Como ya no creemos en Dios, buscamos creer en el hombre del tiempo. Esperamos que terminen las noticias y nos hacemos callar entre todos: el hombre del tiempo va a hablar.
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El hombre entonces, o la mujer –porque resulta que el hombre del tiempo resulta ser mujer de vez en cuando-, desliza su mano sobre una pantalla blanca que milagrosamente vemos convertirse en la región nombrada, según sea su voluntad.
El hombre entonces, o la mujer –porque resulta que el hombre del tiempo resulta ser mujer de vez en cuando-, desliza su mano sobre una pantalla blanca que milagrosamente vemos convertirse en la región nombrada, según sea su voluntad.
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A veces, la familia entera espera las palabras del hombre del tiempo, y hasta hacen planes. Piensan por ejemplo en la ropa que habrán de ponerse o deciden incluso si ir o no ir hasta algún sitio, y discuten largamente sobre el tema.
A veces, la familia entera espera las palabras del hombre del tiempo, y hasta hacen planes. Piensan por ejemplo en la ropa que habrán de ponerse o deciden incluso si ir o no ir hasta algún sitio, y discuten largamente sobre el tema.
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Y es que ya no hay tiempo para ir a la iglesia, y el rito del hombre del tiempo viene a ocupar entonces ese sector del espíritu que fue hecho para creer… ese sector que se desgasta y se atrofia en el desuso y que el hombre del tiempo ejercita cada día, consciente de su responsabilidad –suponemos-, más allá de que el pronóstico resulte o no acertado y debamos ponerlo en duda, como hacíamos también con el Dios de antaño.
Y es que ya no hay tiempo para ir a la iglesia, y el rito del hombre del tiempo viene a ocupar entonces ese sector del espíritu que fue hecho para creer… ese sector que se desgasta y se atrofia en el desuso y que el hombre del tiempo ejercita cada día, consciente de su responsabilidad –suponemos-, más allá de que el pronóstico resulte o no acertado y debamos ponerlo en duda, como hacíamos también con el Dios de antaño.
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En este sentido, el hombre del tiempo es también la última posibilidad que nos queda: no sólo el último Dios, sino el último profeta. Es cierto, no hay grandes profecías. Nada de que el mundo se va a acabar o que van a venir pestes o plagas de langostas; su trabajo es más bien de continuidad, de soporte… un dios del mantenimiento, por darle algún título, y nombrarlo de alguna forma.
En este sentido, el hombre del tiempo es también la última posibilidad que nos queda: no sólo el último Dios, sino el último profeta. Es cierto, no hay grandes profecías. Nada de que el mundo se va a acabar o que van a venir pestes o plagas de langostas; su trabajo es más bien de continuidad, de soporte… un dios del mantenimiento, por darle algún título, y nombrarlo de alguna forma.
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Además, sus profecías tienen sólo un espacio breve de validez, y hasta pueden ir corrigiéndose minuto a minuto… Hoy mismo, por ejemplo, en que el hombre anunció “cielos inestables” y hasta recomendó salir con un paraguas –mientras ayer nos decía que hoy tendríamos cielos grises, pero sin posibilidad de lluvia-.
Además, sus profecías tienen sólo un espacio breve de validez, y hasta pueden ir corrigiéndose minuto a minuto… Hoy mismo, por ejemplo, en que el hombre anunció “cielos inestables” y hasta recomendó salir con un paraguas –mientras ayer nos decía que hoy tendríamos cielos grises, pero sin posibilidad de lluvia-.
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¿Qué hacer entonces? ¿A cuál profecía resulta más sensato hacerle caso?
¿Qué hacer entonces? ¿A cuál profecía resulta más sensato hacerle caso?
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Supongo que a la última, -pienso-, y lo confirmo una vez que llego al trabajo y veo como en un rincón comienzan a acumularse un montón de paraguas, como en una ofrenda.
Supongo que a la última, -pienso-, y lo confirmo una vez que llego al trabajo y veo como en un rincón comienzan a acumularse un montón de paraguas, como en una ofrenda.
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Sin embargo nadie llega a reclamar esa ofrenda. Es más, ni siquiera llega la lluvia. Y cada uno al terminar el día, vuelve entonces a tomar su paraguas y a criticar al hombre del tiempo sin temor a represalias, -pues no se trata de un Dios vengativo como aquél de antes y hasta puede aceptar sus propios errores, y reírse de todo aquello-.
Sin embargo nadie llega a reclamar esa ofrenda. Es más, ni siquiera llega la lluvia. Y cada uno al terminar el día, vuelve entonces a tomar su paraguas y a criticar al hombre del tiempo sin temor a represalias, -pues no se trata de un Dios vengativo como aquél de antes y hasta puede aceptar sus propios errores, y reírse de todo aquello-.
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Y es que la vida ha de seguir después de todo. Y las únicas certezas que necesitamos son aquellas que pueden resultar no ser ciertas. Algo así como un conjunto de profecías desechables: el hombre del tiempo, las galletas de la fortuna, o el horóscopo hecho por computador en el diario que se reparte en el metro. No necesitamos dioses, ni salvaciones, ni que nos prometan una vida eterna.
Y es que la vida ha de seguir después de todo. Y las únicas certezas que necesitamos son aquellas que pueden resultar no ser ciertas. Algo así como un conjunto de profecías desechables: el hombre del tiempo, las galletas de la fortuna, o el horóscopo hecho por computador en el diario que se reparte en el metro. No necesitamos dioses, ni salvaciones, ni que nos prometan una vida eterna.
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Es más: ¡No queremos vida eterna!
Es más: ¡No queremos vida eterna!
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Nos conformamos con que alguien nos diga qué ocurrirá mañana. Que el cielo estará inestable, que habrá chubascos en la precordillera o que se alcanzarán temperaturas de 40 grados. Que todo puede cambiar, menos tu rutina. Porque a fin de cuentas, eso parece ser lo que importa: que nos mantengamos firmes. Que no dudemos sobre aquello que serán nuestras acciones, nuestras 10 horas de trabajo, nuestra colación apurada, o el beso de buenas noches en la frente de nuestros hijos…
Nos conformamos con que alguien nos diga qué ocurrirá mañana. Que el cielo estará inestable, que habrá chubascos en la precordillera o que se alcanzarán temperaturas de 40 grados. Que todo puede cambiar, menos tu rutina. Porque a fin de cuentas, eso parece ser lo que importa: que nos mantengamos firmes. Que no dudemos sobre aquello que serán nuestras acciones, nuestras 10 horas de trabajo, nuestra colación apurada, o el beso de buenas noches en la frente de nuestros hijos…
Y no se sienta atacado mi querido lector, que aquí no hay nada punzante: ni cruces, ni vidrios, ni clavos escondidos... Yo le hablo con respeto... y ruego porque el hombre del tiempo siga ahí y no vaya a venir un loco y me lo crucifique como un mártir... Ya no queremos eso.
Yo abogo por una sociedad segura, donde nada, ni siquiera el clima, pueda impedir que realicemos nuestras obligaciones...
Y espero que seamos muchos, querido lector, los que pensamos de la misma forma.
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