jueves, 31 de agosto de 2023

Frutos.


Soñé que, si movía con cierta fuerza mi cabeza, desde ella caían frutos.

Igual que si fuese un árbol, aunque en el sueño yo seguía siendo yo.

En principio no me detuve, en el sueño, a observar cómo eran los frutos.

Los sentía caer, simplemente, y adivinaba por el sonido que hacían al caer, simplemente, cuál podía ser su peso y consistencia.

En este sentido, debo reconocer que mi atención estaba puesta en el movimiento que realizaba.

No demasiado brusco, intentaba, pero lo suficientemente fuerte como para que aquellos frutos que ya estaban maduros, pudiesen caer y no comenzaran a pudrirse entre mis inexistentes ramas.

Ahora bien, si me preguntan por la naturaleza de aquellos frutos, debo reconocer que la desconozco en lo absoluto.

De hecho, apenas podría decir que, por su sonido al caer, supongo que eran algo así como manzanas.

Ni muy pequeñas ni muy grandes, supongo, más bien del tamaño ideal para que cupiesen en las manos de un niño, si es que había alguno interesado en recogerlas.

Aunque debo confesar que, en el sueño, nadie estaba cerca mío, y los frutos simplemente caían junto a mí, sin que nadie los recogiese.

Así y todo, debo reconocer que aquello (en el sueño) no me preocupaba en lo absoluto.

Yo solo sentía que hacía lo que debía hacer.

Porque esa, de cierta forma, era la consigna.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Donas.


Conocí hace años a una chica fanática de las donas.

Por entonces, recién comenzaban a venderse masivamente en nuestro país.

Se habían instalado un par de cadenas comerciales que se especializan en ellas, pero también en comercios menores era cada vez más posible dar con ellas.

Y claro, ella recorría distintos lugares buscando descubrir algunas nuevas.

Extrañamente, ella las elegía, en principio, solo por su apariencia.

De hecho, una vez que la acompañé, me confesó que ni siquiera las comía, sino que se limitaba a observarlas y -si alguna de ellas lo ameritaba-, las fotografiaba bajo distintas luces y luego las regalaba.

De todas formas, no solo las contemplo, me dijo aquella vez, sino que las estudio.

Como no comprendí del todo sus palabras me explicó que, por ejemplo, estudiaba su textura, su densidad, y que incluso había abierto varias para observar su relleno, cuando tenían algún componente especial.

Me mostró varias fotos entonces, de donas rellenas de mermelada, crema, dulce de leche y hasta una rellena de una especie de gelatina hecha con yogurt y frutos rojos.

Esa prácticamente era perfecta, comentó, cuando me la enseñó.

Intrigado, recuerdo que le pregunté qué le faltaba a aquella dona para ser perfecta.

Ella no me contestó de inmediato, pero luego de un rato dijo una única frase, que por lo demás no explicó:

Le faltaba consciencia de sí misma, fue lo que dijo.

Luego de esa vez, por cierto, nunca volví a preguntarle sobre su afición.

Y ella -que yo recuerde, al menos-, tampoco volvió a hablarme de aquel asunto.

martes, 29 de agosto de 2023

¿Otros hobbies?


¿Otros hobbies, me preguntas?

Pues no sé bien qué decirte.

La posesión de miserias, tal vez.

Coleccionar formas de desgaste, de vez en cuando.

Nombres no dichos.

Escalas sin peldaños.

Costuras descocidas.

No me veas así, solo escucha:

Son alegres estas cosas cuando las miras con afecto.

Piensa por ejemplo en platos vacíos y quebrados.

No en la suciedad, no en la grieta…

Piensa en ellos únicamente con afecto.

Aceptando lo que son, me refiero.

En este caso: platos vacíos y quebrados.

No digo que los guardes ni que inicies colección alguna.

Tampoco que repares, por cierto.

Solo busco que comprendas, si es que quieres.

Recuerda además que fuiste tú, quién comenzó a hablarme sobre hobbies.

Ahora el tema está instalado.

Tú me hablas, sin embargo, como si buscases minerales sin valor.

Con ese tono, me refiero.

Como un minero incrédulo que desciende por la mina con un libro en una mano.

Solo oscuridad encontrarás.

Ni siquiera eco, si tu voz no alzas.

¿Otros hobbies, me preguntas?

Pues tal como al inicio no sé bien qué decirte.

La posesión de miserias tal vez.

La tuya incluso, si es que aceptas entregarla.

Puedes confiar, sin dudar, en lo que digo.

No busco hacerte daño.

lunes, 28 de agosto de 2023

Jugamos a domesticar.


Jugamos a domesticar para hacer un jardín o un parque.

Luego vamos a jugar, en él, también domesticados.

Caminamos por él, siguiendo los senderos.

Dejamos a otros las labores esenciales; nosotros observamos.

Botamos la basura en los contenedores correspondientes.

Nos informamos sobre el tiempo atmosférico.

Ponemos nombres a árboles y plantas.

De esa forma domesticamos.

No domamos; no es lo mismo.

Evitamos la violencia, en nuestros juegos.

Nos alejamos del enfrentamiento.

Festejamos entonces éxitos moderados.

El festejo también se domestica, por supuesto.

O al menos la forma en que se expresa ese festejo.

Seamos sinceros.

Pocas veces la alegría es plena, pero nos mostramos conformes.

Fingimos olvidarnos que corría el río por donde ahora avanzan nuestros pasos.

La familia.

El trabajo.

El dinero.

Todo en porciones sugeridas.

Da lo mismo qué nombremos, hasta Dios, de existir, debe estar domesticado.

Algunos lo pasean colgados del cuello o creen hacerlo.

Ese es otro juego al que a veces jugamos.

El grito incluso es aceptable a ciertos decibeles.

El matar en guerras o en defensa propia.

Y hasta el amar, probablemente, si es que también somos amados.

Dicen que lloverá antes que llueva, pero temen hablar de otras certezas, a las que estamos obligados.

Jugamos a domesticar, en definitiva.

La voz incluso y las palabras:

¡Qué asco…!

domingo, 27 de agosto de 2023

Hablar con Singer.


Resulta extraño, pero en “El corazón es un cazador solitario”, la mayoría de los personajes pasan a hablar con Singer, de igual forma que los autos de fórmula 1 pasan a los pits. Cambian ruedas, se cargan de bencina y hasta de vez en cuando alguno va simplemente para hacer rugir el motor e intentar ajustarlo, de cierta forma.

Parte de esa extrañeza, que mencionaba en un inicio, se debe principalmente a que Singer es mudo, cuestión que en vez de dificultar su vínculo parece potenciar su capacidad de comprensión hacia los otros personajes. Esto al menos desde la perspectiva de los otros, por supuesto, quienes además creen ver en Singer alguien cercano a sus propias convicciones, interpretando su silencio, digamos, a partir de las características que les resultan más “convenientes”.

Tal vez sea aquello lo que me llevó, en su momento, a diseñar un juego de mesa basado en el libro, en el cual cuatro jugadores (los cuatro personajes que recurren a Singer de manera más asidua a lo largo de la novela) persiguen sus propios sueños en sus andanzas por el pueblo, debiendo pasar a la habitación de Singer como requisito fundamental, para obtener la voluntad o convicción necesaria para poder seguir y alcanzar sus propósitos (cada uno de ellos muy distinto, por cierto).

Lo triste del juego, sin embargo, es que por más que intenté idear una forma para jugar con Singer no logré dar con ella. No supe qué a ver para que este personaje pudiese siquiera aspirar a superar sus propios problemas (su soledad, mayormente), y no vagara simplemente por el pueblo o estuviese en su propia habitación, en los distintos momentos del juego. Todo esto con tal de evitar el suicidio de este personaje que ocurre hacia el final de la novela (y que marca el final del juego de mesa, por cierto).

Por lo mismo, quién tenga una idea clara de cómo jugar con ese personaje (desestimando que la solución a sus problemas sea la liberación a tiempo de su amigo Antonapoulos), ojalá pueda compartirla.

Y es que solo así, en definitiva, el sentido del juego (y su sentido de justicia) estará completo.

sábado, 26 de agosto de 2023

Parió con dolor, pero eso es lo de menos.


Parió con dolor, pero eso es lo de menos.

Lo importante es que parió a tres.

Tres al mismo tiempo, me refiero.

Tres que incluso venían enredados entre sí, y con algunas complicaciones.

Complicaciones superficiales, es cierto, pero complicaciones al fin.

Uno, por ejemplo, tenía tres dedos de una mano pegados en el cuerpo de otro.

Ese otro, apenas había desarrollado una de sus orejas.

Y un tercero, para no ser menos, nació con uno de sus párpados cerrados.

Por lo mismo, apenas fue posible, hubo que someterlos a pequeñas cirugías.

Las operaciones no involucraban gran riesgo, es cierto, pero la madre igualmente se sentía desesperada.

Decía tener el presentimiento de que algo iba a salir mal.

El padre, en tanto, apenas reveló sus sensaciones.

Dijo algunas frases de rigor, por supuesto, e intentó tranquilizar a la madre, aunque sin éxito.

Afortunadamente, las operaciones de los tres niños salieron bien, y la doctora que las realizó les aseguró que no existiría complicación alguna.

Hasta dónde sé, sus vaticinios fueron certeros.

Es decir, uno de los niños murió a los ocho años en un accidente vehicular, pero obviamente su muerte no tuvo nada que ver con esas primeras operaciones.

Los otros dos han crecido normalmente y pronto cumplirán los catorce años.

Eso ocurrirá, por supuesto, si no hay una sorpresa prontamente.

La madre -quién sabe por qué-, sigue temiendo que eso ocurra.

viernes, 25 de agosto de 2023

En una cuenca como si fuese un ojo.


Vivir en una cuenca como si fuese un ojo.

Sin saber si al lado hay otra cuenca u otro alguien que vive como un ojo.

Vivir en una cuenca observando, con el espacio justo para acurrucarse en ella.

No para no salir.

No para protegerse.

Vivir en una cuenca más bien para ser como el agua que se aposa en la palma de una mano.

Para ser bebido, tal vez.

Para quitar la sed.

O para que lo que observo pueda llegar a reconfortar, alguna vez, a alguien.


Vivir en una cuenca como si fuese un ojo.

Como si mi función estuviese dada únicamente por una acción.

Como si todo mi cuerpo se fundiese en un único órgano que ha logrado encontrar su sitio.

Y mi existencia, de esta forma, también lo encontrara.


Vivir en una cuenca como si fuese un ojo.

Y como si al serlo descubriese, de paso, quien soy.

Como si al observar me observara en medio de aquello que contemplo.

Y como si aprendiese de mí, de esa forma.

En una cuenca.

En un espacio que no es propio, pero que aprendes a hacer propio.

Como si fuese una forma válida (y honesta) de habitar el mundo.

jueves, 24 de agosto de 2023

Otra costumbre extraña.


Otra costumbre extraña.

Limpiar la casa para las visitas.

Triste más bien, en vez de extraña.

Limpiarla para otros me refiero.

No para ella y no para uno.

Y además, ¿qué significa limpiarla?

Ocultar cosas, a veces, puede ser.

Disimular la forma de su uso…

Meterle la camisa dentro del pantalón como a un niño.

Aunque ya no hay niños con camisa, por supuesto.

Y es que no me refiero aquí, aclaro, a quitarle suciedad.

O eso también, claro… pero no hablo de eso cuando digo limpiarla.

Una vez intenté explicárselo a las visitas.

Hice espacio en un sillón, traje una silla desde mi escritorio, y me dispuse a hablar de aquello.

Apenas iban diez palabras cuando noté que las visitas estaban incómodas.

Pueden hablar abiertamente, les dije, o si quieren no hablar.

Pero si me preguntan les diría que no limpiaran su lenguaje, así como yo no he limpiado (para ustedes) esta casa.

Las visitas se miraron entre sí, aquella vez.

Sonrieron y bromearon por un rato, hasta que poco después me dijeron que fuéramos mejor a otro lado.

A un bar, tal vez, me dijeron, o incluso a comer algo.

Guardé silencio en un principio y luego les mentí, diciéndoles que estaba de acuerdo.

También les dije que podían adelantarse y yo llegaría poco después.

Por supuesto no llegué.

Preferí quedarme en casa, limpiando.

miércoles, 23 de agosto de 2023

La luz no es luz porque se enciende.


La luz no es luz porque se enciende, sino porque se apaga. Porque deja de ser y entonces desdibuja lo que ha sido. Porque se presenta cuando ya no está. Porque nos habla con el eco de su voz que está hecha de sombra. Y porque su voz, al escucharla, ya no dice o dice nada.

La luz no es luz porque se enciende sino porque se apaga. Así es porque así ha sido. Descubrimos el sabor cuando tenemos hambre. Abrazamos el retrato del que ha muerto. Escribimos del amor en una lápida. Lo que sentimos solo es dicho cuando no sentimos. Dios existe porque ha muerto. Y mi nombre será dicho cuando sea tarde.

La luz no es luz porque se enciende sino porque se apaga. No lo dude, está bien dicho. Avancemos. No pensemos en el cuándo. Dicho esto, déjeme contarle que leí una vez sobre mongoles que arrancaban la piel sin matar al hombre. Creo que era un tipo de tortura. Observé incluso unas imágenes. Lo poco que sé de humanidad, confieso, lo aprendí mirándolas. Ni usted ni yo, por cierto, estábamos en ellas.

La luz no es luz porque se enciende, sino porque se apaga.

Admitámoslo ya: no nos hemos visto.

La luz no es luz porque se enciende.

martes, 22 de agosto de 2023

Guantes.


Compré guantes para el frío.

En una tienda los compré.

Guantes para mis manos -corrijo-, no directamente para el frío, aunque sí debido a él.

Disculpen.

Suelo complicarme, sin querer, con el lenguaje.

Lo importante en todo caso es que compré los guantes.

Sin probármelos lo hice, aunque era un único tamaño.

Son verdes y están hechos de algún tipo de lanilla, pero eso poco importa.

El caso es que ya en caso, un par de días después, saqué los guantes de la bolsa en que venían y me dispuse a utilizarlos.

Me calcé el derecho sin problemas, pero al ponerme el izquierdo algo me detuvo.

Y es que encontré ocupado un espacio para dedos.

Suena extraño, pero exactamente ocurrió así.

Fue en el espacio para el dedo anular, según recuerdo.

En él, tras investigar, descubrí que se encontraba ya dentro, otro dedo.

Me asusté.

No estaba borracho, puedo asegurarlo.

Por la noche, había dormido las mismas tres horas de siempre.

Igual, por si acaso, conté mis dedos.

Fuera de los guantes, los conté.

En ese aspecto, todo estaba en orden.

Hecho esto saqué el dedo que se encontraba dentro del guante.

El dedo ajeno, me refiero.

Era un dedo que me pareció femenino, con una pintada de calipso.

Un dedo que no supe distinguir si era de goma o real, en primera instancia.

Lo puse sobre la mesa y lo observé.

El dedo me apuntaba, como si me acusara de algo.

Sin palabras, por supuesto, me acusaba.

Como en una especie de funa, pensé.

Entonces, comprobé si estaba a solas en mi habitación.

Estaba claro que lo estaba, pero lo comprobé igualmente.

Cerré las cortinas.

Tomé un cuchillo.

Me acerqué hasta el dedo que estaba aún, sobre la mesa.

Pensé en decirle algunas palabras, incluso, antes de proceder.

No sé muy bien si se las dije.

De todas formas, nunca conocerán esas palabras.

lunes, 21 de agosto de 2023

Una línea recta entra a un bar.


Ocurre en una tarde lluviosa. Entra una línea recta a un bar. Antes que anochezca ingresa al bar la línea recta. Va directo hasta la barra sin mirar siquiera a sus costados. Llega hasta el lugar. Se sienta en un piso, medianamente alto. El barman la saluda. Es primera vez que ve a una línea recta entrar a aquel lugar. La escucha hablar. La línea recta pide una soda y un whisky. El barman toma nota y se los sirve. No parece en realidad muy animado. Probablemente su voz la decepciona. Me refiero a la voz con que ha hablado, esta vez, la línea recta. Y es que, si no estuviese viéndola, la voz bien podría ser de cualquier otra. Otra línea, ciertamente, o incluso de cualquier otra persona. Es entonces cuando la línea recta toma el vaso de whisky y se lo bebe de un trago. Como si solo fuese un punto, se lo bebe. Como si fuese un hecho indivisible, sin otras acciones de por medio. Ahora va por la soda. Sin siquiera un gesto ha levantado el vaso y lo ha bebido de igual forma. Como si fuese otro punto, simplemente. O dos momentos, más bien, que de pronto se han unido de la forma más breve. Así ocurre todo, piensa el barman en el bar. Lo piensa alegre, como si fuese un hecho recién creado y descubierto. Todo ocurre, por cierto, en una tarde lluviosa. Antes que anochezca.

domingo, 20 de agosto de 2023

Máscaras para niños.


En esa casa venden máscaras para niños.

No es un negocio formal, pero puedes ver las máscaras en las ventanas.

Están colgadas una a una, como expuestas en vitrinas.

También hay un aviso, con el precio, escrito en letra clara y uniforme.

Las máscaras son plásticas, coloridas y sencillas.

Una gran parte de ellas reproducen rostros de caricaturas, superhéroes u otros personajes similares.

La otras, en su mayoría, son máscaras de animales.

Tú pasas frente a ellas varias veces por semana.

Solo una vez, en ese tiempo, viste a alguien llamando a aquel lugar.

Era un hombre que iba con un niño.

Tras un rato, los atendió una mujer que llevó hasta ellos un grupo de máscaras.

Ellos las tomaron y observaron con cuidado.

Luego, al parecer, compraron una.

No alcanzaste a verla pues la metieron en una bolsa y se alejaron del lugar.

Días después, fuiste tú directamente a comprar una.

Eran pequeñas, comprobaste, y solo servían para niños.

La observaste largo tiempo, a solas, en la casa.

Con el tiempo fuiste por otras, sin dar explicaciones ni conversar más de lo necesario.

Elegiste siempre las de animales, hasta que se acabó la variedad.

Frente al espejo, observaste que tu rostro no se cubría, totalmente, con las máscaras.

Desconozco, sin embargo, que sensación o sensaciones te produjo todo aquello.

sábado, 19 de agosto de 2023

No una isla.


Aunque sobresalga desde el agua una roca no es una isla.

Aunque se posen pájaros en ella y hayan construido ahí sus nidos, no lo es.

No es una isla, aunque lleguen náufragos a refugiarse en ella.

Y aunque le hayan puesto un nombre y elijan llamarla como tal.


Lo discutimos varias veces, si recuerdas, hace un tiempo.

Una isla involuntaria, propusiste, para negociar.

Entonces yo expliqué que no era cuestión de nombres ni de superficie, ni de voluntades.

Toda existencia se trata siempre de otra cosa, te dije.

Pero preferiste no entender.

O fingiste hacerlo.


No.

Una roca en medio del mar no es una isla.

Ni aunque la cubramos de tierra pasaría a ser algo así.

No por habitarla ni deshabitarla ha de cambiar su esencia.

Lo que pasa es que prefieres olvidar lo que ya sabes.

Simplificar las cosas, digamos.

Renunciar a ellas sin pelear en lo absoluto.


Yo, por otro lado, no sé olvidar lo que ya sé.

No lo digo con orgullo, sino con el desgaste de vivirlo de esa forma.

Una y otra vez he nadado hasta la roca y puedo dar fe de lo que digo.

Qué más quisiera yo que fuera isla…

Qué más quisiera yo.

viernes, 18 de agosto de 2023

Masticas la voz, en la boca.


Masticas la voz, en la boca. La masticas, pero no la tragas. Queda ahí. Sonando una y otra vez con las mismas palabras. Estas últimas, por supuesto, ya no están en la boca. Las has expulsado como chicles sin sabor. En cambio, abusas de tu voz porque es como carne. Se desgasta en tu boca como una lengua que no te pertenece. Carne que no sangre, pero que no sabes bien si aún vive. O si vivió, lejana, en algún otro momento.

Desespera así oír tu voz. Observarla retorcerse dentro de tu boca. Te has decidido a no tragarla ni escupirla. Has escogido mantenerla ahí, como si cargases siempre un hijo muerto. Yo te observo entonces y pienso esto que ahora digo. Y de paso me molesto. Me enojo por la forma en que decides vivir tu voz. Cargarla. No dejarla ir aunque se pudra ahí dentro. Esa no es forma de hablar ni de hacer silencio, te digo. No es forma.

Alguien más violento la habría arrancado de cuajo. O te habría llenado la boca de otras cosas para obligarte a expulsarla. Relojes, tierra… Montones de papeles con tus propias palabras transcritas. Nada que no te pertenezca, en definitiva. Solo entonces, ahogada, habrías accedido tal vez a seguir otro camino. A vaciarte de una vez. O a ser ojos, entonces, más que boca. Pero claro… elegiste en cambio masticar la voz. Una y otra vez, masticarla. Aguanta así, hasta que puedas.

jueves, 17 de agosto de 2023

Y a pesar de todo es un lindo día.


-Y a pesar de todo, es un lindo día -dijo M.

-¿Por qué a pesar de todo? -preguntó D.

M. no contestó, pero eso a D. no pareció molestarle en lo absoluto.

No se percibía tensión en el ambiente.

Todo parecía estar en calma.

Estaban observando por una gran pared de vidrió que había en el edificio.

Como se encontraban en un piso alto podía verse toda la ciudad, hasta el río.

-Es extraño que no pueda verse más allá del río -dijo entonces M.

-¿Cómo…? -preguntó D.

-Desde aquí… -explicó M.-, no sé si es pro el ángulo o simplemente es por la distancia… pero todo parece verse nítidamente hasta donde comienza el río, pero más allá no logro distinguir nada… ¿te ocurre lo mismo a ti?

D. observó hacia donde M. indicaba.

Vio la ciudad, las calles, y el parque que llegaba hasta el río.

Pareció esforzarse por ver un poco más allá.

-Es cierto -comentó entonces-. Nunca me había fijado, pero no se ve nada claro… tal vez sea el reflejo… por la luz, me refiero…

-Puede ser -admitió M.-. Puede ser.

Guardaron silencio unos segundos.

Sabían que pronto deberían retornar a sus puestos, así que cambiaron un poco su actitud.

Respiraron hondo, acompasadamente.

Justo cuando exhalaron sonó la alarma que indicaba que debían regresar.

Se miraron brevemente y sonrieron.

De inmediato -y en direcciones contrarias-, cada uno regresó a su puesto de trabajo.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Un percance doloroso.


Un niño con una cabeza desmesuradamente grande murió aquella noche.

Sin duda fue, para sus cercanos, un percance doloroso.

Aunque también, por otro lado, era un desenlace totalmente esperable.

Y es que ocurrió, aquella muerte, dentro de los plazos previamente establecidos.

Nadie les mintió sobre el asunto ni tampoco generaron en ellos esperanzas falsas.

Aquella noche, por tanto, simplemente se había liberado un dolor que era esperable.

Se había ejecutado una sentencia que ya había sido dictada.

No sabemos quién la dictó ni que con qué propósito.

Siempre desconocemos esas cosas.

Así también, desconocemos una palabra más exacta para nombrar el tipo de dolor, que se había liberado aquella noche.

Si alguien preguntaba (me advirtieron), yo solo debía decir que había ocurrido un percance doloroso.

Nada más debía agregar, aunque insistieran.

Nadie insistió, por cierto, aquella noche.

De hecho, nadie siquiera preguntó.

Yo estuve atento, esperando las consultas, pero la noche resultó ser indistinta de otras noches.

Al menos para aquellos que nada preguntaron.

Fui yo al final, por propia iniciativa, quien intentó averiguar un poco más.

Fue así que me enteré de la muerte de aquel niño con la cabeza desmesuradamente grande.

Pregunté su nombre, pero me dijeron que no tuvo.

Solo fue un percance doloroso.

martes, 15 de agosto de 2023

La cabeza de Orfeo.


Una fábrica cerrada.

Un puente desde el que se ha lanzado alguien.

Una anciana llorando en el baño de un museo.

Nada ocurre, ya ves.

O lo que ocurre es que todo son historias, dice alguien.

Una imagen borrosa, poco práctica.

Dos hombres de espaldas, que se alejan.

Un trueno que apenas se escuchó.

Lo que ocurre es que ha llovido mucho, nada más.

Eso es siempre o que ocurre.

Una piedra al centro del charco.

Una ventana quebrada.

La cabeza de Orfeo, en las manos de Eurídice.

Lo que ocurre es que vivimos en mundos diferentes, te dicen.

Y ahora vienes tú, y has comenzado a mezclar las historias.

¡Cuánto atrevimiento…!

Es como la historia del tipo ese que inventó el jabón líquido.

Dicen que intentaba hacer un pegamento.

Trabajaba en un museo, haciendo reparaciones en madera.

Siempre comía huevos duros a la hora del almuerzo.

Una vez, según cuentan, encontró a una anciana llorando en el baño.

Intentó hablar con ella, pero la mujer era holandesa.

Y además sorda.

Vestía el uniforme de trabajo que usaban las obreras de una fábrica cercana.

Ella tenía una cabeza sobre el regazo, aunque no era Eurídice.

Cuando joven -supimos después-, ella se había lanzado desde un puente.

Tampoco, esa vez, logró su cometido.

lunes, 14 de agosto de 2023

Una pequeña porción del mundo que está en llamas.


Siempre una existe una pequeña porción del mundo que está en llamas.

No porque quiera estarlo, me refiero, sino por algún tipo de incendio o catástrofe natural.

Lo de la porción del mundo en llamas, por cierto, lo dije como un dato racional que debería ser investigado.

No como una metáfora o como una frase para adornar un texto.

Me gustaría aclarar esto.

Para convencerme y convencerlos de aquello me puse a investigar y descubrí que era cierto.

Cuantificablemente cierto.

No es una gran porción, ciertamente, pero una porción que existe.

Y eso basta para que sea cierto.

En números, el promedio de esa región en llamas es bastante menor a la mitad del cero coma uno por ciento.

Lo descubrí en internet, e incluso encontré una aplicación que mostraba en vivo, qué regiones del mundo se encontraban en esa condición.

En el instante en que escribo esto, por ejemplo, aparecen pequeños puntos señalando incendios en Nigeria, Ciudad del Cabo, Noruega, Brasil… y hasta uno pequeño, en Alaska.

Sí, ni siquiera las zonas que creemos más frías se salvan de los incendios.

En el mapa se ven minúsculos, por cierto, pero son incendios de gran magnitud en el lugar de origen.

Incendios que, podríamos decir, son considerados como una desgracia.

Así y todo, las regiones en llamas son tan pequeñas en relación con el total, que algo en mí me lleva a desestimarlas.

Y a pensar incluso que son insuficientes.

Así no vamos a llegar nunca a ningún lado, me digo.

Juro que todo lo que he dicho, es cierto.

domingo, 13 de agosto de 2023

Imágenes.


Durante el viaje se sacó fotos sobre un elefante, sentada al lado de un tigre y con una cobra en el regazo. También tenía otras en un santuario con monos, en un aviario y hasta con un pequeño canguro en sus brazos. Las publicó todas juntas, el mismo día, luego de su regreso. También había otras fotos, por supuesto, pero en la gran mayoría posaba con algún animal. En ellas siempre tenía, más o menos, la misma expresión. Yo mismo, años atrás, le había tomado algunas fotos y había notado que posaba de esa forma. Se lo había comentado, de hecho, pues me parecía algo poco natural, pero ella no se lo tomó a bien. Recuerdo que discutimos esa vez y me acusó de criticarla siempre y no reconocer su naturalidad. Se expresión auténtica, creo que dijo. Ahora, años después, tras volver a encontrarme con esa expresión, algo pareció activarse en mí al verla. Una sensación molesta, debo reconocer, algo violenta, incluso. De total rechazo. No necesariamente hacia ella, en todo caso, sino más bien hacia mí, por no darme cuenta que ella no estaba dispuesta a revelar nada más allá de aquella “expresión auténtica”. Entonces, volví a repasar por última vez sus fotos. Fijándome en los animales, esta vez. Algunos de ellos habían mirado directamente hacia la cámara. Observé sus ojos antes de salir. Antes de abandonar para siempre, digamos, aquellas imágenes.

sábado, 12 de agosto de 2023

Descender de aquella nave.


I.

No tenía botones el mando de la nave.

Ni botones, ni mecanismos ni nada que pudiese asociarse a un sistema de manejo.

Sin embargo, dos de ellos -a quienes llamaban pilotos-, estaban sentados frente a una mesa vacía, como esperando a que les sirvieran algo.

-¿Qué esperan esos dos? -recuerdo haber preguntado entonces.

Y claro, fue entonces que me dijeron que esos eran los pilotos, y que estaban en mitad de su trabajo.


II.

La nave apenas vibraba.

Desde dentro, incluso, no parecía realmente una nave.

Me refiero a que no sentías que te desplazabas, o que te dirigías realmente hacia algún otro sitio.

De hecho, dudé bastante tiempo respecto a dónde me encontraba.

-Sabes donde estás, no finjas -me dijo entonces uno de ellos.

Era cierto.

De cierta forma sabía incluso por qué y para qué, me encontraba ahí.


III.

Recuerdo que intenté dormir, durante la etapa final del viaje.

Les comenté que estaba cansado y uno de ellos me llevó hasta una litera, en la que me acosté.

Era metálica, pero parecía estará a una temperatura agradable y extrañamente resultaba cómoda.

-Antes de dormirte elige tres cosas de las que quieras acordarte -me dijo entonces uno de ellos.

Yo elegí los pilotos, la litera y una tercera cosa que ya olvidé.

Poco después, supongo, descendí de aquella nave.

Y aquí estoy.

viernes, 11 de agosto de 2023

¿Te han hablado de los anchos ríos?


I.

¿Te han hablado de los anchos ríos?

No es seguro, pero probablemente lo hayan hecho.

Después de todo, la mayoría de nosotros conocemos a alguien lo suficientemente mayor como para hablarnos de aquello.

Ríos anchos, caudalosos, inquietos… como un mar con dos orillas.

Esa era la clave, supongo: la tentación de la otra orilla.

Esto se demostraba pues de vez en cuando alguien intentaba cruzarlos.

A nado, me refiero.

Intempestivamente, según cuentan, algunos se lanzaban a ello.

Sin mucha preparación, probablemente, pero con una determinación que parecía suplir otras falencias.

Nadaban entonces con todas sus fuerzas para llegar a la otra orilla.

Casi nunca lo lograban.


II.

Cuando me cuentan estas historias no solo me cuesta imaginar los ríos anchos.

No sé a ustedes, pero a mí, lo que más me cuesta es imaginar lo que se siente, al contemplar la otra orilla.

A imaginarla, distinta, me refiero, más allá de las aguas.

Podría concluir, en este sentido, que ya no somos tan ingenuos.

¡Una lástima, después de todo…!

Una lástima pues esa misma ingenuidad habría corrido en nosotros como otro extraño río.

Y eso, al menos, nos habría mantenido en movimiento.

Con un poco de suerte, incluso, nos habríamos arrojado los unos, en los otros.

Tal vez con eso -y poco más-, habría sido suficiente.

¿Te han hablado de los anchos ríos?

jueves, 10 de agosto de 2023

Apostar después de la pérdida.


Había tomado la idea de un par de autores.

Poco importa cuáles.

Lo importante es que ellos lo habían explicado seriamente y a él, más allá de algunos reparos, le pareció sensato.

La idea consistía en ir a apostar a los caballos luego de asistir a un funeral.

No a un funeral cualquiera, por cierto, sino a uno de alguien que te haya importado.

Familiar directo, idealmente, aunque de igual forma podía tratarse de amigos, vecinos, parejas o ex parejas, dependiendo en parte del impacto causado en el futuro apostador.

Así, mientras más fuerte era el impacto emocional producido por la pérdida, más era la sensatez, tranquilidad y pericia, que el deudo adquiría al escoger caballos ganadores.

Poco importa si sus elecciones eran tomadas a partir de la información dispuesta o por una visualización directa de los caballos antes de comenzar a competir, pero lo cierto es que las elecciones resultaban -al menos en su mayoría- acertadas.

Lo comprobó después de dos experiencias fúnebres y varias apuestas de prueba.

Según nos explicó, no se trataba de una intuición ni un conocimiento adquirido, sino de un “estado de claridad distinto”, donde podías de cierta forma adelantarte al fracaso y al éxito de esos animales, uniendo unas cuantas piezas.

No era el monto ganado, por cierto, lo importante, sino el estado de claridad, que parecía desvanecerse completamente pasados un par de días.

Así fue como lo dijo:

-Me importa una mierda ganar dinero, pero después de una pérdida puedo ver clarito cómo y hacia dónde se dirigen cada una de las cosas vivas…

Lo decía tan seguro que creí en cada una de sus palabras.

Finalmente -como por ese entonces aún no había perdido a nadie, de forma definitiva-, decidí copiarle simplemente su cartola de apuestas.

Luego aposté, por supuesto.

Y poco importa qué ocurrió.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Pasa.


Fue con su familia de paseo a una granja.

Él, su esposa y tres niños, para ser exacto.

La granja estaba ubicada en las afueras de Santiago y cobraba una módica suma, por las visitas.

En la granja, entre otros animales, criaban avestruces.

Tenían en un par de corrales, cerca de cincuenta de estos animales.

Ya en el lugar, él se mostraba un poco nervioso, extraño…

Su esposa señaló después que él estaba hablando a un volumen más alto que el habitual, que iba muy inquieto de un lugar a otro y que buscaba acercarse, bromear y tocar a los animales apenas le era posible.

Incluso los niños, según su testimonio, habrían preguntado qué le ocurría a su papá.

Fue entonces que, en medio del recorrido, él se metió dentro de uno de los corrales de avestruces, subiéndose rápidamente por el cercado y cayendo en su interior, causando gran alboroto.

Las grabaciones que muestran el hecho, por cierto, son algo tardías.

Solo registran el final del ataque de los avestruces, pero según los testimonios recogidos, no dan cuenta de las actitudes del hombre, contra las aves, al ingresar en el lugar.

Como el hombre murió, lamentablemente, como consecuencia de las numerosas y violentas patadas que recibió en el cráneo, el hecho cobró revuelo y apareció en las noticias durante varios días.

La granja fue cerrada (al parecer recibía visitas sin contar con permisos oficiales) y debieron pagar una multa asociada mayormente a la recuperación sicológica de la familia del hombre fallecido, que quedó gravemente afectada.

Uno de los niños, incluso, dejó de hablar durante casi seis meses. Aunque luego se recuperó.

Cuatro años después la mujer volvió a casarse, y ella y los niños dejaron simplemente de hablar de lo ocurrido.

Cuando digo lo ocurrido, por supuesto, me refiero al asunto del hombre y los avestruces.

Lo que tiene que pasar, pasa, dijo un tío, como único comentario cuando le conté ocurrido.

Yo no supe qué agregar.

martes, 8 de agosto de 2023

Es cierto, de cierta forma.


Es cierto, de cierta forma. Puedo aceptarlo. Me dicen que esté tranquilo, que no guarde rencor, que en realidad lo dijo sin pensar. Yo los escucho y acepto sus palabras, por supuesto. Les aclaro incluso que pienso igual que ellos, solo que lo expreso de otra forma. No alcanzó a disfrazarlo, les digo. Mostró lo que sentía y está bien. No alcanzó a ocultarlo tras palabras que echaran sombras sobre aquello. Les repito, por lo mismo, que está bien. Les aclaro que no guardo rencor. Estoy tranquilo. De hecho, prácticamente, no recuerdo lo ocurrido, les digo. Ellos observan entonces, pero entiendo que ponen en duda lo que digo. Se miran entre ellos y parecen decidir qué camino tomar a continuación. Por un lado, no quieren ponerme en duda, pero por otro, parecen estar seguros de que no he sido sincero. La situación es incómoda. Todos guardamos silencio. Mientras esto ocurre intento repasar lo ocurrido. La situación inicial que ha dado origen a todo esto. Así, tras un par de minutos, hasta yo he comenzado a dudar si lo que he dicho es cierto, realmente. Igual si quieren pueden pensar otra cosa, les digo. Creo que le están dando a todo demasiada importancia. Ellos inclinan la cabeza, levemente. Se ponen de pie. Si uno de nosotros se atreviese a sonreír todo cambiaría por completo. No lo hacemos, sin embargo. Aclaren algo, les reclamo. Digan algo antes de irse, que están dañando irremediablemente el texto. Nunca el daño viene desde fuera, dice uno, sin voltearse. Yo lo acepto.

lunes, 7 de agosto de 2023

Algunas lunas tienen otras lunas.


Algunas lunas tienen otras lunas.

No las llaman así por supuesto, pero eso es lo que tienen.

Sinceramente, desconozco si esas otras lunas tienen a su vez otras todavía más pequeñas y hasta qué punto la cosa sigue así.

De todas formas, he pasado largo tiempo pensando en aquello.

Y al hacerlo, lo confieso, sentí que realizaba una acción inútil.

Y es que aquello, no es algo que pueda llegar a descubrirse pensando.

Casi nada, por cierto, puede llegar a descubrirse de esa forma.

No importa si son lunas, vidas, sensaciones, ideas...

Eso es lo que ocurre, a fin de cuentas, con las cosas que giran.

Si no lo consideran de esa forma, no hay problema.

Puedo especificarlo, si quieren, todavía un poco más:

Eso es lo que ocurre con las cosas que giran, sin consciencia.

Sin saber que giran, me refiero.

Y sin reconocer, añado, en torno a qué es lo que giran.

Disculpen que sea tan enfático, pero estimo que es importante entenderlo.

Crear consciencia, digamos.

Y cuestionarnos sobre aquello.

En mi caso, al menos, hacerlo me ha servido para determinar algunas cosas.

Por ejemplo, determiné que -de alunizar alguna vez-, me gustaría hacerlo en una de las lunas de otra luna.

Más pequeña y menos principal, sin duda.

Sin mayor protagonismo.

Sin causar revuelo.

Alunizar ahí, en definitiva, y borrar las huellas tras cada paso.

Finalmente volver, si se puede, a descender.

domingo, 6 de agosto de 2023

Karma-Cola


Estaban todos expectantes del lanzamiento de la nueva bebida.

Habían realizado una gran campaña publicitaria y ahora el momento del lanzamiento.

Yo también estaba ahí, por supuesto, pero no tan entusiasmado como los otros.

La bebida en cuestión se llamaba Karma-Cola.

Apenas entrabas en el lugar te entregaban una individual, en envase de vidrio, cerrada.

Según se veía en la publicidad, debías apoyar tus manos desnudas en la botella.

Envolverla, digamos, con las palmas de tus manos.

Entonces, solo después de unos segundos, podías abrirla.

Para el lanzamiento, sin embargo, lo ideal era que todos la abriésemos al mismo tiempo.

Por ello, te entregaban un pequeño destapador, y un animador daba instrucciones, desde un escenario.

Karma-Cola, se escuchaba, una y otra vez.

Bienvenidos al lanzamiento de la más especial de las bebidas colas.

Puede salirte amarga, picante, sabrosa o hasta con contenido laxante.

Es cuestión de karma, a fin de cuentas.

Karma-Cola: la bebida que revela el sabor que te mereces.

El lugar estaba repleto, y se acercaba el momento en que todos deberíamos abrir y beber de nuestra botella.

Fue entonces que la música cesó, cambió la tonalidad de las luces y se informó que el gran momento había llegado.

Debíamos destapar nuestras botellas y descubrir qué nos correspondía.

Qué habíamos sacado en limpio de todo esto.

Abrí la mía y me dispuse a beber.

Observaba a los otros, entre tanto, que ya destapaban sus botellas.

Si tuviese que describir lo que ocurrió después, diría simplemente que hubo gritos, desesperación y caos.

Con excepciones, por supuesto, pero mayormente ocurrió eso.

Por mi parte, tomé mi bebida de un solo trago y luego comencé a fotografiar.

Reía y lloraba, por cierto, mientras lo hacía.

La bebida funciona, me dije, algo eufórico.

La bebida funciona.

sábado, 5 de agosto de 2023

Éramos tres, pero yo conté cuatro.


Éramos tres, pero yo conté cuatro.

Luego entendí por qué.

Mientras tanto, caminábamos hablando de cualquier cosa.

Una conversación amable, distendida, en un día no demasiado cálido.

Estábamos en un parque.

Uno bastante grande, que se encuentra en la zona más acomodada de Santiago.

Entre las cosas de las que hablábamos se mencionó un libro de Hemingway.

Uno que yo desconocía, por cierto.

Lo mencionaron al pasar.

Dos de los cuatro, al parecer, lo conocían.

Yo les pregunté por él.

Me repitieron el título y hasta intentaron contarme la historia.

No debe ser de Hemingway, dije.

Nos detuvimos.

Me observaron con perplejidad.

Si es cierto lo que dicen, aclaré, no debe ser de Hemingway.

En vez de defender su postura me pidieron que me disculpara.

Me insistieron incluso recalcando que una disculpa, en ese instante, era lo correcto.

Es indispensable, dijo incluso uno de ellos.

Ustedes ni siquiera han leído a Hemingway, les lancé, molesto.

Entonces, el otro que estaba con nosotros (que no era yo, por supuesto, ni tampoco era parte del par que se había inventado aquel libro) comenzó a buscar el título del libro, con su celular.

No lo encuentro, comentó luego de un rato.

Eso no cambia nada, señaló otro de nosotros.

Y claro, fue entonces que yo volví a contar.

Solo entonces, a diferencia de ustedes, comprendí mejor aquella historia.

viernes, 4 de agosto de 2023

Un ciervo.


I.

Me contaron que viajó al extranjero únicamente para cazar un ciervo.

Al parecer, él siempre alegaba que acá, en Chile, con suerte podía dispararle legalmente a alguna liebre.

Me pidieron entrevistarlo a su regreso, para preguntarle sobre algunos proyectos.

La producción de una película, principalmente.

También sobre la publicación del último de sus libros.

El libro era una mierda, por cierto.

Como sabían que no me caía muy bien me advirtieron que lo del ciervo era simplemente una cuestión anecdótica.

No hay que darle mucho realce a eso, me dijeron.

Yo asentí.

Necesitaba el dinero.


II.

Nos juntamos en el mismo aeropuerto.

En el lugar también lo esperaba una chica, quien se acercó hasta mí.

Ella estaba enterada de la entrevista y me conocía desde la Universidad, según dijo.

Tomamos un café y un sándwich antes que él llegara.

Ella pagó.

No lo dijo directamente, pero se sobreentendía que estaba en una relación con mi futuro entrevistado.

No lo pregunte directamente y ella tampoco lo confirmó, pero al menos yo interpreté eso.

Él llegó poco después.

Nos saludó a ambos fríamente y me preguntó si realizaríamos ahí la entrevista.

Yo le dije que no, que había una reserva en una sala pequeña de otro restaurant, que estaba junto a la salida del aeropuerto.

Fuimos hasta allá.

Los tres, me refiero, fuimos hasta allá.


III.

Cuando lo entrevisté, él le pidió a la chica que esperara fuera.

No serán más de veinte minutos, le dijo.

Luego pasamos, encendí la grabadora y le pregunté por el ciervo.

¿Qué ciervo?, dijo él.

Le expliqué lo que me habían contado.

Él me miró sin decidirse a contestar.

Puede que en parte sea cierto, dijo, luego de un rato, pero lo principal es algo mucho menos frívolo.

¿Menos frívolo que qué?, pregunté. No entiendo el parámetro.

Menos frívolo que tu pregunta, me contestó.

Ya, le dije.

Entonces él, sin esperar nuevas preguntas, me contó de la película.

Luego, me preguntó si quería que hablase también del libro.

No, gracias, contesté.

Como él me miraba esperando un argumento elegí entregarle uno.

El libro es una mierda, le dije.

¿Una mierda bajo qué parámetros?, preguntó él, notoriamente molesto.

Yo sonreí.

Le dije que probablemente ninguno de los dos quería perder tiempo en aquello.

Nos quedamos en silencio.

Segundos después, ambos nos pusimos de pie al mismo tiempo.

Salimos del lugar.

Mientras me despedía de la chica, él me preguntó:

¿Todo es por el ciervo?, cierto.

¿Qué ciervo?, preguntó la chica.

Yo me alejé de ellos.

Preferí no contestar.

jueves, 3 de agosto de 2023

Ni tú ni yo, ni menos juntos.


Ni tú ni yo, ni menos juntos.

Mejor digamos nadie.

Ahorremos tiempo y de paso ahorremos tinta.

Quien no escarbó en la tierra solo carne tiene, bajo sus uñas.

Tú eres, de cierta forma, aquella carne.

Aunque no quieras, eso eres, de cierta forma.

Ni tú ni yo, sin embargo, ni menos juntos.

Eso te digo.

Nadie puede acercarse a la verdad por otra vía.

En un cuaderno, por ejemplo, un niño dibuja un sol con líneas rectas.

Como si el sol fuera en realidad su luz y esta llegase hasta nosotros, de esa forma.

¡Pobre niño…!

Tuvo al día tan cerca que no alcanzó a ver nada.

Ni tú ni yo, por cierto, ni menos juntos.

Nadie en realidad, ha logrado ver mucho más que aquel niño.

¡Pobres todos, entonces!

Permanecemos oscuros, les digo.

Tan cercanos al día, pero tan lejanos del alba.

Mejor digamos nadie.

Una y otra vez digamos nadie.

Sin sufrir, pero honestamente, pues no hay otra forma.

Acariciémonos así: sin saber qué dolor o alegría acariciamos.

Así es la verdad, dicha con cariño.

Si no me crees, puedes preguntarle a otros, por supuesto.

Eres libre de hacerlo.

Sin embargo William Blake, te lo aseguro, no sabe exactamente de qué habla.

miércoles, 2 de agosto de 2023

No entras en el bosque para salir del bosque.


No entras en el bosque para salir del bosque.

O no piensas en eso al entrar, al menos.

No vas con sed a entrar en él, aunque probablemente lleves agua.

Y no volteas cada diez pasos para ver el origen del camino.

Poco importa todo esto, en todo caso, me dices.

Todo lo que dices, poco importa.

Pero lo dices sin decir, mientras avanzas.

Con paso apresurado, ciertamente, como si quisieras dejarte atrás.

Malas noticias traigo si es así: cargas contigo en el bosque.

Todo lo demás puede quedar fuera, pero seguirás cargando contigo.

Igual que ellos se despojan de sus hojas puedes despojarte de aquello que crees todo.

Sin embargo, el árbol no deja de ser árbol sin sus hojas, y tú tampoco dejas de ser tú.

Tras muchos bosques, te adelanto, eso es lo que aprendes.

Eso y unos cuantos nombres, y caminos… y el verdadero peso de ti mismo, si vas con suerte.

Una vez, por ejemplo, encontré en mitad del bosque a otro como tú.

Si le hubieses preguntado que llevaba te habría dicho que una cuerda y una antorcha.

Pero nada en él -y nada que él cargase-, iba realmente encendido.

No entras al bosque para salir del bosque, me dijo entonces, cuando me acerqué.

Igual que yo me acerco a ti, ahora, o casi igual.

La diferencia es que yo, aunque no lo notes, porto el fuego.

martes, 1 de agosto de 2023

Para quién están actuando.


No es para mí, supongo.

Pero en realidad no sé.

No sé para quién están actuando.

Y claro…

Como eso es algo que no sé, voy y se los pregunto.

Me acerco hasta ellos, tranquilo.

Y les pido luego unos segundos de atención.

¡Qué mierda quieres!, me dicen.

Y yo, entonces, se los pregunto cordialmente.

De forma amable, me refiero, sin dobles intenciones:

¿Para quién están actuando?, les digo.

Tras mis palabras, dos de ellos se observan entre ellos, fingiendo confusión.

Los otros dos se acercan a mí, amenazantes.

Siguen en sus papeles, pienso, mientras se acercan.

Probablemente son profesionales.

¿Crees que actuamos?, me pregunta uno.

¿Nos estás jodiendo, conchadetumadre?, lanza el otro.

Yo iba a responder, pero justo entonces me agarraron y empujaron hacia una pared.

Una pared que estaba detrás de mí, y que antes no veía.

De pura sorpresa sonreí y eso pareció molestarlos todavía más.

Luego de recibir el primer golpe me dijeron que repitiera la pregunta.

¿Para quién están actuando?, repetí.

Ellos se observaron.

Al parecer se molestaron todavía más.

Lo supe porque uno de ellos sacó una navaja y la apoyó en mi rostro.

Yo estaba contra la pared, mientras él presionaba.

Sentía un líquido caer, espeso, por una de mis mejillas.

La navaja debe estar expulsando un sucedáneo de sangre, me dije.

Comprendí entonces que yo, tal vez, también era parte de la escena.

Tras esto, vinieron otros golpes.

Puños y patadas que rebotaban contra mí, mientras me protegía junto a la pared.

Esta debe ser la cuarta pared, pensaba, mientras golpeaban.

Poco después, se detuvieron.

Yo estaba quieto, en el suelo, interpretando mi papel.

Ellos dijeron sus líneas y poco después se alejaron, hasta salir del escenario.

¿Para quién…?, volví a preguntar entonces, aunque ya no sabía a quién.

En el lugar, todo estaba oscuro y no lograba abrir mis ojos.

Lo último que pensé fue que el telón, probablemente, ya se había cerrado.

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