Sueño que pinto un cuadro. Sueño el proceso, me
refiero. La mezcla de colores, los trazos, el olor de la pintura… Un cuadro de
gran tamaño, digamos. Sueño todo eso, decía, pero no veo el cuadro mientras lo
estoy pintando. Entonces pasan unos días, en el sueño. Pasan unos días y me
encuentro con el cuadro colgado en una exposición. Bajo el cuadro –que aún no
veo-, descubro entonces el título de la pintura: Un lote de hueones. Buen título, me digo. Buen título. Retrocedo entonces
un par de pasos para ver el cuadro en su totalidad y descubro así aquello que,
en el sueño al menos, yo hice. Un lote de
hueones, pienso. La descripción del título es exacta. Y es que en la
pintura, pueden verse apilados un montón de cuerpos. No sabría decir con exactitud
si están con vida o no, en la pintura, pero no cabe duda que se trata de un
lote de hueones. No un sistema. No una estructura. Un lote, simplemente. Un
lote de hueones apilados cuyos rostros parecen contener distintas expresiones
que me hacen dudar sobre a quiénes realmente representan. Tal vez seamos todos,
me digo. Todos ahí, indistintos, en un lote. Nada más se distingue en el
cuadro. El fondo y los rostros borrosos, por un lado. La nitidez del lote de
hueones, por el otro. Sin embargo, a medida que avanza el sueño, yo sigo
retrocediendo pasos mientras el cuadro parece crecer de tamaño, frente a mí. Y
claro, con esto también aumenta el lote de hueones. Tanto así, que de pronto
hasta me siento amenazado por una especie de universo contenido en el lote de
hueones. Un universo en expansión, me refiero. Un universo en expansión y que
está destinado a abarcar todo, por supuesto. Así, finalmente, sueño que intento
borrar un cuadro. Sueño que esparzo distintos líquidos por el cuadro, pero no
consigo borrar nada. Ni siquiera manchas, consigo. Así, todo el sueño se pasa a
trementina y otros diluyentes. Me despierto por el olor, entonces y hasta hago
un bosquejo para no olvidar el cuadro. Recuerdo y olvido el cuadro, por cierto.
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