jueves, 16 de noviembre de 2017

Voces lejanas.


Pase cientos de horas, de pequeño, sintonizando radios lejanas.

Generalmente a solas, por las noches, mientras me llevaba a escondidas una radio hasta mi pieza.

Nunca supe bien por qué lo hacía, pero lo cierto es que no se trataba solo de radios lejanas, sino de emisoras que trabajasen en idiomas que me resultasen, mayormente ininteligibles.

Por lo mismo, no me quedaba tranquilo hasta poder sintonizar alguna radio rusa, palestina, sueca o de alguna otra región asiática que en el aquellos momentos ni siquiera sabía distinguir.

Así, una vez sintonizada la estación, podía pasar horas escuchando lo que decían cada noche, sin intentar traducir o distinguir palabras específicas, sino oyendo aquellas voces como si se tratase de música, que escuchaba para dormir.

De esta forma, recuerdo por ejemplo haber quedado maravillado tras encontrar, en alguna oportunidad, una radio aparentemente musulmana, en la que se podía distinguir una serie de voces de personas rezando fervorosamente mientras repetían una y otra vez las mismas frases.

Y es que si bien, decía antes, no había una distinción de los significados específicos escuchados, también es cierto que en muchas ocasiones uno tenía la impresión de lograr una comprensión profunda de aquellas voces, lo que a su vez producía una fuerte y verdadera emoción, hasta el punto que uno podía terminar llorando mientras oía alguna experiencia, o alegrándose tras sentir que también otros estaban alegres, en algún lugar lejano.

Lamentablemente, recuerdo que por la precaria situación económica en que nos encontrábamos en ese entonces, mi madre debió vender aquella radio en que era posible sintonizar esas estaciones lejanas y yo tuve que dejar aquella afición.

Aun así, hasta el día de hoy sueño a veces con que escucho esas voces y la emoción me embarga entonces de la misma forma que antaño. De hecho, no creo haber podido experimentar nunca esa sensación escuchando hablar a personas en nuestro mismo idioma o en otro cuyas palabras me sean de alguna forma más accesibles.

Por supuesto, no acepto que me digan que se trata de una idealización infantil, como me han comentado alguna vez que he intentado contar esta impresión.

Y es que las emociones a fin de cuentas -y las comprensiones asociadas a estas-, no pueden catalogarse como falsas o verdaderas, como algunos pretenden hacer.

Las emociones son siempre verdaderas.

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