jueves, 10 de agosto de 2023

Apostar después de la pérdida.


Había tomado la idea de un par de autores.

Poco importa cuáles.

Lo importante es que ellos lo habían explicado seriamente y a él, más allá de algunos reparos, le pareció sensato.

La idea consistía en ir a apostar a los caballos luego de asistir a un funeral.

No a un funeral cualquiera, por cierto, sino a uno de alguien que te haya importado.

Familiar directo, idealmente, aunque de igual forma podía tratarse de amigos, vecinos, parejas o ex parejas, dependiendo en parte del impacto causado en el futuro apostador.

Así, mientras más fuerte era el impacto emocional producido por la pérdida, más era la sensatez, tranquilidad y pericia, que el deudo adquiría al escoger caballos ganadores.

Poco importa si sus elecciones eran tomadas a partir de la información dispuesta o por una visualización directa de los caballos antes de comenzar a competir, pero lo cierto es que las elecciones resultaban -al menos en su mayoría- acertadas.

Lo comprobó después de dos experiencias fúnebres y varias apuestas de prueba.

Según nos explicó, no se trataba de una intuición ni un conocimiento adquirido, sino de un “estado de claridad distinto”, donde podías de cierta forma adelantarte al fracaso y al éxito de esos animales, uniendo unas cuantas piezas.

No era el monto ganado, por cierto, lo importante, sino el estado de claridad, que parecía desvanecerse completamente pasados un par de días.

Así fue como lo dijo:

-Me importa una mierda ganar dinero, pero después de una pérdida puedo ver clarito cómo y hacia dónde se dirigen cada una de las cosas vivas…

Lo decía tan seguro que creí en cada una de sus palabras.

Finalmente -como por ese entonces aún no había perdido a nadie, de forma definitiva-, decidí copiarle simplemente su cartola de apuestas.

Luego aposté, por supuesto.

Y poco importa qué ocurrió.

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