lunes, 21 de agosto de 2023

Una línea recta entra a un bar.


Ocurre en una tarde lluviosa. Entra una línea recta a un bar. Antes que anochezca ingresa al bar la línea recta. Va directo hasta la barra sin mirar siquiera a sus costados. Llega hasta el lugar. Se sienta en un piso, medianamente alto. El barman la saluda. Es primera vez que ve a una línea recta entrar a aquel lugar. La escucha hablar. La línea recta pide una soda y un whisky. El barman toma nota y se los sirve. No parece en realidad muy animado. Probablemente su voz la decepciona. Me refiero a la voz con que ha hablado, esta vez, la línea recta. Y es que, si no estuviese viéndola, la voz bien podría ser de cualquier otra. Otra línea, ciertamente, o incluso de cualquier otra persona. Es entonces cuando la línea recta toma el vaso de whisky y se lo bebe de un trago. Como si solo fuese un punto, se lo bebe. Como si fuese un hecho indivisible, sin otras acciones de por medio. Ahora va por la soda. Sin siquiera un gesto ha levantado el vaso y lo ha bebido de igual forma. Como si fuese otro punto, simplemente. O dos momentos, más bien, que de pronto se han unido de la forma más breve. Así ocurre todo, piensa el barman en el bar. Lo piensa alegre, como si fuese un hecho recién creado y descubierto. Todo ocurre, por cierto, en una tarde lluviosa. Antes que anochezca.

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