miércoles, 16 de agosto de 2023

Un percance doloroso.


Un niño con una cabeza desmesuradamente grande murió aquella noche.

Sin duda fue, para sus cercanos, un percance doloroso.

Aunque también, por otro lado, era un desenlace totalmente esperable.

Y es que ocurrió, aquella muerte, dentro de los plazos previamente establecidos.

Nadie les mintió sobre el asunto ni tampoco generaron en ellos esperanzas falsas.

Aquella noche, por tanto, simplemente se había liberado un dolor que era esperable.

Se había ejecutado una sentencia que ya había sido dictada.

No sabemos quién la dictó ni que con qué propósito.

Siempre desconocemos esas cosas.

Así también, desconocemos una palabra más exacta para nombrar el tipo de dolor, que se había liberado aquella noche.

Si alguien preguntaba (me advirtieron), yo solo debía decir que había ocurrido un percance doloroso.

Nada más debía agregar, aunque insistieran.

Nadie insistió, por cierto, aquella noche.

De hecho, nadie siquiera preguntó.

Yo estuve atento, esperando las consultas, pero la noche resultó ser indistinta de otras noches.

Al menos para aquellos que nada preguntaron.

Fui yo al final, por propia iniciativa, quien intentó averiguar un poco más.

Fue así que me enteré de la muerte de aquel niño con la cabeza desmesuradamente grande.

Pregunté su nombre, pero me dijeron que no tuvo.

Solo fue un percance doloroso.

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