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Quizá sea un tanto frívolo hablar de los nuevos libros que compré por estos días. Sobre todo porque he gastado un dinero que me debiese haber servido para solucionar cuestiones más necesarias y quizá también porque ya tengo demasiados y parece existir en todo esto cierto afán por poseer las cosas que considero bellas... situación que no debe ser del todo sana.
El entenderlo como enfermedad se relaciona también con una serie de otras experiencias que acompañan estas compras: aceleraciones en el pecho, ojos brillosos e indecisiones varias, por nombrar sólo algunas de las que más se repiten y que más me preocupan por estos días.
Y es que debo parecerme a esas mujeres que se prueban una y otra vez vestidos hasta encontrar ese que les ajusta perfecto -según ellas-, antes de decidirse a hacer sus compras.
Por último, antes de contarles ya más concretamente sobre algunos, confesar que existe otro aspecto referido a la adquisición de libros que supongo no podrán comprender. No me gusta contarlo porque me hace parecer más limpio de lo que soy, pero qué importa -también me hace parecer más hueón, así que queda compensado-... y es que suelo negarme a recibir libros o dinero por mi trabajo de escritura.
A modo de ejemplo señalo un cheque que tengo sin cobrar -me parece que se podía cambiar en la librería francesa- por unos comentarios hechos a la rápida en una página web. O también, unos libros de obsequio de la editorial Lom que no quiero cobrar como pago a un artículo -también hecho a la rápida- sobre Avérchenko. Confieso además que no he coregido las cifras para que me devuelvan un dinero en el servicio de impuestos internos y supongo que ya ha vencido el plazo... o que no he llevado unos papeles para que me paguen mis bienios y perfeccionamientos, por segundo año consecutivo por lo que pierdo un poco de dinero cada mes... y ya debe sumar bastante...
No quiero agregarle más cosas, -aunque las hay-, porque creo que de cierta forma hay algo en eso que rechazo. Supongo que mis libros no tienen el mismo sabor si no han significado un pequeño sacrificio el obtenerlos -aunque eso no quiera decir que compre libros caros, ni nada por el estilo-.
Además está el asunto que no suele dejarme muy conforme mi trabajo y el que me siento un poco culpable de lo que hago con mi dinero... Siempre he pensado que con el tiempo esto va a cambiar, pero a la larga el rechazo por el dinero se va notando hasta en mis ropas y en los zapatos gastados...
Como sea, tras ese intento de defensa de mi frivolidad al adquirir mis libros, aquí les cuento sobre algunos... como verán, su belleza supera mi imprudencia, y mis abusos.
I. El último día de Otoño, de Adrià Gòdia. Editorial Edebé.
Este pequeño libro ilustrado forma parte de úna serie de cuatro, cada uno situado en el último día de una de las estaciones del año y desarrollados todos por el mismo escritor/ilustrador: un barcelonés de unos treinta y pocos años que ha obtentido ya varios premios en el campo de la ilustración. Uno de ellos, por cierto, -el premio Lazarillo del año 2004-, por el libro que acabo de adquirir y que no pude dejar a un lado por más que lo intenté varias veces.
Y es que al igual que las mujeres probándose vestidos, -como ya había dicho-, este libro tiene algo que me ajustó perfectamente. No sólo el identificarme con el dibujo de los zorros protagonistas de este cuento, sino también la belleza de sus colores, y ese montón de hojas desparramadas por el suelo del bosque que le dan un aire de sueño a cada una de las imágenes... hasta que llegan las primeras nevazones y lo cubren de a poco.
Esta suerte de despedida y de descubrimiento que experimentan estos zorros, al enfrentarse al invierno y al cambiar así una belleza por otra, queda reflejada de tal forma en los dibujos que poco importa que el texto sea un tanto débil y no explote todas sus posibilidades.
Lo veo una y otra vez desde entonces y no deja de emocionarme... si hasta existe cierta complicidad en los zorros... una especie de afecto que se desprende de los dibujos que los hacen mirarse uno al otro en medio de ese busque o dar vueltas en la nieve o simplemente correr sobre las hojas...
Un libro como una manta... para que no se nos enfríe el espíritu.
II. Jardines. Fotografía. Colección Cube Book, de Editoril LU, Barcelona.
Este libro de más de 700 páginas un número similar de fotografías, busca dar cuenta de distintos jardines existentes en el mundo. Para esto, intenta organizarse a partir de tendencias y estilos muy bien establecidos y con imágenes que no dejan de sorprender y maravillar en cada momento.
Laberintos, jardines japoneses, figuras y formas realizadas a partir de la misma vegetación... y hasta obras de arte hechas en base al diseño de la naturaleza, son algunas de las imágenes que podemos encontrar en este libro.
Fuentes, diseños zen y jardines de grandes castillos o monumentos se agregan también a la lista y no dejan de entregarnos un impresionante colorido y fotos de gran calidad, casi en todo momento.
Los breves textos que acompañan a las fotografías, además, nos entregan una información clara y que no agota ni entorpece el ejericio estético en que se transforma recorrer este libro...
¿Dije ejercicio estético? Qué frío suena... supongo que es mucho más que eso... son fotos de cosas vivas... testimonios que reflejan la comunión entre el diseño del hombre y el diseño natural sin que exista tensión entre ellas, sino sólo resultados asombrosos.
¿Cómo quieren que dejara ahí ese libro, en medio de una bodega, donde ya comenzaba a dañarse?
III. Otros.
Había escrito algo sobre otros dos, pero se cayó internet un momento y se me perdió lo escrito. Por lo demás, son muchos los otros y me siento injusto hablando de unos y dejando otros fuera, así que mejor les cuento en general de ellos.
Por el lado narrativa, la verdad es que compré muy poco estos días. Sólo selecciones en remate que no sobrepasan los $1000 o $2000 y que encuentro en librerías de saldos: Un libro de narraciones cortas de la Warthon, Una selección de relatos sobre los celos, editada por la editorial Andrés Bello, La profesión de la señora Warren -una interesante obra dramática de Shaw-, y un libro -aunque esto no es propiamente narrativa-, donde se habla de la necesidad del sentido del tacto y de su superioridad sobre el sentido de la vista, que suele alejarnos de los otros... La terapia de la distancia, creo que se llamaba, de Gabriel Josipovici.
Para mi hijo también seleccioné unas pocas cosas entre las que sobresale un libro ilustrado sobre Ciencia Forense, hecho un poco para adolescentes, y que a partir de cómics e información básica, les muestra casos misteriosos y les enseña a como resolver crímenes, de vez en cuando un tanto "fuertes", pero que lo tienen sumergido en la lectura -que suele no gustarle mucho- aquí a unos pocos metros, tirado sobre unos cojines y cerca de un sillón inflable de rana que tenía de pequeño y que hemos vuelto a inflar.
Por último, -y lo que constituye mis compras caras a las que hacía referencia-, tres libros de pintura de Ediciones Polígrafa: uno de Nonell, y otros dos de Vuillard -uno para regalarle a un amigo que no veo hace años y otro para mí para no envidiarlo-, y tres libros más de pintura de la colección mayor de Taschen: el de Hopper, Hundertwasser y Magritte... ya que no supe decidirme por ninguno al momento de la compra y pagué las consecuencias -bueno, en verdad las debo, pero las pagaré en mi próxima cuota-.
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Para cerrar les cuento breve de un mail que recibí el otro día. Era de Manuel, un amigo que hoy se encuentra en el sur.
Como es mucho lo que debiese contar de él, resumo simplemente un aspecto de todo esto... y es que justamente al comentarnos problemas económicos solíamos hablar -un poco en broma por supuesto- sobre un negocio salvador que nos dejase más tiempo y más dinero que la pedagogía...
Como sea, el asunto en que después de un mail que me llegó bastante por distintas razones -la homosexualidad no es una de ellas, por supuesto- Manuel me tira entremedio, la frase media cursi y no por eso menos cierta -al menos para nosotros- que no hay negocio salvador, sólo la literatura.
Y ojalá no se malentienda eso como algo frívolo, por supuesto, porque estarían alejados de todo aquello vivo que esa palabra resume para nosotros... todo aquello que esa palabra viene a exigirnos, a proponernos, y a entregarnos.
Y tendría entonces que hablarles durante horas y horas sobre la belleza que tiene mi amigo dentro de sus ciento y tantos kilos... y luego vendría el asunto de hablarles del otros, para no ser injusto... la mayoría también de ciento y tantos kilos, dicho sea de paso.
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