jueves, 4 de abril de 2024

Casi nunca al primer infarto.


I.

Él había leído que, a su edad, casi nunca te morías al primer infarto.

Lamentablemente, parece que a él se le adelantó el último y murió, justamente, a causa del primero.

Su hermana me llamó para contarme de lo ocurrido y para decirme que me quedara con sus libros, pues nadie más en la familia los quería.

En principio pensé que era un cebo para que fuese al funeral, así que me ofendí y decidí no ir.

Días después, sin embargo, volvió a llamar su hermana para decirme que fuese a buscar los libros.

Y yo fui.


II.

Pensé que iba a estar la hermana, pero ella me dejó las llaves con un conserje.

Subí hasta el sexto piso, donde estaba su departamento y entré al lugar.

Todavía estaba revuelto y parecía el hogar de alguien que aún estaba vivo.

Entonces fui hasta unas repisas que tenía y revisé un par de libreros.

Fui sacando todo lo que podía considerarse libros y los apilé al lado de un sillón, para revisarlos.

En total eran poco más de trescientos.

Pocos para los que pensaba que podía haber tenido.

Todos, eso sí, estaban en muy buenas condiciones.


III.

Días después, cuando hablé nuevamente con su hermana, le pregunté si quería darle a alguien más los libros pues solo había diez o doce que yo no tenía.

Ella me contestó que no, que prefería que no… que los donara o los vendiera o viera yo qué hacía con ellos.

Intenté alargar un poco más la conversación, pero no pude.

Ella colgó, simplemente, y no volvimos a hablar.

Los libros que yo no tenía, por cierto, eran casi todos, biografías.

Las únicas que destacaban entre ellas eran dos escritas por Peter Ackroyd.

Lloré un poquito cuando leí la de Newton, pero no sabría decir por qué.

Estos días comenzaré a leer la de Poe, aunque extrañamente no me entusiasma demasiado.

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