martes, 21 de septiembre de 2010

Tocar al leproso.

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Imagino una señalética para la idea de "No tocar al leproso". Y pienso por tanto cómo podría hoy en día dibujarse al leproso.

Eso hago mientras espero atención en una consulta a la que asistí porque al final no fue necesario mentir para no ir hoy al trabajo, y resultó que se me cerró la garganta esta mañana y apenas podía respirar en un momento así que bueno... decidí ir al doctor porque la picazón era dolorosa y estaba costando que pasase bien el aire.

Entonces, como la atención se demoraba, resultó que me robé un taco para notas y comencé a dibujar en él una serie de leprosos.

Al principio, sólo me preocupé de que ciertos rasgos o malformaciones fuesen notorias, pero se alargaba la espera y el conjunto de leprosos comenzó a cobrar un cariz distinto. Ya no se trataba solamente de dibujos al azar, o de imágenes icónicas para una señalética... cada uno comenzó a tomar rasgos distintivos y hasta una historia propia.

Al cabo de media hora resultó que ya tenía todo un ejército de leprosos de papel, dispuestos a atacar junto a mí si no me llamaban pronto, porque además la tos había vuelto y la picazón en la garganta aumentaba por ratos y fue entonces cuando tomé una decisión y me acerqué junto a mi ejército hacia el mesón central y comencé a poner sobre él, extendidos, cada uno de mis valientes soldados.

-Tengo un ejército de leprosos -le dije a la secretaria, entre tos y tos y pequeños ahogos- tengo un ejército de leprosos y no dudaré en usarlo.

La secretaria hizo entonces como que no entendía y me sonrió.

-No hable -me dijo- parece que le duele la garganta... el doctor ya debe estar por llamarlo y...

-Usted no me entiende -le dije a lo más adolescente- ¿no ve acaso a los soldados que la apuntan?

La secretaria miró entonces los papeles y tomó a uno de mis leprosos, y luego a otro y hasta dejó uno al revés, ocasionando mi primera baja.

-Usted no los toma en cuenta porque son leprosos -le dije- usted se cree limpia y sana y...

La tos no me dejaba hablar... Así que la secretaria me pasó otro taco de papel, para que escribiese lo que le quería decir.

Mis leprosos son mejores que cualquiera -le escribí con letras grandes- dejan algo de su cuerpo donde van y se aseguran de estar así en todos lados... ¡no saben no quedarse entre sus pasos!...

La mujer me apuraba con los papeles, pero yo quería terminar mis ideas así que no se los entregaba.

Ustedes los sanos -le escribía ahora- ustedes los sanos se creen seguros, llevan su cuerpo consigo como si fuera una mochila y se aseguran para que nada se escape de ella...

-¿No me quiere entregar lo que está escribiendo, señor...? ¿Quiere que le traiga un tranquilizante?

Apenas dijo eso le sujeté fuerte el brazo y fui terminando el último papel:

...ustedes se sienten seguros porque viajan siempre con la totalidad de sí mismos, porque la piel no se resquebraja más de lo debido... pero este es un ejército de leprosos, avanzan por el mundo como bombas de racimo...

-Señor Vian, creo que será mejor que me suelte el brazo -decía entonces la mujer, algo asustada- el doctor saldrá en unos minutos y no es necesario hacer este alboroto...

-¡No hay alboroto! -le grité- ¡la lepra es el grito de Dios! ¡El mensaje de Dios es la carne del leproso que queda repartida entre sus semejantes!

-¿Lepra? -dijo por fin la secretaria, entendiendo algo por primera vez.

-¡Lepra! ¡¡Mi ejército de leprosos!! -le grité y le mostré a mis soldados que estaban ahí sobre el mesón-. ¡Olvídese del doctor y la atención! ¡Este es el ejército que se esparcirá por el mundo! ¡Este será el poder en el nuevo imperio! ¡Acabarán con la pureza estática y vacía, con la limpieza que nada engendra...!

Entonces la mujer de un tirón se soltó de mí y apretó un botón que hizo sonar una alarma lo bastante fuerte como para que el doctor saliera rápidamente de donde atendía y gente de otros cuartos saliese a ver que ocurría.

-¡Hay que tocar al leproso! -les gritaba mientras les arrojaba a mi ejército, y éste se esparcía por el lugar- ¡hay que tocar al leproso porque el leproso los puede sanar de esa enfermedad que no se ve! ¡el leproso es el ángel putrefacto! ¡el grito de la carne! ¡el resultado de la mordida de Dios en el hombre!

Recuerdo que aquí se me acercó un doctor y un tipo vestido de azul con la última escoba de madera que debe de haber una consulta moderna, blandiéndola como una espada.

-¡No me asustan los hombres sin grietas! -le gritaba mientras me pasaba hacia el otro lado del mesón-¡Nada pueden hacerme los hombres que no saben extraviar parte de sí entre los otros! ¡Nada pueden hacerme los hombres sanos!

Y entonces, justo cuando la escoba me palmoteaba la espalda por segunda vez, sentí que una parte de mí salió disparada a través de mi garganta y cayó al piso.

Apenás lo vi ahí sobre el piso sentí que la picazón había pasado y el ahogo disminuyó notoriamente.

Me sentí, sin embargo, afiebrado, y tuve que dejar aquello que se había caído en el suelo, pues los otros ya me agarraban y querían inyectarme algo en el brazo en una de las habitaciones.

Desde el lugar podía ver como el tipo de azul y la secretaria recogían a mi ejército tratándolos como si fueran manchas.
Luego pasó un tiempo que no logro determinar.

-No sé qué me pasó doctor... -le decía después, y en parte era cierto- supongo que era por la fiebre... tenía algo en la garganta y al parecer acaba de salir disparado...

El doctor asentía y me hacía sentir un poco más normal, en medio de aquel lugar.

Al final, resultó que me dieron una licencia de tres días, pero apenas ocupé una mitad, pues unas horas después fui hasta la escuela nocturna e hice clases apenas con una leve picazón y unas toses ligeras.

Mientras la hacía, sin embargo, pensaba en aquello que salió disparado de mí, y en aquello que había sucedido en la consulta, horas atrás.

Ahora, escribiendo, extrañamente siento que no me falta nada, y pienso en todas aquellas piezas innecesarias que podríamos botar sin perder nada de aquello que somos.

Quizá deba hacer un inventario -me digo-, pero en otro momento.

Entonces me fijo que los ojos se me están cerrando y que el sueño va ganando terreno.

¿Y saben? Hoy lo dejo vencer.

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