Mientras camino por el centro de Santiago me fijo
un tipo que vende en la calle.
Tiene algunos productos para maquillaje, que ofrece
a quien pasa cerca.
Entonces me fijo que ofrece a una mujer su producto
estrella:
-Vienen dos –explica, mientras muestra una caja
pequeña-. Un esmalte y un quita esmalte…
Tras un breve intercambio de frases la mujer lo
compra.
El hombre sigue anunciando su producto.
-Un pack… –señala-. ¡Lleve un esmalte y un quita
esmalte…!
Yo lo observo, desde una corta distancia.
Lamentablemente, como había bebido unas cervezas y
leído a Lipovetsky, me encontraba algo mareado y las palabras del vendedor, no
paraban de provocarme una serie de reflexiones que, sobrio ya ahora que
escribo, reconozco un tanto absurdas.
Y es que pensaba en ese momento en lo paradójico
que era comprar un producto y su contrario… y bueno, de ahí a pensar que el
vendedor ese estaba estafando, había un paso muy corto…
-Usted está vendiendo ceros… -creo que le dije.
-¿Qué…?
-Que esa huá es un cero… –dije apuntando al esmalte
y al quitaesmalte.
-¿Qué mierda dice…?
-Un quitaesmalte y un esmalte… -intenté explicar,
pero se me trababa la lengua.
-Vos soi un cero, loco culiao… -me dijo de pronto,
como para zanjar el asunto.
Yo intenté responder y no pude.
Para peor, varias personas se detuvieron a comprar,
y yo no podía comprender la lógica de comprar una hueá para ponérsela y después
borrársela…
-Esa hueá es normal –me diría más tarde otro amigo
con quien seguimos tomando, luego del incidente de la venta-, es por eso que
los restaurantes tienen baños o que las hojas de los cuadernos pueden arrancarse…
me intentó explicar.
Yo seguía porfiando.
Pasó así el rato hasta que se acabó el cuarto
pitcher y también, de paso, se terminó la plata.
Cada uno, entonces, se fue por su lado.
Cuando pasé por la calle del vendedor, más tarde, este ya no estaba.
Debe estar gastando su dinero, pensé.
Qué mierda.
Un cero. Como esas palabras que sólo son palabras, que sólo son imagen. Ese tipo de poemas.
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