I.
-Todas las mujeres a las que besó mi bisabuelo están muertas…
-¿Tenía una maldición?
-No, era viejo el hueón, no más...
II.
-¿Te acuerdas del reloj de arena que usábamos en la cocina?
-¿Uno con arena de colores?
-Sí, ese.
-¿Qué pasó con él?
-Lo encontré el otro día, pero estaba húmedo…
-¿Y?
-Que se queda pegado. La arena se apelotona y no avanza… como que se
tapa la pasada…
-¿Y…?
-Qué se quemó la carne…
-No importa…
-Pero también se quemó lo demás…
-De verdad no importa…
-¿No tienes hambre?
-No… además también falló el otro reloj, así que todavía no es hora…
-Uf… qué alivio…
-Tú lo has dicho.
III.
-Mira, ¿ves esos tipos de allá?
-¿El colorín…?
-No… ese otro… el de corbata
-¿Qué pasa con él?
-Pasa que finge ver la hora cada dos minutos…
-¿Y?
-Pasa que es constante… pasa que
no falla y pasa que finge…
-¿Por qué dices que finge?
-Porque no hay nada.
-¿Nada qué?
-Nada que ver cada dos minutos.
IV.
-Nadie me cree, pero una vez conté hasta 42 mil para poder quedarme
dormido…
-¿Contase de mil en mil?
-No, de verdad… conté todo eso como en 12 horas.
-¿Y?
-Nada especial, solo que se hizo de día y yo contando… A propósito,
¿sabes qué cuentan de la muerte de Wingarden?
-No…
-Dicen que cuando murió dijo un número gigante, de esos como de 15
cifras…
-¿Un número premiado o algo?
-No…
-¿Y entonces?
-Pasa que la mayoría cree que estaba contando.
-¿Y?
-Y se murió, po hueón.
-Sí po, si cacho.
-Eso po… murió el hueón, contando.
-Sí, ya te entendí…
-No po, hueón, no entendiste.
-…
-Dos millones. Exacto.
-¿Qué?
-Dos millones uno.
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