lunes, 28 de agosto de 2023

Jugamos a domesticar.


Jugamos a domesticar para hacer un jardín o un parque.

Luego vamos a jugar, en él, también domesticados.

Caminamos por él, siguiendo los senderos.

Dejamos a otros las labores esenciales; nosotros observamos.

Botamos la basura en los contenedores correspondientes.

Nos informamos sobre el tiempo atmosférico.

Ponemos nombres a árboles y plantas.

De esa forma domesticamos.

No domamos; no es lo mismo.

Evitamos la violencia, en nuestros juegos.

Nos alejamos del enfrentamiento.

Festejamos entonces éxitos moderados.

El festejo también se domestica, por supuesto.

O al menos la forma en que se expresa ese festejo.

Seamos sinceros.

Pocas veces la alegría es plena, pero nos mostramos conformes.

Fingimos olvidarnos que corría el río por donde ahora avanzan nuestros pasos.

La familia.

El trabajo.

El dinero.

Todo en porciones sugeridas.

Da lo mismo qué nombremos, hasta Dios, de existir, debe estar domesticado.

Algunos lo pasean colgados del cuello o creen hacerlo.

Ese es otro juego al que a veces jugamos.

El grito incluso es aceptable a ciertos decibeles.

El matar en guerras o en defensa propia.

Y hasta el amar, probablemente, si es que también somos amados.

Dicen que lloverá antes que llueva, pero temen hablar de otras certezas, a las que estamos obligados.

Jugamos a domesticar, en definitiva.

La voz incluso y las palabras:

¡Qué asco…!

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