jueves, 30 de noviembre de 2017

Así.


I.

Así se come, le dijeron.

Así se reza.

Así se saluda a los mayores.

Entonces él –que era un niño-, creyó que el problema estaba en la forma.

En el imponer una forma para realizar las acciones, me refiero.

Pensó, en definitiva, que el problema estaba en el así.


II.

Así se aprende, continuaron.

Así se madura.

Así se toman buenas decisiones.

Y entonces el joven –pues el niño había crecido-, intentó superar la desconfianza.

De esta forma, le pareció lógico pensar que lo hacían por su bien.

De hecho, llegó a organizar un plan de trabajo.

Primero, centró su esfuerzo en aprender la forma.

Y luego, asumió sin más los objetivos que estaban dados.

Aprender.

Madurar.

Tomar buenas decisiones.

Nada parecía malo en todo aquello.

Tal vez estaba en lo correcto.


III.

Así se ama, le dijeron.

Una y otra lo intentaron corregir en este ítem.

Así se ama, le insistían.

Y él amó de esa forma hasta que comprendió algo cierto:

No había amor en sus acciones.

Y si hubo antes, este se había perdido.


IV.

Así se aprende, recordó.

Así se crece.

Así se vive.

Y tras pensarlo largamente el hombre –porque el joven no estaba ya en parte alguna-, comprendió esta vez la situación.

El problema no es la forma.

El problema no es el así, concluyó.

El verdadero problema está en el se.

Y miró entonces, rápidamente, a sus espaldas.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

A su debido tiempo.

“Quien no puede morir a su debido tiempo
perece a destiempo”
B. Ch. Y.

Hicimos el experimento. Una máquina que entregaba dinero. Un billete, digamos, cada cierta cantidad de minutos. Entonces un hombre lo descubre y se queda esperando a un costado. Y es que no es desdeñable para el hombre ese dinero. Por otra parte, el hombre no sabe si la máquina volverá a arrojar otro. Por lo mismo espera. Cuando ya está a punto de partir la máquina arroja otro billete. Y claro, lo mismo sucede cerca de diez veces. El hombre entonces saca su celular y hace un llamado para cancelar un compromiso. No hace grandes cálculos, solo lo cancela. Por otro lado, el hombre no es sincero. Me refiero a que no explica la razón de la cancelación sino que hace referencia a un problema, sin entrar en detalles. Un problema no muy grave, dice incluso, para no preocupar. No obstante, mientras pasa el tiempo, el hombre comienza a cuestionarse sobre el límite de todo eso. Nos referimos, con esto, tanto al tiempo máximo que estaría dispuesto el hombre a permanecer ahí,  como a los cuestionamientos que el mismo hombre hace respecto a la cantidad de billetes que podría contener aún aquella máquina. Sea cuál sea el caso, lo cierto es que el hombre parece descartar el quedarse toda la noche, junto a la máquina. O eso es lo que declara al menos cuando ya a oscuras nos acercamos hasta él a contarle del experimento. Entonces es cuando anotamos los datos y les damos, de paso, algo de comer. Por último, justo cuando se hacen evidentes los primeros efectos de los alimentos que les entregamos, confesamos abiertamente que el objetivo del experimento dice relación con el morir a su debido tiempo. Nunca sin embargo, hasta ahora, hemos podido terminar de dar una explicación detallada de la relación existente entre lo realizado y el objetivo real de nuestro experimento.

martes, 28 de noviembre de 2017

Una teoría sobre el futuro.


I.

Recuerdo que en una entrevista de trabajo, ya hace varios años, me preguntaron si tenía alguna teoría sobre el futuro.

No sé a qué apuntaba la pregunta ni tampoco quise aclararlo en ese entonces, pero lo cierto es que me descolocó el no comprender de forma concreta qué se me preguntaba.

De todas formas respondí, en ese entonces, alguna idea vaga que me ayudó a salir del paso y parecer interesante.

Una idea sin carne, digamos, pero bien construida.

Una semana después llamaron para decirme que tenía el trabajo, pero finalmente no lo acepté, por una serie de razones que no vienen al caso.

Esto es aproximadamente la mitad de lo que hoy quiero decir.


II.

Demócrito decía que la única verdad son los átomos y el vacío.

Yo en cambio, creo que ni en ellos hay verdad.

Y es que la única verdad posible -si me preguntan-, tendría forma de diluvio.

Lamentablemente, resulta improbable que un diluvio, llegue a esta generación.

Así, mientras eso no ocurra, toda teoría del futuro será tan triste como falsa.

Y toda historia o mensaje que intentemos, ha de quedar siempre sin final.

Carne sin ideas, digamos, aunque carne viva.

Un cuerpo que se desvanece y palabras que se desploman en el piso blanco de una hoja.

Esto es aproximadamente la mitad de algo que hoy, no quise decir.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Un amigo que toca la trompeta.

“Estuvo horas buscando la forma menos dolorosa
de decirle la verdad
a esos hombres que no se la merecen”
O. W.

Tengo un amigo que toca la trompeta, pero le dan ataques de risa cuando escucha un clarinete.

Por lo mismo, a pesar de su talento, nunca ha podido formar parte de una orquesta sinfónica, como ha sido su deseo.

Siempre pensó que se trataba de un fenómeno pasajero, pero lejos de disminuir, los ataques de risa han aumentado con el tiempo.

Y claro, más allá de poder controlar el sonido que hace al reír, está presente el impedimento de poder tocar la trompeta, mientras ríe.

Para superar este inconveniente ha asistido a numerosos tratamientos, incluidos entre estos las sesiones de hipnosis.

En una de ellas, por cierto, mi amigo me cuenta que experimentó una regresión, para buscar el origen de aquello que le sucedía.

En dicha regresión, si bien no cumplió con su objetivo, se vio a sí mismo como un hombre que torturaba a un grupo de soldados, para que revelaran cierta información secreta.

En este contexto –y esto pudo deberse a una falla en la regresión-, mi amigo no ha podido olvidar algunas imágenes en que desolla parte de los brazos de unos soldados, que llegan incluso a desmayarse por el dolor.

En este contexto, mi amigo fue entonces a otros especialistas, ya no solo para dejar de reír al escuchar un clarinete, sino también para abandonar la sensación de angustia que le provocaban las imágenes de su regresión.

Lamentablemente, ninguna de sus inquietudes fue solucionada, por lo que debió renunciar definitivamente a su sueño de pertenecer a una orquesta sinfónica.

Desde entonces, sin embargo, ha pasado a formar parte de una banda de mariachis que trabaja dando serenatas, principalmente en el barro alto.

Convengamos con él que es una forma, al menos, de superar el problema.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Juanita colecciona cactus.


Juanita colecciona cactus.

Comenzó hace algunos años, a partir de unos pocos que heredó de su abuela.

Compró pequeñas piedras, les renovó la tierra y en algunas ocasiones les cambió el soporte.

Tiene algunos al interior de la casa y otros al exterior.

Todos se ven en perfecto estado.

No le gustan los que florecen, pues siente que no son verdaderos cactus.

No se trata de una razón científica, claro, pero ella siente que traicionan algo que bien podría ser su esencia.

Por lo mismo, sus cactus son siempre de un verde tradicional, cubierto con espinas.

Hace unos años le hice una entrevista y ella comentó que a todos sus cactus le había puesto un nombre.

No revela dichos nombres sin embargo, pues dice que es un vínculo entre ella y sus “mascotas”.

Hoy tiene más de trescientos y dice que planea llegar a tener setecientos.

Trabaja de lunes a sábado, vive sola, pero está orgullosa de que nunca –o al menos no todavía-, se le ha secado alguno.

No les pone música ni se preocupa por la temperatura ambiente, pero les cuenta algunas cosas.

No hay que mentirles, me dice, esa es la única clave.

Por lo mismo, me pregunta seriamente si puede leerle algún texto mío, sin tener que preocuparse.

Yo aún no le respondo.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Olvidos.


Marta se despierta y se toma las pastillas.

Luego olvida que ya está despierta y vuelve a dormirse y despertarse y a tomar sus pastillas.

Tras levantarse, tiene escenas mezcladas sobre lo que ha hecho y entonces Marta recuerda que tomó más de una vez las pastillas, aunque olvida que fueron dos veces, y piensa que aquello pudo ocurrir aún en más ocasiones.

Por lo mismo, algo asustada, Marta va a urgencias olvidando que en ese hospital, suelen tardar más tiempo en la atención de urgencias, que con un doctor tradicional.

Tras un par de horas Marta es atendida y tras explicar su situación se le recomienda un lavado de estómago y la inyección intravenosa de un medicamento.

Lamentablemente, Marta olvida que es alérgica al medicamento inyectado por lo que, minutos después, tiene una fuerte reacción que la lleva a perder la consciencia y se le recomienda dejarla internada.

Tras unas horas en mal recuperación le preguntan a Marta por su familia, pero ella aún está confundida y olvida hasta la información más simple.

Tal vez por lo mismo, olvida que apenas nos conocemos y da mi nombre a un enfermero, cuando le dicen que deben localizar a alguien cercano.

Ya en el Hospital, trato de explicarle que yo no debiese estar ahí y que la visita solo me servirá para nutrir la entrada del día de hoy, en el blog.

Lo último que Marta se olvida, lamentablemente, es regalarme una acción que pueda servir de cierre, para esta poco memorable historia.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Un grupo de niños y un gran árbol.


La historia comienza con un grupo de niños y un gran árbol. El árbol grande, central, lleno de ramas que se pierden en la distancia. Para quien quiera calcular de forma más exacta las proporciones, podría señalarse que si la totalidad de los niños intentasen rodear el tronco del árbol y abrazarlo, faltaría al menos un personaje más para poder lograrlo.  Entonces, del grupo de niños que está cerca del árbol, es necesario que uno de ellos lance algo hacia lo alto y que la cosa lanzada quede entre las ramas del árbol ya mencionado, a una altura que les impida a los niños acceder a ella fácilmente. De esta forma, intentando luego rescatar aquella cosa que ha quedado sobre el árbol (un bolso, una pelota, una prenda de vestir…) los niños que están en escena comenzarán a lanzar otras cosas, buscando impactar lo arrojado en primer término y hacerlo caer. Lamentablemente cuando esto comience a ocurrir, y luego ya de forma abiertamente anómala, seremos testigos de cómo cada una de las cosas lanzadas, queda también atrapada entre las ramas, en altura, sin poder ser rescatada. Ante esto, que podrá producir risa en primer término, pero que comienza a incomodar luego de un primer momento, ha de agregarse la incertidumbre de los niños que van quedando sin cosas que lanzar, bajo el árbol, y que son testigos de cómo comienza a atardecer en el lugar en que se encuentran, logrando así poco a poco, generar y transmitir cierta sensación de angustia. Las acciones que siguen, por cierto, deberán incrementar, en lo posible, dicha sensación, y consistirán en la ascensión al árbol, de los niños que se encuentran en escena. Dicha ascensión, llena de riesgos y dificultades, culminará en cada caso con el aparente extravío de los personajes sobre el árbol, quienes dejan de responder y dar señales claras de ubicación a quienes quedan abajo, hasta que el último de ellos ha subido y desaparecido entre las ramas, quedando en ese instante, todo en silencio. Finalmente una última escena, ya prácticamente a oscuras, consiste en unas figuras adultas, probablemente los padres de los niños que han quedado sobre el árbol, quienes se pasean con gran nerviosismo portando linternas y otros elementos, mientras buscan a los niños, infructuosamente. De esta forma, mientras se termina de oscurecer la escena, debe quedar instalada la sensación de pérdida, como una acción ya irreparable de la cual se podría poner en duda, incluso, su carácter fortuito e involuntario.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Quemar la casa.


De vez en cuando se despierta en medio de la noche porque piensa que van a quemar la casa. Con el tiempo, de hecho, dicha idea se ha transformado poco a poco en una certeza. Intenta convencerse de que está equivocado, que no debe levantarse y vagar por ahí buscando sospechosos, pero lo cierto es que hacerlo le resulta inevitable. Y es que le recomendaron realizar ejercicios, cambiar alimentación, incluso le recetaron pastillas, pero nada de aquello ha dado buenos resultados. De esta forma, cuando el doctor intenta llevarlo a la razón, él no tiene respuestas claras. Por el contrario, manifiesta la certeza –sin ninguna base concreta por supuesto-, de que su casa es algo que debe desaparecer. Que ellos la van a quemar, señala. Que donde está edificada debe restablecerse el vacío. Cosas así son las que señala. Con tanto énfasis lo expresa que el propio doctor tiene por momentos la impresión de encontrarse con un profeta. Uno que anuncia la quema de sus posesiones… el regreso al espacio en blanco. Como si creer en Dios fuese lo mismo que creer en el vacío. O en la necesidad del vacío. Una forma pura de creer, después de todo, piensa el doctor. De abandonarse a Dios digamos, o hasta de no esperar nada. De dejarnos caer en él y ser conscientes entonces de nuestro propio peso. Y es que estar en Dios, bajo esa mirada, anotará al borde de la hoja el doctor, luego de su entrevista, es sin duda estar en caída. Ser en caída. Estar en medio del vacío y ser una única coordenada… Eso es lo que busca aquel hombre, determina el doctor, para sí mismo. Seguramente, escribe finalmente en su libreta, será el mismo quien termine por incendiar su propia casa. Tal vez está en lo cierto.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

La profundidad en sí.


-No es lo mismo un reloj resistente al agua que uno sumergible –dijo T., visiblemente orgulloso, mientras mostraba su compra-. Ya sabes… este puede llegar hasta setenta metros bajo el agua...

-¿Y para qué mierda sirve eso? –preguntó F.

-Pues justamente para eso… -siguió T., algo molesto-, para llegar hasta setenta metros de profundidad sin que el reloj se dañe…

-¿Y por qué tendría que dañarlo la profundidad…? –insistió F.

-No lo daña la profundidad –explicó T.-, sino la presión que existe bajo el agua… El punto acá es que se trata de una máquina mejor elaborada que un simple reloj resistente al agua.

-Pues yo tengo uno resistente al agua y supongo que con ese me basta… -dijo F.-. Lo he usado en la piscina, en la playa… nunca ha fallado…

-Pues no es mejor porque no haya fallado –afirmó T.-, ni siquiera podríamos considerarlo igual… De hecho, es probable que el tuyo se rompiera incluso antes de llegar a esa profundidad…

-¿Y sabes acaso qué porcentaje de la población ha estado o va a estar alguna vez a setenta metros bajo el agua? –preguntó F.

-Ese no es el punto –dijo T.-. No has entendido nada…

-¿La profundidad no es el punto? –lo interrumpió F.

-No. No lo es. La profundidad en sí no es el punto –respondió T., tajante.

martes, 21 de noviembre de 2017

Quería que hablaran, pero no hablaron.


I.

Yo quería que hablaran, pero no hablaron.

Esperé, pero no hablaron.

Me quedé así, frente a ellos, con la página en blanco, pero no les importó lo más mínimo.

-No los puse ahí para esto –les dije.

Tampoco parecían escuchar.


II.

No sé por qué me ocurre esto cada vez más seguido.

De hecho, he estado pensando que tal vez se trate de un complot.

Quieren que mienta.

Que ponga palabras en sus bocas.

Que sea yo quien mueva los hilos.

-No puedo hacer eso –les digo.

-Me he convertido de a poco en un árbol hueco.


III.

Les pido ayuda porque debo cumplir.

O más bien porque tengo miedo de no hacerlo.

Sé que comprenden, pero no quieren hablar.

Tal vez soy yo el que no comprendo.


IV.

Debiese enojarme, pero no puedo.

Debiese llorar, tal vez, pero no puedo.

Después de todo, su silencio es honesto, como el de Dios.

Morirán así, silentes, y yo usaré la hoja en blanco, como una mortaja.


V.

Mueren, finalmente.

De hecho, al no hablar, parece incluso que muriesen antes.

-A todos nos falta algo –les digo entonces, mientras los envuelvo.


-Si estamos aquí –reitero-, es porque a todos nos falta algo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Un perro viejo.


El perro aparece hasta en las fotos más antiguas.

Con el padre.

Con el abuelo.

Con el padre del abuelo.

Sé que es ilógico pensar que se trata del mismo, pero comenzamos a investigar y nadie recuerda alguna muerte o que haya sido reemplazado por otro.

El nombre además es el mismo.

La actitud, incluso, resulta similar.

En las fotos, por ejemplo, siempre aparece recostado de la misma forma.

Indiferente.

Inexpresivo.

Sin mayor movimiento.

Está viejo, por supuesto, pero nadie recuerda que haya estado alguna vez enfermo.

De la misma forma, tampoco nadie recuerda haberlo escuchado ladrar.

Como a las mismas horas y se recuesta siempre en el mismo sitio.

No pelea con los gatos e ignora a todos los que entran a la casa.

Nunca ha tenido collar ni tampoco lo sacan a pasear.

Intrigados, pagamos a un veterinario para que fuese a verlo a domicilio.

No nos supo decir la edad, pero obviamente señaló que se trataba de un perro viejo.

Tampoco le encontró señales de enfermedad y se limitó a darnos recomendaciones sobre su alimentación y cuidado.

Escribimos, en una hoja, aquellas indicaciones.

Esa noche, después de cenar, me acerco hasta el animal y lo miro a los ojos.

La impresión que me da es que está cansado.

Cansado y triste, tal vez, si es que lo están los perros.

No va a morir porque no vive, comentó un primo, antes de irnos del lugar.

Yo, en cambio, no hice comentario alguno.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Me costó entenderlo.


Me costó entenderlo, pero al final lo que el viejo decía era que las moscas salían de él. No desde dentro o como entidades independientes, sino recalcando que de alguna forma se desprendían de lo que él era, como trocitos de vida.

Yo colaboré con el informe así que ahondé bastante en el caso, que por lo demás tenía cierta lógica, a pesar de su carácter poético. Digo esto porque el viejo era capaz de argumentar sus ideas señalando una teoría relativamente organizada, que –a su manera, claro está-, explicaba la muerte de los individuos.

Así, según el viejo, con el paso del tiempo, desde lo que es el hombre se irían desprendiendo pequeños trocitos de su vida. Esos trocitos, a su vez –que no disminuyen en lo absoluto la materia física del hombre que se desprenden-, tomarían la forma de moscas, que por lo general rondan al hombre desde el cual se desprenden. Posteriormente, tras desprenderse todo lo que es el hombre, sobrevendría, claro está, la muerte del individuo.

A modo de ejemplo, podríamos imaginar una hogaza de pan (el hombre), desde la cual fuesen desprendiéndose pequeños trozos o migajas (las moscas, según el viejo) hasta que la hogaza deja de contener aquello que la hacía ser una hogaza de pan, aunque físicamente no ha disminuido en lo absoluto.

Este mismo ejemplo, por cierto, recuerdo haberlo incluido como una nota en el informe que ayudé a escribir en aquel entonces y que daba detalles sobre la forma en que el viejo veía la realidad. No sé si alguien lo habrá leído, pero ciertamente no fue de mucha utilidad, ya que el hombre fue cambiado de sector y luego, según entiendo, dado en custodia de un pariente que accedió a cuidarlo debido a  una resolución que ya había sido tomada hace meses.

Cuando se despidió, según me cuentan, el viejo decía que le quedaban ocho moscas, nada más… y les aseguró a quienes lo escuchaban que en poco tiempo más estaría en condiciones de esperarlos en un sitio más ameno y personal.

Ignoro, por cierto, si así habrá sido.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Hambre.


Tenía tanta hambre que veía, frente a sí, la hoja en blanco como un plato. Él lo dice varias veces y acompaña las palabras con algunas descripciones que parecen convertir aquello en una situación chistosa. Así, él cuenta que en vez de escribir, comenzó a hacer dibujos en la hoja. Dibujos de comida, claro está, como si de esa forma estuviera sirviéndose algo de comer en aquel plato. Entonces, un poco confundido y otro poco simplemente para saciar el hambre, cuenta que arrancó pequeños trozos de la hoja y fue masticándolos de a poco. Lentamente, sabiendo en parte que eran papel, pero también sabiendo que masticar papel, tela o incluso trozos madera, también le había calmado el hambre por unos minutos, en situaciones como esa. Lo que llama la atención es que asegura, que en esa oportunidad, él creyó sentir en los trozos de papel el sabor de aquello que había dibujado. Granos de arroz. Trozos pequeños de carne. Arvejas. Y que guardó entonces el papel como algo mágico, olvidando por completo la idea de escribir algo e intentar venderlo, como hacía habitualmente. De hecho, él cuenta que repitió la acción unos días hasta que, temeroso de perder la razón, se decidió a pedir ayuda en un hospital del lugar, que lo recibió un par de días y donde tuvo la suerte que un enfermero lo contratara para que le pintase la casa, solucionando en parte su problema económico inmediato. Todo esto aparece relatado, por cierto, en una antología de relatos humorísticos de una editorial de renombre, que omitiré nombrar.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Hot dogs.

"Con la vara que midas serás medido"


-Los hot dogs de dieciocho son en realidad de dieciséis.

-¿Qué…?

-Que los hot dogs de dieciocho centímetros son en realidad de dieciséis.

-¿Está seguro?

-Sí. Mire. Tengo una huincha justo aquí.

-¿Puedo usarla?

-Claro…

-Hmm… pues es verdad, son de dieciséis.

-Entonces comprenderá usted que tenemos que hacer algo.

-No le entiendo…

-Le digo que tendremos que hacer algo.

-¿A qué se refiere?

-Me refiero a qué he pagado dos hot dogs de dieciocho y usted me ha entregado dos de dieciséis.

-¿Habla en serio?

-Claro… yo pagué por dos hot dogs de dieciocho y usted…

-Sí, eso lo entendí… pero usted no entiende que es algo menor… tal vez llegó una partida más pequeña de pan y…

-Parece que no me entiende… este negocio es parte de una cadena… funcionan todos con los mismos insumos… esto es grave y usted lo sabe…

-Pero yo solo atiendo acá… no tengo nada que ver con los que envían los insumos y además…

-Tal vez quiere usted que yo haga un escándalo y le muestre a todos lo que ustedes hacen…

-Por supuesto que no quiero eso.

-Pues eso parece… yo pretendía llegar a un acuerdo…

-Pues yo no estoy autorizado para hacer negocios, o acuerdos… solo me encargo de esta tienda, sabe… no tengo el poder suficiente para compensarlo o…

-Esto es grave. Disculpe que lo interrumpa, pero usted no quiere entenderlo: esto es grave. Quiere evadir responsabilidades, pero es grave. Tal vez piense que son apenas dos centímetros, pero yo veo más bien una falla moral… un deseo de engaño que puede derribar a toda la compañía, pues le aseguro que el hot dog de veintidós también revelará ser menor y entonces…

-Si quiere puedo intentar comunicarme con alguien más importante… tengo algunos números y quizás, si usted espera…

-Creo que usted no entiende... esto tiene que ver con el honor… No fue otro que usted el que me vendió dos hot dogs de dieciséis haciéndolos pasar por de dieciocho… usted es responsable…

-Pero es que esos son los hot dogs que me dicen son de dieciocho y…

-¿Y si le dicen que son de un metro usted también los venderá sin tener en cuenta la verdad…?

-…

-¿Acaso no es uno responsable de eso, al menos…?

-Pues sí… tal vez…

-Por supuesto que sí… no debiese ponerlo en duda.

-Es cierto…

-Entienda que esto es un asunto entre usted y yo... e incluso más: entre la verdad y la mentira… entre el honor y el deshonor…

-Lo lamento, yo… Sinceramente no sé qué hacer.

-Pues véalo de esta forma: ¿qué está en sus manos hacer?

-¿Cómo?

-¿Tiene permitido hacer algo para una situación como esta?

-Eh… no… no creo...

-¿No tiene acaso como encargado del local algún tipo de compensación permitida, para alguna emergencia…?

-Pues sí, pero solo algo menor… tal vez dar un par de hot dogs ante alguna falla en la atención…

-¿Y entonces por qué no los ofrece?

-¿Qué cosa…? ¿Dar un par de hot dogs extra…?

-Claro… ¿Acaso no está cada uno llamado a dar lo que puede dar ante una falla en nuestra responsabilidad…?

-Pero es que sentí que se trataba de algo más importante, yo…

-Claro que es importante, pero si ese es su máximo déjeme decirle que es también parte de mi responsabilidad el aceptarlo… ¿De eso se trata ser humanos, o no?

-¿Cómo…? ¿Ser humanos…?

-Claro…  ser humanos… seres con limitaciones, después de todo…

-Eh… pues supongo que sí…

-¿Y entonces…? ¿Estará dispuesto a brindarme unos cuantos pares de hot dogs para compensar la falta a la verdad?

-Pues no sé si pares, pero un par creo que podría, yo…

-¡¿Puede un par y no un par de pares…?!

-¿Quiere cuatro? Pues sí..., creo que podría entregar cuatro…

-Está bien entonces, cuatro pares estarán bien…

-No, yo decía…

-¡No se hable más…! Usted cede y yo también cedo... Además puede usted contar a sus superiores y decir que salvó a la compañía por apenas cuatro pares de hot dogs… ¿No cree que debiesen felicitarlo por eso… o hasta ascenderlo?

-Pues sí… viéndolo así…

-Entonces no alarguemos más la situación. Los quiero para llevar y todos con palta, si es posible.

-De acuerdo… Ocho hot dogs, entonces, con palta… para llevar…

-Así es. Ya ve como pudimos entendernos.

-Sí… Tiene razón…

-…

-Aquí están. Y le aseguro que hablaré con el dueño para que los tamaños comiencen a ser los correctos a la brevedad.

-Eso sería lo correcto.

-Claro… Debemos corregir nuestros errores…

-¿Puede usted devolverme la huincha?

-¿Cómo…? ¿La huincha…? Ah… sí, por supuesto…

-Puede servirme en otro momento, sabe…

-Sí, nunca se sabe… Que esté bien.

-Usted también. Piense que hemos hecho lo correcto y esté orgulloso de ello.

.Así es… Supongo que hemos actuado como seres humanos.

-Exacto. Lo ha entendido usted perfectamente, 

Buenas tardes, entonces.

-Buenas tardes.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Voces lejanas.


Pase cientos de horas, de pequeño, sintonizando radios lejanas.

Generalmente a solas, por las noches, mientras me llevaba a escondidas una radio hasta mi pieza.

Nunca supe bien por qué lo hacía, pero lo cierto es que no se trataba solo de radios lejanas, sino de emisoras que trabajasen en idiomas que me resultasen, mayormente ininteligibles.

Por lo mismo, no me quedaba tranquilo hasta poder sintonizar alguna radio rusa, palestina, sueca o de alguna otra región asiática que en el aquellos momentos ni siquiera sabía distinguir.

Así, una vez sintonizada la estación, podía pasar horas escuchando lo que decían cada noche, sin intentar traducir o distinguir palabras específicas, sino oyendo aquellas voces como si se tratase de música, que escuchaba para dormir.

De esta forma, recuerdo por ejemplo haber quedado maravillado tras encontrar, en alguna oportunidad, una radio aparentemente musulmana, en la que se podía distinguir una serie de voces de personas rezando fervorosamente mientras repetían una y otra vez las mismas frases.

Y es que si bien, decía antes, no había una distinción de los significados específicos escuchados, también es cierto que en muchas ocasiones uno tenía la impresión de lograr una comprensión profunda de aquellas voces, lo que a su vez producía una fuerte y verdadera emoción, hasta el punto que uno podía terminar llorando mientras oía alguna experiencia, o alegrándose tras sentir que también otros estaban alegres, en algún lugar lejano.

Lamentablemente, recuerdo que por la precaria situación económica en que nos encontrábamos en ese entonces, mi madre debió vender aquella radio en que era posible sintonizar esas estaciones lejanas y yo tuve que dejar aquella afición.

Aun así, hasta el día de hoy sueño a veces con que escucho esas voces y la emoción me embarga entonces de la misma forma que antaño. De hecho, no creo haber podido experimentar nunca esa sensación escuchando hablar a personas en nuestro mismo idioma o en otro cuyas palabras me sean de alguna forma más accesibles.

Por supuesto, no acepto que me digan que se trata de una idealización infantil, como me han comentado alguna vez que he intentado contar esta impresión.

Y es que las emociones a fin de cuentas -y las comprensiones asociadas a estas-, no pueden catalogarse como falsas o verdaderas, como algunos pretenden hacer.

Las emociones son siempre verdaderas.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Como caen los imperios (apuntes)


*
No puedo evitar que me den asco las personas que en el supermercado llenan el carro con papel higiénico. No tanto por el papel higiénico en sí  –el asco no radica en su relación con la mierda-, sino más bien porque lo veo como un exceso, y tal vez, en el fondo, simplemente porque están llenando el carro.


*
Una chica hidropónica
vende lechugas hidropónicas
en un pequeño local hidropónico
hundido en el medio de la ciudad.

Lamentablemente, le digo,
no confío en el agua, siquiera,
de este sitio.


*
Una vez vi a un hombre volar
a toda velocidad
por el borde de un edificio
hasta que se reventó, sin más, 
en el pavimento.


*
Un día se enfrentaron en el pueblo
los que odian
contra los que aman.

Entonces vimos
que tenían más rabia los que aman,
cuestión que por lo demás
vino a sorprender a la mayoría
de nosotros.

Finalmente, los que aman,
recorrieron victoriosos el pueblo
y colgaron en la plaza central
los cadáveres de los vencidos
quienes no objetaron, ciertamente,
su derrota.


*
Poco antes que empezara el espectáculo,
en medio de la multitud,
ocurrió de pronto que todo el mundo dejó de hablar
y comprendimos que se trataba
de un minuto de silencio.

También callamos, por supuesto,
en ese entonces,
aunque nunca supimos para quién.

martes, 14 de noviembre de 2017

El doctor lo recomendó.


I.

El doctor me recomendó ducharme con agua helada a las doce de la noche.

Eso dijo y luego se rio.

Finalmente, señaló que no era doctor y que olvidara su  recomendación.

Por suerte, yo descubrí fácilmente que mentía.

De hecho, bajo el agua fría, comprendí también que eso era lo habitual.

Todos mienten, comprendí.

Todos mienten.


II.

No es tan mala el agua fría.

Ni siquiera a medianoche, resulta tan mala.

Me refiero a que despierta y te obliga a seguir en pie, al menos unas horas.

Y claro, en esas horas puedes tú leer sin temor al cansancio o a que alguien te distraiga.

Además, bajo la ducha, nada oyes, salvo el agua.

Yo escuché una voz, sin embargo, una vez.

Pero se trataba de una voz que nada decía.


III.

Quince minutos, dijo el doctor, que debía estar bajo el agua.

Quince minutos, o lo que tardara en rezar once padrenuestros.

Como no uso reloj he tenido que rezar, pero casi siempre pierdo la cuenta.

Una vez, de hecho, Dios contestó, pero luego dijo que no era Dios y que no le creyera.

Por suerte, al igual que con el doctor, pude descubrir fácilmente que mentía.

Todos mienten.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Las llaves ya no sirven.


I.

Las llaves ya no sirven porque ella cambió la chapa.

Y claro, además hay que agregar que él, esa noche, se encontraba borracho.

Por lo mismo, decir que se demoró una hora en entender que las llaves no servían, no es un tiempo tan malo.


II.

Yo miraba todo desde mi casa y en un principio quise grabar la situación.

Principalmente, porque pensé que las cosas se pondrían violentas, cuando él se diese cuenta.

Fallé en la predicción, pero igual la grabe a ella, asomándose por la ventana.


III.

Cuando se dio cuenta que ella cambió la chapa, él se quedó profundamente quieto.

Tenía la vista fija en sus llaves que habían pasado de golpe, a valer nada.

Entonces, de cierta forma, estoy seguro que él se sintió como una prolongación de sus propias llaves.


IV.

Pasaban los minutos y el hombre no se iba así que yo fui a prepararme un bocadillo.

Cuando volví, descubrí que el hombre no estaba y vi a la mujer hablando con una vecina.

Había salido al jardín y se veía nerviosa, mientras lloraba un poquito, al hablar.

La vecina que la acompañaba, en tanto, parecía alentarla diciéndole que había hecho lo correcto.

Y claro, como ya no había nada que ver, me di una ducha, y me acosté de inmediato.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Marcos llama a Javier.

"Yo no voy a adelantar nada.
Usted vea de qué va."
O. W.

I.

Marcos llama a Javier y le dice que venga urgente a su casa, en las afueras de la ciudad.

Javier no puede negarse pues no trabaja hace dos meses y Marcos lo sabe.

De hecho, Marcos es quien le presta dinero hace dos meses para que Javier pueda vivir sin trabajar.


II.

Por el camino Javier piensa que tal vez se trate de un trabajo.

O de una serie de favores que Marcos le pedirá a cambio del dinero prestado.

Sea como sea, lo cierto es que Javier está inquieto, y no sabe realmente qué va a pasar.


III.

Javier llega donde Marcos y lo encuentra algo eufórico.

De hecho, casi sin saludar, Marcos lleva a Juan hasta la parte de atrás de la casa y le pide que mire en el patio.

En el patio hay un oso pardo grande y gordo, tendido sobre el césped.


IV.

Marcos explica a Javier que aquel oso está ahí desde hace un par de días.

No se explica cómo entró, pero es probable que haya huido desde un circo.

De esto se habría dado cuenta Marcos ya que el oso se subió varias veces a la bicicleta de ejercicios que tenía en el patio, y sabía pedalear.


V.

Tras mostrarle algunas grabaciones, Marcos le pide a Javier que quiere que alimente al oso.

No solo tirarle comida sino acercarse un poco más, llenar un balde con agua e ir viendo cómo reacciona.

Obviamente puede tomarlo como un trabajo, al menos por un par de semanas, y dar su deuda por saldada.


VI.

Javier acepta, pero se demora más de un día en entrar completamente al patio y acercarse al oso.

Lo hace en un momento en que el oso parece dormido y está tirado en la parte más lejana del patio.

Entonces Javier llena el balde con agua y corre hasta la casa tras sentir que el oso despertaba.


VII.

Tres días dura esa rutina hasta que de pronto, Javier descubre que el oso no se encuentra en el patio de la casa.

Tras buscarlo, se entera que el perro de unos vecinos apareció muerto, con grandes heridas en el cuerpo.

Marcos y él deciden guardar el secreto y aguardar en la casa, por si regresa.


VIII.

Durante una semana Marcos y Javier esperaron a que el oso regresara.

Lamentablemente el oso no volvió, y Javier terminó regresando a la ciudad con un último préstamo de Marcos.

A pocos días de volver, Javier logró conseguir un buen trabajo y hasta intentó devolver parte de lo que Marcos le había prestado.


IX.

Meses después Marcos y Javier se reunieron y recordaron al oso.

Fue un recuerdo extraño pues ambos llegaron a dudar si realmente aquello había sucedido.

Del oso, además, no se supo nunca nada más y salvo el incidente del perro, nadie reportó nada nuevo que pudiese vincularse.

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