sábado, 5 de agosto de 2023

Éramos tres, pero yo conté cuatro.


Éramos tres, pero yo conté cuatro.

Luego entendí por qué.

Mientras tanto, caminábamos hablando de cualquier cosa.

Una conversación amable, distendida, en un día no demasiado cálido.

Estábamos en un parque.

Uno bastante grande, que se encuentra en la zona más acomodada de Santiago.

Entre las cosas de las que hablábamos se mencionó un libro de Hemingway.

Uno que yo desconocía, por cierto.

Lo mencionaron al pasar.

Dos de los cuatro, al parecer, lo conocían.

Yo les pregunté por él.

Me repitieron el título y hasta intentaron contarme la historia.

No debe ser de Hemingway, dije.

Nos detuvimos.

Me observaron con perplejidad.

Si es cierto lo que dicen, aclaré, no debe ser de Hemingway.

En vez de defender su postura me pidieron que me disculpara.

Me insistieron incluso recalcando que una disculpa, en ese instante, era lo correcto.

Es indispensable, dijo incluso uno de ellos.

Ustedes ni siquiera han leído a Hemingway, les lancé, molesto.

Entonces, el otro que estaba con nosotros (que no era yo, por supuesto, ni tampoco era parte del par que se había inventado aquel libro) comenzó a buscar el título del libro, con su celular.

No lo encuentro, comentó luego de un rato.

Eso no cambia nada, señaló otro de nosotros.

Y claro, fue entonces que yo volví a contar.

Solo entonces, a diferencia de ustedes, comprendí mejor aquella historia.

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