martes, 31 de marzo de 2015

Un collar azul.


Ella tenía un collar azul y todo el resto era mierda.

Sus manos, sus ojos, sus palabras… todas esas cosas estaban muertas, y hasta hedían…

Pero claro… sobrevivió el collar.

Era un collar de piedras azules, por cierto, no muy simétricas entre sí.

Sin embargo, todo lo demás repugnaba y acercarse al cuerpo era una tarea titánica.

Avancé entonces unos pasos.

Mientras lo hacía, pensaba de qué mierda iban a servir esas piedras azules.

Y bueno… no llegué a una respuesta clara, pero al menos logré arrancar las piedras desde el cuerpo.

¡Cómo brillaban esas piedras...!

Las guardé en mi bolsillo y de vez en cuando las sacaba para mirarlas.

Luego las dejé en un cajón.

Solo entonces comencé a pensar seriamente en buscarles alguna utilidad.

Pasaron años y no se me ocurrió ninguna.

Debe haber sido entonces cuando, de pura casualidad, me encontré con ella.

Ella sin el collar azul, me refiero.

No se veía como cuando la libré de las piedras.

Se veía mejor, de hecho.

Llevaba un par de revistas y hasta un libro, bajo el brazo.

Era una mierda de libro eso sí, pero ella estaba bien.

Hablamos unas cuantas cosas, pero nunca tocamos el tema del collar.

Fue entonces, que decidí acabar con él, apenas volviera a casa.

Así, al regresar, busqué el collar y lo llevé hasta el patio.

Tras pensarlo un poco, se me ocurrió ganar tiempo y lanzarlo hacia lo alto.

De esta forma, mientras caía, podía yo ir pensando otras posibles opciones.

Pero claro… suena absurdo, pero ocurrió que no bajó.

O sea, lancé el collar azul hacia arriba y cuando me dispuse a atraparlo no cayó en ningún sitio.

Levanté entonces la vista y busqué las piedras en el cielo.

¡No estaban ni las piedras ni el cielo…!

Me sorprendí.

Luego se me pasó, como todo.

Volví a entrar a la casa y me sentí un poco más aliviado.

O tal vez no tan poco.

No comenzará Abril hasta que esas piedras no bajen, escuché decir a alguien.

Afuera no había cielo, pero todo estaba bien.

lunes, 30 de marzo de 2015

No hay estrellas, pero vuelan moscas.



I.

Estoy de espaldas mirando el cielo.

No hay estrellas, pero vuelan moscas.

No sé cómo vine a parar aquí.

Acaso sabe usted
cómo vino a parar
frente a estas palabras.

Mejor seamos sinceros.

Nadie sabe una mierda.


II.

Apenas llega el sol a esta hora.

Quizá por eso llegan moscas.

Con el sol suelen ser más torpes
y vuelan dando tumbos.

Ahora parecen organizadas
mientras revolotean en el aire.

Parece ser que oscurece.

Si se posan sobre mí
tal vez quiera decir
que ya estoy muerto.


III.

Si las moscas se posan sobre mí
tal vez me ponga triste.

Nada más que un poco triste, eso sí.

No creo que sufra
ni me duela
ni esas cosas.

Tampoco culparé a nadie
ni diré que me engañaron
ni que me impidieron ser feliz.

Después de todo he reído hasta llorar
y he amado
y lo demás…
bueno, lo demás no se cuenta.

¿Saldrá musgo sobre los muertos
que yacen sobre la tierra?

Todo se oscurece.

Ya no sé si las estrellas fueron siempre moscas,
o si las moscas han adquirido otra belleza.

Era hermoso el sabor del durazno.


IV.

Si logras amar a las moscas
quiere decir que has tenido una buena vida.

Y no hablo de la belleza de un hijo.

Ni las maravillas de un viaje.

Ni del sentirte verdaderamente acompañado.

Si logras amar a las moscas
quiere decir que has comprendido
y que no todo fue en vano.

Estoy de espaldas frente al cielo.

No hay estrellas, pero vuelan moscas.

domingo, 29 de marzo de 2015

Mi hijo se enoja porque derrotan al Quijote.

"No se muera vuesa merced, señor mío,
sino tome mi consejo, y viva muchos años;
porque la mayor locura que puede hacer 
un hombre en esta vida
es dejarse morir, sin más ni más, 
sin que nadie lo mate... No sea perezoso."


Mi hijo se enoja porque derrotan al Quijote.

Un poco en broma y bastante en serio lo escucho alegar porque le ganó el caballero de la blanca luna.

¿Tantas páginas para esto?, alega.

Entonces yo aprovecho de recordarle el prólogo a la edición que está leyendo.

Un prólogo cuya primera línea decía que el quijote era el libro humorístico más importante de todos los tiempos.

Esto no es humorístico, dice mi hijo.

Y yo me alegro que lo diga.

Como sigue ofuscado aprovecho de hablar un poco más sobre el tema.

¿Y por qué debería haber ganado? , le pregunto.

O sea, era viejo, débil… ¿por qué…?

Porque es el Quijote, me contesta, como si fuese obvio.

Por eso.

Luego sigue leyendo y llega al final.

Entonces se narra el regreso.

Ahora sí la gran tragedia.

El vivir loco y morir cuerdo.

Veo a mi hijo que está serio y me fijo que lee esas palabras de Sancho.

Esas en que lo insta a seguir, a irse de pastores… a que si algo falla le eche la culpa a él…

Pero claro, Alonso Quijano permanece firme.

No puede terminar así, vuelve a decir mi hijo.

Para peor luego vienen las últimas palabras que exigen que no se agregue nada más a la historia.

Que el Quijote está muerto.

Que nadie lo resucite.

Y hasta se ensucia extrañamente a Sancho diciendo que se fue calmando un poco, a causa de la herencia.

Pero esto no puede ser, vuelve a alegar mi hijo.

Hace unas líneas Sancho le decía al Quijote que no se dejara morir, que morir así era renunciar a la vida.

¿Será el mismo autor el que escribió eso?

Y claro, yo me lo pienso.

Y empiezo a tratar de situar dónde está realmente la tragedia.

¿En la renuncia del Quijote?

¿En la negación de algo que creemos?

¿En el cambio de aquello que existe bajo nuestros discursos?

Esas cosas pienso mientras me acerco a leer nuevamente el final y le propongo a mi hijo que debe ser reescrito.

Como es otra generación él lanza en Facebook su enojo.

Yo me alegro un poco, claro, entre tanta tragedia.

Ojalá no te olvides nunca de esto, hijo.

Si algún día eres grande y lees esto.

Ojalá no seas como ese hueón del prólogo que dice que el Quijote es el libro humorístico más grande.

Y es que cuando olvidamos qué son las tragedias y las intentamos vivir como comedias, dejamos de ser nosotros mismos.

No te olvides nunca de este enojo, pequeño.

Ese enojo eres tú y soy yo, al mismo tiempo.

Así es como el Quijote triunfa, a fin de cuentas.

No te olvides de eso.

sábado, 28 de marzo de 2015

El árbol es árbol porque es árbol.



No sé dar argumentos.

Ni para sustentar mis acciones.

Ni para sustentar mis palabras.

Ni para sustentar mi vida toda.

No sé dar argumentos.

Hago relaciones, tal vez.

Admito que comparo.

Todo eso sí, pero a mí mismo.

Para los otros, nada.

Mostrar el cielo, tal vez.

Guardar silencio.

No sé dar argumentos.

Ordeno y desordeno sin criterios fijos.

No sé convencer a nadie más que por amor.

Pero un amor sin fundamento.

Siempre porque sí.

O porque tal vez.

O porque el tiempo.

Así, pensándolo bien:

Yo soy el argumento.

No muy firme, pero soy.

A mí me basto y está bien.

Ya verá usted cómo lo hace en cada caso.

Además no sé, sinceramente, si necesitamos eso.

Y no es que viva porque sí.

Y no es que escriba porque sí.

Pero yo comprendo al sol sin que entregue sus razones.

Y sé que él se alegra que así sea.

Pues bien, asimismo yo me alegro, de no tener fundamentos.

De no pisar, sobre palabras.

De no escribir, sobre palabras.

De no vivir, sobre palabras.

El agua que corre, por cierto, parece estar de acuerdo.

Le pregunto a Dios y calla.

Un pequeño conejo en la montaña, sigue corriendo.

No me vengan después con que no saben:

Yo soy el argumento.

viernes, 27 de marzo de 2015

Billy se comió el cisne.


No me pregunten por qué,
pero el sueño de Billy
era comer un cisne.

No sé si lo había soñado,
o lo vio en alguna película
o partió simplemente como un chiste,
pero le soltaba esta frase a todos
los que se interesaban en preguntarle
sobre sus posibles sueños.

Yo mismo,
que si bien no le pregunté
observé su semblante durante una respuesta,
escuché aquella frase sabiendo que era cierta,
aunque pensaba que hacía referencia
a algún tipo de carne gourmet
o hasta a un alimento debidamente procesado.

Me equivoqué, por supuesto.

Y es que cuando años después
vimos la noticia sobre aquel joven
que se filmó durante una semana
mientras devoraba un cisne,
todos supimos que Billy,
simplemente,
había cumplido su sueño.

Así, en medio de las plumas,
y de la carne
y de la sangre,
vi aparecer esa misma mirada
que años atrás
se atrevió a revelar su meta,
sin mayores curvas
ni preámbulos.

¿Viste a Billy?
me dijo esa misma noche
luego de ver la noticia en tv,
un amigo de esa época
que logró ubicarme.

Y yo le dije que sí,
por supuesto,
y luego hablamos un buen rato
sobre el sueño ese, 
de Billy…

Con todo,
dándole vueltas al asunto,
años después incluso,
creo que nunca hablamos
ni recordamos,
sobre los que eran en ese entonces
nuestros propios sueños…
ni mucho menos
nos preocupamos de ver
si los logramos.

Y es que Billy al menos,
se comió el cisne…
nos decíamos.

Luego incluso
dejamos de hablarnos
y de decirnos eso.

jueves, 26 de marzo de 2015

Dos millones uno.


I.

-Todas las mujeres a las que besó mi bisabuelo están muertas…

-¿Tenía una maldición?

-No, era viejo el hueón, no más...


II.

-¿Te acuerdas del reloj de arena que usábamos en la cocina?

-¿Uno con arena de colores?

-Sí, ese.

-¿Qué pasó con él?

-Lo encontré el otro día, pero estaba húmedo…

-¿Y?

-Que se queda pegado. La arena se apelotona y no avanza… como que se tapa la pasada…

-¿Y…?

-Qué se quemó la carne…

-No importa…

-Pero también se quemó lo demás…

-De verdad no importa…

-¿No tienes hambre?

-No… además también falló el otro reloj, así que todavía no es hora…

-Uf… qué alivio…

-Tú lo has dicho.


III.

-Mira, ¿ves esos tipos de allá?

-¿El colorín…?

-No… ese otro… el de corbata

-¿Qué pasa con él?

-Pasa que finge ver la hora cada dos minutos…

-¿Y?

-Pasa que es constante…  pasa que no falla y pasa que finge…

-¿Por qué dices que finge?

-Porque no hay nada.

-¿Nada qué?

-Nada que ver cada dos minutos.


IV.

-Nadie me cree, pero una vez conté hasta 42 mil para poder quedarme dormido…

-¿Contase de mil en mil?

-No, de verdad… conté todo eso como en 12 horas.

-¿Y?

-Nada especial, solo que se hizo de día y yo contando… A propósito, ¿sabes qué cuentan de la muerte de Wingarden?

-No…

-Dicen que cuando murió dijo un número gigante, de esos como de 15 cifras…

-¿Un número premiado o algo?

-No…

-¿Y entonces?

-Pasa que la mayoría cree que estaba contando.

-¿Y?

-Y se murió, po hueón.

-Sí po, si cacho.

-Eso po… murió el hueón, contando.

-Sí, ya te entendí…

-No po, hueón, no entendiste.

-…

-Dos millones. Exacto.

-¿Qué?

-Dos millones uno.

miércoles, 25 de marzo de 2015

No sé por qué me acuerdo de esas cosas.


No sé por qué me acuerdo de golpe
De una experiencia de hace más de quince años
En urgencias
Después de un golpe en la cabeza con un fierro
Y sangre que manchó hasta las zapatillas
Y varios puntos en la cabeza
Y días sin dormir, por el peligro
No sé por qué me acuerdo, decía
De un tipo que estaba en una camilla cercana
Algo decía el tipo sobre uno de sus dedos y hasta gritaba un poco
Entonces se escucharon más voces y después una pequeña sierra eléctrica
Y claro, el hombre fue sujetado entre varios y poco después se lo llevaron
Todo debe haber durado apenas unos minutos
Luego se lo llevaron, decía, y yo voltee a ver el lugar donde estuvo aquel hombre
Entonces me fije que sobre una sábana
Estaba lo que debía haber sido un dedo
Un trozo de carne, machacada, y rellena de un hueso que se asomaba en parte
Esa hueá había sido un dedo, me dije
El hombre no estaba
La imagen me quedó grabada durante tres días en los cuáles no puede dormir
Me hicieron exámenes, me indujeron el sueño
No hubo caso
Estaba tranquilo, pero a pesar de los puntos me sangraba la cabeza y no dormía
Volvía al hospital una y otra vez
Los exámenes salían alterados, pero nadie supo interpretarlos
Entonces me volvieron a la casa
Y después de ese entonces pasaron quince años
Carne machacada, sangre y hueso
Una sierra y voces
Un dedo sobre una sábana y un hombre que no estaba
Todos se olvidaron de ese dedo
(Todos se olvidan de esas cosas)
Y es que en todos los lugares ha habido alguna vez un hombre
Y todos lo olvidamos
No sé por qué me acuerdo de golpe
(No sé por qué, sinceramente)
Tal vez porque me piden que crea en Dios
O que crea en algo
Tal vez por eso
Yo me quedo en silencio, pero ellos insisten
Si ese dedo cree, yo creo, les digo, finalmente
No sé por qué me acuerdo de estas cosas.

martes, 24 de marzo de 2015

El ojo del hombre distorsiona.


Ocurre que en verdad el universo es pequeño.

Pero el ojo del hombre distorsiona.

No sabe voltearse el ojo del hombre y todo lo ve con dimensiones alternas.

Admira la grandeza y cree que sus manos no la alcanzan.

Su comprensión toda es un error de perspectiva.

El universo entero está pintado en sus párpados.

Cuánta confusión.

Finalmente, todo se reduce a un único chispazo.

Todo cabe en una chispa.

Poca razón tiene entonces el hombre, cuando mira a las estrellas.

Poca razón cuando cree que el sol está fuera de sí mismo.

Así el hombre, finalmente, es también una cadena de túneles no transitados.

Igual que esas supuestas ciudades antiguas.

Debajo de sus venas existen galerías subterráneas.

En uno de sus puños cabe el odio del mundo.

En su otro puño existe encerrada la libertad más plena.

Parece extraño, pero es cierto:

Poco sabe el hombre de su propia profundidad.

Poco sabe de sus soles y galaxias.

Poco sabe de su propia dimensión.

¡Y todo por un error de perspectiva…!

Voltee mejor sus ojos, el hombre.

Cambie de dirección su mirada.

Diríjase a su abismo.

Ni siquiera le exigimos que descubra el centro.

Pero indague.

Por favor, indague.

Apague la luz.

Renuncie al mundo.

Poco sabe el hombre, de sus propias galaxias.

lunes, 23 de marzo de 2015

Simple matemática.



Es simple matemática.

En pocos años nos vamos a llenar de muertes de famosos.

Antiguamente, a razón de unas cuántas estrellas de cine y uno que otro rostro televisivo, las cuentas eran tranquilas.

Un famoso o dos por año, nada más.

Si hasta daba tiempo para rendirles homenaje y realzarlos brevemente por un período limitado.

Ahora, en cambio, con cientos de canales promedio por cada familia, con internet, con la industria cinematográfica que ha seguido aglutinando nombres desde hace mucho… el asunto se acerca poco a poco hacia el colapso.

Así, por ejemplo, ya no se podrán vender productos asociados a las muertes.

Nada de calendarios, poleras y hasta toallas con los rostros del famoso muerto.

Pronto todo eso será tan imposible que deberemos incluso escoger a qué famoso llorar… por quién sentir algo de lástima, y claro… también tendremos que elegir al que simplemente dejaremos morir, con indiferencia…

De esta forma, quizá surja el momento para comenzar a venerar a la muerte, sin más.

Poleras genéricas, calaveras indistintas… fotos de muertos grupales, me refiero.

Y claro, mirar directamente el rostro de la muerte, sin intermediarios.

Y es que no habrá tiempo siquiera para hacer noticia de sus muertes.

Sus cuerpos se irán apilando.

Igual que los productos asociados que no alcanzarán siquiera a venderse.

Entonces, habrá que quemar todo junto.

Y claro, habrá que tener cuidado pues el fuego se propaga hoy, fácilmente.

Es simple matemática, si se piensa.

Simple matemática.

domingo, 22 de marzo de 2015

Veneno para hormigas.


Hace unas semanas que volvieron las hormigas.

Desaparecieron por largo tiempo y de pronto comencé a ver algunas hileras.

Mientras ordenaba la biblioteca, las vi, detrás de algunos estantes.

Saqué libros, moví muebles… investigué el asunto.

Fui siguiendo su ruta.

Rompí hasta una muralla para ver hacia dónde iban.

A los pocos días ya tenía rutas concretas, aunque sin extremos.

Hice mapas.

Tomé apuntes.

Busqué información en internet.

¡Ni una hueá me sirvió de internet…!

Si hasta una película porno de mujeres hormiga encontré en una página…

Pero claro… nada que me fuera realmente útil, a fin de cuentas.

Entonces, comencé a experimentar con las hormigas.

Me refiero a que probé poner comida, para alterar sus rutas.

Cosas dulces, principalmente, aunque también probé con hojas.

No hubo caso…

Apenas se desviaba alguna exploradora, pero las filas seguían sus rutas habituales.

Intrigado, compré herramientas y busqué investigar seriamente el asunto.

Las filas de hormigas salían de mi casa y pasaban con casas cercanas.

Por ello, hablé con vecinos diciéndoles que se trataba de una investigación seria.

Algunos me creyeron.

Rompí algunas cosas.

Los mapas crecieron.

Días después encontré el primer extremo.

Estaba en un sitio eriazo, a dos cuadras de mi casa.

En él, entre varios otros desechos, encontré una gran lata de veneno para hormigas.

Y claro… descubrí que hacia ahí se dirigían las hormigas.

Saqué fotos.

Tomé apuntes.

Luego hice el camino inverso…

Nuevamente tuve que hablar con vecinos.

Nuevamente rompí algunas cosas.


Pasaron unos días.

Finalmente, llegué a la bodega de un supermercado pequeño, que hay acá cerca.

Para sorpresa mía, la fila de hormiga parecía nacer de otro gran balde lleno de veneno para hormigas.

Mis apuntes sonaban mal.

Nada de hormigueros, me dije.

Está mal la teoría.

Las hormigas salían desde un balde lleno de veneno para hormigas.

Las hormigas iban hasta un balde lleno de veneno para hormigas.

Eso debiese bastar.

El principio y el fin debiesen bastar, me refiero.

Aunque exista muerte a los dos extremos, me dije.

Así debe ser la vida, después de todo

….

(El principio y el fin debiesen bastar, me refiero.)

Algo así, por cierto, fue lo único que anoté.


sábado, 21 de marzo de 2015

Encuentros con el Cassidy.


Es tartamudo el Cassidy.

Estaciona autos en un sector céntrico de Santiago, los fines de semana.

Anda siempre con un paño naranjo en el que pareciera ocultar algo.

Siempre pensé que se trataba de algún trago, pero el otro día hablé con él y me contó que era abstemio.

¡Como veinte minutos se demoró en decirme que era abstemio…!

Entendí lo de su nombre tras hablar unas cuántas otras cosas.

Y es que tiene una especie de respuesta comodín cuando uno le pregunta algo.

-¿Todo bien, Cassidy?

-Ca, ca… ca, casi… Casi.

-¿Ya son las 12?

-Ca, ca… ca, casi… Casi.

Aunque claro, la respuesta a veces no sonaba muy acorde a la pregunta:

-¿Tienes hijos, Cassidy?

-Ca, ca… ca, casi… Casi.

Así, uno podía pasar largo rato con el Cassidy conversando, y reflexionando de vez en cuando sobre algunas de sus respuestas.

Un día, sin embargo, comencé a cuestionarme si realmente no aburriría al Cassidy.

Yo y los otros que de vez en cuando le hablamos, me refiero.

Y bueno, intenté conversar con él y preguntarle si le molestaba que nos acercáramos.

-Ca, ca… ca, casi –nos dijo-. Casi.

Yo insistí para que dijera alguna otra cosa, pero esa vez, al menos, no hubo caso.

A veces es así.

Hoy mismo, por ejemplo, me dijeron que se lo llevaron detenido.

Al parecer unos carabineros intentaron interrogarlo respecto a su trabajo, y ya imagino sus repuestas.

Una señora juntó firmas y hasta organizamos un grupo para ir a ver el lunes qué pasa con él.

Ante el revuelo, descubrimos que el Cassidy tenía una pareja y tres hijos pequeños.

Los tres hijos, por cierto, son levemente tartamudos.

Ninguno entendía qué pasaba.

Nos miraban en silencio y de vez en cuándo hablaban un par de palabras con su madre.

No es un mal idioma, pensé, tras escucharlos.

O sea, no es una mala forma de expresarlo, después de todo.

Así, finalmente, como ya había mucha gente viendo lo del Cassidy, mejor me retiré del lugar.

Y es que en el lugar, todo parecía un poco un show y solo un poquito en serio.

Casi como en el blog, diría hoy en día mi consciencia.

Casi.

viernes, 20 de marzo de 2015

Están locos / Ella / El lago



I.

Esos perros están locos, me dijo.

Esas aves están locas, me dijo.

Esos hombres están locos, me dijo.

Entonces, llegamos a la orilla de un lago y dijo que no era un lago.

Hacía un calor insoportable.

Yo me quería bañar, pero finalmente, decidí que era mejor no discutir.

El lago seguía ahí, junto a nosotros.


II

Años después de haber dejado de verla, estaba yo en una montaña.

Desde ahí, podía apreciarse un vasto espectro del paisaje.

No sé por qué, pero fue en ese instante que me acordé de ella.

De sus perros locos.

De sus aves locas.

De su gente loca.

Hacía un calor insoportable, otra vez.

Comencé entonces la búsqueda del lago


III

¡Años buscando aquel lago..!.

Años intentando corregir un par de cosas.

Esta es la parte más triste, por supuesto.

Todo lo demás pasó, y poco importa.


IV

Ahora que lo pienso… resulta extraño vagar, únicamente buscando el lago.

Y es que no recuerdo haberme preocupado de otros ámbitos.

Nunca me preocupé de la locura de los perros.

Tampoco lo hice por la locura de las aves.

De la locura de los hombres, en cambio, soy testigo.

Solo soy testigo.


V.

Hace poco, tuve noticias de ella.

No quería verla, pero me dijeron que había cambiado.

Yo creí la historia y fui a verla.

Tras hablar un rato me dijo que ya nadie estaba loco.

Me pidió disculpas si alguna vez causó inconvenientes.

Yo le pregunté si recordaba lo del lago.


VI.

Nunca hubo un lago, me dijo.

Pero si quieres puedo decir que hubo.

También puedes ladrar.

También puedes piar.

Incluso puedes comportarte como un hombre, me dijo.

Entonces junté fuerza e hice lo que me dijo.

Me refiero a que ladré, pié y hasta intenté comportarme como un hombre.

Eso hago desde entonces, por cierto.

A veces veo el lago.

Existe.

jueves, 19 de marzo de 2015

Tic.

  
Ella va al doctor porque tiene un tic.

Le cuenta que todo está bien salvo el tic.

Explica que es permanente, casi instantáneo, el tic ese.

El doctor toma nota.

Mientras escucha, busca algo en el historial clínico.

No encuentra nada.

Ella sigue hablando sobre su tic.

El doctor la observa, con atención.

La observa, pero no distingue nada, por supuesto.

El doctor piensa que tal vez un sicólogo…

El doctor piensa que tal vez un siquiatra…

Tras unos minutos, le pregunta finalmente cuál es su tic.

Ella entonces explica que no es muy visible, pero que es demostrable fácilmente.

No ocurre en el rostro.

No ocurre en las manos.

Tampoco afecta ninguna de sus extremidades.

El doctor toma nota.

Entonces elle es un poco más específica y le habla de su pecho.

Justo aquí, le dice.

Algo salta, prácticamente a cada instante, agrega.

El doctor pregunta si ella habla seriamente.

La situación es extraña.

Ella afirma que sí, y hasta parece ofendida.

Entonces el doctor acerca el estetoscopio hasta su pecho.

Y claro, comprueba qué es lo que ocurre.

Ese no es un tic, dice el doctor, observando con cuidado la reacción de la paciente.

Ella parece sorprendida.

Claro que es un tic, insiste ella.

El doctor la observa.

Es algo involuntario, después de todo, dice ella.

Reiterado, involuntario y genera contracciones musculares…

Además el cuerpo desconoce el sentido último de aquella reacción, agrega.

¿Eso no es un tic?

El doctor no sabe qué decirle.

Vuelve a tomar nota y la deriva a otro especialista.

Afortunadamente, ella parece conforme con esa decisión.

Se despiden cordialmente.

Entonces, el doctor observa con atención el reloj de la consulta.

Dos minutos después, hace pasar al próximo paciente.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Una jaula. Un viejo. Dos pájaros.


I.

Esto ocurre hace decenas de años en casa de una tía.

Yo me quedaba allá unos días, no recuerdo bien por qué.

Tampoco podría especificar la época exacta, pero sé que aún no iba a la escuela, por aquel entonces.

Yo no podía dormir en esa casa.

Esas son cosas que recuerdo.


II.

La casa de mi tía era extraña, como con piezas añadidas.

En una de esas piezas, dormía un viejo que parecía un muerto.

Siempre que lo veías, dormía.

Debe haber sido algún tipo de pariente, aunque no sé bien, hoy por hoy, quién era realmente.

En esa pieza había también una jaula con dos pájaros.


III.

Me gustaba ir hasta la pieza de aquel viejo.

A escondidas, siempre entraba y me acercaba poco a poco a la jaula con los pájaros.

La jaula estaba tapada siempre por una tela.

Demoré un poco en hacer el descubrimiento.

Los dos pájaros estaban vivos.


IV.

Un día, de amanecida, fui hasta la pieza y saqué a escondidas esa jaula.

La llevé hasta el patio y abrí la puerta de la jaula, para que salieran las aves.

Como los pájaros no salían incliné la jaula y hasta le di unos golpes.

Supongo que yo creía, que era un acto de bondad.

Justo entonces, vi al viejo parado junto a la puerta, mirándome.


V.

No recuerdo bien qué pasó, pero los pájaros no se fueron.

Yo mismo, de hecho, los llevé hasta el cuarto del viejo.

No cruzamos palabra, pero me fijé que dejaba alimento y agua, en la jaula, antes de volver a dormir.

La pieza del viejo era muy oscura.

Los pájaros, sin embargo, seguían siempre bajo la tela, cubriendo la jaula.


VI.

Pasaron los años.

Nunca más intenté liberar un pájaro.

Supongo que el viejo murió, con el tiempo.

Mi tía creo que también, pero no lo sé a ciencia cierta.

Y es que así podría resumirse todo.

Que cada uno vea, finalmente, qué es lo que le conviene.

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