martes, 30 de enero de 2024

Tenía los ojos claritos.


Tenía los ojos claritos. Tan claritos que a veces no sabías si veía. No quiero decir con esto que fuese ciega o algo sí, sino que dudabas si en esos colores claritos podía fijarse realmente una mirada. Como si estuviesen llenos de un agua tan transparente que, en ella, no pudieses reflejarte.

Eso por supuesto, producía una sensación extraña. Al hablar con ella, me refiero. Y no era solo si te veía realmente o no, sino que comenzabas a dudarte de cómo mostrarte. De cómo hacer que te viera, con esos ojos tan claritos.

La conocí cuando era ella ya muy mayor. Creo que ya tenía bisnietos, por ese entonces. Yo podría haber sido uno de sus nietos, aunque eso no era lo importante. Lo importante eran siempre sus ojos claritos. Sus pasos seguros, pero frágiles. La forma en que le gustaba hablar de los sueños que tenía, sin contarlos realmente.

A mí, por supuesto, también me preguntaba por mis sueños. Lamentablemente, en mi intento por atraparlos y transformarlos en historias, no tenía mayor logro. Solía rendirme y decirle que los olvidaba, simplemente. O que no los sabía recordar.

Con el tiempo, sin embargo -luego que dejó de estar entre nosotros-, comprendí que ella me había enseñado cómo acercarme a los sueños, sin espantarlos, diciéndome (sin decir) que recordarlos era también un poco como reflejarse en sus ojos claros, en los que probablemente no me vi, pero sí fui visto.

Corrijo, antes de terminar, una imprecisión que escribí en el párrafo anterior. Nunca dejó de estar entre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales