sábado, 20 de abril de 2024

¿Para qué sirve la gente?


I.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

La otra opción es obviarlos, y no decir absolutamente nada.

Esperar simplemente a que la putrefacción empiece y comenzar a olvidarlos de a poco.

Sus gestos, sus nombres.

La textura y el olor de su carne.


De las palabras no hablo, porque suelen olvidarse apenas pronunciadas.

Además, no acostumbran ser palabras propias.

Nada tuvieron que decir, después de todo, y nada dijeron, los muertos.

No soy quién para culparlos.



II.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

Con tono respetuoso, claro y firme, para que parezca cierto.

Recomiendo practicar, antes de hacerlo, ante el espejo.

Y recomiendo hacerlo, claro está, hablando de nosotros mismos.


Por otro lado, si escuchamos, debemos asentir con movimientos ligeros de cabeza.

Ojalá pensando en otra cosa, para que no nos sorprendan las palabras.

Sin embargo, no pensemos nunca para qué sirvió o para qué servimos.

Que el silencio lo cubra como paladas de tierra.



III.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

Después de todo, la verdad siempre suele resultar incómoda.

Pica en la garganta.

Da comezón en la piel.

Tal vez ya lo sepan, pero lo digo de igual forma:

A quien sostiene un plato en la cabeza, no le conviene mirar hacia arriba.

No soy quién para culparlos.

viernes, 19 de abril de 2024

El propósito.


I.

-Sí le hicieran una autopsia -me dijo-, estoy seguro que encontrarían allá dentro todo muy pulcro, como pasillos de supermercado... Y en el de las verduras, probablemente, todavía habrían algunas frescas, que se podrían consumir.


II.

-Sin decirlo ya lo dijo -le dije-. Así que mejor guarde silencio y no me lo repita.

-¿Qué cosa? -preguntó.

-Ya sabe -le dije-. No sé haga el hueón.


III.

Hablar de autopsias trae mala suerte, pensé, mientras los escuchaba. Y traté entonces de no escucharlos para que esa mala suerte no llegase a mí.

Sin embargo, cómo me costaba no escuchar, decidí traducir sus palabras a otro idioma.

Lamentablemente, como nunca aprendí otro idioma, debí inventar me uno, similar al nuestro, y solo entonces traducir.


IV.

Cambios de idea. Nada de orden si le hacen una autopsia. Probablemente exageré.

Además el castillo se derrumba cuando se apaga la carne.

Eso lo saben hasta los muertos.


V.

Debieses llenarte de muebles la boca, le dije. 

Llenarla y dejar todo bien dispuesto como en una casa piloto.

Dejar la lengua aplastada como si fuese una alfombra.

Luego ya verás tu cómo te mueves dentro de ella. 

Sin sacar (ni intentándolo) significado alguno de todo aquello.


VI.

Para terminar, me dijo, vas a tener que dejar de remover las cosas. Vas a tener que dejarlas estar simplemente y que se sequen la sol, aunque no haya.

Y claro: mantener todo limpio y ventilar de vez en cuando.

Así, al igual que los girasoles se voltean hacia el sol, surgirán lápidas que voltearán hacia los vivos.

Ese es, a fin de cuentas, el propósito.

jueves, 18 de abril de 2024

Evitar el gesto innecesario.

No me lo presentes. No lo desconozco. Ese es un tejado desde el que ya caí. Probablemente estaba a otro altura, pero puedo reconocerlo fácilmente. La textura, el color, el vértigo... El golpe, incluso, tras la caída. Todo eso es parte de la información recolectada. No tengo la menor duda. Por eso reconozco ese tejado. No sé lo que cubre, es cierto, pero desde arriba, al menos lo reconozco. Probablemente haya dormido, incluso sobre él. No un sueño reparador, es cierto, pero al menos algo habré intentado. Sueño, caída... Ya sabes. Tú también conoces la secuencia. Seguramente la conoces. Desde otro tejado, por supuesto, pero ese no es el punto. Lo esencial aquí es evitar el gesto innecesario. Rechazar aquello que es forma, simplemente, sin sustancia. Y en cambio, ocupar el tiempo y la energía en subir nuevamente a ese tejado. Ese tejado que ahora es otro, aunque no importe. Y de ambos, por supuesto, yo caí. Desde la altura distinta de ambos. Desde su naturaleza común, digamos, pero desde su altura distinta. Y claro .. por eso es que te digo que no me lo presentes. Demórate un segundo y comprenderás que no lo desconozco. Ese es un tejado desde el que ya caí.

miércoles, 17 de abril de 2024

Medita Medea.


Medita Medea. Medio maldita, medita. Medea me mira. Miedo. Maldita mirada. Mediodía. Máscaras. Me mira mi madre-Medea. Me mancha. Maldita mirada. Me miente, Medea. Maniobra. Manipula. Modela. Miente Medea. Me marca. Mantis, Medea. Mi mantis Medea. Masculla. Musita. Muge. Maldita Medea. Mía. Mi Medea. Mi madre Medea. Mastica. Muerde. Mancilla. Mis manos mordidas. Miro mis manos mordidas. Me marca. Miente mientras mira. Maldita Medea. Mientras muerde me mira. Muñones mis manos. Martirio. Merecido martirio. Maldigo. Mirándose me mira. Menoscaba. Menosprecia...  Marchita. Mancha mi madre Medea. Mancha mientras muerde. Magulla. Martiriza. Malogra. Me mira Medea. Melancólicamente me mira. Miente mientras me mira. Miente mientras musita melodías. Malditas melodías. Melodías mentirosas. Mancas. Mustias. Mañana mientras marche, mirará mis manos. Mentirá. Maldecirá mis manos. Macabra Medea. Maliciosa. Madre menstruante. Madre maldita. Marchita, Medea. Multiplicará mis males. Manantial maldito. Malograda Medea. Meretriz. Media madre, media meretriz. Mendigo. Merezco más. Media madre, mendigo. Me mata mi madre Medea. Mágica muerte. Milagrosa. Mansa. Muerte merecida. Medita Medea. Me mata. Me muerde. Muerde mi muerte. Madre Medea. Mi madre Medea. Maldita. Medio maldita. Media madre. Mortaja. Maldita mortaja.

martes, 16 de abril de 2024

Lo que puedo decir.


El tipo ese se cayó de la moto. Eso es lo que les puedo decir. Se arrastró varios metros hasta llegar a mis pies. Justo entonces se detuvo. Aprovecho de aclarar que cuando hicimos contacto él ya estaba desvanecido. Sin conciencia, me refiero. Y con una pierna volteada hacia el lado equivocado. Entonces yo lo observé sin entender todavía qué ocurría. No hice nada más. O no que yo recuerde. Luego llegó más gente. Por mi parte, tenía que irme, pero no me iba. Tenía que llegar a algún sitio, quiero decir. Igual que él tipo ese que cayó de la moto. Que había llegado hasta mi sitio aunque de seguro quería llegar a algún otro. Siempre igual que el tipo ese. Arrojado hacía un sitio que no es al que vamos, pero que luego ya no importa. Qué es lo que dice, me pregunta entonces la gente. Yo les digo que no dice nada, que ni siquiera grita, el pobre. Entonces ellos dicen que no él sino yo. Que yo soy el que digo. Y qué digo, les pregunto. Pues no sé, dígalo usted. El tipo ese se cayó de la moto, les digo entonces. Ellos escuchan. Y etcétera.

lunes, 15 de abril de 2024

Parientes rusos.


Fue hace quince años cuando nos enteramos sorpresivamente que teníamos parientes rusos. Al parecer una hermana de nuestra abuela se había casado con un paramédico de san petesbrugo y habían tenido 14 hijos.

Si bien ninguno de ellos salió nunca de su país ni aprendieron español, nuestra tía abuela les puso nombres criollos que ellos fueron a su vez heredando a las futuras generaciones.

Fue así que nos enteramos de que teníamos parientes rusos que se llamaban, por ejemplo, Pedro, Arturo, Eulogio y Raymundo.

De hecho, fueron estos cuatro quienes viajaron a chile y nos contactaron diciendo (por medio de un traductor electrónico bastante deficiente) que querían conocer está rama de la familia y que incluso pretendían asentarse en nuestro país.

Dos años después, sin embargo, uno de ellos se encontraba muerto, otro preso, uno con una pierna menos y el otro en Argentina.

Me gustaría decir que gracias a ellos conocí a Bulgakov, a Berberova o por último a Gogol, pero lo cierto es que no aprendí nada salvo como preparar una gran variedad de bebidas alcohólicas a partir de aguardiente.

Tres de ellos, además (tres porque el otro ya había muerto) se quedaron con los únicos ahorros que hasta entonces había logrado reunir y que les confié cuando me explicaron (en ruso) sobre una excelente inversión.

Excelente en ruso se dice otlichnny, por cierto.

domingo, 14 de abril de 2024

No hay profetas para sordos.


No para todos hay profetas. No alcanza la cobertura, digamos. Además, tampoco hay especializaciones, entre ellos. Por ejemplo, como reza el título: no hay profetas para sordos. Y esto no ocurre porque los primeros no puedan dedicar un tiempo a aprender el lenguaje de señas u otra alternativa, sino más bien porque el profeta no debiese ser nunca, el mayor interesado. No tiene porque hablar claro ni dar explicaciones. Tampoco tiene por qué repetir un mensaje. Es un trabajador más, en el fondo, como todos. De hecho, si indagamos en sus vidas, probablemente descubramos que la gran mayoría no eligieron ser profetas. No estudiaron para serlo ni postularon a ser parte de una institución que los acreditara como tales. Fueron profetas por designio, digamos, no por convicción. Porque un día se descubrieron entregando el mensaje y sin darse cuenta ya estaban metidos en esto y luego no querían ya, perder los (escasos) beneficios laborales ni la antigüedad. Por otro lado -si volvemos al ejemplo de los sordos-, ocurre que el sordo el sordo porque quiere. Sordo porque carece de la fe para dejar de serlo o porque decidió -probablemente de forma inconsciente-, que el mundo era indigno de ser escuchado. Pueden estar en desacuerdo o pensar que soy cruel y hasta cobarde con estas conclusiones, pero lo cierto es que yo mismo se los he dicho a los sordos en varias ocasiones. Por supuesto, no quisieron escucharme. Luego, se quejan: No hay profetas. No me parece justo.

sábado, 13 de abril de 2024

La foto sobre el elefante.


Cobraban diez dólares por la foto sobre el elefante.

Cincuenta si te daban un pequeño paseo y te agregaban cuatro fotos más.

En principio ella no quería, pero luego él la convenció de que sería un bonito recuerdo.

Además, como había poca gente, les habían ofrecido que podían subirse los dos, por el mismo precio.

El paseo fue muy breve (no más de cincuenta metros), pero las fotos estuvieron bien pues pudieron posar en medio de unos árboles y al lado de un estero por lo que parecían que hubiesen recorrido un gran tramo.

El elefante -al que llamaban Ismael-, incluso salía en una de las fotos levantando la trompa, y en todas parecía ser mucho más fuerte y salvaje de lo que realmente era.

Compraron un cuadro en el que eligieron poner justamente aquella foto, y lo dejaron en el pasillo, junto a las imágenes de otros viajes.

Años después, cuando ellos se separaron y abandonaron aquella casa (cada uno en una dirección distinta, por supuesto), ella se encontró de pronto frente a la foto sobre el elefante, dudando si llevársela o dejarla ahí, para que él se la llevase.

Así, mientras la observaba, notó por primera vez que el elefante miraba directamente hacia la cámara, directamente a los ojos de ella.

Pasó entonces uno de sus dedos sobre la imagen del animal, como si lo acariciase.

Fue un gesto tierno, por supuesto, y hasta algo triste.

Ni ella misma sabía, ciertamente, que era capaz de aquello.

viernes, 12 de abril de 2024

Disfraces.


En el piso de arriba hicieron una fiesta de disfraces. Como conocía a una de las chicas que vivía ahí, terminé siendo invitado. De igual forma no fui, pero así me enteré del asunto. La fiesta, por cierto, tenía una particularidad en el asunto del disfraz. Y es que los asistentes debían ir disfrazados de otro de los asistentes. No se admitían otro tipo de disfraces. En este sentido, yo, que apenas conocía a la chica que me invitó y a un par más, no hubiese tenido mucho donde elegir. Los otros, en cambio, formaban parte de un gran grupo que se conocía hace años, por lo que el requisito les era más fácil de cumplir.

-¿Por qué no viniste? -me preguntó la chica, días después, en el ascensor-. Como yo conté que venías hubo alguien que se disfrazó de ti y estaba igualito… Ya sabes, no solo en el vestuario, sino que imitamos formas de actuar y todo eso… Si quieres te mando fotos.

Yo acepté, extrañado. Nos agregamos en WhatsApp y yo me bajé en mi piso.

Minutos después me había compartido cerca de treinta fotos, en las que se veía, por supuesto, a un montón de personas en su fiesta, que parecía haber estado bastante relajada.

Sin embargo, por más que busqué no logré dar con nadie que estuviese disfrazado de mí. Recorrí en detalle cada imagen y no tuve siquiera un sospechoso.

Gracias. Le escribí poco después. Pero igual no me reconozco.

Nadie lo hace, me contestó ella, minutos después, junto a una carita feliz.

No quise insistir con el asunto.

jueves, 11 de abril de 2024

Visitante.


Fue por ese entonces que comencé a visitar distintas bibliotecas en Santiago. Tanto los días de semana, luego de la escuela, como el día sábado, desde muy temprano. Hacía una especie de ruta, dejando de lado solo aquellas que se encontraban demasiado lejos como para que, al visitarlas, me quedase un tiempo prudente para leer al interior de ellas. Organizaba mis visitas en un pequeño cuaderno, marcando aquellas que ya visitaba y anotando breves observaciones referidas mayormente al libro leído (o que estaba leyendo) en cada una de ellas. No es que hubiese muchas, por lo que, cada tres semanas, aproximadamente, volvía a comenzar.

Era como un tour, pienso ahora, en el que me dedicaba a leer un libro distinto en cada una (esta era otra de las reglas que seguía, sin saber por qué) durante el tiempo que duraba la visita, sin nunca solicitarlos para préstamo ni llevarlos a mi hogar.

No sé si lo analicé en ese entonces, pero supongo que, si me los llevaba, me quitarían tiempo del día siguiente, y además incitaría a otros a inmiscuirse y preguntar por mis lecturas, cosa que prefería guardar en secreto, solo para mí.

De esta misma forma, al visitar cada biblioteca esporádicamente, quienes atendían apenas reparaban en mi presencia, y no me veía obligado a contar nada extra ni responder preguntas incómodas, cosa que me habría pasado, por ejemplo, de haber ido siempre al mismo lugar.

¿Por qué dejé de hacerlo o qué cosas ocurrieron como para modificar esta conducta que duró cerca de dos años?

Pues lo cierto es que podría contarlo, pero preferiría no hacerlo.

Estoy en mi derecho, ¿no creen?

miércoles, 10 de abril de 2024

Esa tarde llegó triste.


Esa tarde llegó triste.

Se le notaba a distancia.

Parecía, incluso, derrotada.

Me saludó apenas con un gesto y se encerró en el baño.

Mientras ella estaba ahí yo preparé algo de comer.

Algo sencillo, rápido, pero que a ella le gustaba.

Escuché que abría y cerraba las llaves del lavamanos varias veces, pero no imaginé por qué.

Poco después, cuando salió del baño, fue directo hasta el sofá, frente a la televisión.

Entonces se quedó observándola, como si estuviera encendida.

Sin mirarme me preguntó si había vino.

Le dije que había una botella.

La abrí.

Le serví una copa y se la acerqué.

Luego de un rato ella la tomó, pero la sostuvo en una de sus manos, sin acercársela a la boca.

-Fracasé en las notas agudas -dijo entonces.

Como no supe qué decir nos quedamos en silencio hasta que ella bebió la copa.

Seguimos en silencio.

Sabía que debía decir algo.

-¿Todo lo demás estuvo bien? -le pregunté.

Era una pregunta de mierda, por supuesto, pero ya la había dicho.

Ahora debía esperar lo peor.

Para mi sorpresa, no fue así.

Me pareció incluso que sonreía cuando le acerqué la otra copa.

-Sí -dijo luego de un rato-. Todo lo demás estuvo bien.

Yo sonreí también, aliviado.

Vivimos un par de buenas semanas, desde entonces.

Nuestras últimas semanas juntos, por cierto.

Luego de esto me dijo que se iba, pues sentía que no era lo que yo necesitaba.

-A lo mejor soy como una nota aguda -le dije.

Ella asintió.

Tal vez debí decirle que no era ella quien debía decidir qué era lo que yo necesitaba.

Pero no se lo dije, por supuesto.

Así fue cómo ocurrieron las cosas.

martes, 9 de abril de 2024

Usted no aprenda la lección, debí decirle.


Usted no aprenda la lección, debí decirle, no la necesita. Supongo que merecía al menos eso, pero no lo dije. Supongo que primó en mí el rol de profesor y la dejé sola frente a su lección. Una lección tan grande como el mundo y por lo tanto inabordable. Y claro… ella quedó ahí, intentando aprenderla sin saber cómo. Supongo que intentó memorizar, clasificar, vincular las partes… ya saben, usar todas esas técnicas que supuestamente nos llevan al aprendizaje. Lo hizo y no lo consiguió, por supuesto, y quizá por eso desesperó y ocurrió lo que ocurrió. No sé si me explico… No es que sea culpable, pero digamos que puede hacer algo más. Pero aquello que podía hacer era en el fondo recomendarle no creer, no confiar en la lección… y por eso también me estarían acusando. En este sentido, si quieren puedo ser levemente culpable… puedo admitir esa leve culpa que probablemente tengamos todos, más allá del rol que cada uno desempeña. De hecho, si lo piensan, yo era el menos indicado para recomendarle otro camino… ¿Debí decirle acaso que abandonara la lección? ¿Debí confesarle que en el fondo era imposible de aprender y que nadie sabe…? ¿Es eso, acaso, lo que debía hacer? ¿Pueden ser más claros y decirme de una vez de qué se me acusa? ¿Pueden hacerlo, por favor…?

lunes, 8 de abril de 2024

Un jinete para seis caballos.


Soñé que había seis caballos y un jinete.

En el sueño, por cierto, yo me escuchaba decir que no sabía decir quién soy.

Era una frase extraña, por supuesto, y algo absurda, pero es lo único que recuerdo haber dicho en aquel sueño.

Las otras cosas que recuerdo solo son imágenes.

Imágenes fragmentadas, por cierto, que debo unir para dar con el paisaje del sueño en su plenitud: seis caballos y un jinete, como escribía en un inicio.

Ni siquiera recuerdo dónde estaban esos caballos.

A veces me parecía mirar, incluso, desde dentro de uno de ellos.

Otras veces, supongo, observaba todo aquello desde dentro del jinete.

Jinete y caballos que, pese a todo, no eran yo.

¡Qué absurdo parece al escribirlo…!

Y, sin embargo, desde dentro mío -incluso en la vigilias-, no me parece en lo absoluto así.

Solo sé que yo no era una de las siete figuras de aquel sueño.

Pero como el sueño estaba dentro mío, yo tenía el derecho (por decirlo de alguna forma) de estar -sin estarlo-, ahí.

Fue así que, casi al final del sueño, comencé a preguntarme por qué podía asegurar que el hombre que ahí estaba era efectivamente un jinete.

Y me lo pregunté, por cierto, porque el hombre no montaba ningún caballo, simplemente estaba ahí.

Respecto a los caballos, también me hice preguntas.

Pero no podía evitar que fuesen preguntas simples: cómo cuántos eran, por ejemplo, y poco más.

Y es que a veces -debo confesar-, un soñador para un sueño tampoco es suficiente.

Sobre todo, si se instalan las preguntas y no hay nadie (dentro de uno) que las sepa contestar.

Ahí quedan entonces los caballos, y el jinete.

Si usted se esfuerza, los puede observar.

domingo, 7 de abril de 2024

¿El sarcófago sin momia o la momia sin sarcófago?


I.

-¿Qué prefieres? -me dijo-. ¿El sarcófago sin momia o la momia sin sarcófago?

-¿Qué prefiero para encontrar? -pregunté.

-Sí -me contestó-. Para encontrar o algo así… ¿qué prefieres?

Yo me lo pensé un rato, pero finalmente no supe qué contestar.

Él me observaba y parecía molesto con mi silencio.

-Parece que en el fondo no te interesa abrir la cripta -me dijo, con desgano.

-No es eso -dije entonces-. Pero es difícil de explicar.

-Pues si es difícil de explicar mejor no lo expliques -lanzó, molesto-. Casi siempre es algo equivocado.


II.

No lo dije, por supuesto, pero lo que pensé en ese momento fue que prefería ser la momia. Más aún, pensaba que me interesaría ser la momia no encontrada, o hasta el vacío de la momia, en un sarcófago vacío.

Entonces, pensé que el problema de fondo es que nunca me ha gustado encontrar. O no lo disfruto, al menos. Y es extraño, porque debo admitir que sí me interesa buscar. Es decir, lo que me gusta es buscar y no encontrar. Buscar sin saber bien qué busco y sospechando (casi siempre) que se trata de algo inencontrable.

Como ocurre aquí, digamos, sin que otros puedan sospechar siquiera que tú busques.

Ciertamente: como ocurre aquí.

sábado, 6 de abril de 2024

Los astronautas estaban bajo tierra.


I.
Soñé con una frase. Estaba escrita en un papel que encontraba en el piso. “Los astronautas estaban bajo tierra”, decía el papel. La letra con que estaba escrito era cuidada y elegante. Me pareció, en el sueño, que había sido escrita por una mujer mayor. No sé bien decir por qué, pero eso es lo que me pareció. El papel era blanco, indistinto a otros papeles. Recuerdo haberlo olido, pero no capté, cuando lo hice, ningún olor en especial. Luego lo doblé y lo guardé en uno de mis bolsillos. En el sueño, por cierto, no había nada más. Solo un poco de frío y a veces viento, pero nada más. Luz, tal vez, pero no sé desde donde venía. Luz solamente, sin sombras. Luz blanca.


II.
Los astronautas estaban bajo tierra. Ahora no, pensé, mientras salía del sueño. Estaban bajo tierra, es cierto, pero no sabemos realmente cuál es su sitio. Nadie lo sabe, en todo caso, y tampoco los astronautas. Al fin y al cabo, todos hemos estado bajo tierra, concluí, al despertar. Por ende, me dije -siguiendo una lógica extraña-, todos somos astronautas.


III.
Suelo anotar las frases que aparecen en mis sueños. Las anoto en papeles que dejo en mi velador, siempre escritos con una caligrafía distinta. A veces descubro que eran parte de un libro que había leído hace poco, pero por lo general ya ni las busco. Simplemente amontono los papeles y los leo al despertar. Luego no vuelvo a leerlos más. Tampoco, por cierto, los sueños se repiten. No soy yo quien dijo esto.

viernes, 5 de abril de 2024

Llegar con el vuelo.


Llegar con el vuelo. Como cuando andas en bicicleta y ya has dejado de pedalear. Probablemente también pase al conducir un auto, pero lo cierto es que no manejo. De hecho, hace varios años, solo uso bicicletas con piñón fijo. De esas en que no puedes, mientras esté en movimiento, dejar de pedalear. No sé explicar muy bien por qué solo uso de estas bicis, pero supongo que me gusta la sensación que producen. No el cansancio (que también), sino esa sensación que te hace sentirte responsable de cada metro que avanzas. Ninguno es gratis, digamos. No totalmente. Aunque vayas calle abajo.

Igualmente, el asunto acá (en este texto) es más bien doble. Me refiero a que no solo solo se trata de ir con vuelo sino también de la idea de llegar con él. Es decir, de cruzar la meta ya sin pedalear o tenderse en la cama con el impulso del día. Soñar por inercia digamos. Arrastrando lo que te dejó el día. O cocinar con sobras. Y es que a veces es lo único que queda, es cierto, pero si puedes elegir me parece que no está bien. Aunque yo misma a veces lo haga, lo cierto es que no está bien. Vuelvo a subirme, entonces, a la bicicleta con piñón fijo.

jueves, 4 de abril de 2024

Casi nunca al primer infarto.


I.

Él había leído que, a su edad, casi nunca te morías al primer infarto.

Lamentablemente, parece que a él se le adelantó el último y murió, justamente, a causa del primero.

Su hermana me llamó para contarme de lo ocurrido y para decirme que me quedara con sus libros, pues nadie más en la familia los quería.

En principio pensé que era un cebo para que fuese al funeral, así que me ofendí y decidí no ir.

Días después, sin embargo, volvió a llamar su hermana para decirme que fuese a buscar los libros.

Y yo fui.


II.

Pensé que iba a estar la hermana, pero ella me dejó las llaves con un conserje.

Subí hasta el sexto piso, donde estaba su departamento y entré al lugar.

Todavía estaba revuelto y parecía el hogar de alguien que aún estaba vivo.

Entonces fui hasta unas repisas que tenía y revisé un par de libreros.

Fui sacando todo lo que podía considerarse libros y los apilé al lado de un sillón, para revisarlos.

En total eran poco más de trescientos.

Pocos para los que pensaba que podía haber tenido.

Todos, eso sí, estaban en muy buenas condiciones.


III.

Días después, cuando hablé nuevamente con su hermana, le pregunté si quería darle a alguien más los libros pues solo había diez o doce que yo no tenía.

Ella me contestó que no, que prefería que no… que los donara o los vendiera o viera yo qué hacía con ellos.

Intenté alargar un poco más la conversación, pero no pude.

Ella colgó, simplemente, y no volvimos a hablar.

Los libros que yo no tenía, por cierto, eran casi todos, biografías.

Las únicas que destacaban entre ellas eran dos escritas por Peter Ackroyd.

Lloré un poquito cuando leí la de Newton, pero no sabría decir por qué.

Estos días comenzaré a leer la de Poe, aunque extrañamente no me entusiasma demasiado.

miércoles, 3 de abril de 2024

¿No creen?


Cada dos semanas, aproximadamente, M. toma todo lo que hay en su refrigerador. Luego lo corta y lo sofríe. En una tienda cercana compra masas para horno. Y hace empanadas que suelen durarle casi toda una semana.

-Es como la multiplicación de los panes -me dice, riendo-. Yo ya ni lo analizo porque me parece magia.

Yo le doy la razón.

Mientras tanto, desocupo el horno de mi cocina, pues M. no tiene horno.

Mientras se hacen las empanadas (generalmente las ponemos en dos tandas), solemos hablar de libros y películas.

Nos llevamos bien, aunque no tenemos muchos gustos en común, salvo Godard y Patricia Highsmith.

Ella me recomienda libros que yo no voy a leer y yo hago lo mismo, desde mi lado.

Lo mismo con series y películas.

Cuando sale la primera tanda de empanadas comemos un par juntos y tomamos té, café o cervezas.

Eso depende del día, por supuesto.

Generalmente les hecha un poco de queso para unir los fragmentos que a veces prefiero no reconocer.

Cuando se va, me suele dejar dos o tres más que yo llevo al trabajo al otro día.

Cuando no estoy en mi casa suelo dejarle las llaves para que ocupe el horno sin problemas, pero ella prefiere no ir.

Por eso decía en un inicio que esto ocurría cada dos semanas, aproximadamente.

Después de todo, un día más o un día menos, no suele ser de gran importancia.

¿No creen?

martes, 2 de abril de 2024

Comer donde Spinoza.


Fuimos a comer donde Spinoza.

Nos atendió muy bien.

Llevamos unas cuantas cervezas heladas en un cooler porque él no tiene refrigerador.

Ni frío ni calor artificial, suele decir, aunque no siempre entendemos sus referencias.

Cuando llegamos estaba concentrado picando verduras en una tabla de madera.

Usaba un cuchillo muy grande y antiguo, con mango de nácar.

La tabla, en cambio, era bastante nueva, y tenía la forma del halcón milenario de Star Wars.

Las verduras nos parecieron pimentones, aunque no podíamos estar seguros.

Solo vimos pequeños fragmentos de colores que Spinoza seguía trozando mientras nos hablaba de su semana y nos preguntaba por la nuestra.

Todo normal, casi bien, podría resumirse lo que dijimos todos.

Mientras él seguía picando verduras sacamos unas cervezas y nos sentamos cerca suyo.

Pusimos un disco que no tenía señas y que resultó ser de Daft Punk.

En un momento pensé que estaba dañado, pero luego comprendí que era así.

Me refiero al disco, por supuesto, no a Spinoza.

Y es que él sí estaba dañado, claro está, aunque no mucho más que todos.

Eso saltaba a simple vista mientras los observaba seguir aplicando cortes en esos fragmentos de verduras que ya casi parecían polvo.

Pasó así la primera hora (él cortando verduras mientras hablaba con nosotros), hasta que de pronto decidimos encargar unas pizzas.

-Disculpen lo de la comida -nos dijo, un tanto triste-, siempre me pasa lo mismo…

Contestamos que no se preocupara y -una vez que llegaron-, le advertimos que no intentara hacer más cortes a las pizzas.

Le dijimos que con los que venía ya eran suficientes.

-Es cierto -admitió-. Todos venimos con los cortes suficientes.

Asentimos.

Comimos y bebimos mientras jugamos a un juego de mesa que él mismo había creado.

Era un juego cooperativo, pero extrañamente solo uno podía ganar, al final.

Parecía una contradicción, pero era cierto, convenimos.

Así se nos pasó la noche.

Cuando dieron las tres nos despedimos de Spinoza, llamamos un uber y luego nos marchamos.

Tal vez, pienso ahora, debimos pedir dos.

Quién sabe.

lunes, 1 de abril de 2024

Cambiar las cosas.


“Bien -dijo-, finalmente el Hombre Corriente
se enfrenta al Poderoso Señor del Mundo.
Claro que tú no eres muy corriente
y yo no soy muy poderoso.
No estamos en situación de cambiar las cosas.”
A. G.



Cambiar las cosas.

En eso estamos, te dicen.

Todos dicen eso.

Así y todo, parecen temerosos de cualquier alteración ajena.

Ajena en cuanto no ha sido provocado por ellos, me refiero.

El quiebre de una ley, la modificación de una creencia…

Un pequeño movimiento de tierra, por ejemplo.

¡Y es que llegan a gritar, algunos!

Gimen cuando muere alguien cercano, se quejan cuando el dinero escasea…

Incluso algunos gimen cuando el dinero escasea…

A veces pienso que no saben bien cómo actuar.



No sé por qué, pero me acuerdo ahora de una señora que atendía un almacén.

Era muy mayor y de pronto se equivocaba con el vuelto que te entregaba.

O te entregaba un poco de más, o peor aun, un poco de menos.

Nunca el vuelto correcto, aunque no me explico por qué.

El hecho es que la gente alegaba siempre cuando le daban de menos, por supuesto.

Pero pocos avisaban cuando le entregaban de más.

Y también había otros -unos pocos, claro-, que no se percataban ni de lo uno ni de lo otro.

Desde fuera, yo podría haber parecido uno de aquellos, pero lo cierto es que sí me daba cuenta.

Simplemente pensaba que lo que me daban de más se compensaría en un momento dado con lo que me daban de menos.

No había por qué hacer escándalo.

No teníamos necesidad de complicarnos.

La mujer, por cierto, cerró el local cuando empezó a entregar otros productos que los que la gente solicitaba.

¡Justo cuando empezaba a ponerse emocionante todo aquello!



Dicho esto, ¿vuelven a decirme ustedes que están cambiando las cosas?

Guarden silencio, mejor.

Tengan decencia y avergüéncense un poco.

Ojalá, cuando vuelva a encontrarlos, estén en eso.

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