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Las cosas no van a cambiar hasta que llames cada cosa por su nombre, me dijeron.
Yo le di vueltas al asunto y descubrí que de ser eso cierto las cosas nunca cambiarían.
Y eso me asustó.
Pues incluso el nombre de aquel miedo era algo que desconocía.
Todos mienten, pensé, y todos saben que mienten.
Y hasta el nombre de las cosas es una mentira y ya no creo en nadie.
Y hasta el nombre del amor y esas frases grabadas en anillos, y que con el tiempo se borran.
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Yo ocupo al dormir sólo la mitad de mi cama.
La otra éstá vacía o llena de libros y papeles.
Y en los papeles hay letras y signos, pero no existe un nombre.
Y sin nombre todo aquello que rellena nuestra vida comienza a parecer coágulos.
Y nos estancamos y morimos.
Y no nos damos cuenta.
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Me da miedo levantarme y no saber para qué.
Y a veces siento que la mitad de mí está vacía, como la mitad de mi cama.
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Varios amigos han muerto y no sé por qué.
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Mi hijo cuando duerme habla con alguien a quien teme y cuyo nombre desconozco.
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Creo que al darle nombre a las cosas éstas no se crean sino que se derrumban.
Y creo que vivimos en medio de un derrumbe equivocado.
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No sabemos nada del nombre de las cosas.
Y casi nada sabemos de las cosas mismas.
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Estas frases las busco en mí como si girase una tómbola.
Y tengo miedo de obtener de ella las palabras que necesito.
Un día las diré y supongo que todo será distinto.
Pero hoy no es aún aquél día.
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Yo hago mis preguntas en medio de la noche, para no ver las respuestas.
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Tengo miedo que mi desazón sea real.
Y que mi corazón se desgaje y no vuelva a reunirse.
Tengo miedo que mis libros se sequen como plantas que se secan.
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Me duele no haber sido querido por la mujer que quise.
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Hoy estoy junto a un cadáver rodeado de desconocidos.
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Nunca sé decir mi última palabra.
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