viernes, 18 de agosto de 2023

Masticas la voz, en la boca.


Masticas la voz, en la boca. La masticas, pero no la tragas. Queda ahí. Sonando una y otra vez con las mismas palabras. Estas últimas, por supuesto, ya no están en la boca. Las has expulsado como chicles sin sabor. En cambio, abusas de tu voz porque es como carne. Se desgasta en tu boca como una lengua que no te pertenece. Carne que no sangre, pero que no sabes bien si aún vive. O si vivió, lejana, en algún otro momento.

Desespera así oír tu voz. Observarla retorcerse dentro de tu boca. Te has decidido a no tragarla ni escupirla. Has escogido mantenerla ahí, como si cargases siempre un hijo muerto. Yo te observo entonces y pienso esto que ahora digo. Y de paso me molesto. Me enojo por la forma en que decides vivir tu voz. Cargarla. No dejarla ir aunque se pudra ahí dentro. Esa no es forma de hablar ni de hacer silencio, te digo. No es forma.

Alguien más violento la habría arrancado de cuajo. O te habría llenado la boca de otras cosas para obligarte a expulsarla. Relojes, tierra… Montones de papeles con tus propias palabras transcritas. Nada que no te pertenezca, en definitiva. Solo entonces, ahogada, habrías accedido tal vez a seguir otro camino. A vaciarte de una vez. O a ser ojos, entonces, más que boca. Pero claro… elegiste en cambio masticar la voz. Una y otra vez, masticarla. Aguanta así, hasta que puedas.

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