Iba a contar algo de un recuerdo, que se fue mezclando con otras cosas y al final no se guardaron los cambios en el blog y cayó internet y se volvió a levantar y todo por excusarme de que esto quedó en verso y quizá está medio triste.
Ah, y no voy a dar explicaciones. Ahí les va.
Un huevo con dos yemas.
En ese tiempo me mandaban a comprar todo:
medio kilo de pan, una cebolla mediana
y a veces hasta me encargaban huevos,
si las cosas nos iban bien.
Y resultó una vez que las cosas nos fueron doblemente bien,
Porque al partir el huevo resultó que éste traía dos yemas,
grandes y brillantes como los dos soles de Epicuro,
aunque en ese entonces yo no sabía nada de Epicuro,
y el huevo simplemente reflejaba que las cosas iban a cambiar,
de ahora en adelante.
Entonces yo tomé el otro huevo y lo encerré entre las manos,
Y hasta me lo acerqué al oído como para oír si latían dentro dos corazones,
Y le aseguraré a mi madre que sí,
que en aquel venían también dos yemas,
y creo que la vi alegre
creyendo tanto en eso que hasta llamó a mi padre.
Fuimos los tres entonces los que vimos como ese otro huevo
Venía también con dos yemas:
Mamá sacándolas y poniéndolas sobre un puñado de arroz,
Como el sol cuando sale sobre la cordillera llena de nieve.
Papá tenía dos y yo una y ella una,
Claro que yo tenía en mi plato un poco más de clara
Que la que tenía mi madre.
Entonces, después de rezar y justo antes de que yo reclamase
Porque mi padre tenía dos yemas y yo sólo una,
Me percaté por primera vez de que el plato de mi madre
era siempre más pequeño.
Y hasta me fijé que siempre comprábamos dos huevos
(cuando las cosas iban bien)
Y a ella no le tocaba ninguno.
La vi luego hundir un trozo de pan en esa yema,
Y vi como la sangre de ese sol caía sobre el arroz
Y se impregnaba en la miga,
Y observé también como la luz de aquel sol
Iluminaba la cara de mi madre,
mientras nos miraba almorzar, junto a ella.
Así que, por favor,
no me digan que me entienden,
que me comprenden, o que me aman,
si no han vivido ese amanecer.
En ese tiempo me mandaban a comprar todo:
medio kilo de pan, una cebolla mediana
y a veces hasta me encargaban huevos,
si las cosas nos iban bien.
Y resultó una vez que las cosas nos fueron doblemente bien,
Porque al partir el huevo resultó que éste traía dos yemas,
grandes y brillantes como los dos soles de Epicuro,
aunque en ese entonces yo no sabía nada de Epicuro,
y el huevo simplemente reflejaba que las cosas iban a cambiar,
de ahora en adelante.
Entonces yo tomé el otro huevo y lo encerré entre las manos,
Y hasta me lo acerqué al oído como para oír si latían dentro dos corazones,
Y le aseguraré a mi madre que sí,
que en aquel venían también dos yemas,
y creo que la vi alegre
creyendo tanto en eso que hasta llamó a mi padre.
Fuimos los tres entonces los que vimos como ese otro huevo
Venía también con dos yemas:
Mamá sacándolas y poniéndolas sobre un puñado de arroz,
Como el sol cuando sale sobre la cordillera llena de nieve.
Papá tenía dos y yo una y ella una,
Claro que yo tenía en mi plato un poco más de clara
Que la que tenía mi madre.
Entonces, después de rezar y justo antes de que yo reclamase
Porque mi padre tenía dos yemas y yo sólo una,
Me percaté por primera vez de que el plato de mi madre
era siempre más pequeño.
Y hasta me fijé que siempre comprábamos dos huevos
(cuando las cosas iban bien)
Y a ella no le tocaba ninguno.
La vi luego hundir un trozo de pan en esa yema,
Y vi como la sangre de ese sol caía sobre el arroz
Y se impregnaba en la miga,
Y observé también como la luz de aquel sol
Iluminaba la cara de mi madre,
mientras nos miraba almorzar, junto a ella.
Así que, por favor,
no me digan que me entienden,
que me comprenden, o que me aman,
si no han vivido ese amanecer.
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