No sé dar argumentos.
Ni para sustentar mis acciones.
Ni para sustentar mis palabras.
Ni para sustentar mi vida toda.
No sé dar argumentos.
Hago relaciones, tal vez.
Admito que comparo.
Todo eso sí, pero a mí mismo.
Para los otros, nada.
Mostrar el cielo, tal vez.
Guardar silencio.
No sé dar argumentos.
Ordeno y desordeno sin criterios fijos.
No sé convencer a nadie más que por amor.
Pero un amor sin fundamento.
Siempre porque sí.
O porque tal vez.
O porque el tiempo.
Así, pensándolo bien:
Yo soy el argumento.
No muy firme, pero soy.
A mí me basto y está bien.
Ya verá usted cómo lo hace en cada caso.
Además no sé, sinceramente, si necesitamos eso.
Y no es que viva porque sí.
Y no es que escriba porque sí.
Pero yo comprendo al sol sin que entregue sus razones.
Y sé que él se alegra que así sea.
Pues bien, asimismo yo me alegro, de no tener fundamentos.
De no pisar, sobre palabras.
De no escribir, sobre palabras.
De no vivir, sobre palabras.
El agua que corre, por cierto, parece estar de acuerdo.
Le pregunto a Dios y calla.
Un pequeño conejo en la montaña, sigue corriendo.
No me vengan después con que no saben:
Yo soy el argumento.
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