miércoles, 4 de marzo de 2015

Golpear sin dejar marcas.



Hablo en serio.

Sin metáforas, me refiero.

Y es que hoy resulta imprescindible que aprendamos a golpear, sin dejar marcas.

Puede no sonar agradable, lo admito.

Puede no serlo, incluso.

Pero hablo aquí de una necesidad… de un requerimiento casi esencial, en nuestros días.

Por esto, pienso que bien podría enseñarse en las escuelas.

O en programas educativos de tv.

O hasta en el seno familiar, si fuese el caso.

Hablo en serio, reitero.

(Siempre hablo en serio).

Y es que en el fondo, no se trata solo de ocultar nuestros golpes.

Ni los golpes que damos, ni los que recibimos.

Se trata más bien de no ver, nuestras propias marcas.

No es que duela menos de esa forma.

No es que se trate de un cuidado estético.

Pero sin duda son nuestras propias marcas las que evitan que veamos más allá de nosotros mismos.

Reitero, por cierto, que no es metáfora.

Hablo, por ejemplo, de un moretón en la mejilla o hasta un corte profundo…

¿Podemos acaso olvidarnos de esas marcas?

No hablo de perdonar, en todo caso.

No hablo de poner la otra mejilla.

(Aunque puede que eso esté bien, no hay duda).

Pero ocurre, que solemos olvidarnos que existimos también fuera de nosotros mismos.

Más allá de esas marcas, me refiero.

Más allá del golpe y de sus marcas.

No sé si se entiende… pero en el fondo es simple.

Aprender a golpear, sin dejar marcas.

Esto es lo esencial.

No hay metáforas.

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