martes, 29 de junio de 2021

Tanta sangre.


Comenzó a sangrarle la nariz.

Mientras discutía con un compañero de oficina, comenzó a sangrarle.

No se percató hasta que se manchó la camisa y sintió, además, el sabor de la sangre en los labios.

Hacía varios días que le pasaba esto, pero no había querido ir al doctor ni hacerse ver.

Además, le molestaba que lo vieran de esa forma.

Sangrando, me refiero.

Aparentemente débil.

Sin poder controlar aquello, por voluntad propia.

Esa vez, sin embargo, debido a la mancha en su ropa no pudo ocultarlo y luego vino su jefe a exigirle que fuera al doctor, para evitar así un problema más grave.

Mientras esperaba en la consulta pensaba en lo absurdo e incómodo de la situación.

Simplemente le sangraba la nariz.

Más de lo debido, tal vez y sin una causa clara, pero no dejaba de ser algo simple.

Algo que les sucede a los niños, incluso, sin provocar más que un pequeño susto.

Además, si paraba de sangrar luego de un rato, ¿cuánta sangre botará máximo cada nuevo sangrado?

Cien o hasta ciento cincuenta centímetros cúbicos a lo sumo, si el sangrado era abundante, calculó.

Si seguía así, podía sangrar dos veces por semana sin ninguna consecuencia grave, pensó.

Tenía sangre suficiente al menos, para eso.

-Disculpe, señor… -le dijo entonces una mujer que estaba sentada a su lado.

-Sí, ya sé… me sangra la nariz -la interrumpió el hombre, llevándose un pañuelo al rostro.

-No… no es eso -continuó la mujer-, solo quería decirle que no tenemos tanta sangre.

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