Vas a la botillería, pero entras al peluquero.
Están al lado.
En la peluquería cortan el pelo a una señora.
Hablan sobre una serie de robos que ha habido en el
sector.
Frases hechas.
Pero claro... todo en el mundo son frases hechas.
Entonces pasan unos minutos y termina el corte de
la señora.
Le acercan un espejo por detrás de su cabeza.
Ella mira el reflejo del reflejo.
Parece conforme.
Oras pocas frases hechas.
Entonces se para, paga y se va del lugar.
Es tu turno.
Le comentas al peluquero que ibas a la botillería y
que ahora vas a cortarte el pelo.
Él te pone una cubierta plástica para proteger la
ropa.
Luego pregunta cómo quieres el corte.
Tú le dices que no sabes, que ibas a la botillería…
que no lo has pensado.
Mientras lo piensas él barre los pelos y los lleva
hasta atrás de la peluquería, en un sector que no se ve.
De chico te obsesionaba pensar qué hacían con todos
esos pelos.
A veces pensabas que tenían una especie de Dios, encerrado
en un lugar, al que alimentaban con pelos.
Entonces el peluquero te pregunta si ya sabes lo
que quieres.
En vez de contestar tú le cuentas lo que creías de
pequeño.
Lo del Dios venido a menos, que sale más arriba,
encerrado en un lugar.
Él te dice que no hay Dios.
No ese Dios, al menos, corrige.
El peluquero se sienta atrás, tranquilo, y comienza
a conversar.
Extrañamente, no parecen frases hechas.
Te pregunta si sabes qué le dijo Lázaro a Jesús,
luego que este lo resucitara.
Tú le dices que no sabes.
Entonces él te lo relata y vuelve a preguntarte qué
crees que habrá dicho Lázaro luego del “Levántate y anda”.
Tú repites que no sabes.
Por el tono en que lo cuenta, te suena como un
chiste.
Dijo “¿dónde?”, señala el peluquero.
Te demoras un poco en comprender.
Él no se ríe.
Tú tampoco.
Justo entonces salgo yo, desde el cuarto de atrás, todavía
con pelos en la boca.
Tomo unas tijeras, antes de que reaccionen.
Tú me miras con miedo.
El peluquero cree que se trata de una broma.
Yo mismo me sorprendo, pero comprendo finalmente, que este el
momento.
Frases hechas.
Dos hombres, en la botillería, son los primeros en
escuchar los gritos.
Él te dice que no hay Dios.
ResponderEliminarNo ese Dios, al menos, corrige.
(...)
Justo entonces salgo yo, desde el cuarto de atrás, todavía con pelos en la boca.
Tomo unas tijeras, antes de que reaccionen.
Tú me miras con miedo.