martes, 22 de junio de 2021

Después del quinto piso.


Me derrumbo después del quinto piso. O del tercero, no sé. Tal vez no fui hecho para alcanzar más altura. Podría verlo así, simplemente, pero me enseñaron que unas bases sólidas y amplias daban pie a algo más. Y claro… uno se empeña en darle sentido a aquello que te enseñaron, aunque no entendamos necesariamente el significado que en cada uno de nosotros adquiere ese aprendizaje. El punto, sin embargo, no es aquí la naturaleza del aprendizaje, sino que me derrumbo después del quinto piso. O del tercero, como ya decía. A pesar de esto, no debe entenderse que vuelvo a cero, cada vez. Digamos más bien que sobreviven al derrumbe no solo mis cimientos, sino una primera parte de mi estructura. Dos pisos, digamos. Uno al menos. Pocas veces tres. Todo depende, por supuesto, de la fuerza del derrumbe. Del lugar del golpe. Y de lo preparado o alerta que se esté antes de recibir el impacto. Luego de cada derrumbe, por cierto, pasa tiempo antes de volver a edificar. No es que dude de hacerlo, pero es necesario limpiar los restos antes de comenzar a edificar nuevamente, y eso sí que lleva tiempo. Desechar algunos. Recuperar otros que pueden ser reutilizables. Y revisar, por supuesto, si aquello que quedó en pie no tiene fisuras de importancia o debe también ser removido. Tal vez en este último aspecto, debo reconocer, puedo no haber sido, en ocasiones, lo suficientemente prolijo. Y es que, al revisar, acostumbro centrarme mayormente en los cimientos. Sobre estos, al menos, puedo dar fe que, hasta el momento, nunca se han resquebrajado.

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