sábado, 21 de agosto de 2010

La bella durmiente (I).

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Todo comienza por azar, cuando leo que una mujer en Austria tiene una extraña enfermedad que la obliga a dormir 23 de cada 24 horas. En la revista donde encuentro este artículo se menciona además que para poder aprovechar esa hora, la mujer ha pedido que, durante su sueño, sea alimentada a través de sondas y que su pareja -porque increíblemente esta persona le ha bastado su hora al día para poder casarse y hasta tener dos hijas-, la bañe e incluso la traslade de un lugar a otro esperando a que ella despierte.

Así por ejemplo, puede que le sea dado despertar en Berlín, Praga o hasta en los Alpes suizos, como le ocurrió en alguna ocasión.

Cuenta así la mujer, en la entrevista que se le realiza, que en más de una ocasión -porque resulta que además el sueño en el que permanece resulta ser muy profundo-, ella se ha visto al despertar con ropas características de distintos países, o rodeada de diferentes personas que prácticamente no recuerda, olvidando incluso al despertar quien es ella realmente, hasta que vuelve a ver a su pareja, o a sus hijas, y poco a poco todo vuelve a su lugar.

El sueño de esta mujer, por lo demás, no es un fenómeno que la aqueje desde hace poco, ya que la acompaña desde su primera infancia y le ha impedido incluso tener una educación adecuada, manejando así, un vocabulario demasiado básico y desconociéndo aspectos que podrían considerarse claves en este mundo: la existencia de otros continentes, un escaso aprendizaje histórico y, por supuesto, normas básicas de convivencia y de interacción social.

Su esposo la habría conocido en un hospital donde ella estuvo internada por más de 4 años -mientras era sometida a pruebas y se recuperaba de un coma en el que estuvo sumida, en distintos periodos, un total de doce meses-, y se habría casado con ella al interior del hospital, permitiéndosele así, poder hacerse cargo legalmente de su esposa.

Me fijo entonces en algunas fotos que aparecen en el artículo, muchas de las cuales retratan a la mujer dormida y con distintas personas en su entorno. Aparece también su matrimonio y una foto en la que uno de sus hijos aparece amamantándose mientras las mujer duerme profundamente y es sostenida por su esposo.

Termina el artículo entonces y yo vuelvo una y otra vez sobre él. Calculo además las horas que aquella mujer ha estado despierta en sus 45 años e intento imaginar -obviamente no lo consigo- todo aquello que supone estar en aquel estado y el despertar cada día en medio de un mundo que parece estar hecho a una escala distinta de la tuya, y en una extraña desventaja.

Recuerdo entonces que de chico tuve a veces ese temor de despertar en algún sitio distinto cada mañana. Con recuerdos nuevos y un mundo entero en el que todo fuese un decorado. O que pasasen años, siglos incluso hasta que alguien te fuese a despertar y llegases nuevamente a otro lugar.

El miedo, por lo demás, no decía relación, sin embargo, a la pérdida del mundo pasado... ni al desconcierto ante el mundo al que pudiese llegar... Y es que se trataba de un miedo a perder nuevamente el mundo en el que fuese a despertar. Es decir, saber que aquello que comienzas a construir nuevamente desde esa mañana, puede perderse también, y ser en vano.

Supongo que con el tiempo ese tipo de miedo me ha acompañado tomando otras formas, y apenas puedo decir que lo he superado. Que me ha costado aprender que ese "ser en vano" no deja de tener sustancia y que al igual que el llanto del principito cuando se entera que su flor era efímera, no puede sino conducirnos a amar aún más aquello que forma nuestro mundo y aquello hacia lo que se dirigen nuestros sentimientos.

¿Han sido conscientes de esa sensación que surge cuando comienzas a sentirte recuperado de un dolor físico? Supongo que algo similar -sentir que las piernas te sostienen, que el sol te llega en la cara... que hay otros alrededor tuyo-, es lo que se siente entonces en ese despertar...

Y estar despierto... aunque sea una hora cada 24... debiese ser tiempo más que suficiente entonces para aprender a amar y disfrutar de aquello que te rodea.

¡Ja! Y pensar que yo pretendía hablarles de La casa de las bellas durmientes, de Kawabata y de Sueño profundo de la Yoshimoto, y terminó saliendo un texto mamón y hablando del principito como cuando tenía 14 años... ¿será que así soy yo, todavía?


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