a intrigarme lo referente a la matriz, que se había roto.

¿Qué matriz era aquella?

Y

¿Por qué se había roto, esa matriz?

No eran preguntas que tuviesen directa relación conmigo, pero comencé a obsesionarme con obtener, para ellas, algunas respuestas.

Llamé entonces varias veces a la compañía.

Primero como cliente, luego como periodista o fingiendo diversas funciones para intentar llegar a alguien que me diera alguna respuesta.

No obtuve -debo reconocer-, ninguna respuesta clara, salvo la promesa de enviar un informe sobre el origen del daño, que se debía realizar un grupo de ingenieros, ajenos a la empresa.

Nunca llegó, por cierto, aquel informe.

Cuando llamé, semanas después, para insistir sobre aquello, me atendió una mujer que pareció comprender que lo mío era más bien una obsesión que debía superarse de forma simple.

-Así son las cosas -me dijo, luego de conversar un rato-. Las cosas se rompen. Se desgastan y se rompen. O se quiebran de golpe y se rompe. Pero el punto es que se rompen.

Así, luego de hablar con ella, extrañamente me tranquilicé un poco y comencé a olvidarme de aquel asunto.

El origen del daño está contenido en las cosas mismas, me dije.

Luego abrí la llave del lavabo y observé, por un rato, el agua correr.

viernes, 18 de junio de 2021

Una revista.


Publicamos por dos años una revista pare leer en los baños. Incluso traía un poco de papel higiénico, de emergencia, hacia el final. Todo partió como una broma, tras llenar una postulación a unos fondos gubernamentales en los que acostumbrábamos hacer propuestas que considerábamos ridículas. Nunca hubo otra intención. De hecho, tras saber que habíamos sido escogidos intentamos renunciar, pero resultaba más engorroso que seguir adelante con aquel proyecto. Así que lo llevamos adelante.

El contenido de la revista tenía contenido variado, mayormente creaciones literarias, pero todas muy breves y de aparente tono ligero. También incluimos algunos dibujos e imágenes parodiando un poco la publicidad que no quisimos incluir en nuestra publicación.

Las ediciones eran en tamaño pequeño, de no más de 15 hojas y durante dos años las dejamos en baños de instituciones públicas, incluidos los baños del congreso nacional, aunque lo cierto es que nunca pudimos comprobar aquello.

En principio, habíamos pensado hacer solo los 4 números con que nos comprometimos con el proyecto, pero sorprendentemente comenzamos a recibir colaboración a un mail de contacto que aparecía en la revista, por aquel entonces.

Poemas, chistes, narraciones breves, además de extrañas solicitudes, fue lo que recibimos mayormente en ese entonces, y decidimos incluir algunas.

Fue así como el proyecto terminó extendiéndose y ocupándonos mayor tiempo del que podíamos, por ese entonces, dedicarle.

Incluso, rechazamos entrevistas para hacer alguna nota en un canal de tv y un par más de algún diario o revista, al mismo tiempo les dijimos que no a algunas marcas -pequeñas, claro-, que quisieron contactarse en aquel entonces.

Ahora bien, ¿cuál fue el resultado final de todo aquello? ¿Existió algún beneficio?

Si dudarlo debo reconocer que no. Absolutamente no. No hubo beneficio alguno. Fue una forma de gastar la vida nada más. O parte de ella, más bien… 

¿No han tenido ustedes experiencias similares?

jueves, 17 de junio de 2021

Cajas dentro de otras cajas.


Para ahorrar espacio metemos cajas dentro de otras cajas. Cajas de cartón, me refiero. Las fuimos acumulando en diversos lugares a medida que llegaban productos. Encargos de libros. Partes de un computador. Una estufa. Una tv. La caja de cartón en que venía, incluso, un refrigerador. Ocurrió entonces que las vaciamos y las fuimos dejando por ahí, en distintos sitios. Y ocupaban, por supuesto, gran espacio. Siempre me ocurre un poco así, digamos, con las cosas. Solo que con las cajas es un poco más absurdo, pues existe todo el tiempo la opción de botarlas y por alguna razón que no tengo del todo clara me niego a hacerlo. Tal vez pienso que las necesitaré prontamente, de alguna forma. Y sean útiles entonces para llevar todo hasta otro sitio.

Puede que a nadie le importe, pero debo confesar que con la escritura me ocurre lo mismo. Acá en el blog, me refiero. He pasado de dejar el contenido acá -si es que lo hubo alguna vez-, a ir amontonando las cajas. Unas sobre otras, en este caso, pues el espacio virtual es aparentemente ilimitado, y no requiere mayor disposición. Aun así, me preocupe más de lo que creen respecto a la ubicación en que se encuentran.

La posición de cada caja, la cantidad que puedo apilar. Y hasta la necesidad de contar con una buena base, por ejemplo.

Así, mientras esto ocurre, simplemente me voy llenando de cajas. Virtuales y reales, a medida que pasa el tiempo. Si esto fuera una narración o algo que pretenda tener estilo terminaría hablando de la caja esa de madera en que a veces van a parar todas las otras cajas. Pero no es el caso. Lo que ocurre simplemente es que me lleno de cajas.

Ya ni sé para qué las guardo.

miércoles, 16 de junio de 2021

Hay una puerta en los casinos...


Hay una puerta en los casinos por donde salen los grandes ganadores. Una vez me equivoqué y terminé saliendo por ahí. Es una salida de seguridad, para los que han ganado alguna suma importante y, aunque en general el dinero es cargado a cuentas y no se lleva en efectivo, se aconseja salir por ahí del lugar, generalmente acompañado por un alto representante del casino en cuestión, quien además lo agasaja con variadas atenciones, invitaciones y otros pequeños regalos.

Cuando me equivoqué y salí por ahí, hasta pusieron a disposición un auto de lujo, para que me llevara, según me señalaron varias veces, hacia mi destino.

Tal vez si no hubiesen repetido tanto aquello -lo del destino y todo eso-, hubiese terminado por pensar que no había sido un error salir por esa puerta. Y probablemente no hubiese hecho nada de lo que hice después, y que no voy a contar acá porque esto no va de historias, aunque a veces lo parezca.

¿Qué pasó con el dinero, con la puerta y el auto de lujo que debía llevarme a mi destino?

Sinceramente no lo sé, y, si soy sincero, no me interesa en lo más mínimo.

Como decía, hay una puerta en los casinos por donde salen los grandes ganadores. 

Pero esa no es mi puerta.

martes, 15 de junio de 2021

Alguien estacionó fuera de casa.


Alguien estacionó fuera de casa. No vi quien fue. Lo extraño es que había espacio en toda la calle. Y no hay sombra especial o algún beneficio extra al estacionar aquí. Así que alguien estacionó acá, simplemente, y luego se fue hacia otro sitio. A visitar otra casa, supongo, pues no hay más que casas en esta calle. Nada comercial, me refiero, ni oficina de ningún tipo. Estacionaron acá, nada más, diría alguien más concreto. No hay más historia.

Pasan las horas, sin embargo, y llega la noche. El auto sigue ahí y no se ve nada distinto en el lugar. Tal vez alguien lo estacionó acá para dar una sorpresa en otro sitio, o quizá se trate de un o una amante, que no quiere dar que hablar, estacionando frente a otro lugar.

Más allá de las posibles razones, debo reconocer que la situación comenzó a inquietarme. Con toque de queda y de madrugada el auto seguía ahí. También en la mañana siguiente y así hasta que completó tres días. No sé qué se hace en esos casos, tal vez dar aviso a carabineros… no sé bien. Ni siquiera hablo con los vecinos e ir a preguntarle a alguno si sabe algo, me parece una situación incómoda.

A pesar de aquello, supongo que me acostumbro bien a ese tipo de situaciones. A las situaciones incómodas, me refiero. Algunos dirían, incluso (aunque sin saber), que me gusta prolongar la tensión. Y es que, en realidad, me da lo mismo si el auto se vuelve chatarra allá afuera, mientras yo envejezco acá adentro. Después de todo, sabemos lo que hacemos hasta que dejamos de saberlo, no hasta que dejamos de hacerlo. O algo así, al menos, escuché una vez.

lunes, 14 de junio de 2021

Un camello.


Terminé el día viendo una película polaca donde un tipo paseaba, como si fuese un perro, a un gran camello.

Era una película de hace unos 20 años, que al parecer se basó en un guion abandonado por Kiesslowski, muchos años atrás.

De hecho, creo que el día iba a pasar sin más, cuando me detuvo -a punto de abandonarlo-, esta extraña película polaca.

No es que me llamara profundamente a la reflexión o que me iluminará intelectual o espiritualmente -tal vez la asociación con Kiesslowski pudiese desviarnos en esa dirección-, pero al menos me detuvo un poco antes de dar por cerrado el día, del cual no estaba dispuesto a guardar mucho en la memoria.

Ahora, al menos, guardo un par de imágenes de la película polaca.

Una de esas imágenes es el tipo polaco en cuestión paseando orgullosamente el camello. Orgulloso no solo de las miradas de los otros habitantes de la ciudad, sino también del animal mismo y de la relación que se establece entre ambos. De hecho, si soy riguroso, el personaje en cuestión dice no pasear al camello, es decir, aclara y destaca que el camello no lo sigue, sino que va con él -junto a él-, entre los otros.

Otra imagen, que probablemente se desvanecerá tarde o temprano, es la del hombre y su esposa buscando al camello -por razones que no detallaré acá-, y la visita final a un zoológico en el que se establece un contacto estrecho entre esta pareja y otros animales.

En síntesis, ¿es buena o mala la película polaca?

¿Bueno o malo el día, a final de cuentas?

Digamos simplemente que hoy no anduve a la par del día y que me fui quedando atrás.

¡Ah…! Y vi un camello.

domingo, 13 de junio de 2021

La gata Morisot (canción japonesa, traducción).


Una gata pequeña llamada Morisot.

No quiso crecer durante siete años.

Se mantuvo pequeña quién sabe por qué.

Tal vez para estar siempre acurrucada.

En las pequeñas palmas de mis manos.


No le gustaba mucho salir de casa.

Y prefería estar segura al fondo de un bolsillo.

Te miraba a los ojos si la llamabas por su nombre.

Morisot, Morisot, le decías.

Y ella te miraba, como si el pequeño fueras tú.


Si oía voces nuevas, se inquietaba la gata Morisot.

Se ponía celosa, tal vez, en ese entonces.

Y eso que yo estaba tan solo, como podía haberlo estado.

Solo sabíamos estar solos el uno con la otra.

Y con suerte caíamos de pie, al comenzar un nuevo día.


¿Has tenido tú una gata llamada Morisot?

¿Has tenido una gata que se negara a crecer por siete años?

¿Qué sabes de la vida si no has estado con ella?

¿Si no has tenido a nadie más que a Morisot?


Pero pasaron siete años y entonces comenzó a crecer.

Como si la gata Morisot no pudiese aguantar más su estado.

Como si hubiese aguantado bajo el agua y no pudiese más.

Y envejeció incluso más deprisa que otros gatos.

Y cuando te miraba a los ojos se despedía un poco.


Pobre gata Morisot, grande y vieja de un momento a otro.

Ya no cabía en los bolsillos de nadie.

Bajaba su vista, al mirarla, como si tuviese vergüenza.

Morisot, Morisot, le decías.

Y ella te pedía que salieras, para no verla envejecer.


¿Has tenido tú una gata llamada Morisot?

¿Has tenido una gata que se negara a crecer por siete años?

¿Qué sabes de la vida si no has estado con ella?

¿Si no has tenido a nadie más que a Morisot?

sábado, 12 de junio de 2021

Ella cree en lo que no cree.


Ella cree en lo que no cree.

O quiere creer, más bien, en todo aquello.

Sabe que el problema es otro, aunque no lo diga.

Y yo la observa por ahí, andar con energía, con un poco de afecto.

Y un poco de admiración.


Supongo que me ocurre así porque soy de otra forma.

Porque no creo en lo que creo, a diferencia suya.

Así que se lo digo en broma, para que parezca trabalenguas.

Y es que ella sabe que yo sé, que ella cree en lo que no cree.

Y se avergüenza, aunque no quiera.


Si pudiera hablarle directamente.

O si me decidiera a hacerlo, más bien.

Le diría de inmediato que no tiene de que avergonzarse.

Que admiro ante todo su energía y sus ganas de vivir, como cree correcto.

O como le dijeron, más bien, que era correcto.


Ese es en parte el gran problema, le diría.

No porque sea realmente un “gran problema”, pero sí para poder diferenciar.

Y es que los pequeños problemas, ella no los llama de esa forma.

Y prefiere ponerles nombres simpáticos y usar diminutivos.

Este en cambio, va a tener que llamarlo por su nombre.

Si quiere, al menos, cambiar la situación.


Si esta fuera una canción, este probablemente, sería el momento del coro.

Pero resulta que no es una canción.

Puedes darle un ritmo si gustas e incluso puedes olvidarla.

Pero tú sabes que es cierto, lo que digo.

Y sabes que entiendes, aunque elijas no entender.


Si esta fuera una canción, este probablemente, sería el momento del coro.

Pero resulta que no es una canción.

Puedes darle un ritmo si gustas e incluso puedes olvidarla.

Pero tú sabes que es cierto, lo que digo.

Y sabes que entiendes, aunque elijas no entender.

viernes, 11 de junio de 2021

Ese robot estuvo en casa por seis años.


Ese robot estuvo en casa por seis años.

Apagado casi siempre, pero al menos en presencia, estaba ahí.

Tenía luces y estaba programado para responder a algunas palabras.

Ante ellas, debía realizar algunos movimientos o funciones que podían ser de cierta utilidad.

Cuando me lo dieron, me entregaron un manual donde indicaban todo aquello.

Nunca quise, sin embargo, pronunciar esas palabras.

Preferí tenerlo ahí, sin uso, aunque debo reconocer que de vez en cuando lo encendía.

Cuando lo hacía, lo dejaba así unas cuantas semanas, hasta que se descargaba su batería, y era necesario volverla a cargar.

Tenía un nombre en alemán, que prefiero guardar en secreto.

Lo cambié de ubicación tres o cuatro veces, pero siempre lo ubiqué cerca de una planta.

No sé por qué, pero me gustaba verlo así, cerca de algo que crecía de forma natural.

Cuando desapareció, hace unos días, pensé incluso que afectaría al crecimiento de la planta que estaba a su lado.

Era un gomero, pequeño, que por alguna razón había dejado caer sus hojas, sin ninguna explicación.

Ahora está solo el gomero, sin hojas, y el espacio vacío en que estaba antes, el robot.

Sé que no desapareció por su cuenta, aunque encuentro extraño que alguien se lo haya robado.

Tal vez me ocurra como con esas otras cosas que han comenzado a desaparecer, y que poco a poco cuestiono si existieron realmente, o si solo las imaginé durante un tiempo.

Un día tuve un blog, diré de esta forma, un día próximo.

Y el olvido será tranquilo, sin culpas y yo sonreiré al pensar, que se ha marchado por su cuenta.

jueves, 10 de junio de 2021

Brueghel en un cuadro de Brueghel.


De un día para otro comenzó a hacerlo.

En principio no entendíamos qué era lo que hacía.

Solo lo observábamos volcado sobre un libro de pinturas.

Horas cada día, volcado sobre el libro de pintura.

Un libro con la obra pictórica completa de Brueghel.

Era un texto de gran tamaño, que le habíamos regalado años atrás.

Con párrafos que explicaban un poco la génesis de cada obra, aunque él no se fijaba en eso.

Solo se centraba en las pinturas.

A veces incluso con una lupa, que pasaba lentamente por cada imagen.

Cuando hablamos con él sobre aquello nos ignoró en un principio.

Luego que insistimos nos explicó, un poco, lo que hacía.

Lo diré con sus propias palabras:

Buscaba a Brueghel en los cuadros de Brueghel.

Cuando nos dijo pensé que trataba de algo concreto.

Me refiero a que pensé que el pintor se había retratado al interior de algunos de sus cuadros.

Sin embargo, cunado le pedí que me mostrara algunos ejemplos, pude darme cuenta que las figuras que supuestamente “eran Brueghel”, eran muy distintas unas de otras.

Así, me mostró figuras de distintos tamaños, edades y géneros, algunas muy pequeñas, que apenas se distinguían como manchas en la obra.

Ese es Brueghel, me decía, mientras lo indicaba.

Luego pasaba a otra imagen.

Supongo que lo tomaba como un juego.

Como esos buscar a Wally o a Waldo -según la traducción-, solo que en ese caso las figuras eran distintas unas de otras.

De hecho, según me explicó, a veces Brueghel cambiaba de ubicación en el mismo cuadro.

Pasó así los últimos dos años.

Luego empeoró rápidamente y debieron internaron para un tratamiento de urgencias.

No volvió a salir.

El libro con la obra de Brueghel, quedó allí, entre sus cosas.

A veces he sentido el llamado a observarlo, pero temo hacerlo.

No sé si por encontrar a Brueghel en los cuadros de Brueghel, o por encontrar algo todavía más extraño.

Un día de estos voy a abrirlo, sin embargo.

Cuando lo haga, les contaré con qué me encuentro.

miércoles, 9 de junio de 2021

Probablemente tengan razón.


I.

Probablemente tengan razón.

Hay indicios de aquello.

Lo sospecho.

Hace mucho, lo sospecho.

Con ellos, sin embargo, sigo mostrándome escéptico.

No revelo mis sospechas.

Tampoco les anticipo el triunfo.

Además… qué pobrecito triunfo…

Si hasta los dejaría tener razón por esta vez.

Aunque no la tuvieran, me refiero, les cedería la victoria.

No de inmediato, eso sí.

No instantáneamente, me refiero.

Creo más bien que prolongaría el hecho.

No sabría dar una cifra, si me preguntan.

Pero lo suficiente, al menos, como para que ellos mismos dudasen.

¿Cuánto es eso?

Lo suficiente para que ellos mismos cuestionasen la lógica que determina su razón.


II.

Probablemente tengan razón.

Eso es casi seguro.

Probablemente tengan razón, pero en realidad a nadie (salvo a ellos) les importa.

Además, tener razón no te asegura nada.

Nada salvo tener razón, cuestión que nada asegura.

Aún así se muestran más firmes que la mayoría de quienes los rodean.

Y hacen sonar sus pasos.

E intentan imponer un ritmo.

Y pasan entre los otros como si supieran mejor que nadie, a donde se dirigen.

Debo confesar, por cierto, que a mí antes me intimidaban

Pero ahora me dan risa.

No lo digo despectivamente, aclaro.

No es que me burle de ellos ni de sus actitudes.

Más bien, me sonrío.

Y es que los veo como niños, jugando a ser algo que no son.

Salvo que, en ellos, estaría el riesgo de olvidar que son niños.

martes, 8 de junio de 2021

Béisbol.


Jugué béisbol un tiempo.

Poco tiempo, en realidad.

Y jugaba mal, por supuesto.

Iba más que nada para acompañar a unos amigos a quienes siempre les faltaban jugadores.

No entrenaba.

No tenía implementos.

Lanzando y recepcionando era pésimo.

Sin embargo, en el bateo, a veces lograba golpear algunas.

Algunas pocas, en realidad.

Y no las lanzaba demasiado lejos.

Pero el caso es que las golpeaba.

Y al menos alcanzaba a llegar a primera base y provocar el movimiento de otros jugadores, si es que había otros, por supuesto, desde antes.

Ayudé así a hacer algunas carreras, aunque lo cierto es que nunca, en lo personal, logré pasar tercera base.

Debo reconocer que me bloqueaba estando ahí.

Varias veces pude hacer carrera, pero terminaba quedándome en sitio.

Por lo mismo, a veces llegué a provocar un descalabro mayor, provocando un out innecesario para mi propio equipo.

Y desperdiciando, mayormente, otras opciones de triunfo.

Si bien nadie se percató en un inicio de ese problema, con el tiempo algunos comenzaron a fijarse.

No tenía problemas para avanzar a segunda o a tercera, pero ir por la carrera me frenaba, aunque no sabría decir por qué.

Viéndolo a la distancia, debo reconocer que me boqueaba, estado ahí.

Aunque ducho bloqueo no surgía de nervios o temores, sino más bien de una pérdida de interés en lograr la carrera.

Como si con el esfuerzo anterior hubiese bastado, y no valiese la pena, realmente, el triunfo al final del camino.

Obviamente, estas son impresiones que tengo a la distancia, y puede que todo se haya deformado, con el tiempo.

Eso es algo que -he aprendido-, suele ocurrir.

lunes, 7 de junio de 2021

Vivir con ello.


Me desperté de pronto arriba de un avión.

Bueno no arriba, sino adentro, pero supongo que se entiende.

Estaba mareado.

Me costó unos minutos recordar hacia donde me dirigía.

El por qué y el para qué, sin embargo, no lo recordé nunca.


Entonces desperté fuera del avión.

En navidad, confundido, pues poco entendía.

Sin idioma común, sin transporte, incluso, al menos aquel día.

Por suerte, alguien que dijo conocerme me llevó en auto hasta otro sitio.

Hasta ahí me acuerdo, más o menos.


Después de eso apenas recuerdo flashes.

Supongo que cerré los ojos, igual que los niños, cuando tienen miedo.

Quise sentir y no sentir, y descubrí que no se puede.

Quise creer, también, y descubrí que no se puede.

Luego me dormí, vuelto hacia una pared fría.


Salía a caminar, de vez en cuando.

De eso me acuerdo perfectamente.

Era bueno el frío, para no pensar.

Una vez me encontré de frente con un zorro en medio de la nieve.

Luego dudé si es que era cierto.


Semanas después me desperté de nuevo arriba de un avión.

Bueno no arriba, sino adentro, pero supongo que se entiende.

Un dolor en el pecho no me dejaba en paz.

Nunca más me dejó en paz, si soy sincero.

Pero he aprendido a vivir con ello.

domingo, 6 de junio de 2021

Extraña.


Una realidad extraña.

Ajena incluso, si se quiere.

Sin dimensiones precisas.

Difusa…

No sé bien cómo explicarlo.

Un sitio así se hace necesario.

O al menos a mí, se me hace necesario.

Un lugar en el que vivir de otra manera.

Con otras reglas.

Como al interior de un cuento, digamos.

Sí, tal vez sea eso.

Un cuento, por ejemplo, de un perro.

Sí… de un perro que escondió sus propios huesos.

Un cuento lleno de lugares comunes, pero con un orden y un propósito distinto.

Una historia tan absurda como sencilla.

Y tan honesta, también, si se puede, como resultado de esas últimas dos características.

Una realidad extraña, decía.

Sí… extraña, ajena, pero por sobre todo otra.

No perfecta.

No mágica.

No maravillosa.

Pero imperiosamente otra.

Otra realidad no digo para quedarme ahí.

Ni para huir, de cierta forma, buscando algún refugio.

Yo hablo simplemente de un lugar propicio.

Propicio para enterrar, sin dramas, algo que me es propio.

Igualito que el perro, que ponía a enterrar sus propios huesos.

De ahí el ejemplo, por cierto.

El extraño ejemplo.

Y de ahí también el final abrupto.

Este final abrupto.

Abrupto, absurdo, pero también sencillo, a fin de cuentas.

O algo así.

viernes, 4 de junio de 2021

Un regalo con mi nombre.


Un regalo con mi nombre.

Un regalo con mi nombre, que no era para mí.

Eso es lo que encuentro.

Si busco, eso es lo que encuentro.

Tal vez por eso no me guste buscar.

O no me convence hacerlo.

Además, luego está la obligación.

La obligación de abrirlo.

La obligación de agradecerlo.

La obligación del rito, en resumen, aunque sabes que el regalo no era para ti.

¡Cuántas veces he pasado por esto…!

No sé ustedes, pero a mí me agota profundamente.

Recibir esto que no es mío, me refiero.

La vida como un cheque al portador.

O con un nombre, que designa algo distinto a lo que eres.

A eso es lo que me niego.

Puede parecer que me gusta la tragedia.

Puede parecer que me doy más importancia de la que tengo en realidad.

Ni siquiera voy a discutir sobre aquello.

Acepto las palabras porque ni siquiera tienen peso.

Ocurre así simplemente, a fin de cuentas:

Mi nombre en un regalo.

Mi nombre en un regalo que no me pertenece.

Que no me pertenece y cuya renuncia me es negada.

Después de todo, yo también debo entrar en el juego.

Un puente cuyos dos extremos dan al mismo sitio.

Eso es todo lo que tengo.

El primer derecho.


El derecho a no querer nada para mí.

Ese sí debiese ser un derecho.

Derecho a renunciar a lo que dicen que me pertenece.

Derecho de sacarme todo aquello que han puesto sobre mis hombros.

Derecho a dejarme ir, si quiero hacerlo.

Ese debiese ser el primer derecho.

Después de eso, hagan lo que quieran.

Eso no me incumbe en lo absoluto.

Niéguenme todo, no hay problema.

No voy a reclamar.

Me gusta el hambre.

Soporto el frío.

Puedo ceder, si quieren, hasta mis creencias.

Mis escasas creencias.

El espacio que ocupo me deja satisfecho.

Solo exijo ese primer derecho.

Derecho a no poseer siquiera un número.

Derecho a no dar un paso en dirección alguna.

Derecho a elegir una roca por almohada.

Denme eso y olvídense de mis alegatos.

Ejerceré mi derecho a no hacer ruido.

A respirar en calma, aunque no sepa para qué.

Otórguenme el derecho a vivir en el absurdo.

A aceptarlo porque es lo que único cierto.

Porque no necesito nada más.

Todo el resto se los dejo a ustedes.

Exijo poco, si lo piensan.

No se compliquen.

Nada quiero para mí salvo lo que he dicho.

Derecho a no ser el yo que tú conoces.

jueves, 3 de junio de 2021

Frágiles.


No sabíamos que éramos frágiles.

Pero sin duda resultamos serlo.

La resistencia de la piel era mínima.

El corazón acabó siendo un músculo débil.

Hasta nuestra inteligencia reveló ser poco práctica.

Éramos frágiles, sin duda.

Costó aceptarlo, pero lo hicimos.

A regañadientes lo aceptamos.

Cualquier caída era peligrosa.

Los golpes dejaban secuelas.

La sangre salía de nosotros con una ligereza absoluta.

La vida tendía hacia la muerte y el cuerpo, con los años, ni siquiera se mantenía en pie.

Era algo obvio, ciertamente, pero nos demoramos en verlo.

Fingimos no saberlo mucho tiempo, pero mentirse no es tan fácil.

Después de cierto punto, al menos, no es tan fácil.

La verdad es demasiado evidente.

Estamos destinados a perder cualquier batalla.

La cabeza contra una roca.

El puño contra la pared.

El ojo contra la aguja.

Nuestra fragilidad era suprema.

Estábamos indefensos más allá de lo que hiciéramos.

Éramos incapaces de hacer mella en el mundo.

El calor nos incomodaba.

Nos dañaba el frío.

La noche nos ahuyentaba fácilmente.

Éramos débiles, son duda.

Frágiles en un inicio, pero débiles luego, por no reconocer esa primera fragilidad.

Preferimos no saber.

No sabernos.

¡Cuántas equivocaciones…!

Somos frágiles.

La humanidad, en nosotros, es frágil.

Mírame a los ojos y entiende de qué hablo.

No temas.

Esta es la verdad.

miércoles, 2 de junio de 2021

En la terraza.


En la terraza. Aunque no sé si acá le dicen así. En la azotea, me refiero. En las piscinitas esas que les dio un tiempo por poner sobre los edificios. Ahí fue que ocurrió. Cuando ya no la ocupaba nadie y estaba ahí junto a envases y restos que nadie recogió. Sin agua, por supuesto. En la piscina vacía, sucia. Abandonada. Arriba del edificio. Ahí encontraron al tipo ese. Encerrado. Quién sabe desde cuándo. Creo que el conserje no había subido hacía dos o tres semanas. Bueno, nadie había subido pues pensaban repararla y habían cerrado la única puerta de acceso, para evitar accidentes. Hubo revuelo, recuerdo, porque el tipo no era de acá. Se pensó en un ladrón que hubiese quedado ahí, atrapado, pero con el tiempo se supo que revisaron cámaras y no se encontró nada. Fue extraño. Como si el tipo hubiese aparecido ahí por arte de magia. Para peor el tipo no podía hablar. Cuando lo sacaron estaba inconsciente, supongo que por el hambre, no sé. Subieron bomberos y lo bajaron en camilla, por las escaleras, pues en el ascensor no cabía. A todos nos preguntaron y nos mostraron fotos, para saber si le conocíamos. Por lo que supe nadie señaló haberlo visto antes. Incluso hicimos una reunión para hablar del tema. Ahí supimos que el hombre no tenía documentos y que lo ingresaron a un hospital, donde se recuperó luego de unos días. Al parecer se fue del lugar sin que aclarasen quién era. En la terraza quitaron la piscina, con los años, y pusieron un quincho y llenaron de pasto sintético. Desde entonces no ocurre nada extraño en ese lugar. Bueno, salvo una vez que se encerraron unos niños allá arriba, y los padres tuvieron que romper la puerta para sacarlos, pero nada más. Ya ves. Cosas así, solamente. Sin importancia.

martes, 1 de junio de 2021

Pagó por ampliar la casa.


Pagó por ampliar la casa.

Él mismo hizo los diseños, para explicar los cambios.

Casi dos meses trabajaron luego, un par de hombres, llevando a cabo la ampliación.

Cuando terminaron, sin embargo, encontró la casa del mismo tamaño.

Del mismo tamaño y en el mismo sitio.

Lo segundo era algo obvio, sin duda, pero su sensación remarcaba esas condiciones.

Recorría el lugar, distribuía los muebles, pero nada parecía haber cambiado.

O más bien, todo se redistribuía, de cierta forma, pero no se liberaba espacio alguno.

Explicó entonces su impresión a unos amigos.

La esposa de uno de ellos le explicó algunas teorías sobre el diseño de interiores.

Al parecer trabajaba en ello.

Lo primero que le recomendó fue volver a pintar el lugar.

Despejar todo, cambiar los colores de las paredes.

Él le hizo caso.

No de inmediato, por temas económicos, pero lo realizó finalmente luego de un par de meses.

También incluyó espejos, un par de plantas y hasta hizo una nueva ventana.

No obstante, a pesar de los cambios, seguía sin sentir que el espacio era mayor.

Todo le parecía reducido, en el interior de aquella casa.

Entendió entonces que tenía que aceptarlo, finalmente.

Que eso era lo más parecido a una solución, cuando se trataba de interiores.

¿Qué ocurrió entonces?

¿Alcanzó esa solución precaria que pretendía?

Pues vamos a pensar que lo logró, para terminar mejor, con esta historia.

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