sábado, 19 de junio de 2021

Se había roto una matriz.


Fue hace algunos años.

No lo recuerdo muy bien.

Como explicación, desde la empresa informaron que se había roto una matriz.

Las proyecciones para el arreglo, fueron cambiando a lo largo de las horas, llegando a completar los tres o cuatro días, en que estuvimos sin agua.

A mí, sin embargo, más allá del tiempo sin agua, comenzó a intrigarme lo referente a la matriz, que se había roto.

¿Qué matriz era aquella?

Y

¿Por qué se había roto, esa matriz?

No eran preguntas que tuviesen directa relación conmigo, pero comencé a obsesionarme con obtener, para ellas, algunas respuestas.

Llamé entonces varias veces a la compañía.

Primero como cliente, luego como periodista o fingiendo diversas funciones para intentar llegar a alguien que me diera alguna respuesta.

No obtuve -debo reconocer-, ninguna respuesta clara, salvo la promesa de enviar un informe sobre el origen del daño, que se debía realizar un grupo de ingenieros, ajenos a la empresa.

Nunca llegó, por cierto, aquel informe.

Cuando llamé, semanas después, para insistir sobre aquello, me atendió una mujer que pareció comprender que lo mío era más bien una obsesión que debía superarse de forma simple.

-Así son las cosas -me dijo, luego de conversar un rato-. Las cosas se rompen. Se desgastan y se rompen. O se quiebran de golpe y se rompe. Pero el punto es que se rompen.

Así, luego de hablar con ella, extrañamente me tranquilicé un poco y comencé a olvidarme de aquel asunto.

El origen del daño está contenido en las cosas mismas, me dije.

Luego abrí la llave del lavabo y observé, por un rato, el agua correr.

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