martes, 22 de agosto de 2023

Guantes.


Compré guantes para el frío.

En una tienda los compré.

Guantes para mis manos -corrijo-, no directamente para el frío, aunque sí debido a él.

Disculpen.

Suelo complicarme, sin querer, con el lenguaje.

Lo importante en todo caso es que compré los guantes.

Sin probármelos lo hice, aunque era un único tamaño.

Son verdes y están hechos de algún tipo de lanilla, pero eso poco importa.

El caso es que ya en caso, un par de días después, saqué los guantes de la bolsa en que venían y me dispuse a utilizarlos.

Me calcé el derecho sin problemas, pero al ponerme el izquierdo algo me detuvo.

Y es que encontré ocupado un espacio para dedos.

Suena extraño, pero exactamente ocurrió así.

Fue en el espacio para el dedo anular, según recuerdo.

En él, tras investigar, descubrí que se encontraba ya dentro, otro dedo.

Me asusté.

No estaba borracho, puedo asegurarlo.

Por la noche, había dormido las mismas tres horas de siempre.

Igual, por si acaso, conté mis dedos.

Fuera de los guantes, los conté.

En ese aspecto, todo estaba en orden.

Hecho esto saqué el dedo que se encontraba dentro del guante.

El dedo ajeno, me refiero.

Era un dedo que me pareció femenino, con una pintada de calipso.

Un dedo que no supe distinguir si era de goma o real, en primera instancia.

Lo puse sobre la mesa y lo observé.

El dedo me apuntaba, como si me acusara de algo.

Sin palabras, por supuesto, me acusaba.

Como en una especie de funa, pensé.

Entonces, comprobé si estaba a solas en mi habitación.

Estaba claro que lo estaba, pero lo comprobé igualmente.

Cerré las cortinas.

Tomé un cuchillo.

Me acerqué hasta el dedo que estaba aún, sobre la mesa.

Pensé en decirle algunas palabras, incluso, antes de proceder.

No sé muy bien si se las dije.

De todas formas, nunca conocerán esas palabras.

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